martes, 29 de diciembre de 2015

Virtud y educación: Martín Echavarría

Finalizando un año más, conviene el retorno a lo esencial, a lo verdaderamente importante. Para ello, deseamos compartir como última publicación del año, un texto del psicólogo argentino Martín Echavarría, muy recomendable. En él, Echavarría aborda el tema de la perfección humana desde una óptica tomista. 


sábado, 5 de diciembre de 2015

Psicología del pecado



La raíz del pecado, o sea, lo que le hace psicológicamente posible, es la defectibilidad de la razón humana, en virtud de la cual el hombre puede incurrir en la gran equivocación de confundir el bien aparente con el real y en la increíble insensatez de preferir un bien caduco y deleznable (el placer que proporciona el pecado) a la posesión eterna del Bien infinito.

Todo pecado, efectivamente, supone un gran error en el entendimiento, sin el cual sería psicológicamente imposible. Como ya dijimos, el objeto propio de la voluntad es el bien, como el de los ojos el color y el de los oídos el sonido. Es psicológicamente imposible que la voluntad se lance a la posesión de un objeto si el entendimiento no se lo presenta como un bien. Si se lo presentara como un mal, la voluntad lo rechazaría en el acto y sin vacilación alguna. Pero ocurre que el entendimiento, al contemplar un objeto creado, puede confundirse fácilmente en la recta apreciación de su valor al descubrir en él ciertos aspectos halagadores para alguna de las partes del compuesto humano (v.gr., para el cuerpo), a pesar de que, por otro lado, ve que presenta también aspectos rechazables desde otro punto de vista (v.gr., el de la moralidad). El entendimiento vacila entre ambos extremos y no sabe a qué carta quedarse. Si acierta a prescindir del griterío de las pasiones, que quieren a todo trance inclinar la balanza a su favor, el entendimiento juzgará rectamente que es mil veces preferible el orden moral que el halago y satisfacción de las pasiones, y presentará el objeto a la voluntad como algo malo o disconveniente, y la voluntad lo rechazará con energía y prontitud. Pero si, ofuscado y entenebrecido por el ímpetu de las pasiones, el entendimiento deja de fijarse en aquellas razones de disconveniencia y se fija cada vez con más ahínco en los aspectos halagadores para la pasión, llegará un momento en que prevalecerá en él la apreciación errónea y equivocada de que, después de todo, es preferible en las actuales circunstancias aceptar aquel objeto que se presenta tan seductor, y, cerrando los ojos al aspecto moral, presentará a la voluntad aquel objeto pecaminoso como un verdadero bien, es decir, como algo digno de ser apetecido; y la voluntad se lanzará ciegamente a él dando su consentimiento, que consumará definitivamente el pecado. El entendimiento, ofuscado por las pasiones, ha incurrido en el fatal error de confundir un bien aparente con un bien real, y la voluntad lo ha elegido libremente en virtud de aquella gran equivocación.


Precisamente esta psicología del pecado, a base de la defectibilidad del entendimiento humano ante los bienes creados, es la razón profunda de la impecabilidad intrínseca de los bienaventurados en el cielo. Al contemplar cara a cara la divina esencia como Verdad infinita y al poseerla plenamente como supremo e infinito Bien, el entendimiento quedará plenamente anegado en el océano de la Verdad y no le quedará ningún resquicio por donde pueda infiltrarse el más pequeño error. Y la voluntad, a su vez, quedará totalmente sumergida en el goce beatífico del supremo Bien y le será psicológicamente imposible desear algún otro bien complementario. En estas condiciones, el pecado será psicológica y metafísicamente imposible, corno lo sería también en este mundo si pudiéramos ver con toda claridad y serenidad de juicio la infinita distancia que hay entre el Bien absoluto y los bienes relativos. El pecado supone siempre una gran ignorancia y un gran error inicial, ya que es el colmo de la ignorancia y del error conmutar el Bien infinito por el goce fugaz y transitorio de un bien perecedero y caduco corno el que ofrece el pecado.


(tomado de "Teología moral para seglares", de Antonio Royo Marín)

domingo, 22 de noviembre de 2015

Encíclica “Sapientiae Christianae” de S.S. León XIII sobre los deberes de los ciudadanos cristianos


 

Cada día se deja sentir más y más la necesidad de recordar los preceptos de cristiana sabiduría, para en todo conformar a ellos la vida, costumbres e instituciones de los pueblos. Porque, postergados estos preceptos, se ha seguido tal diluvio de males, que ningún hombre cuerdo puede, sin angustiosa preocupación, sobrellevar los actuales ni contemplar sin pavor los que están por venir.

Y a la verdad, en lo tocante a los bienes del cuerpo y exteriores al hombre, se ha progresado bastante; pero cuanto cae bajo la acción de los sentidos, la robustez de fuerzas, la abundancia grande de riquezas, si bien proporcionan comodidades, aumentando las delicias de la vida, de ningún modo satisfacen al alma, creada para cosas más altas y nobles. Tener la mirada puesta en Dios y dirigirse a Él, es la ley suprema de la vida del hombre, el cual, creado a imagen y semejanza de su Hacedor, por su propia naturaleza es poderosamente estimulado a poseerlo. Pero a Dios no se acerca el hombre por movimiento corporal, sino por la inteligencia y la voluntad, que son movimientos del alma. Porque Dios es la primera y suma verdad; es asimismo la santidad perfecta y el bien sumo, al cual la voluntad solo puede aspirar y acercarse guiada por la virtud.

Progreso material retroceso espiritual

sábado, 14 de noviembre de 2015

Naturaleza del conocimiento intelectual humano


El conocimiento intelectual humano, como todo conocimiento finito, es una actividad inmanente, acoplada o ajustada perfectamente al objeto inmediato sobre que versa. Y es precisamente ese objeto inmediato el que marca la diferencia entre cada especie de conocimiento, y entre cada acto individual de conocer. Por eso, la "naturaleza específica" del conocimiento intelectual humano hay que extraerla de la naturaleza específica de todos los objetos inmediatos de los distintos actos de conocer de la facultad intelectiva del hombre; naturaleza específica que constituye, sin más, el llamado "objeto propio" de dicha facultad.





Pues bien, el objeto propio del intelecto humano está constituido, en cuanto a su contenido, por las esencias abstraídas de las cosas corpóreas, y, en cuanto a su estatuto "objetual", por la universalidad y la necesidad, tal como luego explicaremos. Por lo demás, dicho objeto propio es, desde luego, una concreción del objeto común de todo intelecto, que es, como ya se ha afirmado, la entidad misma, el ser y la esencia de las cosas. 
                                                    
En efecto, lo que conoce el intelecto humano, de manera directa e inmediata, ni son los accidentes exteriores de las cosas corpóreas, que constituyen, en general, los objetos propios de los distintos sentidos, ni son tampoco las esencias simples de las sustancias incorpóreas, que sólo indirectamente podemos conocer, y con grandes limitaciones además, sino que lo que nuestro intelecto conoce, de manera directa e inmediata, son las esencias de las sustancias corpóreas, en tanto que abstraídas, a partir de los datos aportados por nuestros sentidos externos e internos.

Como escribe SANTO TOMÁS a este respecto: "El objeto cognoscible está siempre proporcionado a la potencia cognoscitiva. Pero tres son los grados de la potencia cognoscitiva. Existe una que es acto de un órgano corporal, a saber, el sentido, y así el objeto de la potencia sensitiva es la forma en cuanto existente en la materia corporal (...). Existe otra potencia cognoscitiva que ni es acto de un órgano corporal ni está de alguna manera unida a la materia corpórea, como el intelecto angélico, y así el objeto de ella es la forma subsistente sin materia (...). Existe, finalmente, el intelecto humano, que ocupa un lugar intermedio, pues no es acto de algún órgano corporal, aunque sí es una potencia del alma que es forma del cuerpo (...); y, por eso, lo propio de él es conocer la forma que existe individualmente en la materia corporal, pero no en cuanto existe en tal materia. Ahora bien, conocer aquello que existe en la materia individual, pero no en cuanto existe en tal materia, es abstraer la forma de la materia individual representada en alguna imagen sensible. Luego es preciso que nuestro intelecto entienda las esencias de las cosas materiales, abstrayéndolas de las imágenes sensibles; y, por las cosas materiales así consideradas, podemos llegar después a cierto conocimiento de las inmateriales".

Por lo demás, el conocimiento intelectual humano de dichas esencias de las cosas corpóreas no es, desde luego, perfecto y exhaustivo, pues se lleva a cabo en dependencia y a partir del conocimiento de nuestros sentidos, que no son capaces de captar las esencias mismas de las cosas corpóreas, sino sólo los accidentes externos de ellas. Sin embargo, nuestro intelecto aprehende, de un modo natural, las notas esenciales más simples y sencillas de todas las cosas, y a partir de ahí, puede llegar al conocimiento más determinado de la esencia de cada cosa. Todo lo cual puede verse refrendado por estos otros textos de Santo Tomás:

"Como quiera que el sentido, donde comienza nuestro conocimiento, versa sobre los accidentes externos, que son sensibles por sí, como el color, el olor, etc., nuestro intelecto no puede llegar, a través de tales accidentes, a un conocimiento perfecto de las esencias de las cosas materiales, ni siquiera de aquellas cuyos accidentes son adecuadamente conocidos por el sentido".

"El intelecto humano está ordenado por naturaleza a comprender la esencia de las cosas, y por ello procede aquí de un modo natural (...). Pues están naturalmente insertas en nuestro intelecto ciertas concepciones, conocidas por I todos, como las de ente, de uno, de bueno, y otras semejantes, a partir de las cuales procede el intelecto al conocimiento de la esencia de cada cosa, del mismo modo que, a partir de los principios evidentes de suyo, procede nuestra razón al conocimiento de las conclusiones que de ellos se derivan".

Y si este es el objeto propio de nuestro intelecto en cuanto a su "contenido", por lo que se refiere a su "estatuto objetual", es decir, a las condiciones de tal objeto en tanto que objeto, dichas condiciones son, como hemos dicho, la universalidad y la necesidad.

En efecto, todo lo que es objeto de nuestro conocimiento intelectual se nos presenta como algo abstraído de la singularidad más estricta, y, por consiguiente, como universal, esto es, como repetible o multiplicable en muchos individuos dentro del mismo grado de perfección esencial. Y esto no sólo en esencias muy generales, sino incluso en esencias enteramente determinadas desde un punto de vista formal, cual ocurre, por ejemplo, en la esencia de cualquier figura geométrica, como puede ser una circunferencia de un decímetro de radio. Se trata de una esencia bien determinada, a la que, desde el punto de vista de su forma, no se le puede agregar ninguna nueva determinación; y, sin embargo, esa esencia puede ciertamente repetirse o multiplicarse indefinidamente en innumerables individuos. Esta es la razón por la que se dice que el objeto propio de nuestro intelecto es siempre universal.


Y lo mismo ocurre con la necesidad, es decir con la inmutabilidad que acompaña a todo objeto del conocimiento intelectual. Dicha inmutabilidad no es positiva, sino negativa; no se trata de una propiedad que corresponda a una realidad positivamente inmaterial, es decir, espiritual, que, precisamente por ser espiritual, es incorruptible, imperecedera, necesaria. Se trata, más bien, de una carencia o privación. Esa inmutabilidad se debe a la falta de realidad. Lo que no existe no puede moverse o cambiar, y tampoco actuar o producir algo; y el objeto entendido y en cuanto entendido está desprovisto, no sólo de la materia, si es que la tenía, sino también de la existencia real y de la eficiencia. Por eso, lo entendido en cuanto entendido no cambia ni actúa, y tampoco está sometido al tiempo, que no es posible sin el movimiento. Y por esta razón tampoco es posible la memoria, o el reconocimiento del pasado, en relación con los objetos del conocimiento intelectual, en tanto que objetos.


(Tomado de "Metafísica tomista", de Jesús García López)

viernes, 13 de noviembre de 2015

Dios bendiga a Francia


Acerca del inmanentismo, por Jesús García López



En líneas generales, el "inmanentismo" consiste en afirmar que el objeto inmediato del conocimiento, lejos de ser un signo natural de la realidad, y que lleva inexorablemente a ésta, es, por el contrario, como un muro que bloquea enteramente al sujeto cognoscente dentro de su propia intimidad, sin dejarle salida alguna. Pero esto puede ocurrir de varias maneras.

Para el "racionalismo" (DESCARTES, MALEBRANCHE, LEIBNIZ), que comienza por descalificar el conocimiento sensitivo, el objeto del conocer humano -siempre intelectual o racional- son las "ideas". Estas, ciertamente, son como "cuadros" o "retratos" de la realidad; pero no nos consta, ni podemos saber, de entrada, que exista un acuerdo entre nuestras ideas y las cosas reales mismas. Las ideas son siempre inmanentes al pensamiento humano; las cosas, por el contrario, son trascendentes a dicho pensamiento, y, por ello, inalcanzables por nosotros de modo directo. Luego no podemos comparar realmente las ideas con las cosas, ni podemos, por consiguiente, conocer si nuestras ideas se ajustan a las cosas o no. El único modo de salir de este atolladero es recurrir a Dios de una u otra forma.

Descartes dirá que Dios es bueno y veraz, y no puede permitir que sus criaturas se engañen, si ponen todo lo que está en sus manos para evitarlo. Por eso, si nos limitamos a las ideas "claras y distintas", podemos estar seguros de no equivocarnos. La veracidad de Dios es aquí garantía suficiente para evitar el error.

Malebranche, por su parte, recurrirá al "ontologismo". Dios es lo primero que conocemos, y todo lo demás, las cosas, las conocemos en Dios, es decir, en las mismas ideas divinas, a las que, sin duda alguna, se ajustan plenamente las cosas.

Leibniz, por último, recurrirá a la "armonía preestablecida". Nuestras ideas claras y distintas coinciden exactamente con las cosas a las que corresponden, en virtud de una armonía preestablecida desde antes de la creación, por el mismo Dios.

Para el "empirismo", por su lado, que reduce el conocimiento humano al conocimiento sensitivo, tanto los objetos de la "sensación", es decir, las cualidades sensibles, como los objetos de la "imaginación", o sea, las imágenes, (o las ideas, que para el empirismo son lo mismo), se reducen a modificaciones subjetivas, y, por consiguiente, no pueden llevarnos a conocer las cosas exteriores. 

Por eso, dicho sistema filosófico termina por negar la existencia de las sustancias materiales (Berkeley), y aun de toda sustancia, cayendo en el puro "fenomenismo" (Hume).

En cuanto al "idealismo", la tesis fundamental en la que se basa es el llamado "principio de la inmanencia", que conduce inexorablemente a esta conclusión: el ser se identifica con el ser pensado. 

En efecto, el "pensamiento" (en el que se incluye todo tipo de conocimiento) sólo puede alcanzar a lo que está dentro de él. Y si se piensa en algo que esté fuera del pensamiento, por ese mero hecho de pensarlo, no está ya fuera, sino dentro del pensar. 

Por consiguiente, ser y ser-pensado son exactamente lo mismo; el ser sin más se reduce o se agota en ser objeto del pensar. Sólo habría una excepción a esta pura inmanencia de lo pensado, y es la del Sujeto Absoluto, que se capta a sí mismo en una intuición intelectual, en la que se borran las diferencias entre el objeto y el sujeto.

Así es, al menos, en las formas más extremas de idealismo (FlCHTE, SCHELLING, HEGEL), llamado entonces "idealismo absoluto". Estos autores se vinculan, de uno u otro modo, al Pensamiento Absoluto, es decir, a Dios; y así defienden que nada puede existir fuera del Pensamiento Divino. Por consiguiente, el mundo en su integridad (o sea, las cosas todas, y nosotros mismos con ellas) no es más que "un sueño soñado por Dios". De esta suerte, lo único que verdaderamente existe es Dios, y con El, sus propios "pensamientos" o "ideas"; o sea, que nosotros mismos, que también pensamos, quedamos absorbidos por el Pensar divino, y reducidos a meros fenómenos de dicho Pensar. 

Una conclusión, por lo demás, enteramente "panteísta".

Pero el idealismo presenta también otras formulaciones menos drásticas, como son: el "idealismo acosmístico" de Berkeley, o el "idealismo trascendental" de KANT. BERKELEY niega la existencia de la materia, reduciendo el ser de ella a la mera percepción de la que es objeto. 

Así defiende la tesis de que "el ser (de las cosas materiales) se identifica con el ser-percibido" (esse est percipi). Pero, en cambio, no niega la existencia de las sustancias espirituales, entre las que nos encontramos nosotros, y, por supuesto, tampoco la de Dios. En este punto BERKELEY es "realista", por lo que su idealismo es parcial, no total o absoluto.

Por lo que se refiere al "idealismo trascendental" de KANT, valga este breve resumen. En el conocimiento humano hay dos elementos: uno, dado, a saber, las impresiones sensibles, o "intuiciones empíricas", como él las llama, y otro, puesto por el sujeto cognoscente, que son las "formas a priori"; unas a nivel sensitivo, el "espacio" y el "tiempo", y otras a nivel intelectual, que son las doce "categorías" o "conceptos puros" del intelecto. De esta suerte, todo conocimiento humano es una síntesis, que se realiza en dos fases. En un primer momento tenemos la síntesis de las "intuiciones empíricas" con las "intuiciones puras" del espacio y del tiempo, síntesis que da lugar al "fenómeno". Y en un segundo momento tenemos la otra síntesis, entre el "fenómeno" y los "conceptos puros" del intelecto, con lo que se obtiene el "objeto" del conocer.

Y todavía, en el nivel de la razón, se dan otras tres 'formas a priori’, que son las tres "ideas", de "mundo", de "alma" y de "Dios", a las que no es posible encontrar materia alguna, por carecer el hombre de "intuición intelectual .       

En resumidas cuentas, el hombre es incapaz de conocer las cosas como son en sí, o sea, los "noúmenos", y tiene que detenerse en las cosas tal y como aparecen, es decir, los "fenómenos"; ya que se halla como bloqueado por sus "formas a priori", las cuales siendo, como son, comunes a todos los hombres, sin embargo, en nada se parecen o coinciden con las cosas mismas. Respecto de dichas cosas lo único que cabe es "pensarlas", pero no "conocerlas". Y así, suponemos, con algún fundamento, que las cosas extramentales existen, pero desconocemos, en absoluto, lo que son o cómo son.


Como se ve, por poco que se profundice en ello, estas formas de inmanentismo incompleto son, en realidad, formas de "relativismo", o sea, de escepticismo parcial.



(Tomado de "Metafísica tomista", de Jesús García López)

sábado, 17 de octubre de 2015

(6) Los pilares de la falta de fe – Sartre

sartre
Jean Paul Sartre

Autor: PETER KREEFT

Es posible que Jean-Paul Sartre sea el ateo más famoso del siglo XX. Como tal, reúne todos los requisitos para estar incluido en cualquier lista de "pilares de la falta de fe".

Sin embargo, seguramente logró muchas más conversiones que aquellos que "miraban la fe de costado" en comparación con la mayoría de los apologetas cristianos, ya que Sartre hizo del ateísmo una experiencia casi insoportable, tan demandante, que muy pocos pudieron aguantarla.

Los ateos cómodos que lo leyeron se convirtieron en ateos incómodos y el ateísmo incómodo es un gran paso para acercarse más a Dios. En sus propias palabras, "El existencialismo no es otra cosa que un esfuerzo por extraer todas las consecuencias de una postura atea coherente". Deberíamos estarle agradecidos por esto.

Sartre llamó "existencialismo" a su filosofía basada en la tesis de que la "existencia precede a la esencia". Esto significa concretamente que "el hombre no es otra cosa que lo que él se hace". Como no existe un Dios para diseñar al hombre, el hombre no tiene ningún molde, no tiene esencia. Su esencia o naturaleza no proviene de Dios como su Creador, sino de su propia elección libre.

Aquí se advierte una intuición profunda, aunque es inmediatamente subvertida. La intuición consiste en comprender que el hombre determina quién será por sus elecciones libres. Dios es quien crea todo lo que es el hombre y éste es quien moldea su propia y única individualidad. Dios da origen a nuestro qué, pero nosotros formamos nuestro quién. Dios nos da la dignidad de estar presentes en nuestra propia creación o co-creación. Nos asocia consigo mismo en la tarea de co-crearnos a nosotros mismos. Sólo crea la materia prima objetiva, a través de la herencia genética y del ambiente. Cada uno le dará la forma final a su propia individualidad a través de sus elecciones libres.

Lamentablemente, esta libertad de autodeterminarse que Sartre descubrió en el hombre, lo llevó a sostener que Dios no existe, porque, de haber un Dios, el hombre quedaría reducido a un mero artefacto Suyo y por ende no sería libre. Es una constante en su pensamiento la afirmación de que la libertad y la dignidad humanas suponen necesariamente el ateísmo. Su actitud es parecida a la de un vaquero en un western diciéndole a Dios, como si fuera su enemigo: "Este pueblo no es lo suficientemente grande para ti y para mí. Uno de los dos tiene que irse".

De este modo, la legítima preocupación de Sartre por la libertad humana y su comprensión acerca de cómo esta hace a las personas esencialmente diferentes, a partir de cosas que apenas lo son, lo llevaron al ateísmo porque (1) confunde libertad con independencia, y porque (2) el único Dios que él puede concebir es uno que nos quitaría la libertad humana, en vez de crearla y mantenerla: una suerte de fascista cósmico. Además, (3) Sartre comete el error adolescente de equiparar libertad y rebelión. Dice que la libertad es sólo "la libertad de decir que no".

Sin embargo, esta no es la única libertad, también existe la libertad de decir que sí. Sartre piensa que comprometemos nuestra libertad cuando decimos que sí, cuando optamos por afirmar los valores que nos han enseñado nuestros padres, la sociedad o la Iglesia. Entonces, lo que Sartre quiere decir por libertad es muy parecido a lo que los beatniks de los años 50 y los hippies de los años 60 llamaron "hacer tu vida" y lo que la generación del yo ("ME Generation") de los 70 llamó "cuidarse a sí mismo en primer lugar".

Otro concepto que Sartre toma en serio, pero del que hace mal uso, es la idea de la responsabilidad. Piensa que creer en Dios comprometería necesariamente la responsabilidad humana porque entonces culparíamos a Dios más que a nosotros mismos de lo que somos. Ello no es así. Ni mi Padre del Cielo ni mi padre terrenal son responsables de mis elecciones o del carácter que voy modelando a través de dichas elecciones; yo soy el responsable. Además, esta teoría de la responsabilidad llevaría necesariamente a negar no sólo la existencia del Padre Celestial sino también la del padre terreno.

Sartre es sumamente consciente del mal y de la perversidad humana. Dice "Hemos aprendido a tomar al mal en serio... El mal no es una apariencia... Conocer sus causas no acaba con él. El mal no puede redimirse".

Sin embargo, también dice que al no existir Dios y siendo en consecuencia nosotros mismos los que creamos nuestros propios valores y leyes, en realidad no existe ningún mal: "Elegir ser esto o aquello es afirmar al mismo tiempo el valor de lo que elegimos, por eso nunca podemos elegir mal". De este modo Sartre por un lado le da mucho realismo al mal ("El mal no puede redimirse") y por otro lado le da demasiado poco ("nunca podemos elegir mal").

El ateísmo de Sartre no dice simplemente que Dios no existe, sino que la existencia de Dios es imposible. Al menos le rinde una suerte de homenaje a la noción bíblica de Dios como "Yo Soy", llamándola la idea más auto-contradictoria que jamás haya imaginado, "la síntesis imposible" del ser por sí mismo (personalidad subjetiva, el "Yo") con el ser en sí (perfección objetiva eterna, el "Soy").

Dios significa la persona perfecta y esto para Sartre es una contradicción. Cosas o ideas perfectas, tales como la Justicia o la Verdad, son posibles; y las personas imperfectas, como Zeus o Apolo, son posibles. Pero la persona perfecta es imposible. Zeus es posible, pero no real. Dios es único entre los dioses: no sólo es irreal sino que también es imposible.

Dado que Dios es imposible y considerando que Dios es amor, el amor es imposible. Lo más escandaloso en Sartre es probablemente su negación de la posibilidad de un amor genuino y altruista. La mayoría de los ateos sustituyen a Dios con el amor humano, como aquello en lo que pueden creer, pero Sartre sostiene que el amor es imposible. ¿Por qué?

Porque si no hay Dios, cada individuo es Dios. Pero sólo puede haber un único Dios absoluto. De este modo, todas las relaciones interpersonales son fundamentalmente relaciones de rivalidad. En esta premisa, Sartre se hace eco de Maquiavelo. Cada uno de nosotros juega necesariamente a ser un Dios para el otro; cada uno de nosotros, como el autor del juego de su propia vida, reduce forzosamente a los demás a personajes del teatro de su propia vida.

Hay una pequeña palabra que la gente común cree que denota algo real y que los enamorados creen que denota algo mágico. Sartre cree que denota algo imposible e ilusorio. Es la palabra "nosotros". No puede existir un "sujeto nosotros", comunidad ni amor desinteresado si siempre estamos intentando ser Dios, el único sujeto Yo que existe.

La obra más famosa de Sartre, "A puerta cerrada", coloca a tres hombres muertos en una habitación y observa cómo cada uno de ellos se convierte en un infierno para los otros simplemente jugando a ser Dios entre ellos: no en el sentido de ejercer un poder externo, sino simplemente cosificando a los otros, conociéndolos como objetos. La lección más horrible de la obra es que "el infierno son los otros".

Hay que tener una mente profunda para decir algo tan profundamente falso. La verdad es que el infierno es precisamente la ausencia de otras personas, tanto humanas como divinas. El infierno es la soledad absoluta. El Cielo son los otros, porque es el lugar en el que se encuentra Dios, y Dios es la Santísima Trinidad. Dios es amor, Dios "son los otros".

La tenaz honestidad de Sartre lo hace casi atractivo, a pesar de sus conclusiones repelentes, como la falta de sentido de la vida, la arbitrariedad de los valores y la imposibilidad del amor. Sin embargo, su honestidad, independientemente de la fuerza con que se haya arraigado en su carácter, se transformó en trivial y sin sentido debido a esta negación de Dios y por ende de la Verdad objetiva. Si no hay una mente divina, tampoco hay verdad, excepto la verdad que cada uno hace de sí mismo. Entonces, si no hay otra cosa que me haga ser honesto excepto yo mismo, ¿qué significado tiene la honestidad?

No obstante, no podemos evitar emitir un veredicto mixto sobre Sartre ni estar satisfechos con sus conceptos tan repelentes, ya que emanan de su coherencia. Nos muestra la verdadera cara del ateísmo: el absurdo (empleando un término abstracto) y la náusea (la imagen concreta que utiliza y el título de la primera y mejor de sus obras).

"La náusea" es la historia de un hombre que, después de una búsqueda ardua, se encuentra con la terrible verdad de que la vida no tiene sentido, que es simplemente un exceso nauseabundo, como el vómito o el excremento. (Sartre tiende a emplear imágenes obscenas adrede porque siente que la vida misma es obscena).

No podemos evitar estar de acuerdo con William Barret cuando dice que "a los que estén dispuestos a valerse de esta [náusea] como una excusa para echar por tierra toda la filosofía sartriana, podemos decirles que es mejor encontrar nuestra propia existencia en el asco que nunca encontrarla".

En otras palabras, la importancia de Sartre es como la del Eclesiastés: hace la más importante de todas las preguntas, con coraje y sin vacilar, y podemos admirarlo por eso. Lamentablemente, también da la peor respuesta posible, tal como lo hizo el Eclesiastés: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad".


Sólo podemos tenerle lástima por eso y junto a él a los muchos otros ateos que son lo suficientemente lúcidos como para ver, tal como él lo hizo, que "sin Dios todo está permitido", pero nada tiene sentido.


(Tomado de http://www.catholiceducation.org/es/religion-y-filosofia/filosofia/los-pilares-de-la-falta-de-fe-sartre.html)

jueves, 15 de octubre de 2015

Relativismo "católico"

Vamos a ver. Hemos puesto un título voluntariamente contradictorio, puesto que evidentemente ni existe ni es posible que exista un relativismo católico, sería algo así como pedir la existencia de un círculo que fuera cuadrado.

El catolicismo no es una filosofía, lo cual es obvio, sino una religión, o mejor dicho es la Religión, con mayúscula. Y aunque no es de suyo un sistema filosófico, sí es cierto que se apoya en una concepción del mundo que coincide con la que históricamente se ha denominado realista, o aristotélico-tomista. Y de ella toma la fundamentación que su teología reclama, pues lo sobrenatural supone lo natural.

Y dentro de dicho realismo no tiene cabida un sistema contradictorio como el relativismo, para el cual, sobre todo en terreno moral, no existen verdades universales, absolutas y eternas, sino que todo depende ya sea de la persona, de la época o del lugar. Y no tiene cabida por el hecho mismo de que el realismo consiste sencillamente en proclamar que existe, independientemente de la mente y de la voluntad humana, un universo (incluido el hombre mismo) cuyo orden natural no requiere de la mirada de la inteligencia humana para existir y persistir, sino que por el contrario se impone a dicha inteligencia, cuyo trabajo es contemplarlo y comprenderlo con precisión para poder vivir de acuerdo a lo real.

¿Entonces por qué hablamos de un relativismo "católico"? porque hoy en día se está difundiendo entre los católicos mal informados una idea distorsionada acerca de la misericordia y el amor fraterno. Veamos.

Al prójimo hay que amarlo, es el segundo de los dos mandamientos que resumen toda la obligación del católico: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Pero lo que hoy no se dice es que del prójimo debemos amar más el alma que el cuerpo, es decir, que el primer amor hacia el prójimo es el amor hacia la salud y el bienestar de su alma. Sin querer decir con ello que el socorro de sus necesidades materiales no sea obligatorio también, sino que solo establecemos un orden de prioridad, de acuerdo a la nobleza de cada cosa, una es la nobleza del alma y otra la nobleza del orden material. 

Entonces hoy se difunde entre muchos católicos una tendencia a poner las cosas al revés y atender por sobre todas las cosas a las necesidades materiales, a tal punto que las espirituales se consideran secundarias o no se les concede ninguna importancia. Hablo aquí de esos católicos cuyo "apostolado" se reduce única y exclusivamente a mero activismo social, sin invertir jamás ni el más mínimo esfuerzo, por ejemplo, en el llamado a la conversión, al arrepentimiento, a llevar una vida sacramental y de oración, etc. Todo esto ha desaparecido en el "apostolado" de muchos católicos, sacerdotes y obispos incluidos.

De manera que hoy asistimos al espectáculo trágico de un catolicismo, o mejor dicho, de unos católicos, que han renunciado a la búsqueda del bien del alma, propia y ajena, para concentrarse con exclusividad en las obras de asistencialismo social.

Aclaremos algo: la Iglesia desde siempre ha recomendado, enseñado, aconsejado, urgido, la obligación de todo creyente de compartir, de dar, de ayudar, de socorrer, etc., a las necesidades de los más débiles. Basta recordar el listado de obras de misericordia que todos aprendimos cuando pequeños: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, visitar al enfermo, etc. Pero esta enseñanza estaba enmarcada en un orden, en una jerarquía, que ponía por encima las necesidades del alma, propia y ajena, de tal manera que había que ocuparse de éstas, sin descuidar aquellas. Y así lo entendió siempre la iglesia y así lo practicaron siempre los católicos. En esto es en lo que hoy presenciamos el cambio.

Hoy al parecer ha ganado terreno entre los 'católicos' la idea de que lo que se crea, la religión a la que se pertenezca, la ideología que se profese (incluido el ateísmo y cuanta rareza oriental exista) es lo de menos, y que el católico, lejos de CONVERTIR personas al catolicismo, debe "HACER EL BIEN", entendiendo la palabra BIEN en el sentido de bien material, bien físico, asistencialismo social, etc. 

Y ESTO HA CONVERTIDO A MUCHOS "CATÓLICOS" EN FILÁNTROPOS, Y HUMANISTAS; EN QUIENES EL CATOLICISMO YA ES SOLO UNA PÁLIDA SOMBRA DE LA CUAL SOLO SOBREVIVE EL NOMBRE.

De este mal muere actualmente el apostolado católico, y es un mal que se difunde, desgraciadamente, desde el clero mismo, quienes víctimas de una formación deficiente a nivel teológico y filosófico, han asumido su sacerdocio desde la óptica de la preocupación exclusiva por lo terreno. Se han adulterado las fuentes.

Urge recuperar el verdadero sentido del apostolado católico, y hacer lo uno sin descuidar lo otro. 


Leonardo Rodríguez

   

miércoles, 14 de octubre de 2015

Pereza para pensar

De entre los múltiples males que afligen la personalidad del hombre actual ocupa sin duda un lugar de primera importancia el de la pereza para pensar. Expliquemos brevemente en qué consiste.

Ante todo hay que decir que pensar, para la filosofía realista que es la que veneramos en este humilde blog, significa lo mismo que conocer, es decir, pensar es ejercitar la razón en el conocimiento de las cosas con el objetivo de poder comprenderlas como ellas son, en su realidad objetiva.

Y entre más elevada sea la realidad que se trate de conocer, más elevado será el pensamiento o la razón que a ello se dedique. No es lo mismo dedicarse a conocer la célula que dedicarse a tratar de comprender cómo son los ángeles o el alma humana. El primero es un conocimiento del orden material, mientras que el otro es un conocimiento del orden espiritual, que por lo mismo, supera en dignidad e importancia al primero.

De manera que pensar es conocer las cosas, tratar de penetrar su realidad, comprender lo que nos rodea y a nosotros mismos; y más allá de nosotros mismos pensar es también, y sobre todo, conocimiento de Dios en cuanto fuente primera y fin último de toda la creación material y espiritual.

Pues bien, habiendo aclarado lo que es pensar, podemos abordar ahora el porqué del título de este artículo: pereza para pensar.

Hoy en día vivimos en la era de la información, lo cual significa que hoy una gran cantidad de personas, gracias sobre todo a la Internet, tiene a su disposición una ingente masa de información a tan solo un clic y una pantalla de distancia. Dicen que todo está en Internet y que allí es posible encontrarlo todo, averiguarlo todo, resolverlo todo. Pero no solo la Internet, también la televisión y el cine desempeñan un poderoso papel de difusión, si no de conocimiento, sí de actitudes y creencias. 

Pero a pesar de vivir en esta autoproclamada era de la información, pareciera que cada día las personas son más y más ignorantes de los temas trascendentales. Es como si la avalancha de información disponible hubiera silenciado la capacidad para la serena reflexión sobre realidades como Dios, el alma, su espiritualidad e inmortalidad, etc. A veces pienso en la situación de alguien a quien le ponen delante una mesa repleta de todo tipo de comidas, bebidas y postres, de tal manera que su apetito se pierde en la multitud de opciones y se hace incapaz de admirar entre toda esa masa de comida, un buen plato preparado con esmero por un gran chef. Dicho plato, aunque exquisito, termina por perderse entre la masa de comida ofrecida en la mesa.

Así contemplo al hombre actual, atónito ante una masa inmanejable de información, información que lo atiborra de datos y "saberes", que quizá aumentan en su memoria aquello que hoy llaman 'cultura general', pero que deja vacía la capacidad que todos tenemos para la comprensión de lo que es eterno. 

¿Y qué tiene que ver esto con la pereza para pensar? pues tiene que ver mucho, pues hoy se le da al hombre todo prefabricado. Pertenecemos a la sociedad de los productos prefabricados: ropa fabricada en serie y por miles de unidades que uniforman a las personas; zapatos a escala industrial, miles tendrán los mismos zapatos; casas prefabricadas, que la persona se puede llevar consigo al momento de la mudanza, etc.

Pero lo más inaudito de todo es que también se le está ofreciendo al hombre un "pensamiento" prefabricado. La televisión, el cine, la Internet, eso que hoy llaman fabricantes de opinión, todos ellos, le ofrecen al hombre actual aquello en lo que debe pensar, aquello que debe creer y aquello que debe practicar. Y en semejante comodidad el hombre se adormece y cesa de pensar, lo recibe todo ya hecho. 

A NADIE LE INTERESA APLICARSE JUICIOSAMENTE AL ESTUDIO DE LA EXISTENCIA DE DIOS, por ejemplo, PORQUE YA ALGÚN ACTOR DE CINE, PERIODISTA, CANTANTE, FUTBOLISTA O PROFESOR UNIVERSITARIO  LE DIJO QUE DIOS NO EXISTÍA. 

Estamos entonces ante una generación débil, que es fácilmente manipulable, influenciable, porque no tiene el hábito de meditar, pensar y razonar, ya que todo lo ha recibido, masticado como las compotas de los bebés.

Urge entonces recuperar para nosotros mismos y para nuestras familias la sana capacidad para pensar, juzgar, razonar y meditar. En medio de una sociedad que cada vez se adormece más en la engañosa comodidad de lo prefabricado, llevemos adelante un estilo de vida consciente, racional y realista.

Solo asumiendo el riesgo personal de abordar los grandes temas, los temas trascendentales, podremos decir que verdaderamente vivimos nuestras vidas, y no que otros las viven en nosotros. 

¡Terrena despicere et amare Caelestia!


Leonardo Rodríguez



sábado, 10 de octubre de 2015

La falsificación de la espiritualidad

Habíamos dejado sin concluir el artículo anterior acerca del exilio de la espiritualidad. Corresponde tratar ahora de la falsificación de la espiritualidad.

La espiritualidad se falsifica hoy en los movimientos llamados "new age"; en el enjambre infinito de sectas protestantes; en el "catolicismo" modernista y en los movimientos políticos de corte izquierdista, en cuanto permeados por un mesianismo de matriz religiosa.

La new age o movimiento new age no es otra cosa que la invasión de occidente por parte de corrientes pseudoreligiosas y pseudofilosóficas venidas de tierras orientales. Ante la decadencia de la religión tradicional de occidente (el cristianismo), su lugar en el interés y en el corazón de las masas lo ha venido a ocupar poco a poco un número casi infinito de prácticas y creencias extrañas: cristales mágicos, energías, meditación, etc., que generan gran interés sobre todo entre los más ignorantes, de cuya ignorancia muchos charlatanes se lucran a diario (horóscopo, tarot, lectura de cartas).

El new age se hace fuerte en la medida en que se presenta no como una corriente con argumentos racionales, sino ante todo como un conjunto de creencias y prácticas vivenciales, es decir, relativas o enfocadas a la práctica diaria, mecánica, sin recurso alguno a la sustentación racional de sus fundamentos. De hecho proclaman estar por encima de la racionalidad occidental y tener contacto con "realidades" profundas al alcance solo de quienes se inician en dichas prácticas. De esta manera se ahorran el esfuerzo de justificar sus prácticas de manera racional y además evitan todos los ataques, ya que todo ataque que se les dirija desde la "racionalidad occidental", será rechazada como carente de significado para ellos, que se proclaman por encima de dicha racionalidad.

Precisamente en este campo de la new age me sucedió hace un par de meses algo bien significativo. Un padre de familia muy preocupado por ciertas ideas que últimamente su esposa estaba llevando a casa, me contactó en mi calidad de psicólogo y ex-seminarista. Para resumir te diré, estimado(a) lector(a), que su esposa había tomado contacto con una de las tantas sectas de ideas extrañas que hoy pululan por doquier. Creía en la existencia de unos seres extraterrestres que periódicamente visitaban la tierra desde hace siglos para traer a los elegidos unos mensajes de paz y convivencia. Mensajes obviamente cargados de aversión hacia las religiones tradicionales (en particular el catolicismo, por supuesto), y que convertían a quienes recibían los mensajes en seres superiores al resto, dueños de una sabiduría suprema. No puedo dar más detalles del caso, solo lo comento aquí como ejemplo de lo que son estas corrientes que hoy se difunden por todas partes capturando incautos.

También se falsifica la espiritualidad por medio del enjambre infinito de sectas protestantes. El protestantismo nación con Martín Lutero, por allá hace 5 siglos (en 2017 se cumplirán los 5 siglos exactos). Lutero se reveló por soberbia contra la iglesia católica y fundó su propia iglesia, en la que él era el supremo pastor, se ve que lo que quería a fin de cuentas era ser papa, y para eso creó su propia iglesia personal. Lutero contó con el apoyo de varios terratenientes alemanes deseosos de arrebatar a la iglesia sus riquezas, y que vieron en la rebelión de Lutero la oportunidad dorada para cumplir sus ambiciones.

Después de Lutero miles siguieron su ejemplo de crear iglesia de bolsillo al servicio de la ambición de cada nuevo "pastor", tantas que hoy en día ya nadie sabe a ciencia cierta cuántas sectas protestantes existen, algunos calculan en más de 32,000 sectas protestantes a nivel mundial, y diariamente aparecen más porque el negocio es excelente y trabajar es muy aburrido.

Estas sectas ofrecen una espiritualidad basada en el sentimentalismo y una doctrina poco dogmática. Sus reuniones están marcadas por los gritos y alaridos de sus participantes, por los mantras que repiten sus líderes hasta el cansancio, por verdaderos episodios de sugestión colectiva e histeria, y, ni podía faltar, el respectivo cobro del "diezmo" al final del servicio, etc. De lado de la doctrina todo se reduce a la palabra del pastor y la lectura de la biblia, interpretada como a cada uno le plazca, o según la palabra "infalible" del pastor de turno.

El catolicismo modernista también es culpable de la falsificación de la espiritualidad. El modernismo es un movimiento que inició por allá a finales del siglo XIX en europa. Los modernistas buscaban (hoy ya no lo buscan porque ya lo lograron) realizar una mezcla entre pensamiento moderno (que es radicalmente antropocéntrico, relativista e inmanentista) y fe católica. obviamente de esa mezcla la que salía disminuida y adulterada era la fe católica, quedando de ella tan solo el nombre.

Este modernismo triunfa a partir del concilio vaticano II, en la década del 60 del siglo pasado. A partir de ese momento comienza una época de decadencia del clero católico, de la liturgia católica y de la predicación católica. Y la religión que es fruto de tal decadencia es la que hoy se le ofrece a la masa de católicos como si fuera el Catolicismo, con C mayúscula.

Finalmente los movimientos políticos de corte mesiánico, que en hispanoamérica nos son tan conocidos desgraciadamente. Son movimientos que se presentan como redentores de todos los males sociales, agrupando a descontentos de todo tipo que buscan una solución, una salida, o simplemente un nuevo medio para hacer triunfar sus ambiciones personales: como es el caso de los dirigentes socialistas de este continente, los cuales luego de un par de años en el poder se vuelven groseramente multimillonarios mientras desangran a los pueblos hasta la miseria misma.

Sin embargo, y contra toda evidencia, las masas idiotizadas por el espejismo redentor del populismo mantienen su apoyo en medio de su desesperación, de manera semejante a como ocurre a la rana del cuento a la que meten en un recipiente y la cocinan calentándole el agua gradualmente para que la rana no perciba la temperatura y escape del agua. Cuando la rana nota la temperatura ya es demasiado tarde.

Otros grandes fenómenos actuales falsifican la espiritualidad, pero los cuatro mencionados son buen ejemplo para explicar lo que deseábamos expresar: el exilio de la VERDADERA espiritualidad.

¿Dónde está entonces la verdadera espiritualidad?

Veremos de responder esa pregunta en próximas oportunidades.


Leonardo Rodríguez



miércoles, 7 de octubre de 2015

La espiritualidad al exilio

Asistimos actualmente a dos fenómenos masivos en la sociedad:

1. El abandono de la espiritualidad
2. La falsificación de la espiritualidad

   1. El abandono de la espiritualidad

Para nadie resulta hoy sorprendente escuchar que cada día las personas son más y más materialistas. Ser materialista consiste, básicamente, en vivir nuestras vidas como si lo único verdaderamente real fuera la materia, de tal manera que todo lo que no sea material (como por ejemplo Dios, las virtudes, el alma, etc.) o es falso o es algo que sencillamente depende de la opinión de cada uno.

Basta con ver vivir al hombre moderno para convencerse de lo anterior. El único afán es el dinero, el éxito en los negocios o en la realización profesional. Comprar un vehículo, una casa, viajar, comprar ropa costosa, ir a restaurantes de moda, visitar centros comerciales los fines de semana, etc. En esto se resume la vida de millones actualmente.

Son cantidades enormes de personas que pasan sus vidas sin preguntarse ni una sola vez por asuntos trascendentes, como la existencia de Dios, del alma, de la vida después de la muerte, y muchos más. Y es que independientemente de la respuesta a la que se llegue, nadie puede dudar de que se trata de temas importantísimos, es decir, uno puede llegar a concluir a favor o en contra de la existencia de dichas realidades, pero lo que no se puede hacer racionalmente es afirmar que son cosas sin importancia. Y esto es precisamente lo que se hace hoy.

Los materialistas antiguos, de hace más de 200 años, solían ser personas estudiosas, cultas, preparadas. Cuyas críticas y ataques contra la espiritualidad (Dios, alma, vida después de la muerte) eran críticas hechas con inteligencia y luego de haber estudiado el tema, pues reconocían que era muy importante el asunto. Pero los materialistas de hoy ya ni siquiera se toman el esfuerzo de estudiar estos temas, simplemente los consideran sin importancia y toman decisiones sobre temas tan complejos basándose en su mero capricho, sin estudio, sin análisis, sin un tiempo prudente de discernimiento al respecto.

Esta actitud de desinterés irracional del hombre moderno, sumado a un ambiente social (sobre todo en las grandes ciudades) que no ofrece a la persona nada que no sean bienes materiales, ha conformado una sociedad en la cual la espiritualidad brilla por su ausencia. E incluso aquellos que aún buscan proclamarla, son rechazados, despreciados y hasta abiertamente perseguidos. Es una sociedad que ha arrojado la espiritualidad al exilio.

Y las consecuencias obviamente no se han hecho esperar. La decadencia actual de la sociedad, en todos los niveles (institucional, gubernamental, familiar, etc.) está a la vista de todos y es ya imposible afirmar que vivimos en una sociedad de progreso, prosperidad y bienestar. Pues en lo único en lo que nuestra sociedad supera a las sociedades antiguas es en vulgaridad y tecnología, como bien decía el gran Nicolás Gómez Dávila.

Por otra parte asistimos también a la falsificación de la espiritualidad, es decir, a los que aún hoy buscan algo de espiritualidad para sus vidas, se les ofrece una espiritualidad adulterada y dañina. 

Ese es el segundo punto que nos proponíamos tratar hoy, pero ya será en una próxima oportunidad.

Leonardo Rodríguez


lunes, 5 de octubre de 2015

(5) Los pilares de la falta de fe - Sigmund Freud


freud

Autor: Peter Kreeft

Freud fue el Colón de la psique. Ningún psicólogo vivo escapa de su influencia.

Sin embargo, junto con los destellos de genialidad, en sus escritos nos encontramos con las ideas más extrañas y retorcidas: por ejemplo, que las madres acunan a sus bebés sólo para sustituir sus deseos de tener relaciones sexuales con ellos.

La enseñanza más influyente de Sigmund Freud fue su reduccionismo sexual. Como ateo, Freud reduce a Dios a un sueño del hombre. Como materialista, reduce al hombre a su cuerpo, el cuerpo humano al deseo animal, el deseo al deseo sexual y el deseo sexual al sexo genital. Todas ellas son simplificaciones excesivas.

Freud fue un científico y en cierto modo un gran científico, pero sucumbió a un riesgo ocupacional: el deseo de reducir lo complejo a lo controlable. Quería hacer de la psicología una ciencia, incluso una ciencia exacta. Sin embargo, ello es imposible ya que su objeto, el hombre, no es sólo un objeto sino que también un sujeto, un "yo".

En los cimientos de la "revolución sexual" de nuestro siglo hay una demanda de satisfacción y una confusión entre lo que necesitamos y lo que deseamos. Todos los seres humanos normales tienen apetitos o deseos sexuales, pero es absolutamente falso, como sostiene Freud constantemente, que ellos sean necesidades o derechos; que no puede esperarse que nadie viva sin satisfacerlos; o que suprimirlos es psicológicamente enfermo.

Esta confusión entre necesidades y deseos surge de la negación de los valores objetivos y de una ley moral natural objetiva. Nadie provocó más estragos en esta área crucial que Freud, especialmente en lo que hace a la moral de la sexualidad. El ataque moderno al matrimonio y a la familia, para el que Freud sentó las bases, hizo más daño que cualquier otra guerra o revolución política. ¿De qué otro lugar podemos aprender la lección más importante de la vida — el amor generoso — si no en las familias estables que lo predican con la práctica?

No obstante, con todos sus defectos, Freud todavía sigue en el podio de las psicologías que lo reemplazaron en la cultura popular. A pesar de su materialismo, explora algunos de los misterios más profundos del alma. Tiene un gran sentido de la tragedia, el sufrimiento y la desdicha. Los ateos honestos suelen ser infelices, mientras que los ateos deshonestos son felices. Freud fue un ateo honesto.

No cabe duda de que su honestidad fue la que hizo que fuera un buen científico. Consideraba que el mero acto de sacar represiones o miedos de la oscuridad oculta del inconsciente hacia la luz de la razón nos liberaría de su poder sobre nosotros. Se trataba de la creencia de que la verdad es más poderosa que la ilusión y que la luz es más poderosa que la oscuridad. Desgraciadamente, Freud clasificó a toda religión como la ilusión más fundamental del género humano y al cientificismo materialista como su única luz.

Deberíamos distinguir claramente tres dimensiones diferentes en Freud. Primero, como el inventor de la técnica práctica y terapéutica del psicoanálisis, es un genio y todos los psicólogos están en deuda con él. Del mismo modo que es posible que filósofos cristianos, como San Agustín o Santo Tomás de Aquino, utilicen las categorías de filósofos no cristianos como Platón y Aristóteles, es posible que un psiquiatra cristiano se valga de las técnicas de Freud sin estar de acuerdo con su forma de entender la religión.

Segundo, como psicólogo teórico, Freud se parece a Colón en cuanto que fue el primero en trazar el mapa de nuevos continentes, pero también cometiendo errores graves. Algunos de ellos son excusables, como los de Colón, debido a la novedad del territorio. Pero otros son prejuicios implícitos, tales como la reducción de toda culpa a un sentimiento patológico o el no ser capaz de comprender que la fe en Dios pueda tener algo que ver con el amor.

Tercero, como filósofo y pensador religioso, Freud es un completo amateur y poco más que un adolescente. Veamos estos puntos uno por uno.

No hay dudas de que el trabajo más importante de Freud es "La interpretación de los sueños". La investigación de los sueños como una copia del subconsciente parece obvia hoy en día. Sin embargo, para los contemporáneos de Freud fue una absoluta novedad. Su error no consistió en poner demasiado énfasis en las fuerzas del subconsciente que nos mueven, sino en poner poco énfasis en su profundidad y complejidad, del mismo modo que el explorador de un nuevo continente podría confundirlo con una isla de gran tamaño.

Freud descubrió que podía ayudar a los pacientes histéricos que parecían no tener motivo racional para sus trastornos con lo que él llamó la "cura del habla", valiéndose de la "asociación libre" y prestando atención a los "actos fallidos" como pistas del subconsciente. En pocas palabras, esta técnica funcionó a pesar de las deficiencias en la teoría que la respaldaba.

Desde el punto de vista de la teoría psicológica, Freud dividió la psique entre id (ello), ego (yo) y superego (superyó). A simple vista, esto parece ser bastante similar a la división tradicional y comúnmente aceptada de apetito, deseo e intelecto (y conciencia) que comenzó con Platón. Sin embargo, aparecen diferencias cruciales.

Primero, el "superyó" de Freud no es el intelecto o la conciencia, sino que es la presencia no libre y pasiva de las restricciones sociales sobre los deseos individuales en la psiqué de cada persona: son los "no se debe". Lo que creemos que es nuestra propia comprensión del bien y mal verdadero es sólo un espejo de leyes sociales hechas por el hombre, según Freud.

Segundo, el "yo" no es el libre albedrío, sino más bien una mera fachada. Freud negó la existencia del libre albedrio, fue determinista y veía al hombre como un complejo animal-máquina.

Finalmente, el "id" ("ello") es el único verdadero yo, según Freud, y está compuesto simplemente de deseos animales. Es impersonal; de allí su nombre "ello". De este modo Freud niega la existencia de una verdadera personalidad, del yo individual. Del mismo modo que niega a Dios ("Yo Soy") así también niega la imagen de Dios, el "yo" humano.

Las ideas filosóficas de Freud se expresan con toda franqueza en sus dos obras antirreligiosas más famosas, "Moisés y la religión monoteísta" y "El porvenir de una ilusión". Como Marx, rechazaba todo tipo de religión por ser infantil sin evaluar seriamente sus afirmaciones y argumentos. Sin embargo, planteó una explicación detallada del supuesto origen de esta "ilusión", que básicamente consta de cuatro partes: ignorancia, miedo, fantasía y culpa.

En lo que respecta a la ignorancia, la religión consiste en adivinar, a través del conocimiento pre-científico, cómo funciona la naturaleza: si hay un trueno, debe haber un Tronante, un Zeus. En cuanto al miedo, la religión es nuestra invención de un sustituto celestial para nuestro padre terrenal cuando muere, envejece, se va o hace que sus hijos salgan de la seguridad del hogar hacia el temible mundo de la responsabilidad. Como fantasía, Dios es el producto de la realización del deseo de que exista una fuerza providencial todopoderosa detrás de las apariencias horriblemente impersonales de la vida. Por último, como culpa, Dios es quien garantiza la conducta moral.

La explicación de Freud del origen de la culpa es el punto más débil de su teoría. Se remonta a la historia de que una vez, mucho tiempo atrás, un hombre mató a su padre, el jefe de una gran tribu. Desde entonces, ese asesinato primario persiguió a la memoria subconsciente del género humano. Sin embargo esta explicación no fundamenta la aparición de la culpa: ¿por qué sintió culpa ese primer asesino? La pregunta queda sin respuesta.

La obra más filosófica de Freud fue la última, "La civilización y sus descontentos", en la que planteó la cuestión tan importante del summum bonum (sumo bien), el significado de la vida y la felicidad humana. Llegó a la misma conclusión que el Eclesiastés, que no puede alcanzarse. De hecho dice "vanidad de vanidades, todo es vanidad". En cambio, prometió movilizarnos a través de una psicoterapia exitosa, "de una inmanejable desdicha a una desdicha manejable".

Uno de los motivos de su pesimismo fue su creencia de que existe una contradicción inherente en la condición humana; a esto se refiere el título de su obra, "La civilización y sus descontentos". Por una parte, somos animales que buscan placer, motivados únicamente por el "principio del placer". Por otro lado, necesitamos el orden de la civilización para salvarnos del dolor del caos, pero las restricciones de la civilización coartan nuestros deseos. Entonces, la misma cosa que inventamos como un medio para nuestra felicidad se convierte en un obstáculo.

Hacia el final de su vida, el pensamiento de Freud se tornó aún más oscuro y más misterioso cuando descubrió el thanatos, el deseo de la muerte. El principio del placer nos lleva hacia dos direcciones opuestas: el eros y el thanatos. El eros nos lleva hacia adelante, a la vida, al amor, al futuro y a la esperanza. El thanatos nos lleva de regreso al vientre materno, al lugar en donde estamos solos y no sentimos dolor.

Nos molestan la vida y nuestras madres por habernos traído al dolor. Este odio a la madre corre en paralelo con el famoso "complejo de Edipo" o el deseo subconsciente de matar a nuestro padre para casarnos con nuestra madre: que es una perfecta explicación del propio ateísmo de Freud, ofenderse con Dios Padre para casarse con lo terrenal.

Hacia el final de la vida de Freud, Hitler llegaba al poder. Freud pudo ver, proféticamente, el poder del deseo de la muerte en el mundo moderno y no estaba seguro de cuál de estas dos "fuerzas celestiales", como él las llamaba, se impondría. Murió ateo, pero casi místico. Tenía suficiente de pagano dentro suyo para ofrecer algunas visiones profundas mezcladas en general con puntos ciegos escandalosos. Esto nos trae a la memoria la descripción que C.S. Lewis hace de la mitología pagana: "destellos de vigor celestial y belleza cayendo en una jungla de suciedad e imbecilidad".

Lo que hace que Freud supere por mucho a Marx y al humanismo secular es su comprensión del demonio en el hombre, de la dimensión trágica de la vida y de nuestra necesidad de salvarnos. Lamentablemente, consideraba al judaísmo que rechazó y al cristianismo que desdeñó como cuentos de hadas, demasiado buenos para ser ciertos. Su sentido trágico estaba arraigado en la separación drástica entre la verdad y el bien, "el principio de realidad" y la felicidad.


Sólo Dios puede unirlos en la cima.


(Tomado de http://www.catholiceducation.org/es/religion-y-filosofia/filosofia/5-los-pilares-de-la-falta-de-fe-sigmund-freud.html)

domingo, 4 de octubre de 2015

(4) Los pilares de la falta de fe – Kant


kant

Autor: Peter Kreeft

Muy pocos filósofos en la historia han sido tan complicados y difíciles de leer como Immanuel Kant. Muy pocos, también, han tenido un impacto tan devastador en el pensamiento humano.

Se dice que el fiel sirviente de Kant, Lumppe, leyó todas las obras publicadas por su amo. Sin embargo, cuando Kant publicó su trabajo más importante, "Crítica de la razón pura", Lumppe comenzó a leerlo, pero no lo terminó porque, según dijo, de haberlo leído hasta el final hubiera quedado internado en un psiquiátrico. Desde entonces, muchos estudiantes hicieron eco de sus sentimientos.

Así pues, este profesor abstracto, que escribía en un estilo abstracto acerca de temas abstractos es, según mi parecer, la fuente primaria de la idea que hoy en día pone en peligro la fe (y así a las almas) más que cualquier otra: la idea de que la verdad es subjetiva.

Los simples habitantes de su ciudad natal, Konigsburg, en Alemania, donde vivió y escribió durante la última mitad del siglo XVIII, lo entendieron mejor que los pensadores profesionales, ya que lo apodaron Kant "El Destructor" y le ponían su nombre a los perros.

Era un hombre cordial, dulce y piadoso, tan puntual que sus vecinos ajustaban la hora de los relojes según su caminata diaria. La intención básica de su filosofía fue noble: restituir la dignidad humana en medio de un mundo escéptico que adoraba a la ciencia.

Su propósito se entiende a través de una simple anécdota. Kant asistió a la conferencia de un astrónomo materialista que hablaba sobre el lugar del hombre en el universo. El astrónomo concluyó su conferencia con la siguiente frase: "Entonces verán que, hablando en términos astronómicos, el hombre es completamente insignificante". Kant le contestó: "Profesor, olvidó lo más importante, el hombre es el astrónomo".

Kant impulsó, más que cualquier otro pensador, el giro típicamente moderno de lo objetivo a lo subjetivo. Esto puede parecer bueno hasta que caemos en la cuenta de que para él se trató de la redefinición de la verdad misma como subjetiva. Por cierto, las consecuencias de esta idea han sido catastróficas.

Si conversamos sobre nuestra fe con no creyentes, sabemos por experiencia que el obstáculo más común en estos días no radica en una dificultad a nivel de comprensión intelectual, como por ejemplo el problema del mal o el dogma de la Trinidad, sino en suponer que la religión no puede en ningún caso tratarse de hechos o de una verdad objetiva. Todo intento de convencer a otra persona de que nuestra fe es verdadera -objetivamente verdadera, verdadera para todos- se traduce en una arrogancia inconcebible.

Según esta mentalidad la religión debe ocuparse de la práctica, no de la teoría; de valores, no hechos; de algo subjetivo y privado, no de algo objetivo y público. El dogma es un "extra" y un "extra" perjudicial porque fomenta el dogmatismo. La religión, en resumen, equivale a ética. Teniendo en cuenta que la ética cristiana es muy similar a la ética de la mayoría de las religiones, no importa si eres cristiano o no; lo único que importa es si eres una "buena persona". (Las personas que creen esto también suelen creer que casi todas las personas, excepto Adolfo Hitler y Charles Manson, son "buenas personas").

Kant es sumamente responsable de esta forma de pensar. Ayudó a enterrar la síntesis medieval entre fe y razón. Describió su filosofía como un "limitar las pretensiones de la razón para dar lugar a la fe": como si fe y razón fueran enemigos y no aliados. En Kant, se concreta el divorcio entre fe y razón de Lutero.

Kant pensaba que la religión nunca podría ser una cuestión de razón, evidencia o argumento, como así tampoco una cuestión de conocimiento, sino más bien de sentimiento, intención y actitud. Este supuesto ejerció una profunda influencia en la mente de la mayoría de los educadores religiosos (por ejemplo, los escritores del catecismo y los departamentos de teología) de nuestros días, quienes han quitado su atención de los fundamentos básicos de la fe y de los hechos objetivos narrados en las Sagradas Escrituras y resumidos en el Credo de los Apóstoles. Divorciaron la fe de la razón y la casaron con la psicología popular, porque han aceptado la filosofía de Kant.

"Dos cosas me llenan de asombro", confesó Kant, "el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí". Lo que maravilla al hombre es lo que llena su corazón y dirige su pensamiento. Es necesario destacar que Kant se maravilla sólo de dos cosas: que no son Dios, ni Cristo, ni la Creación, ni la Encarnación, ni la Resurrección o el Juicio, sino "el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro del mí". "El cielo estrellado sobre mí" es el universo físico como lo conoce la ciencia moderna. Kant relega todo lo demás a la subjetividad. La ley moral no se encuentra "fuera" sino "dentro", no es objetiva sino subjetiva, no se trata de una ley natural de aciertos y errores objetivos que proviene de Dios sino de una ley hecha por el hombre que decidimos acatar. (Pero si la acatamos porque lo decidimos, ¿estamos realmente obligados?). La moral es una cuestión de intención subjetiva únicamente que no tiene un contenido que la fundamente, salvo la regla de oro (el "imperativo categórico" de Kant).

Kant señala que si la ley proviene de Dios más que del hombre, entonces el hombre no sería libre en el sentido de ser autónomo. Esto es verdad... luego Kant continúa sosteniendo que el hombre debe ser autónomo, entonces la ley moral no proviene de Dios sino del hombre. La Iglesia argumenta desde la misma premisa que la ley moral en realidad proviene de Dios y que entonces el hombre no es autónomo. El hombre es libre de elegir si obedece o desobedece la ley moral, pero no es libre de crear la ley misma.

Si bien Kant se consideraba cristiano, negaba explícitamente que pudiéramos saber que realmente existe (1) Dios, (2) el libre albedrío y (3) la inmoralidad. Decía que debemos vivir como si estas tres ideas fueran ciertas porque si creemos en ellas tomaremos la moral en serio y si no, no lo haríamos. Esta justificación de creer por razones puramente prácticas es un terrible error. Kant no cree en Dios porque sea cierto sino que porque le es útil. ¿Entonces por qué no creer en Santa Claus? Si yo fuera Dios, favorecería más a un ateo honesto que a un creyente deshonesto y Kant, para mí, es un creyente deshonesto porque existe una sola razón honesta para creer en algo: porque es verdadero.

Quienes quisieron vender la fe cristiana con un sentido kantiano, como un "sistema de valor" más que como una verdad, han fracasado por generaciones de generaciones. Con tantos "sistemas de valor" competitivos en el mercado, ¿por qué deberíamos preferir la variación católica a otras más simples con menos bagaje teológico u otras más sencillas que tienen menos exigencias morales inconvenientes?

Puede decirse que Kant se rindió, en realidad, retirándose del campo de batalla de los hechos. Creyó en el gran mito del siglo XVIII, la "Ilustración" (¡qué nombre irónico!): que la ciencia newtoniana estaba aquí para quedarse y que el cristianismo debía encontrar, para sobrevivir, un nuevo lugar en el paisaje mental diseñado por la ciencia. El único lugar que quedaba era la subjetividad.

Ello significó ignorar o interpretar como mito las afirmaciones sobrenaturales y milagrosas del cristianismo tradicional. La estrategia de Kant fue esencialmente la misma que la de Rudolf Bultmann, el padre de la "desmitologización" y el hombre que podría ser el primer responsable de que más estudiantes universitarios católicos perdieran su fe. Muchos profesores de teología son seguidores de sus teorías de crítica que reducen a meros "mitos" e "interpretaciones piadosas" las narraciones de los testigos que presenciaron los milagros escritos en la Biblia.

Bultmann dijo lo siguiente acerca del supuesto conflicto entre fe y ciencia: "La visión del mundo científico está aquí para quedarse y reafirmará su derecho contra toda teología, por imponente que sea, que entre en conflicto con ella". Resulta irónico que la misma "visión científica del mundo" de la física newtoniana que Kant y Bultmann aceptaron como absoluta e inalterable, ¡ha sido hoy en día casi universalmente rechazada por los mismos científicos!

La pregunta básica de Kant fue: ¿cómo podemos conocer la verdad? En las primeras etapas de su vida, aceptó la respuesta del racionalismo, que afirma que conocemos la verdad por el intelecto, más que por los sentidos, y que el intelecto posee sus propias "ideas innatas". Luego, leyó al empirista David Hume, quien, según dijo Kant, "me despertó del sueño dogmático". Como otros empiristas, Hume creía que sólo podemos conocer la verdad a través de los sentidos y que no tenemos "ideas innatas". Sin embargo, las premisas de Hume lo llevaron a la conclusión del escepticismo, es decir, la negación de que alguna vez podamos conocer la verdad con certeza. Kant consideraba que tanto el "dogmatismo" del racionalismo como el escepticismo del empirismo eran inaceptables y buscó una tercera vía.

Existía una tercera teoría desde los tiempos de Aristóteles, que era la filosofía del sentido común del realismo. Según el realismo, podemos conocer la verdad tanto a través del intelecto como de los sentidos, sólo si éstos trabajan adecuadamente y en tándem, como las dos cuchillas de una tijera. En vez de volver al realismo tradicional, Kant inventó una nueva teoría completa del conocimiento, denominada en general idealismo. La llamó su "revolución copernicana en la filosofía" y también se la designa con un término más sencillo: subjetivismo. El subjetivismo consiste en redefinir la verdad misma como subjetiva, no objetiva.

Todos los filósofos anteriores asumieron que la verdad era objetiva. Es simplemente lo que, desde nuestro sentido común, queremos decir con la "verdad": conocer lo que realmente es, ajustando la mente a la realidad objetiva. Algunos filósofos (los racionalistas) pensaban que podíamos alcanzar este objetivo sólo a través de la razón. Los primeros empiristas (como Locke) pensaban que podían conseguirlo a través de la sensación. Hume, el empirista escéptico que apareció más tarde, pensaba que nunca podríamos alcanzarlo con certeza. Kant negaba el supuesto común a las tres filosofías en competencia, es decir, que deberíamos alcanzarlo, y que la verdad significa conformidad con la realidad objetiva. "La revolución copernicana" de Kant redefine a la verdad misma como la realidad ajustándose a las ideas. "Hasta ahora se ha asumido que todo nuestro conocimiento debe ajustarse a los objetos... puede avanzarse mucho más si asumimos la hipótesis contraria de que los objetos del conocimiento deben ajustarse a nuestro pensamiento".


Kant sostenía que todo nuestro conocimiento es subjetivo. Ahora bien, ¿ese conocimiento es subjetivo? Si lo fuera, entonces el conocimiento de ese hecho también es subjetivo, etcétera, y quedaríamos reducidos a un salón de espejos infinitos. La filosofía de Kant es una filosofía perfecta para el infierno. Puede que los condenados piensen que en realidad no están en el infierno, que todo está en su mente. Y tal vez así sea; quizás eso es el infierno.

(Tomado de http://www.catholiceducation.org/es/religion-y-filosofia/otros-temas/los-pilares-de-la-falta-de-fe-kant.html)