domingo, 31 de julio de 2016

El terror a no ser considerado moderno



Explica Tomás de Aquino que el miedo es una pasión causada por la perspectiva de un mal venidero que se concibe como difícil de evitar, en sus palabras: "obiectum timoris est malum futurum difficile cui resisti non potest".

De forma tal que el miedo, y su estado extremo que es el horror, es propiamente un estado psicológico causado por la perspectiva de un mal, real o solo aparente, de manera que el mal que ocasiona la reacción de miedo en el sujeto puede ser un mal real, o solo algo que el sujeto concibe erradamente como un mal. Fruto de una percepción equivocada. Como el que se asusta ante una sombra amenazadora, que resulta ser un árbol batido por el viento.

Pues bien, veo en mis contemporáneos un verdadero miedo, en algunos casi terror, a ser excluidos del grupo de los modernos. Para comprender mejor lo que queremos decir conviene que dejemos primero claramente establecido lo que entendemos por ser moderno.

No entendemos por ser moderno una denominación meramente cronológica, pues es evidente que todos nos encontramos en la actualidad situados temporalmente en el año 2016, y salvo algún tipo de desorden mental, es imposible que estemos o pretendamos estar en el año 1250. De manera que no entendemos el ser moderno en dicho sentido cronológico. Más bien usamos la palabra 'moderno' para referirnos al conjunto de ideas y postulados de carácter socio-político y moral, que desde hace un par de siglos viene configurando las mentalidades, y que se han presentado desde su origen como contrarias a la tradición cristiana que se mantuvo (y en algunos aspectos aún se mantiene) vigente hasta hace poco, pero que cada vez es más olvidada, atacada y excluida del ordenamiento social.

Aclarado lo que queremos decir con la palabra moderno, se comprende mejor el título que hemos dado a este pequeño escrito: el terror de no ser moderno.

Las ideas, valores y principios que un día fueron la estructura íntima que sostenía la entera civilización occidental, han sufrido desde hace un par de siglos una serie de embates perfectamente calculados y bien dirigidos, que han terminado por debilitarlos, no en lo que tienen de coherencia interna y de intrínseca verdad y validez, sino en la percepción que de ellos tienen los individuos; y hecho esto, ha sido sencillo para los demoledores de turno edificar poco a poco un estado social favorable a sus designios y agresivo contra todo lo que en alguna forma se oponga al curso que han determinado para la historia: el abandono del criterio moral cristiano en la edificación del tejido social.

Y una de las estrategias que más les ha funcionado a los demoledores ha sido la de difundir por todas partes la creencia de que "se debe estar con los tiempos", "se debe avanzar con el progreso", "somos de hoy, no de ayer", "no hay que ser enemigo del progreso", etc. Frases todas estas con una evidente carga emocional, suficiente para arrastrar el convencimiento del gran número, poco dado a la reflexión juiciosa.

¡Y es que esas frases contienen una gran dosis de verdad! no es posible pensar en una frase que sea 100% falsa, pues aunque la adjudicación de tal predicado a tal sujeto puede ser equivocada, no por ello deja de existir (como actuales o posibles) lo mentado por el predicado mismo y por el sujeto, tomados como unidades de sentido. Quizá la única frase completamente falsa sería una como la siguiente:

"fr thryu ljhugi edorgtuh ed oiujhtgu"

Y aún así seguiría siendo cierto que dichos signos forman realmente parte del alfabeto. De manera que una frase 100% falsa, 100% vacía de toda referencia de sentido, es imposible; sería el silencio...y hay silencios cargados de sentido.

Entonces esas frases laudatorias del progreso y de los tiempos presentes tienen su parte de verdad, su parte de validez. El truco consiste en fundir en uno solo, dos sentidos que deben ser escrupulosamente distinguidos: el sentido moral y ese otro sentido que llamaremos técnico.

El sentido 'técnico' de esas frases consiste en que se refieren a los adelantos tecnológicos, técnicos, industriales, etc., que han tenido lugar sobre todo en los últimos decenios del siglo XX y lo que va del XXI. Incluso quien esto escribe, lo hace haciendo uso de un computador personal, una verdadera maravilla tecnológica imposible hace un par de siglos, y posible hoy día gracias a los asombrosos avances en el conocimiento científico. 

¿Y cómo se entera el autor de este texto de los recientes movimientos de 'opinión' que motivan buena parte de sus escritos? pues a través de su cuenta en 'Twitter', o de su perfil en 'Facebook', los dos ejemplos más característicos de eso que hoy se llaman 'redes sociales', y que son también, junto al mar de Internet al que pertenecen, dos muestras de las conquistas técnicas completamente impresionantes que el hombre ha alcanzado en los tiempos recientes. Incluso, como decíamos hace poco en una carta que dirigimos a un 'moderno' profesor de 'filosofía', usamos jeans rotos y zapatos de tela, pues somos de nuestro tiempo, sin sentir por ello ninguna necesidad de caer cegados por esa otra esfera de significado que mencionábamos arriba: la esfera moral.

El sentido 'moral' de las frases laudatorias del progreso que mencionábamos antes es bien distinto del sentido 'técnico', se refiere más bien a la aceptación de los postulados morales o axiológicos (para usar una expresión muy corriente hoy día), que se han ido imponiendo en la época reciente.

En este sentido, ser moderno viene a significar la aceptación, por 'x' o por 'y', de los postulados morales, o más generalmente, de la cosmovisión (otra palabra muy usada hoy) mayoritariamente anticristiana, que han venido imponiendo los adversarios de la herencia cristiana occidental. Aceptación que no necesariamente debe realizarse en términos conscientes de lo que ella significa, pues basta con ir con la corriente para hacerle el juego a los que, conscientemente, influyen a gran escala en los acontecimientos. 

De manera que cuando se dice que "se debe estar con los tiempos", "se debe avanzar con el progreso", "somos de hoy, no de ayer", "no hay que ser enemigo del progreso", etc. Dichas expresiones pueden ser interpretadas en por lo menos dos sentidos, el técnico y el moral. Y ni son lo mismo, ni se implican mutuamente de forma que no se pueda dar el uno sin el otro: se pueden usar jeans rotos y zapatos de tela, y al mismo tiempo estar en contra del crimen del aborto. Nada lo impide, absolutamente nada, son dos esferas perfectamente diversas.

A pesar de las anteriores consideraciones, los demoledores han logrado fundir los dos sentidos en uno solo, hacerlos inseparables, hasta el punto de que quienes rechazan los postulados socio-políticos y morales que ha traído la edad 'moderna', son vistos como bichos raros, pues realmente no se comprende cómo alguien pueda 'pensar' así, siendo que la modernidad (cronológica) ha traído tantos adelantos de los que todos nos beneficiamos casi sin excepción. En las líneas que anteceden se percibe esa argumentación confusa que mezcla dos niveles de análisis distintos, y que concluye, por tanto, de manera ilegítima una condena a los opositores de la modernidad moral.

Todo esto ha hecho surgir en el ambiente social un verdadero miedo a no ser considerados modernos, quizá es esto comparable al miedo que alguna vez se sintió por la enfermedad de la lepra. Así como hubo un tiempo en que todos huían del leproso, pues ser contagiado era algo terrible, de la misma manera hoy se huye del que sostiene postulados contrarios a los 'políticamente correctos'. Nadie quiere ser un leproso, todos aspiran a ser modernos.

Volviendo a las palabras de Tomás mencionadas arriba, se trata de un miedo, de un terror a un mal solo aparente. Ya nos decía Tomás que el miedo podía ser causado por un mal real o por uno aparente, es decir, uno que solo es un mal en la errada percepción del sujeto. Y ese es el caso en lo que respecta al miedo a no ser considerado moderno. 

¿Por qué? porque no ser moderno en el sentido que hemos llamado 'moral' de esa expresión, lejos de ser un mal, es el supremo bien personal y social al que podemos aspirar. Decía don Nicolás Gómez Dávila:

"Nadar contra la corriente no es necedad si las aguas corren hacia cataratas" 

Nadamos actualmente contra la corriente porque estamos convencidos de que dicha corriente actual se dirige hacia unas profundas cataratas que conducen al individuo, a las familias y a la sociedad, hacia una decadencia de la cual nadie saldrá beneficiado, nadie, excepto tal vez aquél que desde el inicio ha sido enemigo del género humano.

Seguiremos levantando la voz contra la modernidad 'moral', vistiendo jeans rotos y zapatos de tela.


Leonardo Rodríguez


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