sábado, 30 de abril de 2011

RELATIVISMO Y LENGUAJE (3)

Jacques Derrida

Éste “pensador” francés es quizá uno de los más influyentes de los últimos decenios. Muchos lo consideran tan importante como lo fueron Kant o Nietzsche. Una de las razones de su fama es su célebre teoría de la “deconstrucción”, tomada en parte de las teorías lingüísticas de Saussure. Sólo que Derrida radicaliza sus planteamientos y los lleva más allá de la sola literatura, hasta hacer de la “deconstrucción” una especie de método universal aplicable a todas las ciencias humanas.
La tesis central del “deconstruccionismo” consiste en afirmar categóricamente que nuestro lenguaje nunca se refiere a “cosas” a “realidades” pues todo lenguaje (escrito, oral)  es sólo el juego que podemos hacer con las posibilidades internas del mismo, en otras palabras, todo lenguaje nos habla sólo del lenguaje, las palabras remiten a palabras, las frases remiten a otras frases, pero jamás a la “realidad”.
De esta forma es abandonada toda referencia a la “verdad”, pues todo lenguaje es sólo un conjunto de signos sin significado real sino sólo intrasistémico. Una de las consecuencias de esto es que desaparecen las afirmaciones verdaderas o falsas; pues siendo que el lenguaje no aspira a enunciar la verdad no se ve cómo se pueda calificar una afirmación como verdadera o falsa. Toda afirmación será verdadera o falsa dependiendo del sistema lingüístico dentro del cual sea enunciada. Su valor será así tan sólo relativo.
¿Qué es entonces eso que sí está a nuestro alcance? ¿Qué es lo que conocemos? Derrida contesta que sólo tenemos "escrituras", “textos”, “discursos”, lenguajes autoremitentes.
Otra idea es la que rompe el lazo entre realidad-pensamiento-lenguaje. Esta cadena queda rota en Derrida. Para él nuestro lenguaje no es la expresión de nuestro pensamiento, más bien hay que decir que nuestro lenguaje marca el límite de nuestro pensamiento, pues nada podemos pensar ni decir fuera del universo lingüístico al que pertenecemos y en el que nos expresamos. Nada se puede pensar fuera del lenguaje; de ahí a afirmar que no existe nada fuera del lenguaje hay sólo un paso y muchos lo han dado. Es el viejo adagio de los nominalistas medievales: “VOCES PRAETEREA NIHIL”, nada hay fuera de las palabras.
En esta teoría nada hay fuera de los textos. Los textos no nos hablan de las cosas, de la realidad, sólo nos hablan del sistema lingüístico en que están escritos, de sus posibilidades sintácticas internas, de sus posibilidades pragmáticas, fuera de esto no hay nada.
Para Derrida toda la historia del pensamiento  occidental es sólo la historia de un gran error. Para él, todos esos filósofos que pasaron sus vidas buscando y filosofando sobre la verdad de las cosas, sobre la razón última de la realidad, sobre las causas más elevadas de los seres, se equivocaron porque no supieron ver que el lenguaje en el que pretendían expresarse era sólo un sistema cerrado que no remitía a la realidad sino a sí mismo, no supieron ver los condicionamientos a los que estaban sujetos por sus sistemas lingüísticos, y creyeron ingenuamente que al decir, por ejemplo: “Dios existe”, estaban enunciando algo real, cuando en verdad lo único que estaban haciendo era explorar las posibilidades que el sustantivo “Dios” y el verbo “existir” poseían dentro del sistema lingüístico usado por ellos.
Ahora bien. No es difícil ver que el pensamiento de Derrida es una reelaboración del pensamiento del sofista Gorgias, del que ya hablamos antes. Gorgias hablaba de la imposibilidad de comunicar la verdad, suponiendo que la conociéramos, ¿por qué? Porque para él no era posible expresar con palabras las experiencias previas que hubiéramos tenido, pues una experiencia, de cualquiera de nuestros sentidos, no era una palabra, por tanto ¿cómo podría una palabra expresar aquello que no era palabra? ¿Cómo comunicar con palabras lo que vemos, oímos, tocamos, gustamos, olemos, siendo así que estas experiencias no son palabras sino experiencias? Así pues es imposible que la palabra sirva para comunicar experiencias. La palabra no comunica.
Si bien se miran las cosas se comprende que el “sistema” del que tanto habla Derrida es la “palabra” de la que hablaba Gorgias. Pues ambos se expresan sólo a sí mismos y nunca la realidad, y no pueden enunciar la verdad.
Tratemos de ver un poco esto con una analogía. Supongamos que queremos pintar los rayos del sol, pero sólo tenemos lápices de color azul. ¿Qué pasa? Pues pasa que por buenos dibujantes que seamos nuestras líneas azules nunca serán la expresión más adecuada de los rayos del sol, pues necesitaríamos usar más bien color amarillo. La idea es la siguiente: el hecho de tener a nuestra disposición sólo lápices de color azul nos limita. ¿No podemos hacer nada con los lápices que tenemos? Talvez sí.  Talvez podemos pintar un lindo río, o el cielo. Pero definitivamente nos será imposible pintar los rayos del sol. Ahora usemos esta analogía. Los rayos del sol serían la realidad, la naturaleza de las cosas conocida por nuestro pensamiento. Los lápices azules serían lo que Derrida llama el “sistema” o Gorgias la “palabra”. Así como los lápices azules no pueden representar los rayos del sol, así nuestra palabra no expresa nuestro pensamiento ni la realidad de las cosas. Nuestro sistema lingüístico determina el límite de nuestras posibilidades, y no debemos aspirar a salir de él, porque fuera de él no  hay nada.
El deconstruccionismo de Derrida es el triunfo total de la sofística de Gorgias. No es raro que actualmente se estén escribiendo muchos libros que defienden a los antiguos sofistas, presentándolos como los verdaderos filósofos y como los únicos que supieron comprender verdaderamente al espíritu humano. Nietzsche fue uno de los primeros filósofos modernos en defender a los sofistas y atacar la figura de Sócrates. Para Nietzsche precisamente con Sócrates inicia el gran error del mundo occidental. El error de creer que lo importante era buscar la verdad. El error de creer que nuestra inteligencia puede conocer la naturaleza de las cosas  y expresarla por medio del lenguaje. El error de creer que la máxima dignidad humana estaba en conformar su vida a esta verdad. El error de creer que la ética humana debía regirse por esta verdad. El error de creer que la verdad, era lo más importante.
   

jueves, 28 de abril de 2011

UNA MIRADA AL CAMINO RECORRIDO

UN ALTO EN EL CAMINO

Es bueno cada cierto tiempo hacer un alto en el camino para volver la mirada atrás y realizar como un pequeño balance de lo que se lleva hecho.
Abrimos éste blog con la idea de rescatar el pensamiento clásico del olvido trágico en que la época contemporánea lo tiene. Decíamos entender por pensamiento clásico fundamentalmente la filosofía Aristotélico-Tomista.
Decidimos empezar este camino con el tema del Relativismo, pues consideramos que se trata de la verdadera plaga actual, y del más grande reto que enfrenta en estos tiempos la inteligencia humana, de cuya solución depende la de muchos otros problemas de grandísima importancia para los individuos y para las sociedades.
De la mano de Sócrates asistimos a la aparición hace siglos del movimiento sofista; vimos la lucha encarnizada de éste hombre por defender los derechos y prerrogativas de la razón humana, lucha que terminó con su muerte. Pero también vimos cómo después de su muerte muchos tomaron sus banderas y continuaron con su lucha.
Luego, dirigiendo la mirada hacía nuestro tiempo empezamos a señalar las principales consecuencias de lo que llamábamos “el triunfo del relativismo” y  lo hicimos iniciando con el relativismo lingüístico. Vimos la tesis del “signo arbitrario” derivada de la lingüística de Saussure y habíamos anunciado que dedicaríamos algunas palabras a la teoría de Jacques Derrida llamada comúnmente teoría “deconstruccionista”. Sin embargo, debimos interrumpir un poco el curso de nuestras entradas para dedicar algunas palabras a dar claridad sobre el tema del signo y de la intencionalidad cognoscitiva pues algunos lectores nos señalaron la complejidad del tema y el peligro de que no fuera del todo comprendida la posición que aquí defendemos.
Ahora esperamos que haya más luz sobre el tema que estamos tratando, todo él está centrado en el papel del lenguaje en la vida humana y el impacto que tiene sobre él la introducción de las teorías relativistas, y deseamos ahora continuar con la entrada dedicada al deconstruccionismo de Derrida en su relación con el “triunfo” del relativismo contemporáneo.  

martes, 26 de abril de 2011

EL SIGNO Y LA INTENCIONALIDAD COGNOSCITIVA

LA INTENCIONALIDAD COGNOSCITIVA

Vamos a tratar de exponer en esta ocasión la idea de “intentio” con la cual los autores medievales explicaban la naturaleza del conocimiento. La intencionalidad es clave para comprender el giro radical de la filosofía moderna y postmoderna, y para ver al mismo tiempo el error que comete la actual filosofía del lenguaje.

 El tema es complejo, para comprenderlo totalmente se requerirían varios años de contacto cercano con el pensamiento clásico. Sin embargo, trataremos de exponerlo de la forma más sencilla posible, tratando de reducir al mínimo el tecnicismo para hacer el tema accesible a todos.
Cuando conocemos algo, ese algo está en nosotros de alguna manera. Pero no está de la misma forma en que está afuera de nosotros. Por ejemplo, al ver un árbol, ese árbol sigue estando plantado ahí en el campo, o sea que por el hecho de conocerlo nuestro pensamiento no lo arranca de sus raíces y lo introduce en nuestra inteligencia. Entonces la pregunta es la siguiente, ¿qué es eso que sí está en nosotros y que nos permite conocer el árbol? pues eso que sí está en nosotros ha sido llamado de varias formas en la historia, ha sido llamado idea, concepto, verbo mental, especie expresa, y también “intentio”. ¿Por qué intentio? La palabra latina “intentio” viene de otras dos, la preposición “in” y el verbo “tendere”. El verbo “tendere” tiene más o menos el mismo sentido que el verbo castellano “tender”, parecido al sentido de “dirigirse a”, “estar impulsado hacia”, “encaminarse a”, etc.
 Esto significa que aquello que si está en nosotros es algo con lo cual “tendemos hacia”, algo que “nos dirige a”, nos “impulsa a”, nos “encamina a”, ¿A dónde? A la realidad, en nuestro ejemplo, al árbol. Los que leyeron la entrada anterior ahora entenderán que la intentio es un signo, pero no es un signo como cualquier otro, sino que es un signo “formal”. Antes dividimos los signos en instrumentales y formales. La diferencia era que los signos instrumentales debían ser previamente conocidos para luego llevar hacia su significado, como el humo, primero vemos el humo y sólo en un segundo momento vamos al fuego como significado por el humo. Pero el signo de tipo formal no requiere ser conocido previamente, sino que el acto con el cual lo conocemos a él es el mismo acto con el que conocemos la realidad significada, simultáneamente, en un solo momento. Pensemos en un espejo, cuando nos vemos al espejo nuestra mirada se dirige directamente a nuestro reflejo en el espejo, y sólo luego, si queremos, podemos mirar al espejo como tal.
Algo parecido sucede en lo que venimos tratando, al entender el concepto de árbol entendemos directamente el árbol, y luego si queremos podemos reflexionar  y estudiar los conceptos con que pensamos la realidad, la clave está en comprender que nuestro pensamiento se dirige siempre hacia la realidad, ese es su impulso natural, su tendencia, su naturaleza. Estudiar nuestros pensamientos, o el lenguaje con que lo expresamos es sólo un momento secundario, reflexivo.
De manera que es correcto llamar “intentiones” a los conceptos, pues con ellos, en ellos y por ellos la realidad se hace presente en nuestro pensamiento y podemos conocer.
Veamos ahora la errónea postura moderna. Desde Descartes se viene enseñando que sólo conocemos nuestros conceptos y nunca la realidad. El filósofo Kant fue Talvez quien supo sacar mejor las consecuencias de esta forma de entender el conocimiento, por eso su filosofía ha sido llamada “Idealismo”, que significa precisamente que conocemos ideas, y la realidad permanece siempre más allá de nosotros, inalcanzable.
 ¿Comprenden que el Idealismo consiste en el olvido de la intencionalidad cognoscitiva?
El Realismo consiste en afirmar que nuestros conceptos los conocemos sólo por reflexión, en un segundo momento, primeramente es la realidad lo que conocemos. ¿Por qué? Pues porque los conceptos son “intentiones”, remiten, envían, dirigen, hacen tender hacia, etc. Son transparentes, casi se puede decir que la inteligencia al dirigir su mirada hacia un concepto no ve el concepto, sino que en su transparencia conoce la realidad.
El error de Descartes y de todos los idealismos está en no ver que cuando pensamos siempre pensamos en algo, nunca se da un pensar sin un objeto pensado. Todo acto de pensamiento es intencional, es decir que en todo acto de pensamiento nos dirigimos hacia algo. Descartes decía “Cogito ergo sum”, pienso luego existo, pero ¿en qué piensa Descartes? Para pensar debe pensar en algo pues la realidad siempre es previa al conocimiento, debe haber una realidad para que haya pensamiento, de lo contrario, ¿en qué pensaríamos?
El caos comienza cuando se acepta que el fundamento de la realidad es el pensamiento, incluso de nuestra propia existencia, como en Descartes, porque si ponemos el pensamiento como fundamento entonces hacemos del pensamiento un principio absoluto, de manera que el pensamiento pasa a ser como un dios del que todo depende y al que todo se reduce como a su principio, y nada que esté fuera del pensamiento es válido, ni real.
Demos un paso más. Descartes ponía como fundamento el pensamiento, pero resulta que el pensamiento no se ve, entonces, ¿cómo estudiarlo?, la respuesta de estos filósofos es que hay que estudiarlo en el lenguaje, y a eso le llaman filosofía del lenguaje. Ésta consiste en decir que Descartes se equivocó al decir que la realidad era el pensamiento, pues la única realidad es el lenguaje, sólo existe el lenguaje.
Habíamos detenido nuestra exposición sobre Saussure y Derrida para aclarar algunas cosas sobre el signo. Esperamos haberlo hecho sin enredar mucho las cosas. Ahora estamos en mejores condiciones para seguir con la exposición de lo que hemos llamado relativismo lingüístico, que es una de las consecuencias de ese triunfo del relativismo sofista en la sociedad actual del cual hemos estado hablando desde el inicio, y que consideramos como la clave central para comprender nuestra época, que es una época de crisis relativista.

sábado, 23 de abril de 2011

SOBRE EL SIGNO

ALGUNAS ACLARACIONES SOBRE LA NATURALEZA DEL SIGNO

Hemos estado hablando últimamente de algunas consecuencias de la concepción relativista-sofista de la vida, y nos habíamos detenido particularmente en las que se referían al lenguaje.
Revisamos brevemente una de las tesis básicas del relativismo lingüístico, la del “signo arbitrario” y veíamos cómo ésta sola idea era suficiente para derribar  toda la concepción natural del lenguaje, al introducir la subjetividad tirana no sólo en la creación del signo material sino también en la determinación de la naturaleza misma del acto de significar, el cual quedaba reducido a una mera relación “intrasistémica” alejada de toda representatividad del mundo real.
En esta oportunidad quisiéramos detenernos un poco para explicar qué es el signo, que es el significar, y así poder dejar más en claro el tema que venimos abordando, pues el lenguaje es un sistema de signos, las palabras que escribimos o hablamos son signos, por tanto tener una idea clara de la naturaleza del signo ayudará a comprender el giro absoluto que supone el relativismo lingüístico.
Sabemos que no son temas fáciles, tampoco son imposibles y tienen el incentivo de ser verdaderamente esenciales para ir estructurando una comprensión del mundo que nos rodea que vaya mucho más allá de los tópicos que nos sirven los noticieros y periódicos, los cuales sólo sirven para distorsionar las cosas y hacernos cada vez más acríticos respecto de la sociedad en que vivimos y respecto de nosotros mismos. Empecemos pues.
Llamamos signo a todo aquello que nos lleva al conocimiento de algo distinto al signo mismo. Antiguamente solían decir: quod potentiae cognoscitivae aliud a se repraesentat” signo es aquello que presenta a la potencia cognoscitiva algo distinto de sí mismo, como haciendo sus veces, el signo es entonces un vicario de algo distinto a él mismo. De esta definición se desprenden dos cosas:

1-     El signo es distinto de aquello que significa. Pues nada es signo de sí mismo
2-     El signo está determinado y medido por aquello que significa, pues la realidad significada es primero que su signo. El fuego es primero que el humo.
Por ejemplo: el humo es signo del fuego, es distinto del fuego, depende del fuego y el fuego es primero que él.
Podemos dividir el signo de la siguiente manera:

1-      Signo natural: es aquél en el cual la relación de significación viene dada por la naturaleza de las cosas, como el humo y el fuego, pues es natural que el humo sea signo del fuego.
2-      Signo artificial: es aquél en el cual la relación de significación no viene de la naturaleza de las cosas sino de la voluntad humana, como las señales de tránsito o estas palabras con que estoy escribiendo.

El signo natural se divide así:
1-      Signo instrumental: es aquél que debe ser conocido en primer lugar para así poder llevar al conocimiento de su significado. Como el humo, pues primero se debe ver el humo para poder comprender que hay fuego.
2-      Signo formal: es aquél que no es necesario conocer primero para conocer la realidad significada. Como los conceptos mentales, las ideas. Pues al comprender un concepto no comprendemos el concepto mismo sino aquella realidad de la cual el concepto es imagen.
Aquí es donde recae el error del idealismo y del racionalismo. Desde Descartes se ha venido creyendo que lo primero que conocemos son nuestras ideas, y como sólo tenemos ideas entonces nunca sabremos si conocemos la realidad o no. Kant fue el filósofo que sacó todas las consecuencias de esta doctrina. Él decía que nunca podemos conocer las cosas en sí sino sólo nuestras ideas. Este grave error ha dado origen a muchos enredos y equivocaciones desde hace siglos. Según estos filósofos la realidad es para nosotros imposible de conocer pues sólo conocemos ideas y nunca cosas.
Esto llevó a muchos a decir que la única realidad eran las ideas, nada más, y filósofos como Hegel armaron tremendos sistemas para interpretar el mundo según esta visión de las cosas, sistemas tan absurdos y tan fantasiosos que en verdad da pena ver que tantos hombres hayan dedicado sus vidas al estudio y a la defensa de algo tan infundado, o mejor dicho fundado sobre un error que bien hubieran podido evitar estudiando sin tantos prejuicios la verdadera naturaleza de los signos y de los conceptos.
Vean ustedes; una cosa es ser signo “ex quo” y otra distinta es ser signo “in quo”. Signo ex quo es aquél “a partir del cual” se conoce lo otro, como el humo a partir del cual conocemos el fuego. Signo in quo es aquél “en el cual” conocemos la cosa, como el concepto “hombre” en el cual conocemos la esencia de hombre y no el concepto mental hombre. Los conceptos con que pensamos pueden ser conocidos pero luego de una reflexión, en la cual detenemos el impulso natural de nuestra inteligencia que siempre está dirigido a las cosas, y lo dirigimos hacia nuestros propios pensamientos. Los conceptos nos ayudan a conocer sin ser ellos conocidos, es como si fueran signos transparentes, al conocerlos conocemos la realidad que significan pero ellos mismos permanecen como ocultos, toda su labor consiste en llevar, en remitir, en enviar hacia la realidad que significan. Al tener el concepto de “hombre” o de “caballo” lo que inmediatamente conocemos es aquella realidad que es la esencia del hombre o del caballo, y sólo secundariamente y de manera reflexiva podemos ir a nuestro pensamiento y tratar de estudiar la naturaleza de esos conceptos con que pensamos la realidad.
En la edad media todo esto que venimos diciendo lo resumían en una sola palabra: “intencionalidad”. Ellos llamaban “intentio” a la naturaleza de los conceptos con que pensamos. Los conceptos tenían según ellos una naturaleza “intencional”.
¿Qué significaba esto?
Trataremos de dar respuesta a esta pregunta en la próxima entrada.

viernes, 22 de abril de 2011

RELATIVISMO Y LENGUAJE (2)

FERDINAND DE SAUSURRE Y JACQUES DERRIDA

Ya decíamos anteriormente que Sócrates es el padre de la filosofía occidental y del sentido realista del pensamiento.  Su tarea fue siempre la búsqueda de la verdad, del “logos” de la realidad, por eso acosaba a sus compatriotas con preguntas todo el día, tratando de  llevarlos al encuentro de las cosas por medio de las preguntas y del esfuerzo intelectual. De otra parte estaban los sofistas para quienes la búsqueda de la verdad no significaba nada, iban siempre tras la utilidad y el lucro. El anhelo desinteresado de la verdad no existía para ellos.
De aquí que Sócrates atacara con tanta fuerza la retórica de los sofistas pues con ella sólo buscaban convencer a la gente, sin importar la verdad o falsedad de las ideas. También dijimos ya que Gorgias tenía una postura mucho más radical que Protágoras. Según Gorgias la verdad no existe, si existiera no la podríamos conocer y si la pudiéramos conocer sería imposible comunicarla a otros. Según Protágoras la verdad existe, pero es una verdad  individual, cada hombre construye la verdad y no existe la verdad universal; lo cual significa que cualquier opinión puede ser verdadera siempre y cuando haya alguien que al sostenga, pues el hecho de ser sostenida por un individuo le da derecho a existir y a no ser criticada por nadie, pues al no existir una regla general de verdad nadie posee el derecho de imponer la suya a los demás sino que se debe tener una tolerancia infinita hacia todas las opiniones.
Ambas posturas, la de Gorgias y la de Protágoras nacen de la ignorancia de lo que es la verdad; y de la renuncia a no buscarla y a no valorarla, ambas conducen al relativismo universal.
Ahora vamos a complicar un poco este escrito. Vamos a referirnos al filósofo francés Jacques Derrida, pero antes un par de palabras sobre Ferdinand de Sausurre.
Sausurre es considerado el padre de la teoría estructuralista, pues fue el fundador de la lingüística moderna que es la base de aquella teoría. Una de sus ideas más conocidas es la llamada “arbitrariedad del signo”, según esta idea los signos que usamos en el lenguaje (las palabras: silla, conejo,árbol,lápiz.amor,estrella,célula,etc.) son sólo construcciones arbitrarias del hombre sin relación alguna con la realidad objetiva. Tratemos de explicar esto un poco más. Es obvio que los hombres  inventamos las palabras que usamos, los términos no nacen de los árboles como las manzanas ni salen de la tierra como las papas. No son productos naturales sino artificiales, fruto del ingenio humano.
 Hasta aquí no se equivoca el estructuralismo. Pero su error está en no ver que usamos las palabras para referirnos a la realidad, para “decir” la realidad, en nosotros el lenguaje está abierto a la realidad y sirve como medio para expresarla y comunicarla. Según el estructuralismo las palabras no tienen una referencia a la realidad sino al “sistema” dentro del cual es utilizada.
 Es como si dijéramos que las palabras no tienen significado sino uso. Usamos las palabras para comunicarnos dentro de un determinado sistema lingüístico pero nunca para referirnos a una supuesta realidad. El lenguaje está cerrado en sí, no comunica la realidad sino que sólo es útil para desenvolvernos en determinado sistema lingüístico.
Según esto las palabras no se diferencian unas de otras por el hecho de que unas se refieran a unas cosas y otras a otras, esto sería aceptar que las palabras se refieren a cosas; lo que en verdad diferencia las palabras entre sí es simplemente que dentro del sistema lingüístico unas son utilizadas para algo distinto que el uso que dentro del sistema se le da a las otras; todo depende del sistema. Un ejemplo: la palabra “virtud”. El hombre crea la palabra para ser usada dentro de un determinado universo lingüístico, y sólo dentro de ese sistema la palabra “virtud” tiene un sentido; fuera de ese sistema puede que la palabra no exista o que tenga un sentido distinto. ¿”Significa” lo mismo el vocablo “virtud” en el universo lingüístico Chino o Árabe que al interior del universo europeo, suramericano, etc.? Seguramente no, esto significa que las palabras no tienen un sentido referencial a la realidad sino que todo su sentido viene determinado por el uso que de él se haga al interior del sistema lingüístico. Ya es posible notar cómo esta concepción del lenguaje es relativista.
En otras palabras se puede decir, como consecuencia de lo anterior, que los hombres nunca tenemos acceso a la realidad sino que siempre estamos encerrados dentro de nuestros universos lingüísticos. Una cosa es la realidad y otra el lenguaje, pero como el lenguaje no refiere a la realidad entonces respecto de la realidad no sabemos ni siquiera si existe, y en verdad no importa porque nos es suficiente con un lenguaje que al menos nos permita convivir en sociedad.
en la siguiente entrada nos ocuparemos del filósofo francés Jacques Derrida.

jueves, 21 de abril de 2011

RELATIVISMO Y LENGUAJE

El lenguaje es quizá, después de la realidad misma y de la moral, lo más golpeado por el relativismo sofista. Normalmente estamos acostumbrados a creer que al nombrar algo, como una planta o un carro o un hombre o una virtud estamos efectivamente refiriéndonos a cosas que existen en la realidad, es decir, en forma independiente a nosotros, como explicábamos en la entrada anterior. Esta es la creencia común. Es lo que siempre se ha creído. A nadie se le ocurriría pensar que cuando hablamos nuestras frases no se refieren a la realidad sino a construcciones mentales de cada uno sin ningún vínculo con el mundo real. Cuando decimos “esta silla es blanca”, queremos significar que independientemente de mí, incluso si yo desapareciera y desaparecieran conmigo todos los seres humanos esa silla aún existiría y seguiría siendo blanca; pero de ninguna manera queremos decir “a mí me parece que esta silla es blanca, pero también es negra, roja, verde, azul, todo depende de la opinión de cada uno”.
Pues bien; precisamente esa segunda opción es la opción relativista para el lenguaje. Recordemos que una de las tesis de Gorgias es que no podemos comunicar la verdad aunque la conociéramos. De manera que para Gorgias el lenguaje (escrito, oral,) no es un medio  que usemos para “decir” la realidad, sino que es  tan sólo un instrumento útil para las sociedades, útil para convencer, útil para persuadir a otros, útil para solucionar problemas inmediatos, útil para hacer reclamaciones y exigencias, etc. Pero jamás útil para reflejar la realidad ni comunicarla entre nosotros.
Fijémonos un poco; el problema no es tan simple como parece, porque alguno podría decir: “bueno y ¿en que me afecta a mí que el lenguaje no transmita realidad sino que sea tan sólo un elemento útil para nuestra vida en sociedad?” en mucho querido amigo. Te contesto con otra pregunta: ¿Qué pasaría si lleváramos esta teoría hasta sus últimas consecuencias y dijéramos que existen tantos lenguajes como individuos?¿qué pasaría si dijéramos que cada individuo construye su lenguaje y es libre de dar a cada vocablo el sentido que le dé la gana pues nadie tiene derecho a imponer a las palabras un sentido específico? ¿Qué pasaría si las palabras no refirieran a la realidad sino a lo que cada uno quisiera? Pues pasaría que habríamos llegado al fin de la sociedad humana. Al no existir comunicación cada hombre se convertiría en un individuo aislado, solitario, encerrado en sí mismo sin posibilidad de contacto.
Alguno se preguntará por qué la sociedad aún funciona si es verdad, como hemos venido sosteniendo, que estamos en el reinado del relativismo. La respuesta es más o menos la siguiente: ante todo hay que tener en cuenta la radical incoherencia del corazón humano. Raras veces los seres humanos somos capaces de llevar hasta el extremo las teorías que decimos sostener; por lo general nos quedamos en puntos medios o mediocres y tendemos a sentir miedo de los extremos. Abunda por el mundo la gente que es buena a medias o mala a medias y son escasos los que se atreven a ser buenos del todo o malos de todo.
Por otra parte, de un tiempo para acá sobre todo luego de la segunda guerra mundial y aún más luego de la caída, al menos pública, del comunismo soviético muchos intelectuales empezaron a promover la idea de que en adelante y hacía el futuro la humanidad debía concentrarse más en las cosas en común que en las diferencias, pues el nazismo, el comunismo, el racismo, etc. Nos habían enseñado con mucha claridad cuál era el destino de todas esas visiones del mundo que pretendían ser las únicas verdaderas. De manera que ahora, en vez de construir sistemas intolerantes, exclusivistas, cerrados; lo que se debía hacer era construir un universo sin diferencias donde los hombres nos pusiéramos de acuerdo en lo esencial, donde todos pensaran más o menos lo mismo, donde hubiera un consenso o acuerdo general acerca de algunos temas y que el resto de aspectos como ideas morales, ideas religiosas, ideas metafísicas quedaran reducidas a una mínima influencia social, aspirando a que llegara el momento en que fueran extinguidas totalmente.
En este panorama podemos usar de ejemplo las teorías del filósofo alemán Jurgen Habermas. Este filósofo propone el abandono de la búsqueda de la verdad y en su lugar dedicarnos sólo a lograr consensos sociales suficientes para la existencia de la sociedad. También están las teorías de algunos filósofos estadounidenses pertenecientes a una corriente dedicada al análisis del lenguaje, cuya idea central es la misma que defendía Gorgias hace más de 2500 años, el lenguaje no transmite la realidad de las cosas, sino que es tan sólo una construcción subjetiva útil para la vida en sociedad. Veremos esto con más detenimiento en otra entrada.

RELATIVISMO PRÁCTICO

SOFISTAS-RELATIVISTAS PRÁCTICOS

En la edad media uno de los mayores cuidados que se tenía era definir correctamente las palabras que se usaban, de manera que lo que se dijera fuera lo más claro y entendible que se pudiera. Esto era evidentemente una señal de honestidad y de respeto por aquellos hacía quienes se dirigían.
De hecho la definición de las palabras ocupaba un gran lugar en la vida intelectual de los medievales, en ocasiones se detenían durante largo tiempo en investigaciones etimológicas con la sola intención de estar del todo seguros del sentido de vocablo antes de usarlo.
Junto a esto había también una convicción de fondo. Los medievales creían, como cree todo hombre normal, que las palabras se referían a cosas que existían independientemente de nosotros. Lo cual significaba que dado el caso extremo de que todos los seres humanos desaparecieran de la tierra las cosas seguirían existiendo y seguirían siendo lo que eran pues su existencia no dependía de las personas, sino que existían en sí mismas.
Estos dos rasgos, claridad y objetividad en el lenguaje, eran las características básicas de lo que se ha llamado el “Realismo” medieval o “Realismo” tomista, por ser Santo Tomás de Aquino  el principal representante de esta postura.
Entonces, existen cosas independientes de mí, cosas que están ahí, y que yo puedo conocer. No sólo conocer que ellas existen sino también conocer como existen, la manera que tienen de existir, lo que se llamaba la “esencia” de algo; la esencia de una cosa era lo que distinguía a esa cosa de todo lo demás, lo que se contestaba cuando se preguntaba qué era esa cosa, se contestaba señalando la esencia, y no sólo señalándola sino “diciéndola”, el lenguaje era el vehículo de transmisión de la realidad, a través del lenguaje los hombres nos comunicábamos “desde” la realidad, “desde” la objetividad. El lenguaje no era una construcción totalmente arbitraria y caprichosa de los hombres, sino que era ante todo el medio usado para “decir” la realidad, para hablar de lo real, y para comunicarla a otros.
Obviamente como base de toda esta idea estaba la profunda convicción de que el ser humano tenía entre sus facultades, entre sus capacidades, entre sus potencias, una llamada inteligencia, que le permitía, como su mismo nombre indica, “leer el interior” de lo real (inteligencia=intus legere=leer lo interior). Aquello que de las cosas conocemos por medio de nuestros sentidos  es sólo una parte de la realidad, la parte más superficial, y sabemos que es así puesto que estos “aspectos” de la realidad pueden variar sin que cambie la realidad misma. Pensemos en un caballo. Tiene un color, una forma, un tamaño, etc. Pero estos elementos sensibles no “son” el caballo como tal, sino sólo ciertos aspectos suyos, la prueba está en que si estas características fueran distintas, si fuera de otro color, un poco más grande o le faltara una pata, no obstante seguiría siendo el mismo caballo; lo cual significa que “bajo” estas apariencias sensibles debe haber “algo” más, y ese “algo” que en cierta forma se manifiesta en lo sensible pero que no es lo sensible, sino que permanece en el “interior” es posible conocerlo sólo con la inteligencia, que vendría a ser algo así como la facultad de comprender lo que está más allá de lo sensible.
También se podría decir que sólo con la inteligencia captamos cosas como la justicia, la prudencia, el amor, la valentía, la honradez; porque con nuestros sentidos podemos “ver” actos de valentía o de amor, pero comprender que tal acto es “valentía” o “amor” es privilegio exclusivo de la inteligencia; o ¿alguna vez hemos visto caminando por ahí la valentía?
Este es a grandes trazos la concepción llamada “realismo”, claro que se compone de muchos más elementos, pero lo básico se podría resumir en las siguientes tres ideas:
1-      Existe la realidad
2-      Podemos conocerla
3-      Podemos comunicarla mediante el lenguaje
Supongo que los que han leído las entradas anteriores en este momento habrán notado ya que son justo tres ideas contrarias a la famosa frase de Gorgias; recordemos que Gorgias decía:
1-      No existe la realidad
2-      Si existe no la podemos conocer
3-      Si la podemos conocer no la podemos comunicar
La oposición no podría ser mayor, se trata de una verdadera contradicción. Si la postura realista es verdad entonces ya no puede ser verdad la postura sofista-relativista, y viceversa. No hay un término medio. No hay un acuerdo posible; son dos posiciones que se excluyen mutuamente.
Actualmente para nadie es ya un secreto que la concepción sofista-relativista ha triunfado totalmente en nuestra sociedad; esto no quiere decir que si agarramos a alguien por la calle nos va a decir que es un seguidor de Gorgias y que está en contra de los realistas de la edad media, no. Talvez sólo entre los “filósofos” actuales (pongo la palabra filósofos entre comillas porque significa “amante de la sabiduría” y ¿cómo puede ser amante de la sabiduría alguien que niega incluso la existencia de la verdad?) podríamos hallar este tipo de respuesta; en el común de la gente, que son la inmensa mayoría, lo que se da es un relativismo práctico, es decir, viven el relativismo, viven como sofistas, sin necesidad de darle un fundamento teórico (lo cual además es imposible).
Y esto no es difícil de comprobar; vemos diariamente personas que viven sus vidas como si todo valiera lo mismo. Todo les da igual, para ellos no existen verdades absolutas; sino que cada quien es libre de pensar lo que le dé la gana y de actuar como le dé la gana, porque todo da igual, nada es mejor que lo demás. De esta forma de concebir las cosas se deriva una tolerancia infinita hacía todas las conductas y hacía todas las ideas, porque si todo vale igual entonces ¿por qué se debería calificar como mala una idea o como perversa una conducta? Cada cual es libre de hacer y pensar como quiera. Esto es el triunfo práctico de los sofista-relativistas. Su triunfo total.
En una próxima entrada veremos con más detenimiento algunas de sus consecuencias.

domingo, 17 de abril de 2011

EL RELATIVISMO

¿Qué es el relativismo?
El relativismo es un mal antiguo. Nos viene, como muchas otras cosas, de los griegos. Es usual otorgar su paternidad a los sofistas del tiempo  de Sócrates. Aunque entre ellos se den algunas diferencias. Por ejemplo uno de ellos de nombre Protágoras (Πρωταγόρας) solía decir que:
 “El hombre es la medida de todas las cosas”
Al paso que un cierto Gorgias (Γοργίας) es famoso por su concepción agnóstica radical resumida en su célebre frase:
“Nada existe. Si algo existiera no podríamos conocerlo. Y si acaso pudiéramos conocerlo, no nos sería posible comunicarlo".
Esta segunda frase es mucho más agresiva que la primera; más radical. En efecto lo que esa frase sugiere es la total impotencia del hombre para alcanzar la verdad de las cosas, la realidad, lo que llamábamos en la entrada anterior la naturaleza de los seres. Al paso que la primera, sin anular totalmente la existencia de lo verdadero lo reduce a mera construcción subjetiva del hombre. De manera que la única verdad sería la verdad individual; la que cada uno hace, la que cada uno se fabrica. Sería el reino de lo que alguien ha llamado “la opinionitis”, verdadera plaga del mundo actual.
Pero en definitiva ambos miran hacia lo mismo, la eliminación del concepto de verdad objetiva. La implantación del relativismo gnoseológico primero, del cual brotará luego el relativismo moral como obvia consecuencia. Decíamos antes que la moral es la aplicación de nuestro conocimiento de la naturaleza humana en orden a determinar los cauces comportamentales conducentes al logro del fin del hombre. Para usar una analogía un poco atrevida diríamos que antes de usar un aparato electrónico primero leemos el manual de instrucciones en el cual se nos enseña cómo utilizarlo de forma correcta; nadie usa ningún aparato, desde los más sencillos hasta los más complejos, sin antes asegurarse de que sabe con precisión como hacerlo, de lo contrario se expone a dañarlo por un mal uso. En este ejemplo, mutatis mutandis, ese manual sería como el código moral de ese aparato.
Y ¿quién hace el manual? Pues el mismo que fabricó el aparato, esto es de una obviedad pasmosa. Los manuales nos vienen de fábrica, es evidente que sólo aquel que fabricó el aparato puede decirnos cuál es la forma correcta de utilizarlo. En el fondo lo que queremos que se entienda es lo siguiente: cuando se dice que una determinada conducta es moralmente mala, lo que se quiere decir es que esa conducta señalada como mala es objetivamente contraria a la naturaleza humana y por tanto objetivamente nociva para quien la realiza. E insistimos en esto porque hay muchos que debido a la gran ignorancia en que vivimos respecto de estos temas creen que la moral es sólo un conjunto de prohibiciones inventado por los curas para controlar a la gente, obligarla a sentir culpas y hacerlas asistir a la iglesia en busca de perdón y de paso dejar sus limosnas. Nada más absolutamente alejado de la realidad, y nunca mejor usada esa palabra “realidad”. La moral tiene un fundamento real, objetivo, verdadero y ese fundamento es nada más y nada menos que la misma naturaleza humana. Para seguir con el ejemplo del aparato electrónico ¿Qué diríamos si alguien toma su computador personal y lo agarra a patadas creyendo que es un balón de fútbol? Evidentemente diríamos que está obrando mal ¿por qué? Sencillamente porque EL COMPUTADOR NO HA SIDO HECHO PARA ESO. Diríamos que tomar a patadas el computador es un acto “moralmente” malo. ¿Entendemos ahora el significado de las expresiones moralmente malo o moralmente bueno? De esto hablaremos más detenidamente en otra oportunidad, por ahora regresemos a nuestro tema, el relativismo.
Decíamos más arriba que la finalidad del relativismo es la eliminación del concepto de verdad objetiva. En el fondo de esta postura está una visión negativa sobre la inteligencia humana. La base de todo el sistema está en concebir a la potencia intelectiva humana como impotente para conocer la verdad. Esto se llama escepticismo y es una teoría que en cada siglo resurge y gana seguidores. Lo paradójico es que quienes la sostienen se pasan su vida entera usando la fuerza de su inteligencia para probar que la fuerza de su inteligencia no puede probar nada. Daría risa si no fuera tan trágico. Ahí está el filósofo Kant como ejemplo. Hombre dotado de un talento tremendo para la especulación, se pasó la vida entera buscando convencer a todos que la inteligencia humana no puede ir más allá de los meros fenómenos de las cosas, que nunca podemos conocer las cosas tal y como en realidad son; y como decíamos arriba, la paradoja está en que este esfuerzo lo realizó usando la fuerza de su inteligencia. Todo relativismo lleva en sí mismo su propia refutación y su propio castigo. Hace más de dos mil años Aristóteles solía repetir que los relativistas deberían estar siempre callados y no decir nada. Porque si es cierto que nada es verdad entonces eso que ellos enseñan tampoco es verdad.

sábado, 16 de abril de 2011

SÓCRATES Y LA SOFÍSTICA

La muerte de Sócrates 

Hace alrededor de 2400 años Sócrates fue condenado a muerte. Los cargos formulados en su contra eran fundamentalmente dos: no reconocer los dioses de la ciudad y corromper a la juventud. Mucho se ha escrito acerca de lo injusto de ambas acusaciones, y lo injusto del juicio en general y sobretodo de la sentencia final. De hecho la muerte de Sócrates ha sido comparada, guardando las obvias distancias, con la injusta muerte de Cristo; y son muchos los escritores de todos los tiempos los que se han entretenido encontrando sutiles analogías entre ambas figuras históricas.
La vida de Sócrates es la vida de un luchador. ¿Contra quién luchó Sócrates? La respuesta es fácil hallarla en cualquier manual de historia de la filosofía; en efecto todos nos dirán que los adversarios contra los cuales Sócrates dirigió la fuerza inmensa de su talento fueron los sofistas. Y ¿Quiénes eran los sofistas? Acerca de los sofistas también se ha escrito mucho; fundamentalmente se puede decir que eran maestros especialistas en retórica. Pero no al modo como puede serlo un retórico normal. Para ellos la retórica lo era todo. Es decir que para ellos no existía la verdad, la ciencia, el conocimiento objetivo de la realidad de las cosas. Sólo existía la palabra, el discurso; y se proponían enseñar a las personas como hablar acerca de cualquier cosa defendiendo tanto los pros como los contras, sin importarles para nada la verdad de las cosas. Sólo importaba convencer, persuadir, ganar seguidores a través de discursos bien hechos; no es una casualidad que el periodo de aparición de los sofistas coincida con el periodo en que Grecia veía el auge del sistema democrático, oportunidad única para que la plebe pudiera destacarse públicamente y aspirar a cargos de relevancia.

En este ambiente contar con maestros hábiles en el arte de convencer, de arrastrar, de persuadir, fue de un valor incalculable. De hecho se dice que estos sofistas cobraban dinero por sus enseñanzas, lo cual los hacía odiosos a los ojos de los verdaderos filósofos, quienes por el contrario siempre habían vivido con la convicción de que la sabiduría descendía a los filósofos para que estos fueran sus dispensadores a los hombres, en beneficio de todos y jamás con afán de lucro.
En este contexto la figura de Sócrates se levanta como un enorme faro dispuesto a evitar el naufragio de la razón humana. Para Sócrates, el hombre posee la capacidad de conocer la verdad de las cosas, posee la capacidad de tener conocimientos objetivos de la realidad que lo rodea y también de sí mismo. La verdad y el error existen y podemos conocerlos y distinguirlos. Pero quizá lo más importante es que para Sócrates existe una verdad acerca del hombre mismo. Es decir que el hombre es un ser de la naturaleza, que como todo otro ser posee una forma bien definida de existir, posee una esencia, posee una naturaleza que lo hace ser lo que es y no otra cosa; la naturaleza o esencia de algo (incluido el hombre) es aquello que somos, aquello que se responde cuando se pregunta ¿qué es Sócrates?, Sócrates es un hombre, y ¿Qué es ser hombre? Y así sucesivamente hasta llegar a determinar con precisión la esencia humana. Una de las consecuencias de esta visión socrática de la realidad es que el fin de cada ser está en obrar de acuerdo con su naturaleza.  
Así, el fin del árbol es obrar como árbol y no como perro. El del perro es obrar como perro y no como árbol, y así de todo lo demás, incluido el hombre. El fin del hombre consiste en obrar en conformidad con su naturaleza humana, de manera que toda conducta que sea realizada contrariamente a esa naturaleza será una conducta errada, viciosa, y dañina. Sería un obstáculo, un impedimento y se constituiría en una verdadera autoagresión.
Para Sócrates los sofistas eran los grandes destructores del hombre, pues al destruir la capacidad de la inteligencia humana para conocer la verdad de las cosas se destruía no solamente el fundamento de la ciencia sino también y más grave aún  el fundamento de toda moralidad. La moral es la ciencia que, al estudiar la naturaleza humana concluye estableciendo los cauces por los cuales ha de fluir la conducta humana para obrar siempre de conformidad con esa naturaleza, para alcanzar el fin. Pero si los sofistas están en lo cierto, si la razón humana no está facultada para el conocimiento de la realidad, de la naturaleza de las cosas, si es tan sólo una facultad encargada de crear bonitos discursos pero desconectados de toda realidad, entonces se hace inevitable caer en el relativismo. Precisamente el relativismo es la doctrina según la cual, al no existir ni la verdad ni el error entonces todo vale por igual, todo está permitido, todo es verdad y todo es falso, ningún comportamiento es malo, ningún comportamiento es bueno; todo se reduce a opiniones personales, a puntos de vista, a perspectivas, a elecciones personales sin fundamento, caprichosas.
Ante semejante caos Sócrates reacciona y dedica su vida entera y la totalidad de sus fuerzas a recordar a los hombres la existencia de esa noble facultad humana, la inteligencia, dueña de la capacidad de descubrir la verdad de las cosas, la naturaleza de los seres, los modos de ser, en una palabra: la realidad. Esta defensa de la inteligencia terminó costándole la vida, pues sus enemigos jamás le perdonaron que fuera la piedra en el zapato de tantos contemporáneos quienes preferían quizá el universo ofrecido por la sofística, el fácil universo del relativismo, de la ausencia de valores y principios.
Es por ello que hemos escogido la muerte de Sócrates como imagen central del blog. Creemos que se trata verdaderamente de un símbolo eterno, destinado a no morir muriendo. Y de paso a inspirar a otros, quienes en el transcurso de los siglos que estaban por venir, estarían destinados como nosotros a vivir en una época dominada por los sofistas. Y precisamente de esto queremos tratar en las siguientes entradas; nuestra tesis será la siguiente: el mundo actual es semejante al mundo socrático; pululan los sofistas.