domingo, 22 de noviembre de 2015

Encíclica “Sapientiae Christianae” de S.S. León XIII sobre los deberes de los ciudadanos cristianos


 

Cada día se deja sentir más y más la necesidad de recordar los preceptos de cristiana sabiduría, para en todo conformar a ellos la vida, costumbres e instituciones de los pueblos. Porque, postergados estos preceptos, se ha seguido tal diluvio de males, que ningún hombre cuerdo puede, sin angustiosa preocupación, sobrellevar los actuales ni contemplar sin pavor los que están por venir.

Y a la verdad, en lo tocante a los bienes del cuerpo y exteriores al hombre, se ha progresado bastante; pero cuanto cae bajo la acción de los sentidos, la robustez de fuerzas, la abundancia grande de riquezas, si bien proporcionan comodidades, aumentando las delicias de la vida, de ningún modo satisfacen al alma, creada para cosas más altas y nobles. Tener la mirada puesta en Dios y dirigirse a Él, es la ley suprema de la vida del hombre, el cual, creado a imagen y semejanza de su Hacedor, por su propia naturaleza es poderosamente estimulado a poseerlo. Pero a Dios no se acerca el hombre por movimiento corporal, sino por la inteligencia y la voluntad, que son movimientos del alma. Porque Dios es la primera y suma verdad; es asimismo la santidad perfecta y el bien sumo, al cual la voluntad solo puede aspirar y acercarse guiada por la virtud.

Progreso material retroceso espiritual

sábado, 14 de noviembre de 2015

Naturaleza del conocimiento intelectual humano


El conocimiento intelectual humano, como todo conocimiento finito, es una actividad inmanente, acoplada o ajustada perfectamente al objeto inmediato sobre que versa. Y es precisamente ese objeto inmediato el que marca la diferencia entre cada especie de conocimiento, y entre cada acto individual de conocer. Por eso, la "naturaleza específica" del conocimiento intelectual humano hay que extraerla de la naturaleza específica de todos los objetos inmediatos de los distintos actos de conocer de la facultad intelectiva del hombre; naturaleza específica que constituye, sin más, el llamado "objeto propio" de dicha facultad.





Pues bien, el objeto propio del intelecto humano está constituido, en cuanto a su contenido, por las esencias abstraídas de las cosas corpóreas, y, en cuanto a su estatuto "objetual", por la universalidad y la necesidad, tal como luego explicaremos. Por lo demás, dicho objeto propio es, desde luego, una concreción del objeto común de todo intelecto, que es, como ya se ha afirmado, la entidad misma, el ser y la esencia de las cosas. 
                                                    
En efecto, lo que conoce el intelecto humano, de manera directa e inmediata, ni son los accidentes exteriores de las cosas corpóreas, que constituyen, en general, los objetos propios de los distintos sentidos, ni son tampoco las esencias simples de las sustancias incorpóreas, que sólo indirectamente podemos conocer, y con grandes limitaciones además, sino que lo que nuestro intelecto conoce, de manera directa e inmediata, son las esencias de las sustancias corpóreas, en tanto que abstraídas, a partir de los datos aportados por nuestros sentidos externos e internos.

Como escribe SANTO TOMÁS a este respecto: "El objeto cognoscible está siempre proporcionado a la potencia cognoscitiva. Pero tres son los grados de la potencia cognoscitiva. Existe una que es acto de un órgano corporal, a saber, el sentido, y así el objeto de la potencia sensitiva es la forma en cuanto existente en la materia corporal (...). Existe otra potencia cognoscitiva que ni es acto de un órgano corporal ni está de alguna manera unida a la materia corpórea, como el intelecto angélico, y así el objeto de ella es la forma subsistente sin materia (...). Existe, finalmente, el intelecto humano, que ocupa un lugar intermedio, pues no es acto de algún órgano corporal, aunque sí es una potencia del alma que es forma del cuerpo (...); y, por eso, lo propio de él es conocer la forma que existe individualmente en la materia corporal, pero no en cuanto existe en tal materia. Ahora bien, conocer aquello que existe en la materia individual, pero no en cuanto existe en tal materia, es abstraer la forma de la materia individual representada en alguna imagen sensible. Luego es preciso que nuestro intelecto entienda las esencias de las cosas materiales, abstrayéndolas de las imágenes sensibles; y, por las cosas materiales así consideradas, podemos llegar después a cierto conocimiento de las inmateriales".

Por lo demás, el conocimiento intelectual humano de dichas esencias de las cosas corpóreas no es, desde luego, perfecto y exhaustivo, pues se lleva a cabo en dependencia y a partir del conocimiento de nuestros sentidos, que no son capaces de captar las esencias mismas de las cosas corpóreas, sino sólo los accidentes externos de ellas. Sin embargo, nuestro intelecto aprehende, de un modo natural, las notas esenciales más simples y sencillas de todas las cosas, y a partir de ahí, puede llegar al conocimiento más determinado de la esencia de cada cosa. Todo lo cual puede verse refrendado por estos otros textos de Santo Tomás:

"Como quiera que el sentido, donde comienza nuestro conocimiento, versa sobre los accidentes externos, que son sensibles por sí, como el color, el olor, etc., nuestro intelecto no puede llegar, a través de tales accidentes, a un conocimiento perfecto de las esencias de las cosas materiales, ni siquiera de aquellas cuyos accidentes son adecuadamente conocidos por el sentido".

"El intelecto humano está ordenado por naturaleza a comprender la esencia de las cosas, y por ello procede aquí de un modo natural (...). Pues están naturalmente insertas en nuestro intelecto ciertas concepciones, conocidas por I todos, como las de ente, de uno, de bueno, y otras semejantes, a partir de las cuales procede el intelecto al conocimiento de la esencia de cada cosa, del mismo modo que, a partir de los principios evidentes de suyo, procede nuestra razón al conocimiento de las conclusiones que de ellos se derivan".

Y si este es el objeto propio de nuestro intelecto en cuanto a su "contenido", por lo que se refiere a su "estatuto objetual", es decir, a las condiciones de tal objeto en tanto que objeto, dichas condiciones son, como hemos dicho, la universalidad y la necesidad.

En efecto, todo lo que es objeto de nuestro conocimiento intelectual se nos presenta como algo abstraído de la singularidad más estricta, y, por consiguiente, como universal, esto es, como repetible o multiplicable en muchos individuos dentro del mismo grado de perfección esencial. Y esto no sólo en esencias muy generales, sino incluso en esencias enteramente determinadas desde un punto de vista formal, cual ocurre, por ejemplo, en la esencia de cualquier figura geométrica, como puede ser una circunferencia de un decímetro de radio. Se trata de una esencia bien determinada, a la que, desde el punto de vista de su forma, no se le puede agregar ninguna nueva determinación; y, sin embargo, esa esencia puede ciertamente repetirse o multiplicarse indefinidamente en innumerables individuos. Esta es la razón por la que se dice que el objeto propio de nuestro intelecto es siempre universal.


Y lo mismo ocurre con la necesidad, es decir con la inmutabilidad que acompaña a todo objeto del conocimiento intelectual. Dicha inmutabilidad no es positiva, sino negativa; no se trata de una propiedad que corresponda a una realidad positivamente inmaterial, es decir, espiritual, que, precisamente por ser espiritual, es incorruptible, imperecedera, necesaria. Se trata, más bien, de una carencia o privación. Esa inmutabilidad se debe a la falta de realidad. Lo que no existe no puede moverse o cambiar, y tampoco actuar o producir algo; y el objeto entendido y en cuanto entendido está desprovisto, no sólo de la materia, si es que la tenía, sino también de la existencia real y de la eficiencia. Por eso, lo entendido en cuanto entendido no cambia ni actúa, y tampoco está sometido al tiempo, que no es posible sin el movimiento. Y por esta razón tampoco es posible la memoria, o el reconocimiento del pasado, en relación con los objetos del conocimiento intelectual, en tanto que objetos.


(Tomado de "Metafísica tomista", de Jesús García López)

viernes, 13 de noviembre de 2015

Dios bendiga a Francia


Acerca del inmanentismo, por Jesús García López



En líneas generales, el "inmanentismo" consiste en afirmar que el objeto inmediato del conocimiento, lejos de ser un signo natural de la realidad, y que lleva inexorablemente a ésta, es, por el contrario, como un muro que bloquea enteramente al sujeto cognoscente dentro de su propia intimidad, sin dejarle salida alguna. Pero esto puede ocurrir de varias maneras.

Para el "racionalismo" (DESCARTES, MALEBRANCHE, LEIBNIZ), que comienza por descalificar el conocimiento sensitivo, el objeto del conocer humano -siempre intelectual o racional- son las "ideas". Estas, ciertamente, son como "cuadros" o "retratos" de la realidad; pero no nos consta, ni podemos saber, de entrada, que exista un acuerdo entre nuestras ideas y las cosas reales mismas. Las ideas son siempre inmanentes al pensamiento humano; las cosas, por el contrario, son trascendentes a dicho pensamiento, y, por ello, inalcanzables por nosotros de modo directo. Luego no podemos comparar realmente las ideas con las cosas, ni podemos, por consiguiente, conocer si nuestras ideas se ajustan a las cosas o no. El único modo de salir de este atolladero es recurrir a Dios de una u otra forma.

Descartes dirá que Dios es bueno y veraz, y no puede permitir que sus criaturas se engañen, si ponen todo lo que está en sus manos para evitarlo. Por eso, si nos limitamos a las ideas "claras y distintas", podemos estar seguros de no equivocarnos. La veracidad de Dios es aquí garantía suficiente para evitar el error.

Malebranche, por su parte, recurrirá al "ontologismo". Dios es lo primero que conocemos, y todo lo demás, las cosas, las conocemos en Dios, es decir, en las mismas ideas divinas, a las que, sin duda alguna, se ajustan plenamente las cosas.

Leibniz, por último, recurrirá a la "armonía preestablecida". Nuestras ideas claras y distintas coinciden exactamente con las cosas a las que corresponden, en virtud de una armonía preestablecida desde antes de la creación, por el mismo Dios.

Para el "empirismo", por su lado, que reduce el conocimiento humano al conocimiento sensitivo, tanto los objetos de la "sensación", es decir, las cualidades sensibles, como los objetos de la "imaginación", o sea, las imágenes, (o las ideas, que para el empirismo son lo mismo), se reducen a modificaciones subjetivas, y, por consiguiente, no pueden llevarnos a conocer las cosas exteriores. 

Por eso, dicho sistema filosófico termina por negar la existencia de las sustancias materiales (Berkeley), y aun de toda sustancia, cayendo en el puro "fenomenismo" (Hume).

En cuanto al "idealismo", la tesis fundamental en la que se basa es el llamado "principio de la inmanencia", que conduce inexorablemente a esta conclusión: el ser se identifica con el ser pensado. 

En efecto, el "pensamiento" (en el que se incluye todo tipo de conocimiento) sólo puede alcanzar a lo que está dentro de él. Y si se piensa en algo que esté fuera del pensamiento, por ese mero hecho de pensarlo, no está ya fuera, sino dentro del pensar. 

Por consiguiente, ser y ser-pensado son exactamente lo mismo; el ser sin más se reduce o se agota en ser objeto del pensar. Sólo habría una excepción a esta pura inmanencia de lo pensado, y es la del Sujeto Absoluto, que se capta a sí mismo en una intuición intelectual, en la que se borran las diferencias entre el objeto y el sujeto.

Así es, al menos, en las formas más extremas de idealismo (FlCHTE, SCHELLING, HEGEL), llamado entonces "idealismo absoluto". Estos autores se vinculan, de uno u otro modo, al Pensamiento Absoluto, es decir, a Dios; y así defienden que nada puede existir fuera del Pensamiento Divino. Por consiguiente, el mundo en su integridad (o sea, las cosas todas, y nosotros mismos con ellas) no es más que "un sueño soñado por Dios". De esta suerte, lo único que verdaderamente existe es Dios, y con El, sus propios "pensamientos" o "ideas"; o sea, que nosotros mismos, que también pensamos, quedamos absorbidos por el Pensar divino, y reducidos a meros fenómenos de dicho Pensar. 

Una conclusión, por lo demás, enteramente "panteísta".

Pero el idealismo presenta también otras formulaciones menos drásticas, como son: el "idealismo acosmístico" de Berkeley, o el "idealismo trascendental" de KANT. BERKELEY niega la existencia de la materia, reduciendo el ser de ella a la mera percepción de la que es objeto. 

Así defiende la tesis de que "el ser (de las cosas materiales) se identifica con el ser-percibido" (esse est percipi). Pero, en cambio, no niega la existencia de las sustancias espirituales, entre las que nos encontramos nosotros, y, por supuesto, tampoco la de Dios. En este punto BERKELEY es "realista", por lo que su idealismo es parcial, no total o absoluto.

Por lo que se refiere al "idealismo trascendental" de KANT, valga este breve resumen. En el conocimiento humano hay dos elementos: uno, dado, a saber, las impresiones sensibles, o "intuiciones empíricas", como él las llama, y otro, puesto por el sujeto cognoscente, que son las "formas a priori"; unas a nivel sensitivo, el "espacio" y el "tiempo", y otras a nivel intelectual, que son las doce "categorías" o "conceptos puros" del intelecto. De esta suerte, todo conocimiento humano es una síntesis, que se realiza en dos fases. En un primer momento tenemos la síntesis de las "intuiciones empíricas" con las "intuiciones puras" del espacio y del tiempo, síntesis que da lugar al "fenómeno". Y en un segundo momento tenemos la otra síntesis, entre el "fenómeno" y los "conceptos puros" del intelecto, con lo que se obtiene el "objeto" del conocer.

Y todavía, en el nivel de la razón, se dan otras tres 'formas a priori’, que son las tres "ideas", de "mundo", de "alma" y de "Dios", a las que no es posible encontrar materia alguna, por carecer el hombre de "intuición intelectual .       

En resumidas cuentas, el hombre es incapaz de conocer las cosas como son en sí, o sea, los "noúmenos", y tiene que detenerse en las cosas tal y como aparecen, es decir, los "fenómenos"; ya que se halla como bloqueado por sus "formas a priori", las cuales siendo, como son, comunes a todos los hombres, sin embargo, en nada se parecen o coinciden con las cosas mismas. Respecto de dichas cosas lo único que cabe es "pensarlas", pero no "conocerlas". Y así, suponemos, con algún fundamento, que las cosas extramentales existen, pero desconocemos, en absoluto, lo que son o cómo son.


Como se ve, por poco que se profundice en ello, estas formas de inmanentismo incompleto son, en realidad, formas de "relativismo", o sea, de escepticismo parcial.



(Tomado de "Metafísica tomista", de Jesús García López)