lunes, 30 de abril de 2018

LIBRO: Ensayo sobre el fin de nuestra civilización

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Marcel de Corte fue un filósofo belga aristotélico-tomista, autor de varios trabajos donde realiza una precisa autopsia sobre los males de la sociedad moderna.

domingo, 29 de abril de 2018

EL CORAZÓN LIMPIO

Para vivir libre del error y para ver con claridad, el alma ha de ser dócil al espíritu de entendimiento que la empuja a fortalecerse en el santuario de la auténtica caridad, a amar a Dios sobre todas las cosas y a una entrega plena para acceder así a la comprensión de las verdades de la fe. Cuando salga de ese santuario de amor y unión con Dios, no irá sola: el Espíritu de Amor la acompañará y le dará un entendimiento profundo y experimental de las verdades de la fe; le mostrará la misericordia del Señor y también su justicia; infundirá en ella el deseo de la cruz poniendo de relieve las palabras «negarse a sí mismo, tomar la cruz»; le hará ver a un Salvador que no es sólo humano, sino que posee la majestad de Dios, pues si decimos: cor Jesu bonitatis infinitae, también decimos: cor Jesu majestatis infinitae.

Guiada por un profundo entendimiento, el alma caminará hacia la salvación sin temor, con confianza y amor. Cuando el Espíritu está presente, la caridad está iluminada y el hombre es perfecto. Cuando falta el Espíritu, el alma está sujeta al error. El Espíritu no sólo hace conocer, sino que guía en la práctica, porque se ama lo que se conoce y como se conoce. El alma que ve a través del Espíritu es un alma liberada.

La fe, la fe firme y sin sombras, es fruto del don de entendimiento. Nada hay más valioso que esa fe liberada que nos pone a la altura de nuestros deberes y de las dificultades que surgirán en su cumplimiento. El alma así iluminada sobre su deber -un deber que expresan el Evangelio y la Sagrada Escritura-  es incapaz de contener su impulso.

Para alcanzar esa cumbre, hay que pasar por las pruebas de la noche del alma. No hay nada tan duro como tener que renunciar a una idea querida, a una imagen amada y familiar o a unos criterios a los que hemos unido nuestra personalidad y nuestro orgullo. Uno de los efectos del don de entendimiento es el de desprendernos de nuestras ideas personales para profundizar en la palabra de Dios bajo todas sus formas, tal y como es en realidad y no como querríamos que fuera. Cuando tiene lugar esa purificación, el alma siente que le arrancan su inteligencia natural, los hábitos de su mente, su íntima manera de ser, una parte de su persona; es decir, lo que de más profundo guarda en su corazón: su pensamiento.

Y, cuando el Espíritu Santo opera en nuestro entendimiento esas purificaciones, nos hace sentir que lo que era la luz de nuestros ojos ya no existe. Incluso nos quita lo que parecía elevarnos hacia Dios: las ideas, las imágenes imperfectas que se unían a nuestra fe en una impura alianza.

Este estado se conoce como la noche del alma. El espíritu, humillado, hundido en las tinieblas, ha de renunciar a sus ideas preferidas -que han sido ocasiones de error- y a la búsqueda de imágenes para adherirse a la verdad pura y desnuda. Con el fin de darnos su enseñanza, el Espíritu Santo nos arranca nuestras opiniones personales sobre la doctrina o la devoción, unas ideas que nacen generalmente del amor propio, del carácter o de las pasiones.

Entonces, parece que nos arrancan la luz de los ojos. Pero los que tienen el coraje de llevar a cabo esa renuncia gozan de un corazón puro y de un espíritu libre de falsas imágenes y de los errores del amor propio. Contemplan al verdadero Dios y se elevan a las cumbres de la fe con una visión más profunda. Desde ese momento, adoran a Dios en espíritu, en una sabrosa experiencia; y en ese gustar de Dios tienen un conocimiento más intenso de Él.

Es el preludio de la luz de la gloria y de la visión divina. El don de entendimiento no está ausente de esta visión y da al alma del bienaventurado una penetración más íntima y profunda de los misterios de Dios contemplados en la Esencia divina. En el cielo el Espíritu Santo continuará purificando ese entendimiento beatificado, sin errores o imágenes, y sin ignorancia, a nescientia; y contribuirá a hacerlo penetrar más profundamente en la Esencia divina, en ese Verbo que será la recompensa y la gloria de los elegidos.


(Tomado de El Espíritu Santo en la vida cristiana, de Ambroise Gardeil)

viernes, 27 de abril de 2018

LIBRO: El hombre y su conducta

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Este es un interesante trabajo de un escritor argentino acerca de psicología tomista. En su brevedad abarca los temas centrales con bastante claridad y buen apoyo bibliográfico.

miércoles, 25 de abril de 2018

La prisión que se avecina

Quien ha estado en una prisión (al menos de visita), sabe que su principal característica es la limitación de la libertad de movimiento de los reclusos. Todo su universo físico se ha reducido a las paredes de la cárcel y están obligados a moverse en unos cuántos metros a la redonda. Más allá hay todo un mundo, pero les está prohibido. Precisamente esto es lo que constituye el castigo: verse limitado.

Nadie quiere llegar a una cárcel, ni siquiera los delincuentes quieren, puesto que al momento de cometer su delito lo que buscan es el disfrute de las ganancias que esperan obtener. 

Pero hay una cárcel aún peor que la cárcel física y es la cárcel del pensamiento, la prisión del alma. Esta se da principalmente por medio del pecado, pues el pecador es prisionero del pecado, que se convierte en un pequeño tirano que domina su vida, su pensamiento y sus decisiones. Hay luego otro modo de prisión del alma y es el error. El error ocurre cuando, como decía Aristóteles, juzgamos ser lo que no es o juzgamos no ser lo que es. Se trata de una desconexión con la realidad a cambio de un espejismo construido por el capricho del sujeto.

Pues bien, resulta que desde hace ya varios siglos, sobre todo a partir del Renacimiento y de la filosofía cartesiana, se ha venido construyendo un universo 'gnóstico', es decir, un universo hecho enteramente por el hombre que se cree dios. Y nos referimos aquí no tanto al universo físico sino al universo cultural: artes, religión, filosofía, ciencias, sociedad, política, etc. Se trata de una construcción 'humana' en el sentido 'inmanentista' del término. En otras palabras, se ha venido construyendo un universo en el cual el hombre ocupa el lugar que en la sociedad inmediatamente anterior ocupaba Dios. Se ha buscado edificar todo sobre la voluntad humana desnuda, desligada de todo orden sobrenatural, separada incluso de la misma realidad natural puesto que en los últimos tiempos se ha comenzado a hablar de la realidad como 'construcción social'. Lo cual puede verse claramente en movimientos contemporáneos como la ideología de género.

Lo grave de este edificarse la sociedad sobre bases humanas, sobre la inmanencia de la construcción 'social', sobre el rechazo de todo orden de cosas que no sea producto de la mera voluntad humana, aunque se trate del mismísimo orden de la realidad biológica, es que se trata de una sociedad fundamentalmente edificada sobre la tiranía del capricho: las cosas no son como son sino como yo deseo que sean, la realidad es construcción social, la ética es subjetiva, no hay moral universal, toda opinión vale puesto que solo hay opiniones y no verdades, no hay un orden de verdades absoluto... el hombre es dios puesto que nada lo limita.

En los últimos años hemos ido viendo cada vez con mayor asombro cómo este orden de cosas se ha ido instalando con tal fuerza en la sociedad, en la cultura, en las instituciones, en los individuos, que ha llegado a convertirse hoy en la atmósfera que se respira por todas partes. No hay cabida para un discurso que no sea el determinado por el relativismo nihilista y hedonista (R-N-H) imperante. Dicho R-N-H ha venido a ser el único esquema de pensamiento aceptado socialmente, al punto que todo intento por concebir la realidad de forma distinta, es inmediatamente satanizado, perseguido, estigmatizado, rechazado y criminalizado. Tal es la fuerza con que el error se ha instalado en las conciencias y en las instituciones.

La prisión que se avecina no será tanto una de muros de ladrillo y cemento, sino una hecha con las ideas-capricho del hombre divinizado, del sujeto gnóstico. Apoyada en un sistema represivo que perseguirá al que se aparte del discurso dominante. 

Y será una prisión invisible para muchos, sobre todo para aquellos cuyos vicios personales les hagan cómoda la estadía en una prisión llena de comodidades para el cuerpo y espinas para el alma. Los pocos que puedan percibir los barrotes 'ideológicos' y quieran escapar de ellos, serán 'amablemente' invitados a 'reeducarse', serán obligados a aceptar la 'libertad' ofrecida por el sistema. ¿En qué consistirá dicha libertad? En la posibilidad de pegarse un tiro en el alma.

¿Alternativas? La humilde aceptación de nuestra condición de criaturas, la sincera apertura a una realidad que nos trasciende y que no depende de nosotros, la lucha continua contra el vicio en cualquiera de sus formas y la fe en Dios que ya ha vencido al mundo.


Leonardo Rodríguez


martes, 24 de abril de 2018

LIBRO: Theodicy

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Breve manual de introducción a la teodicea. La teodicea es una disciplina que busca por medio de la sola razón establecer algunas verdades fundamentales respecto de Dios, comenzando por la demostración de su existencia. El presente texto es de Paul Glenn.

domingo, 22 de abril de 2018

Espiritualidad cristiana



No ofrece la menor dificultad precisar el sentido estricto de la expresión espiritualidad cristiana. Con ella se quiere significar el modo de vivir característico de un cristiano que trata de alcanzar su plena perfección sobrenatural. El programa fundamental de esa espiritualidad cristiana consiste en llegar a la plena configuración con Cristo en la medida y grado predestinados para cada uno—para alabanza de gloria de la Trinidad beatísima. Escuchemos a San Pablo exponiendo, bajo la inmediata inspiración divina, las líneas fundamentales de la vida cristiana.

“Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado” (Ef 1,3-6).

«Hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, cual varones perfectos a la medida de la talla que corresponde a la plenitud de Cristo» (Ef 4,13).

No hay ni puede haber otra vida cristiana que la que tenga por objeto la plena configuración con Cristo en la medida y grado predestinado para cada uno en orden a la gloria de Dios, que es el fin último y la razón de ser de toda la creación. Caben, ciertamente, modos muy diversos de vivir esa vida cristiana según el estado y condición de cada uno (sacerdote, religioso, seglar). Pero todos, sin excepción alguna, han de tender a ese ideal supremo de su plena configuración en Cristo para alabanza de gloria de la Trinidad beatísima. Todos han de esforzarse en ser otros Cristos, o sea, en ser por gracia lo que Cristo es por naturaleza: hijos de Dios. Con razón escribe Dom Columba Marmion en su admirable libro Jesucristo, vida del alma:

“Comprendamos que no seremos santos sino en la medida en que la vida de Cristo se difunda en nosotros. Esta es la única santidad que Dios nos pide, no hay otra. Seremos santos en Jesucristo, o no lo seremos de ninguna manera. La creación no encuentra en sí misma ni un solo átomo de esta santidad; deriva enteramente de Dios por un acto soberanamente libre de su omnipotente voluntad, y por eso es sobrenatural. San Pablo destaca más de una vez la gratuidad del don divino de la adopción, la eternidad del amor inefable, que le resolvió a hacérnoslo participar, y el medio admirable de su realización por la gracia de Jesucristo”.

San Pablo—en efecto—no hallaba en el lenguaje humano palabras justas para expresar esta realidad inefable de la incorporación del cristiano a su divina Cabeza. La vida, la muerte, la resurrección del cristiano: todo ha de estar unido íntimamente a Cristo. Y ante la imposibilidad de expresar estas realidades con las palabras humanas en uso, creó esas expresiones enteramente nuevas, desconocidas hasta él, que no debían tampoco acabarle de llenar: «hemos muerto juntamente con Cristo» (2 Tim 2,11), y con Él hemos sido sepultados (Rom 6,4), y con Él hemos resucitado (Ef 2,6), y hemos sido vivificados y plantados en Él (Ef 2,5), para que vivamos con Él (2 Tim 2,11), a fin de reinar juntamente con Él eternamente (Ef 2,6).

Esta es, en sus líneas fundamentales, la espiritualidad cristiana, que ha de ser vivida—aunque en formas y grados muy diversos por todos los cristianos sin excepción.



(Tomado del libro La espiritualidad de los seglares, de Antonio Royo Marín)

viernes, 20 de abril de 2018

LIBRO: Psicología general




Nos habían pedido material en español sobre psicología filosófica, aquí está un libro de Robert Brennan, reconocido autor tomista del siglo XX.

(Para descargarlo solo deben ingresar a SCRIBD siguiendo el link y crear una cuenta)

jueves, 19 de abril de 2018

LIBRO: Apologetics, a class manual

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Una breve y muy sencilla introducción a la apologética. La apologética es una rama introductoria a la teología muy olvidada hoy en día. Su tarea es justificar y defender las verdades de la fe, preparando el camino para la teología. Seguimos en compañía de Paul Glenn.

miércoles, 18 de abril de 2018

LIBRO: The history of philosophy

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Otro de P. Glenn, esta vez una historia de la filosofía. Llega hasta fines del siglo XIX e inicios del XX. Tener en cuenta que es un archivo de más de 200 megas.

martes, 17 de abril de 2018

LIBRO: Psychology, a class manual

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Este es otro manual de Paul Glenn, de quien ya compartimos una introducción a la filosofía más abajo. Son manuales muy sencillos pero bastante buenos para introducirse a cada tema. Tendremos oportunidad de compartir algunos más del mismo autor.

viernes, 13 de abril de 2018

LIBRO: Philosophical anthropology

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Este es igualmente de psicología filosófica (me disculparán que ponga varios de ese tema, soy psicólogo y es el tema de mi mayor interés, además cada libro tiene características distintas a pesar de ser del mismo tema), lo escribe un autor reciente de nombre Gerard Horrigan. El señor Horrigan, de quien no tengo mayores datos, tiene escritos muchos artículos de diversa extensión, donde aborda la filosofía tomista de manera clara y amena, recopilando muchas citas de reconocidos tomistas de ayer y de hoy. Los textos de Horrigan son una montaña de citas, esa es su nota particular.

LIBRO: Thomistic psychology

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Este es un verdadero clásico. El padre Brennan realiza aquí una exposición bastante completa de la psicología filosófica tomista, verdadero fundamento de todo intento de entender al ser humano. Muy recomendable.

LIBRO: Essentials of psychology

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Como su nombre lo dice este es un manualito breve que contiene lo 'esencial' de la psicología racional o psicología filosófica, que es el fundamento de la psicología y, quizá por eso mismo, muy despreciada hoy día por los psicólogos modernos.

jueves, 12 de abril de 2018

LIBRO: An introduction to philosophy

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Un libro clásico de introducción a la filosofía. Paul Glenn fue un eminente filósofo estadounidense que dejó varios manuales de filosofía tomista. Aquí compartiremos Dios mediante varios de ellos. Es un archivo de más de 200 megas.

LIBRO: Being logical, a guide to good thinking

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Esta es una introducción a la lógica. Como su nombre lo dice, es un texto que explica cómo mejorar nuestras habilidades lógicas de pensamiento, desde una perspectiva tomista.

LIBRO: The last superstition

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Una refutación del ateísmo difundido desde ambientes cientificistas americanos (Dawkins y compañía)

LIBRO: Aquinas, a beginner's guide

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Una corta, sencilla y muy interesante introducción a algunas de las principales tesis de la filosofía tomista. Escrito por un filósofo estadounidense de bastante renombre en la actualidad, Edward Feser.

Acerca de libros en inglés

Durante mucho tiempo hemos dudado acerca de la idea de compartir aquí libros de gran valor pero escritos en inglés; sin embargo, conversaciones con algunos amigos nos han decidido finalmente a realizarlo, esperando que sean de ayuda en la formación que aquí siempre hemos querido defender, la formación clásica. El inglés es un idioma hoy conocido por muchas personas del mundo, es como una segunda lengua cuasi obligatoria en todas partes y pensando en ello hemos tomado la decisión de incluir aquí textos en dicho idioma.

Esperamos que quienes puedan leer textos en inglés se beneficien y puedan aumentar sus propias bibliotecas virtuales. No los incluiremos en la página "Biblioteca clásica", sino que irán acompañados de la etiqueta "Inglés", que podrán encontrar en la barra derecha del blog.

Tenemos muchos, así que los iremos subiendo paulatinamente según el tiempo nos lo vaya permitiendo.

Todo sea para la mayor gloria de Dios.


Leonardo Rodríguez

Aclaración: los libros que se compartirán aquí se encuentran disponibles en muchos sitios de internet. No hemos escaneado y subido NINGUNO personalmente, solo recopilamos links que se encuentran aquí y allá en la web.

Animamos a quienes puedan a que adquieran los libros en físico, nada supera la experiencia de tener la obra en nuestras propias manos.


domingo, 8 de abril de 2018

El fin de la vida cristiana


(A partir de este domingo, Dios mediante, se publicará cada domingo un artículo de vida espiritual)

La consideración del fin es lo primero que se impone en el estudio de una obra dinámica cualquiera. Y siendo la vida cristiana esencialmente dinámica y perfectible—al menos en nuestro estado actual de viadores—, es preciso que ante todo sepamos a dónde vamos, o sea, cuál es el fin que pretendemos alcanzar. Por eso, Santo Tomás comienza la parte moral de su sistema—el retorno del hombre a Dios—por la consideración del último fin.


Es clásica la definición de la gloria: clara notitia cum laude. Por su misma definición, expresa, de suyo, algo extrínseco al sujeto a quien afecta. Sin embargo, en un sentido menos estricto, podemos distinguir en Dios una doble gloria: la intrínseca, que brota de su propia vida íntima, y la extrínseca, procedente de las criaturas.


La gloria intrínseca de Dios es la que Él se procura a sí mismo en el seno de la Trinidad Beatísima. El Padre—por vía de generación intelectual—concibe de sí mismo una idea perfectísima: es su divino Hijo, su Verbo, en el que se reflejan su misma vida, su misma belleza, su misma inmensidad, su misma eternidad, sus mismas perfecciones infinitas. Y al contemplarse mutuamente, se establece entre las dos divinas personas—por vía de procedencia—una corriente de indecible amor, torrente impetuoso de llamas que es el Espíritu Santo.


Este conocimiento y amor de sí mismo, esta alabanza eterna e incesante que Dios se prodiga a sí mismo en el misterio incomprensible de su vida íntima, constituye la gloria intrínseca de Dios, rigurosamente infinita y exhaustiva, y a la que las criaturas inteligentes y el universo entero nada absolutamente pueden añadir. Es el misterio de su vida íntima en el que Dios encuentra una gloria intrínseca absolutamente infinita.


Dios es infinitamente feliz en sí mismo, y nada absolutamente necesita de las criaturas, que no pueden aumentarle su dicha íntima. Pero Dios es Amor, y el amor, de suyo, es comunicativo. Dios es el Bien infinito, y el bien tiende de suyo a expansionarse: bonum est diffusivum sui, dicen los filósofos. He ahí el porqué de la creación.


Dios quiso, en efecto, comunicar sus infinitas perfecciones a las criaturas, intentando con ello su propia gloria extrínseca. La glorificación de Dios por las criaturas es, en definitiva, la razón última y suprema finalidad de la creación.


La explicación de esto no puede ser más clara, incluso a la luz de la simple razón natural privada de las luces de la fe. Porque es un hecho filosóficamente indiscutible que todo agente obra por un fin, sobre todo el agente intelectual. Luego Dios, primer agente inteligentísimo, tiene que obrar siempre por un fin. Ahora bien, como ninguno de los atributos o acciones de Dios se distinguen de su propia divina esencia, sino que se identifican totalmente con ella, si Dios hubiera intentado en la creación un fin distinto de sí mismo, hubiera referido y subordinado su acción creadora a ese fin—porque todo agente pone su acción al servicio del fin que intenta al obrar—, con lo cual se hubiera subordinado Dios mismo, puesto que su acción es El mismo. Y así, ese fin estaría por encima de Dios; es decir, que Dios no sería Dios. Es, pues, absolutamente imposible que Dios intente con alguna de sus acciones un fin cualquiera distinto de sí mismo. Dios ha creado todas las cosas para su propia gloria; las criaturas no pueden existir sino en Él y para Él.


Y esto no solamente no supone un «egoísmo trascendental» en Dios; —como se atrevió a decir, con blasfema ignorancia, un filósofo impío—, sino que es el colmo de la generosidad y desinterés. Porque no buscó con ello su propia utilidad—nada absolutamente podían añadir las criaturas a su felicidad y perfecciones infinitas—, sino únicamente comunicarles su bondad. Dios ha sabido organizar de tal manera las cosas, que las criaturas encuentran su propia felicidad glorificando a Dios. Por eso dice Santo Tomás que sólo Dios es infinitamente liberal y generoso: no obra por indigencia, como buscando algo que necesita, sino únicamente por bondad, para comunicar a sus criaturas su propia rebosante felicidad.


Por eso la Sagrada Escritura está llena de expresiones en las que Dios reclama y exige para sí su propia gloria. «Soy yo, Yavé es mi nombre, que no doy mi gloria a ningún otro, ni a los ídolos el honor que me es debido» (Is. 42,8); «Es por mí, por amor de mí lo hago, porque no quiero que mi nombre sea escarnecido, y mi gloria a nadie se la doy» (Is. 48,11); «Óyeme, Jacob, y tú, Israel, que yo te llamo; soy yo, yo, el primero y aún también el postrero» (Ibid., 12); «Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios; el que es, el que era, el que viene, el Todopoderoso (Apoc. 1,8), etc., etc.


¡La gloria de Dios! He aquí el alfa y la omega, el principio y el fin de toda la creación. La misma encarnación del Verbo y la redención del género humano no tienen otra finalidad última que la gloria de Dios: cuando le queden sometidas todas las cosas, entonces el mismo Hijo se sujetará a quien a El todo se lo sometió, para que sea Dios todo en todas las cosas» (1 Cor. 15,28). Por eso nos exhorta el Apóstol a no dar un solo paso que no esté encaminado a la gloria de Dios: «Ya comáis, ya bebáis o ya hagáis alguna cosa, hacedlo todo para gloria de Dios» (1 Cor. 10,31); ya que, en definitiva, no hemos sido predestinados en Cristo más que para convertirnos en una perpetua alabanza de gloria de la Trinidad Beatísima: «Por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo, para que fuésemos santos e inmaculados ante El, y nos predestinó en caridad a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia».


Todo absolutamente tiene que subordinarse a esta suprema finalidad. El alma misma no ha de procurar su salvación o santificación sino en cuanto que con ella glorificará más y más a Dios. La propia salvación o santificación no puede convertirse jamás en fin último. Hay que desearlas y trabajar sin descanso en su consecución; pero únicamente porque Dios lo quiere, porque ha querido glorificarse haciéndonos felices, porque nuestra propia felicidad no consiste en otra cosa que en la eterna alabanza de la gloria de la Trinidad Beatísima.


Tal es la finalidad última y absoluta de toda la vida cristiana. En la práctica, el alma que aspire a santificarse ha de poner los ojos, como blanco y fin al que enderece sus fuerzas y anhelos, en la gloria misma de Dios. Nada absolutamente ha de prevalecer ante ella, ni siquiera el deseo de la propia salvación o santificación, que ha de venir en segundo lugar, como el medio más oportuno para lograr plenamente aquélla. Ha de procurar parecerse a San Alfonso María de Ligorio, de quien se dice que «no tenia en la cabeza más que la gloria de Dios» y tomar por divisa la que San Ignacio legó a su Compañía: «A la mayor gloria de Dios». En definitiva, esta actitud es la que han adoptado todos los santos en pos de San Pablo, que nos dejó la consigna más importante de la vida cristiana al escribir a los Corintios: Omnia in gloriam Dei facite: hacedlo todo a gloria de Dios.


La santificación de nuestra propia alma no es, pues, el fin último de la vida cristiana. Por encima de ella está la gloria de la Trinidad Beatísima, fin absoluto de todo cuanto existe. Y esta verdad, con ser tan elemental para los que comprendan la trascendencia divina, no aparece, sin embargo, dominando en la vida de los santos sino muy tarde, cuando ya su alma se ha consumado por el amor en la unidad de Dios. Sólo en las cumbres de la unión transformante, identificados plenamente con Dios, sus pensamientos y quereres se identifican también con el pensamiento y el querer de Dios. Solamente Cristo y María, desde el instante primero de su existencia, han realizado con perfección este programa de glorificación divina, que es el término donde viene a desembocar todo proceso de santificación acá en la tierra.


En la práctica, nada debe preocupar tanto a un alma que aspire a santificarse como el constante olvido de sí misma y la plena rectificación de su intención a la mayor gloria de Dios. «En el cielo de mi alma—decía sor Isabel de la Trinidad—, la gloria del Eterno, nada más que la gloria del Eterno»: he aquí la consigna suprema de toda la vida cristiana. En la cumbre más elevada de la montaña del amor la esculpió San Juan de la Cruz con caracteres de oro: «Sólo mora en este Monte la honra y gloria de Dios».


(Tomado de Teología de la perfección cristiana, de Royo Marín)



jueves, 5 de abril de 2018

Acerca de Don Nicolás Gómez Dávila

Por estos días he vuelto a leer los Escolios de don Nicolás Gómez Dávila, no todos, pues son miles, algunos solamente. Y mientras lo hacía volvía a experimentar esa mezcla confusa de admiración y empatía que sentí la primera vez que sus escolios cayeron en mis manos, hace ya unos quince años.

Por aquella época estaba yo iniciando mi camino en el catolicismo tradicional y llenaba mi tiempo con lecturas tan dispares como Tomás de Aquino, Donoso Cortés, Jaime Balmes, el Kempis, Castellani, De Maistre, el 'misal' y un muy largo etcétera, cuando alguien me pasó los escritos (que no son escritos sino frases breves) de un compatriota totalmente desconocido para mí: don Nicolás.

Lo primero que me llamó la atención fue el estilo: frases cortas, a lo más párrafos breves preñados de una idea expuesta en forma genial, intuiciones fugaces como relámpagos que sacudían la inteligencia. Nunca había sido yo amigo de ese tipo de textos, me costaba leer compendios de "frases célebres", a decir verdad no les encontraba mucho sentido. Prefería ampliamente los textos en prosa, tipo ensayo o manual. Incluso los 'Diálogos' de Platón, con todo y su importancia y su belleza, me resultaban pesados.

Pero curiosamente me sentí atrapado por los 'escolios' de don Nicolás. Ante todo debo decir que eran 'escolios', es decir, anotaciones al margen de un texto mayor, según era costumbre de los monjes estudiosos medievales cuando se sumergían en algún texto. Un escolio venía a ser un apunte escrito justo al lado de la página, junto al texto central, puesto allí para aclarar una duda despertada por el texto mismo o para consignar una idea surgida al calor de la lectura y que el monje no quería olvidar.

Por lo tanto lo de don Nicolás no eran frases, proverbios, dichos; no, eran escolios, don Nicolás ejercía con ellos labor de comentarista de un texto, buscaba iluminarlo, entenderlo, explicarlo, aclararlo. Pero, ¿qué texto era? Porque a diferencia de los manuscritos medievales, los de don Nicolás solo se componían de escolios, faltando el texto que aspiraban a iluminar.

Esta pregunta ha hecho correr ríos de tinta. Y es que resulta que don Nicolás, que es un total desconocido en su propio país, Colombia, goza de cierto renombre en no pocas universidades europeas, a juzgar por la cantidad de artículos y libros que se le dedican desde países como Alemania e Italia, por ejemplo. Y las opiniones acerca de cuál pueda ser el 'texto' que don Nicolás, como buen monje medieval se ocupa de comentar, son variadas. Algunos dicen que ese misterioso texto no es otro que la decadencia de occidente, más o menos desde el Renacimiento. Otros dicen que don Nicolás se refiere al hombre moderno producto de las revoluciones burguesas del siglo XVIII (para usar la nomenclatura corriente). Otros, finalmente, dicen que ese texto es la modernidad 'en general', a la cual don Nicolás por temperamento sería estructuralmente contrario.

Sea lo que fuere de esas disputas y divergencias entre los 'conocedores' de don Nicolás, lo cierto es que el ilustre colombiano atrapó mi atención con sus escolios desde el primer momento. Luego se volvió casi una necesidad leerlo a diario, era como si ráfagas ininterrumpidas de luz vinieran de pronto a disipar las tinieblas en las que hasta ese momento había vivido respecto a todo lo que me rodeaba: sociedad, religión, política, patria, cultura, etc. Y tuve un período de rendida admiración por don Nicolás, memoricé muchísimos de sus escolios y los citaba a cada momento, en conversaciones y escritos (llegué a crear una página de Internet para la difusión de sus escritos). Era autoridad para mí.

Con el paso del tiempo y gracias a muchas lecturas que fueron acumulándose, la admiración por don Nicolás permaneció inalterada, aunque ya la aceptación ciega de muchas de sus ideas había quedado atrás. Llegué a comprender cómo incluso un hombre de la estatura intelectual de don Nicolás era falible, no veía en todo con igual agudeza, su palabra no era irrebatible en todos los campos donde se aventuraba (y se aventuró en muchos), no podía ser tomado como maestro absoluto. De hecho haberlo hecho así hubiera supuesto una abierta traición al mismo Gómez Dávila, dado que nunca quiso ser maestro de nada, ni tener seguidores, ni hacer escuela, ni ser iniciador de ninguna corriente o sistema de pensamiento. Pocas ideas le hubieran repugnado tanto como la mera posibilidad de todo ello.

Con el tiempo don Nicolás ha permanecido a pesar de todo como una voz potente, un profeta que me recuerda de cuando en cuando la modorra que amenaza al que no se mueve, al que se permite el lujo de adormecerse en medio de las aparentes comodidades de la técnica lujuriosa del moderno, al que admite que pueblen su espíritu las ideas deletéreas de la modernidad cartesiana, al que, en fin, comete el peor suicidio de todos, que según don Nicolás, no es otro que pegarse un balazo en el alma.

La pasión por don Tomás de Aquino y su poderosa inteligencia ha venido a reemplazar cabalmente la que hace años experimenté por don Nicolás. En el monje italiano he encontrado un alimento que no se agota, una luz que no se apaga, un camino de comprensión que acoge al caminante con sencillez y lo conduce a cumbres insospechadas. Allí donde don Nicolás se detuvo encadenado por su escepticismo, Tomás avanzó adelante con paso firme.

Gratitud hacia don Nicolás, rendida veneración hacia el buey mudo.


Leonardo Rodríguez


miércoles, 4 de abril de 2018

Acerca del lenguaje 'rimbombante'

El otro día hablando con un amigo acerca de la vida hogareña me preguntaba cuál oficio de casa me agradaba hacer, le contesté que lavar los platos sucios. Y procedí a explicarle mi método...

"Manejo dos metodologías diversas para llevar a cabo dicha tarea, la una procede mediante una estrategia topográfica y la otra mediante una estrategia más bien categorial. A su vez, dentro de la metodología topográfica procedo ya sea de manera topográfica-descendente o topográfica-periférica. El modo topográfico descendente consiste en ir lavando primero los platos que están cerca a la llave del agua y dificultan la logística de la operación. Una vez liberado el espacio inmediato, procedo a iniciar el lavado topográfico periférico, que consiste en lavar los platos que están fuera del lavaplatos, en estricto orden centrípeto.

La estrategia categorial, por otro lado, consiste en dividir los platos sucios en tipos: cucharas, platos, vasos, cuchillos, etc. Y lavarlos siguiendo un movimiento aleatorio, pero buscando agotar siempre cada categoría antes de abordar la siguiente.

Al finalizar el proceso procedo a limpiar la superficie que sirve de soporte a la operación".

Más o menos eso le dije. Mi amigo me miró atónito y dijo: ¿qué?


De forma rimbombante se puede hablar acerca de todo. Y todos conocemos personas que buscan siempre hablar usando palabras rebuscadas o innecesariamente técnicas, con el fin de dar con ello la impresión de ser muy "inteligentes", "conocedoras", "cultas", "leídas", etc. 

Yo pienso distinto. Alguien dijo, no sé quién, que la claridad era la cortesía de la inteligencia, o algo así. Y es verdad. La palabra se ha hecho para expresar y comunicar, y la innecesaria rimbombancia de los discursos y de los escritos dificulta no pocas veces esos objetivos y vuelve vano el diálogo, que eso son a fin de cuentas los escritos y los discursos: formas de diálogo.

Decía yo al inicio de mi libro Amor por la sabiduría, que me causaban asombro esos textos de introducción a la filosofía que resultaban muy difíciles de entender, al punto que casi había que ser ya conocedor de la filosofía y su lenguaje propio, para poder comprender esas "introducciones". Parecían libros escritos para expertos en el tema, no para principiantes. Tenían el título mal puesto. Y eso pasa más a menudo de lo conveniente, lastimosamente. 

Unas veces lo que hay detrás es simple soberbia, orgullo de querer parecer más inteligente que los otros, superior, 'culto'. Lo cual es una completa idiotez, porque quien actúa así da muestras de una ignorancia mucho más profunda que la académica, la ignorancia de la sencillez y de la humildad, que son las virtudes que hacen verdaderamente bella un alma. Los soberbios son feos de alma, que es la peor forma de fealdad que existe.

Otras veces pasa por querer encajar en ciertos grupos 'sociales'. Entonces se cae en la utilización hueca de una jerga abstrusa que parece querer decir mucho y bien, y acaba diciendo poco y mal. 

Sea por lo uno o por lo otro, lo cierto es que buscar la complejidad en las palabras, por la creencia falsa de que complejidad equivale a inteligencia, es una de las formas más eficaces de reconocer cuando se está frente a alguien que seguramente no nos aportará nada en nuestra formación. Huyamos de los rimbombantes, busquemos en todo la sencillez. Sencillez en la palabra, sencillez en la idea y sencillez en el modo de vivir.


Leonardo Rodríguez