martes, 16 de agosto de 2022

La imagen contra el concepto

Hace ya unos cuantos años, hurgando entre los libros de la biblioteca municipal de mi ciudad, encontré un librito pequeño que se llamaba "De la imagen a la idea", escrito por un sacerdote jesuita, cuyo nombre lamentablemente no logro recordar. En dicho libro, cuyo pleno significado filosófico no estaba yo en condiciones de entender en ese entonces, el autor realizaba una exposición del proceso de 'ideogénesis', es decir, el proceso psicológico de abstracción de los conceptos a partir de los datos suministrados por la sensibilidad. 

Me llamó mucho la atención y realicé un par de visitas más a la biblioteca en busca de ese libro. No recuerdo tampoco si lo leí completo, me imagino que no, hubiera sido una proeza de mi parte a esa edad, y más teniendo en cuenta que posiblemente entre el 60 y el 70 por ciento de lo que decía, era yo incapaz de captarlo en toda su profundidad.

Andando el tiempo, ya en mi época de universitario, vino a mis manos un libro de un politólogo italiano, Giovanni Sartori, "Homo videns, la sociedad teledirigida", en el cual el autor realizaba lo que en ese momento consideré una crítica bastante ingeniosa y válida a la sociedad actual, donde el pensamiento conceptual, racional, abstractivo, argumentativo, etc., ha cedido su lugar al imperio de la imagen, de la sensación, de lo inmediato, de lo que no exige de suyo esfuerzo de pensamiento alguno.

¿Y por qué te hablo, querido lector, de esos dos libros? Porque me parece que a pesar de la distancia que separa al uno del otro, y a ambos respecto de nuestros días presentes, lo cierto es que actualmente se verifica a una escala monstruosa lo denunciado por Sartori, el 'homo sapiens' ha cedido su trono (si alguna vez lo tuvo realmente) ante el 'homo videns', el hombre del pensamiento racional al hombre televidente, teledirigido, que renuncia gozoso al deber de pensar y se entrega en manos de la propaganda, de los modernos sistemas de comunicación de masas, de las redes sociales, de la Internet.

Es difícil no ver lo que estamos diciendo. Por todos lados se nota y es evidente el descenso de las competencias cognitivas (para usar una expresión 'moderna') del hombre actual. Y no es solo un asunto de los sistemas de educación, que por supuesto que sí, sino que la cosa apunta a algo más global, más universal, la invasión de la imagen sobre el concepto, auspiciada por los grandes medios que parecen interesados en que sus consumidores permanezcan inactivos ante el tsunami de "información" que día a día les sirven como alimento mental.

Y es que para escapar de dicha pasividad hay que razonar, en el sentido más aristotélico de dicha expresión, lo cual implica usar a conciencia las tres operaciones de la inteligencia: simple abstracción, juicio y raciocinio. Cada una de ellas supone la anterior y la primera y la tercera convergen en la segunda, en el juicio, cuando la inteligencia, fecundada por lo real captado por medio de los sentidos iluminados por la luz del intelecto agente, emite su verbo mental, concibe, da a luz su palabra humana que es el concepto, con el cual teje las proposiciones, que sirven de materia prima al razonamiento, que concluye a su vez en un juicio en el que la inteligencia finalmente descansa. 

Y ello requiere esfuerzo, disciplina, constancia. Exactamente lo opuesto de sentarse frente a una pantalla y pasar horas recepcionando pasivamente el contenido cuidadosamente creado para mantenerme en ese estado cuasi vegetativo. 

La Internet, con sus redes sociales y su prácticamente ilimitado número de páginas web, representa el triunfo de la imagen; y con imagen nos referimos aquí al universo sensible, que incluye lo visual pero también lo auditivo, la sensibilidad toda. Es difícil no sentirse subyugado por tantas formas, colores, movimientos, animaciones, sonidos, etc., cuando nos entretenemos ante la pantalla del celular o del computador, es verdaderamente una red que sabe cómo atraer la atención y atraparla.

Pero no se trata ya, como en el libro del jesuita que rastrea la ideogénesis, de una sensibilidad que sirve de punto de apoyo para el trabajo abstractivo de la inteligencia, sino que se trata ahora de una sensibilidad que permanece en lo sensible, que no ofrece otra cosa más allá de la desnuda sensación y lo que ella puede ofrecer en términos de experiencia de lo inmediato, lo que cautiva en el instante, lo pasajero, lo que detrás de sí llama otra imagen que viene pronto a suplantar la anterior, en un desfile interminable de percepciones que se quedan en la mera materialidad de lo visual/auditivo. 

Tenemos así un universo de lo sensible hipertrofiado, que a su vez atrofia el ejercicio propio de la inteligencia. No hay abstracción, se la estorba, se la impide, y en un movimiento completamente desnaturalizador, se le cierra al intelecto agente la posibilidad de fecundar los datos sensibles para alumbrar el concepto. Es una especie de aborto epistemológico.

Nada tiene de raro entonces que las nuevas generaciones sean cada vez más  incapaces de los grandes retos metafísicos, de pensar los grandes pensamientos, de razonar en profundidad sobre las grandes verdades, esas que, aunque tomando pie de la sensibilidad, se ubican más allá, en el reino de lo inmaterial, universal y necesario; que es el reino del concepto. Se han habituado a la imagen y se encuentran con la incapacidad de alumbrar el concepto, el concebido.

Se trata de la imagen ocupando un lugar que no le corresponde, usurpando un sitial que no es suyo, invadiendo la vida mental toda de la persona que se paraliza frente a una pantalla a disfrutar por horas de un tsunami interminable de imágenes que saturan y embotan su capacidad de razonamiento abstracto. Es la muerte del pensamiento.


Queda sobre este asunto mucha tela por cortar, por ahora dejemos aquí.


Leonardo Rodríguez Velasco.


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