Es un
dato conocido que el
Magisterio Pontificio del
siglo XIX rechazó no sólo la
libertad moderna de conciencia y de religión sino también el “derecho
nuevo” que el Estado se empeñó en construir. El Pontificado vio con agudeza que
esas libertades y este derecho se alimentaban del subjetivismo, del
escepticismo metafísico, del naturalismo y del indiferentismo religioso. Con especial autoridad, tanto el Syllabus de
Pío IX como el Concilio Vaticano I dieron cuenta de ello, y advirtieron sus
peligros para las naciones cristianas.
Pero quizás no exista
en la doctrina de la
Iglesia otra página igual a la que León XIII escribió en lo que llamó su
“testamento”, la encíclica “Annum ingressi”, en donde hace una síntesis ejemplar,
que a la vez es un diagnóstico y una
previsión, del significado del avance de la libertad de conciencia, de religión
y del Estado en el mundo moderno. No está demás citar sus palabras:
“Del filosofismo orgulloso y mordaz
del siglo XVIII (...) brotaron los funestos
y deletéreos sistemas
del racionalismo y del panteísmo,
del naturalismo y del materialismo (...). Doctrinas tan funestas pasaron,
desgraciadamente, como estáis
viendo, de la esfera de
las ideas a la vida exterior y
a los ordenamientos públicos.
Grandes y poderosos Estados van
traduciéndolas continuamente a la práctica, gloriándose de capitanear de
esta manera los progresos de la civilización. (...) se consideran desligados
del deber de honrar públicamente a Dios, y sucede con demasiada frecuencia que,
ensalzando a todas
las religiones, hostilizan
a la única establecida por Dios .
Todos son
testigos de que la libertad, cual hoy la entienden, concedida indiscriminadamente a
la verdad y al error, al bien y al mal, no ha logrado otra cosa que rebajar
cuanto hay de noble, de santo, de generoso...
rotos los vínculos que ligan al hombre con Dios, absoluto y
universal legislador y juez, no se
tiene más que una apariencia de moral puramente civil, o, como dicen,
independiente, la cual, prescindiendo de
la razón eterna y de los divinos mandatos, lleva
inevitablemente por su
propia inclinación, a la última y
fatal consecuencia de
constituir al hombre
ley para sí mismo”.
Es notable cómo el Papa destaca
en una misma conjunción la obra de demolición realizada
por el Estado
moderno y por la
libertad de conciencia, y el proceso de edificación de la modernidad política
operada por ambos, con el resultado común –“la última y fatal consecuencia”– de constituir al hombre
en ley para sí mismo. Para llegar a
tal resultado, que es primariamente social y de ahí su fatalidad, no se
le escapa a León XIII la función indiferentista de la libertad religiosa.
El Pontífice concluye con
palabras muy fuertes. Una especie de
advertencia profética a la sociedad. “Adoramos a Dios misericordiosamente
justo y le suplicamos al mismo tiempo que se apiade de
la ceguera de
tantos y tantos
hombres a los
cuales por desgracia es aplicable
el pavoroso lamento del Apóstol: ‘el Dios de este mundo cegó las inteligencias
de los infieles para que no brille en ellos la luz del Evangelio, de la gloria
de Cristo’ (2 Cor. 4,4)”.
(tomado de "LA LIBERTAD MODERNA DE CONCIENCIA Y DE RELIGIÓN Y LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO.
UNA APELACIÓN A NUESTRO PRESENTE HISTÓRICO" de JULIO ALVEAR TÉLLEZ)
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