viernes, 13 de julio de 2012

LA FAMILIA




LA FAMILIA


Indispensable cimiento de todas nuestras relaciones sociales, hecho necesario y fatal superior a la voluntad humana, la familia es el fundamento primero de toda sociedad, sin ella nunca ha existido ni podido existir el hombre; nunca ha existido ni podido existir tampoco sociedad alguna humana, y cualquier doctrina que pretenda destruir los sentimientos de cariño, amor y respeto entre marido y mujer, entre padres e hijos, destruirá también irremisiblemente todo el edificio social. 

No hay mayor vínculo social para el hombre que los principios eternos que sirven de base a nuestra unión augusta y sagrada en el seno del hogar doméstico. Si desaparecen estos principios, si desaparece la familia, desaparece también con ella la sociedad civil y política y toda sociedad humana.

Necesitamos la familia, para que broten en nuestro pecho sentimientos de honor, de dignidad, de abnegación, de heroísmo, de virtud; necesitamos la vida del hogar para que alienten en nuestra alma el aprecio de nuestros semejantes, los tiernos afectos de la vida, los heroicos impulsos del verdadero amor; porque si de la ley de amor que sentimos en nosotros nace la sociedad, en ninguna parte aparece esta ley tan grandiosa y bella como en la familia. Es, en efecto, la familia el santuario del amor, el cielo en la tierra, el más alto grado de la felicidad terrena; en ella se ensancha el corazón humano, se dilata el ya tan inmenso horizonte de los sentimientos y de los afectos, y refugiado en su misterioso seno, vive el hombre en un mundo ideal y divino, donde respira el celestial ambiente del tierno cariño, y recibe extasiado las caricias seductoras de una esposa, mientras contempla embebecido la alegría incomparable de las inocentes criaturas que le deben el ser. Don admirable del cielo, mística e inexplicable unión de los más ideales sentimientos de la humanidad, la familia es el templo grandioso y sublime que se eleva majestuoso sobre la base inmortal de la unión conyugal y de los vínculos indestructibles del amor paterno y de la piedad filial; bajo sus altas bóvedas vive y crece el amor en sus mil formas distintas, en sus mil variados matices; consuelo del desgraciado, asilo del oprimido, en él nos amparamos cuando invaden nuestro corazón la tristeza y la amargura, y al instante nos vernos rodeados de seres por nosotros queridos, que amantes secan nuestras lágrimas, y llorando con nosotros, calman nuestro dolor y disminuyen nuestras penas. 

¡Qué desdichado sería el hombre si, al verse desgraciado, no pudiera cruzar sus miradas con las de una esposa querida o las de un hijo idolatrado, y recibir el bálsamo divino del consuelo, de las caricias de una madre o de los labios venerados de un padre!

En la familia adquieren su mayor desarrollo los afectos morales del hombre, y en ella únicamente aparecen sus más nobles sentimientos y sus más puras inclinaciones; en ella nos vemos rodeados de seres superiores, iguales, e inferiores a nosotros, y así crece en nuestra conciencia el sentimiento de nuestra propia dignidad y el aprecio de la dignidad ajena; en ella, en fin, es donde se realizan los más heroicos sacrificios de pura abnegación, y donde más imponentes se presentan los vínculos sociales de la humanidad.

El hombre al sentirse amado quiere mostrarse digno de la pasión que ha promovido; y el amor, crisol donde se purifica el oro de las virtudes, se convierte en él en causa de inocencia y de pureza de costumbres; contempla el candor angelical de sus hijos, y ante él extasiado teme que sus acciones mancillen la pureza virginal de la infancia y marchiten la flor incomparable de la inocencia; y si Dios le dio Por hija una virgen del cielo, el padre venturoso no vive sino por conservar intacto el tesoro inapreciable que posee, y en ángel se convierte por custodiar tanta pureza. Rodeado así del tierno cariño de su esposa virtuosa, de la candorosa inocencia de sus hijos, y de la celestial pureza de la virgen que le da el nombre de padre, el hombre no puede menos de convertirse en imitador y en modelo de virtudes; y se forma en el hogar doméstico esa atmósfera ideal de amor, de inocencia y de virtud que, como el incienso de los templos, benéfica se extiende por la tierra y luego se eleva misteriosa en el espacio hasta llegar al trono del Altísimo, donde llena de gozo y alegría las espirituales regiones de la gloria. Y si existe algún ser desgraciado que vive solo en el mundo porque la muerte le separó de las personas por él amadas, se acordará en medio de sus desdichas de los días felices de su infancia, se acordará de las escenas de virtud y de amor que presenció en la familia, y el dulce recuerdo de su felicidad pasada mejorará sus sentimientos presentes y será la idea querida que le guíe por la senda escabrosa del bien. 

De este modo, elemento poderoso de moralidad, es la familia la base y el modelo de toda sociedad; allí donde crezca lozana y pura esta institución divina, prosperarán los Estados, existirá una admirable conciencia pública, censora eterna e incorruptible de la moral privada; tendrá el hombre el sentimiento de su dignidad y de su sublime misión social; se respetarán los derechos sagrados del hombre y de la humanidad; brillará con incomparable esplendor el culto hermoso de la mujer; y unidos los hombres por los lazos sublimes del amor y de la caridad, presentarán en la tierra la imagen seductora de la inmortal bienaventuranza de aquella sociedad divina que se llama la ciudad de Dios , la celestial Jerusalén , en la cual, unidas en el eterno abrazo del supremo Amor, vivirán eternamente las criaturas.

(Tomado de "El matrimonio: su Ley Natural, su historia, su importancia social" de Joaquín Sánchez de Toca Calvo )



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