miércoles, 6 de noviembre de 2019

Non multa sed multum

Para quienes amamos la lectura existe una tentación permanente contra la que hay que estar en guardia porque si caemos en ella perderemos tiempo valioso y energía que bien pudiera utilizarse en tareas más provechosas. La tentación de la que hablamos es la siguiente: convertirnos en acumuladores de libros que nunca leemos, acaparar textos y textos en nuestros armarios, físicos o digitales, caer presa de una verdadera gula de libros sin importar que nunca los leeremos o si al caso les daremos una hojeada rápida, desatenta y superficial.

Contra lo anterior traemos a cuento el adagio latino que encabeza esta entrada: NON MULTA SED MULTUM. Que significa que en vez de ocuparnos con muchas cosas, conviene más ocuparnos de pocas pero con juicio y profundidad. En cuanto a la lectura viene a decir el adagio que en vez de acumular cientos de libros, mejor tener unos pocos pero estudiarlos a fondo, con disciplina y rigor.

De hecho los medievales tenían otro dicho referente al tema de la lectura y era este: TIMEO HOMINEM UNIUS LIBRI, temo al hombre de un solo libro, es decir, vale más el lector que se ha consagrado a un libro y lo ha escrutado a conciencia, que el supuesto lector que jamás ha terminado un libro, se ha dedicado a acumular miles que nunca lee y cree por ello ser muy culto.

Es un problema real el que aquí estamos mencionando, además de real muy común. 

Por ejemplo, para hablar del área de la filosofía, un buen libro de filosofía, sea de tipo histórico o sistemático, requiere de un esfuerzo de atención, de lectura sostenida, pausada, reflexiva; requiere de varias relecturas, tomar notas, escribir las reflexiones que vienen a cuento, etc. Y ni aún después de todo ello está garantizado que se haya captado el pensamiento del autor ni su mensaje principal ni sus ideas más relevantes. Por eso conviene después de un tiempo retomar el texto y con otra lectura aproximarnos de nuevo para tratar de seguir desentrañando su sentido.

Pasa por ejemplo con las obras de Tomás de Aquino, nadie puede decir que ya leyó la Suma Teológica y por tanto no debe volver a ella. No. Ello sería un error, la Suma es un texto tan profundo que nunca lo termina uno de leer verdaderamente, de hecho aunque leamos una y otra vez las mismas páginas, cada vez encontramos algo distinto, profundizamos más en algún argumento, comprendemos mejor algo que antes habíamos solo vislumbrado, captamos una nueva relación, solucionamos alguna nueva duda, hallamos la respuesta a un nuevo problema o sencillamente recordamos algo que ya se nos había olvidado. Tal es la profundidad de un buen texto que siempre podemos sacar de él nuevos frutos.

Ahora bien, todo ese trabajo es impedido por la tentación de que estamos hablando. Se apodera de nosotros un deseo incontrolado por acumular libros y más libros, hacemos lecturas superficiales de ellos porque el deseo de pasar pronto a un nuevo texto nos impide detenernos a conciencia en ninguno. Por ese camino jamás profundizaremos en nada, nunca podremos decir que hay un tema en el cual las ideas principales nos son familiares, no podremos aportar con solvencia sobre ningún asunto. Y sobre todo estarán lejos de nosotros los temas importantes, los temas trascendentes, pues dichos temas solo se dominan luego de un trabajo sostenido, largo, disciplinado, lleno de obstáculos superados y dificultades que en su momento amenazaron con destruir todo el camino recorrido.

¡Y si solo fuera eso! Pero es que además dicha tentación deja huellas de su paso, porque cuando se habla con alguien que ha sucumbido a ella y en vez de lector se ha convertido en acumulador de libros, se puede fácilmente percibir la superficialidad de sus ideas en su lenguaje falto de solidez, en sus argumentaciones circulares y repetitivas que nunca terminan de convencer, en su dificultad para abordar con soltura temas de cierta elevación conceptual. La tentación pasa factura cuando se cede ante ella.

¡Qué diferente es el lector verdadero! El que se ha dedicado a pocos temas o incluso a uno solo, a pocos libros o incluso a uno solo, ¡qué envidiable manejo del tema! ¡Qué imponente uso del argumento definitivo! ¡Qué facilidad con la que recorre de un extremo a otro todos los detalles del asunto! ¡Qué placer produce el solo hecho de escucharlo disertar sobre aquello que domina con holgura!

¡En guardia entonces estimados lectores! No vayamos tras de muchos libros, más bien seamos lectores juiciosos de esos que leen a conciencia, releen y luego de un tiempo vuelven a leer. Huyamos del acumulador compulsivo, de su superficialidad y de su gula literaria. 


Leonardo Rodríguez Velasco

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