miércoles, 8 de febrero de 2012

Serie : Deconstruyendo la sociedad moderna (3)


La voluntad (1)

Se suele decir que los seres humanos hacemos fundamentalmente dos cosas: conocer y querer. De tal manera que todas las acciones posibles se reducen finalmente a una de esas dos categorías, entendiendo claro está, que el conocer abarca tanto el conocer sensitivo como el intelectivo; y que el querer abarca tanto el movimiento sensible como el intelectual. Hagamos entonces algunas aclaraciones previas:

-          En primer lugar damos por supuesto que nuestros lectores distinguen entre un conocimiento sensible y otro conocimiento intelectual, es decir, distinguen entre un conocimiento que se adquiere por medio de los sentidos y otro conocimiento que se adquiere por medio de la inteligencia. Por tanto se da por sabida la distinción entre sentidos e inteligencia como facultades de conocimiento realmente diferentes entre sí. Sabemos que esta distinción ha sido negada históricamente por varias corrientes de pensamiento; las unas, negando el papel de los sentidos, racionalistas o idealistas extremos; las otras, negando el rol de la inteligencia,  empiristas o materialistas radicales.


Decimos entonces que vamos a dar por sabida y aceptada la real distinción entre estas dos potencias cognoscitivas puesto que hacer aquí la defensa de tal tesis nos llevaría extremadamente lejos del propósito que nos hemos trazado, el cual es esclarecer un poco la naturaleza de la voluntad humana. (Quizá en otra oportunidad acometamos la tarea de fundamentar la distinción entre el conocer sensible y el intelectual)

-          Quedan en un universo aparte las operaciones llamadas "vegetativas" o inconscientes, como son el funcionamiento interno de nuestro organismo, ritmo cardiaco, ritmo respiratorio, metabolismo, funcionamiento del sistema nervioso, etc. las cuales son evidentemente operaciones nuestras pero que escapan a la vida consciente y voluntaria, y de las cuales sólo obtenemos alguna información por medio de aparatos que nos permiten "verlas".

-          Por ahora pasaremos por alto también todo ese mundo inconsciente que nos ha sido puesto de manifiesto por las aportaciones psicoanalíticas, puesto que aunque inconscientes, también todos esos fenómenos son reducibles a la esfera cognoscitiva o a la esfera volitiva. Aclaramos de paso que tenemos frente al psicoanálisis todas las reservas del caso, pero no desconocemos su labor en el esclarecimiento de la esfera inconsciente del psiquismo. En otras palabras, los psicoanalistas nos han respondido el "AN SIT", y es a las antropologías realistas a quienes corresponde contestar el "QUID SIT" y el "PROPTER QUID".

-          Hechas las anteriores aclaraciones podemos afirmar que el vivir del ser humano se mueve en esas dos esferas, la esfera del conocimiento y la esfera de las inclinaciones o tendencias, las cuales han sido llamadas esfera cognitiva y esfera apetitiva.

Precisamente de esa segunda esfera apetitiva, y más propiamente de lo apetitivo intelectual, es que queremos tratar aquí.
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En primer lugar, dos palabras acerca del apetito en general.

Podemos entender el apetito como una inclinación proveniente o causada por una "forma" ("forma" en sentido aristotélico). Pensemos en un cuerpo que se encuentre inclinado hacia el suelo formando un ángulo con el horizonte; no está orientado ni vertical ni horizontalmente de manera que si ningún obstáculo se lo impide este cuerpo acabará en tierra pues tiene una "inclinación" hacia abajo, y esta inclinación proviene de su misma naturaleza, en este caso de su propio peso.

Ahora bien, como el peso del cuerpo es parte de su naturaleza o "forma", de ahí que se diga que su inclinación a caer hacia abajo proviene de su forma, y por tanto conviene definir el apetito como una inclinación del ente hacia aquello que le es proporcionado por naturaleza.

San Agustín decía que el apetito es un cierto "peso" de cada ser hacia lo que le es proporcionado según su naturaleza.

El apetito o potencia apetitiva es la fuerza interior que lleva a cada ser a unirse o a buscar aquello que le es propio o proporcionado, es entonces un principio de movimiento. La palabra apetito proviene de un vocablo latino que significa: "intentar tomar algo", "intentar coger algo", "apetecer", "buscar".

Se apetece algo, se intenta algo, en la medida en que nos movemos a su consecución, y nos movemos a alcanzarlo en cuanto lo hallamos conveniente para nosotros, pues nadie busca alcanzar aquello que no le conviene. (Incluso cuando aquello que intentamos alcanzar es objetivamente perjudicial para nosotros, lo intentamos alcanzar debido a un error del juicio en virtud del cual nos engañamos y tomamos por bueno para nosotros lo que de hecho es malo).

Es por ello que todo apetito brota de principios intrínsecos al apetente, de su naturaleza. Si algo se mueve en busca de un fin pero no "desde" su naturaleza intrínseca sino a causa de un agente extrínseco (como la flecha disparada por el arquero), se dice que está "dirigido hacia", pero no propiamente que sea "apetente de". Que la inclinación brote de la propia naturaleza es lo característico del movimiento apetitivo.
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Ahora intentaremos aclarar un poco el origen radical de todo apetito.

Dijimos que el apetito debe brotar de principios intrínsecos al apetente, de otra manera el movimiento sería dirigido pero no apetecido o buscado por el sujeto. Y los principios intrínsecos del ente son el acto de ser y la forma sustancial.

Decimos por ejemplo "eso ES un CABALLO"; el verbo "ser" señala el acto de ser, o su posición en la existencia, fuera de sus causas (aunque el "SER" no es propiamente la existencia sino más bien causa de ésta). Y el sustantivo "caballo" señala el modo de ser del ente, su esencia o forma substancial.

Bien, del acto de ser proviene la real existencia del caballo, de este caballo concreto que ahora vemos, y de su real existencia proviene la posibilidad de sus distintas operaciones vitales, pues nunca la mera idea de un caballo ha ganado ninguna carrera en el hipódromo.

Pero al mismo tiempo vemos que es de la forma o esencia del caballo de donde proviene la especificación de tales operaciones, pues precisamente gana carreras en el hipódromo por ser un caballo y no un ave o un pez o un mueble. Es como si dijéramos que del acto de ser proviene la energía vital y de la esencia o forma el modo concreto de ejercerla o usarla.

Es por ello que nuestros mayores decían "agitur sequitur esse", el obrar sigue al ser, se obra según lo que se es.

Resumiendo: sin forma no hay verdadera inclinación o tendencia, sino sólo movimiento azaroso, desordenado y caótico, porque la tendencia es movimiento hacia un fin y no existe fin sin un modo determinado de ser en orden a aquel fin. Es como si pusiéramos mucho carbón en las calderas de un tren, pero quitáramos al mismo tiempo los rieles del camino y el maquinista. Sin forma no hay dirección en el movimiento, no hay orden.
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Santo Tomás decía "quamlibet formam sequitur inclinatio", a toda forma le sigue una inclinación.

¿Cómo es esto posible si la forma pareciera ser más bien un principio estático e inmóvil? finalmente las ideas no cambian, son inmutables, entonces ¿cómo se ha de entender aquello de que a toda forma sigue una inclinación?


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