sábado, 28 de enero de 2012

Serie : Deconstruyendo la sociedad moderna (2)


Habíamos prometido ocuparnos  de la cuestión de la libertad individual, la cual es el fundamento último sobre el que se ha buscado construir la sociedad actual, su sistema legislativo, educativo, cultural, religioso, etc.

Para tratar este asunto se nos presentan en principio dos caminos, uno más sencillo y otro un poco más complejo. El sencillo consiste en hacer una breve y somera descripción de los 3 modos de libertad que usualmente se encuentran en los manuales que se ocupan de estos temas, a saber, libertad psicológica, libertad moral y libertad física, y a partir de ello extraer algunas reflexiones útiles para nuestro propósito. El camino complejo consiste en la exposición de la doctrina clásica acerca de la voluntad humana y el libre arbitrio, usando para ello como guía las cuestiones 82 y 83 de la primera parte de la Suma Teológica de santo Tomás.


Con el primer camino ganamos sencillez en la exposición, con el segundo ganamos solidez;  de manera que hemos decidido dividir el trabajo en tres momentos: en el presente artículo seguiremos el primer camino y en dos artículos posteriores trataremos de exponer, con el favor de Dios, las principales tesis sobre la voluntad y el libre arbitrio.

Somos conscientes de la “aridez” que para algunos de nuestros lectores puedan tener estos artículos sobre la libertad, pero al mismo tiempo sabemos que si queremos en verdad edificar con firmeza nuestra  crítica o “deconstrucción” de la sociedad moderna, no hay otro camino que el de fundamentarnos lo mejor posible en el conocimiento de aquellas tesis cuya negación, olvido o tergiversación ha servido de base al proceso revolucionario que contemplamos a nuestro alrededor.
 
Así pues invitamos a nuestros lectores a seguir con atención y paciencia los 3 artículos siguientes a fin de que, sólidamente afincados en el conocimiento de la naturaleza de la libertad humana, podamos asimismo con solidez vislumbrar el punto de quiebre de la concepción moderna de la misma, logrando así comprender que sólo en el retorno a la verdadera idea de libertad es posible esperar para los individuos y las sociedades la estabilidad, la plenitud y la paz que tanto se afanan por encontrar en caminos errados.
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Veamos en primer lugar la llamada libertad psicológica. En términos generales se entiende por libertad psicológica la facultad que tiene todo ser humano de determinar sus actos, previo conocimiento del fin y de los medios que a él conducen. Los autores nos hablan de la especificación y el ejercicio; la libertad psicológica nos permite especificar nuestros actos, es decir, determinarnos a hacer esto o lo otro, supuesta la existencia de varias posibilidades. Y también nos permite “ejercitar” nuestros actos, es decir, determinarnos a obrar o no obrar. Resumiendo, en virtud de la libertad psicológica podemos hacer esto o lo otro, obrar o no obrar.

Por ejemplo, pensemos en un momento concreto en que tenemos la sensación de hambre; pues bien, a diferencia de los animales los cuales se ven irresistiblemente empujados a obrar apenas sienten la inclinación de su instinto, los seres humanos podemos en tales casos decidir en primer lugar comer o no comer, y en segundo lugar podemos decidir comer esto o lo otro. Puede ser que tengamos entre manos alguna ocupación urgente y entonces lo correcto será calmar nuestro apetito en otro momento; también puede suceder que por cuestiones médicas, aun pudiendo, renunciemos a tal o cual alimento y decidamos calmar nuestra hambre con otro alimento que no perjudique nuestra salud. De manera que podemos especificar nuestro acto, y determinar su ejecución, y a esto se le llama (aclaramos que en términos generales, pues más adelante cuando nos ocupemos de la voluntad y el libre arbitrio deberemos hacer algunas matizaciones) libertad psicológica.

Entre otras consecuencias de poseer esta libertad psicológica, está sin duda la posibilidad misma de ser responsables de nuestros actos. Es evidente que si no pudiéramos especificar nuestros actos ni determinarnos a obrar o no obrar, sería imposible que nos fuera imputada alguna responsabilidad sobre nuestras conductas. Todo ese universo ético y religioso lleno de consejos, exhortaciones, prohibiciones, mandamientos, etc. carecería por completo de sentido. Pues ¿qué sentido pudiera tener decirle a una persona “debes hacer esto más bien que lo otro”, “no debes hacer eso”, “haz aquello”, si esa persona no tiene la posibilidad real de determinar sus actos? Es claro que no tendría ninguna razón de ser el universo ético, como tampoco el universo penal, pues ¿cómo justificar el castigo a una persona a causa de una conducta sobre la cual la persona no posee ningún tipo de control?

Es por ello que los animales no son propiamente hablando “responsables” de sus actos. Un tiburón que en alta mar atacase a un náufrago no podría ser acusado de asesinato. Un perro que mordiese a un transeúnte no podría ser procesado por lesiones personales, a lo sumo se podría sancionar a su propietario precisamente por irresponsable.

En cambio, un ladrón, un asesino, un mentiroso, un violador, un terrorista, un estafador, etc. pueden y deben ser justamente acusados y responsabilizados de sus acciones y han de responder por ellas ante la justicia porque poseen la facultad de determinar sus actos, hacer esto o lo otro, obrar o no obrar.
 
Son muchas las corrientes de pensamiento que a lo largo de la historia han negado la existencia de esta prerrogativa humana. Se les llama en general deterministas, por cuanto defienden que las conductas humanas están fijadas, condicionadas, determinadas, ya sea por la cultura, la época, la biología, la libido, etc.

El pensamiento tradicional ha defendido siempre con multitud de pruebas y argumentaciones la real existencia de esta facultad humana, no sólo por fidelidad a la realidad de las cosas, sino también como salvaguarda de todo nuestro sistema de valores y principios, el cual descansa sobre el fundamento de la libertad del hombre para hacer el bien o el mal, lo correcto o lo incorrecto; corregirse o degenerarse, seguir la luz de su razón o apartarse de ella.

Para poner tan sólo un ejemplo de determinismo y del daño que causan, mencionaremos el determinismo de origen freudiano. Como todos saben el freudismo es una corriente de la psicología que surge el siglo pasado de la mano del psiquiatra vienés Sigmund Freud. Según el freudismo la conducta humana está sometida a la vida instintiva, siendo lo predominante de esta última la tendencia sexual. Partiendo de semejante fundamento los psicoanalistas se han lanzado a interpretar absolutamente todo; la cultura es sublimación de las tendencias sexuales, lo mismo la filosofía, la religión, el arte, etc. los sistemas morales son sistemas represivos de la naturaleza humana y deberían ser abolidos para dar paso a una sociedad sin complejos ni neurosis.

Precisamente fue un freudiano, Marcuse, uno de los principales agentes ideológicos de la revolución de los años sesenta. Este autor proclamaba poco  más o menos la absoluta liberación sexual en todos los ámbitos con el fin de “sanar” al hombre de su moral burguesa y represiva. No en vano la “M” de Marcuse, figuró durante las revueltas de Mayo del 68 junto a las de Marx y Mao.

Si el ser humano no es más que un manojo de impulsos principalmente sexuales, ¿por qué seguir tolerando la existencia de sistemas morales “represivos” de la “verdadera” naturaleza humana? ¿No sería mejor dar campo abierto incluso a las más aberrantes expresiones de la sexualidad, buscando así la verdadera “liberación”?

Pues bien, fueron muchos los que seducidos por estos cantos de sirena se arrojaron por este camino y acabaron defendiendo las vilezas más extremas de que se tenga memoria. (Esperamos ocuparnos de esos personajes en alguna oportunidad)
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En segundo lugar está la libertad física,  otros la llaman libertad frente a la coacción. Se entiende por libertad física la posibilidad concreta, “física”, de ejecutar determinada acción, libertad de no ser impedido “físicamente” de hacer lo que queremos hacer. Es evidente que si tomamos a alguien y lo atamos de pies y manos le estamos restringiendo su libertad física, como si dijéramos su libertad de movimiento. También a los que se encuentran presos en algún establecimiento carcelario se dice que se les ha privado de su libertad física, su libertad de acción.

Esta libertad es de alguna manera, garantía de la libertad psicológica, pues de nada serviría poder hacer esto o lo otro si a la hora de la verdad se nos impidiera por la fuerza realizarlo.
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Por último está la libertad moral; se entiende por libertad moral la posibilidad de movernos en el bien. Es entonces una facultad que mira al bien, dirigida al bien, ¿qué quiere decir esto?, quiere decir que la libertad moral es aquella en virtud de la cual nuestros actos son llamados buenos o malos. Es evidente que no todo lo que hacemos es bueno, ni todo lo que hacemos es malo. Para lo bueno tenemos libertad moral, pero no para lo malo. Somos libres para hacer el bien, pero no para obrar contra el recto orden de las cosas.
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Estos tres tipos o modos de libertad guardan entre sí algunas relaciones, por ejemplo: vamos por la calle y vemos que a una persona se le cae al suelo un fajo de billetes, 1) tenemos libertad psicológica para determinar nuestro acto, podemos decidir recoger el dinero o no recogerlo; dejarlo ahí tirado, llamar al dueño, etc. 2) tenemos libertad física para recoger el dinero, pues salvo algún problema con nuestra columna vertebral nada nos impide agacharnos a tomar el dinero. 3) tenemos libertad moral para DEVOLVER el dinero a su legítimo dueño, PERO NO TENEMOS LIBERTAD MORAL PARA QUEDARNOS ESE DINERO PARA NOSOTROS. Esto último sería un acto moralmente malo.
 
Otro ejemplo: supongamos que unos jóvenes de dudosa moralidad le quieren jugar a un amigo “demasiado piadoso” una broma de pésimo gusto. Lo atan a una cama contra su voluntad y contratan a una mala mujer para que lo seduzca con sus artes. Evidentemente este chico ha perdido su libertad física, está inmóvil, atado, impedido en sus movimientos. Sin embargo conserva por un lado su libertad psicológica y su libertad moral. De manera que aun en medio de los placeres más grandes este chico, con un acto fortísimo de su voluntad puede salir victorioso y no “consentir” internamente con aquel acto que es MORALMENTE REPROBABLE. Se opera aquí una especie de separación entre la sensibilidad y las potencias superiores. Pues mientras la sensibilidad se encuentra embotada por las artes de la mujer, la voluntad y la inteligencia de este joven pueden permanecer fijas en el deseo del cumplimiento de la ley moral, y en tal caso no obra mal.
 
El anterior ejemplo, para quienes pudiera parecer demasiado escabroso, lo tomo del bello librito de san Francisco de Sales, “Introducción a la vida devota”. Ejemplo con el cual el santo busca ilustrar, en un contexto teológico espiritual,  que los seres humanos aun en medio de las más fieras tentaciones contra la ley moral, conservan la facultad de consentir o no con aquellos actos, de manera tal que nadie es totalmente excusable cuando cede.

En resumen, la libertad física nos puede ser arrebatada del todo; la libertad psicológica puede ser disminuida por varias razones, enfermedad mental, intensidad de las pasiones, ignorancia, miedo, etc. y la libertad moral permanece siempre inmutable, lo que es en sí malo, será malo siempre y siempre deberá ser rechazado. Lo que es en sí bueno, será bueno siempre y siempre deberá ser elegido.

Leonardo Rodríguez.

1 comentario:

Anónimo dijo...

palabras que hacen abrir la mente.felicidades por esta labor que estan haciendo.