miércoles, 12 de diciembre de 2018

Una pretendida "superioridad"


Resultado de imagen para soberbia
Es muy frecuente, lamentablemente, encontrarse uno con esa actitud tan chocante de algunos que se imaginan que por ser "ateos" son, de alguna manera y por alguna extraña razón, automáticamente superiores, sobre todo en términos de inteligencia. En otras palabras, muchos creen que ser ateos les otorga una altura “intelectual” muy por encima de los demás, pobres mortales creyentes.

Lo anterior lo traslucen en sus conversaciones, en el tono con el que abordan todo lo relacionado con Dios, así como en las continuas burlas hacia quienes tienen fe. Que haya alguien inteligente (según lo que ellos entienden por inteligencia) y creyente al mismo tiempo les parece un imposible; de allí sacan la conclusión de que si es creyente no es inteligente y viceversa. Esto lo apoyan, entre otras cosas, citando nombres de científicos de renombre que han manifestado su increencia, supuestamente apoyada en “los avances de la ciencia”.

Estos olvidan, en la embriaguez de su aparente triunfo, que así como hay hombres de ciencia de mucha fama que han manifestado públicamente no creer en Dios, igualmente hay hombres de ciencia con los mismos títulos e igual renombre, que sin ningún problema hablan de su fe en Dios no viendo en ello ninguna contradicción con su labor científica. Sea de ello que se quiera lo cierto es que usar como argumento, de un lado o del otro, un listado de personas inteligentes en algún campo de la ciencia, no es en realidad un buen argumento, como pudiera parecer a primera vista.

En efecto, resulta natural asumir que lo que una persona que consideramos poseedora de conocimientos evidentes y reconocidos dice tener por cierto, debe ser cierto seguramente, ya que quien lo dice es inteligente. Pero esa es una forma incorrecta de razonar por varios motivos, entre otros por los siguientes:

- Por muy inteligente que sea, puede estar equivocado.

- Siendo especialista en un área del saber, sus afirmaciones serán de consideración en dicha área. No por ser buen astrónomo es un teólogo o filósofo idóneo.

- Es posible que al expresar sus opiniones lo haga movido más por sus motivaciones personales que por sus conocimientos específicos.

Etc.


Por lo anterior no consideramos una buena argumentación, en pro o en contra de la existencia de Dios, esas largas listas de nombres de científicos o filósofos, que abundan en cierta literatura, con las que se pretende decidir una cuestión tan trascendental.

Los argumentos a favor y en contra de la existencia de Dios deben ser sopesados en sí mismos, y no por la fama de quién los enuncia.

¿Por qué cree el ateo que serlo lo hace más inteligente?

Creemos que es debido a esa idea falta tan difundida según la cual la religión y la ciencia son incompatibles, de manera que donde está la una no puede coherentemente estar la otra. Y puestos a escoger entre fe y ciencia, el moderno se queda con la ciencia que le promete mediante la técnica el paraíso en la tierra sin hacerle a cambio exigencias morales de ningún tipo. Algo así como tener que escoger entre hacer un préstamo en un banco que te cobra intereses o hacerlo en uno que no solo no te cobra intereses sino que te da todo el tiempo que quieras para pagar, incluso puedes no pagar si no quieres. Evidentemente la decisión no es difícil.

El hombre moderno escoge la ciencia porque ésta llena su vida de innegables comodidades que facilitan todo, desde el transporte, hasta las comunicaciones y la vida de hogar, pasando por la industria del entretenimiento, entre muchas otras. Además esta masa de comodidades viene sin ninguna exigencia moral, es decir, no hay que ser mejor persona para tener el último celular, ni hay que serle fiel a la esposa para acceder a Internet. Se recibe mucho y no hay que dar nada a cambio, salvo dinero evidentemente. Pero ese es un detalle que parece no importar mucho, ya que con tal de gozar de todo ello, sin compromiso moral alguno a cambio, ningún dinero parece excesivo.

Y entonces ve uno, sobre todo por estas épocas decembrinas, una marea interminable de gente entrando y saliendo de los centros comerciales, felices de ir a gastar allí su dinero, bajo la promesa de un paraíso tecnológico-consumista-hedonista, donde el compromiso ético-moral del individuo brilla por su ausencia.

Es así que la religión sale perdiendo. Ella no promete el paraíso aquí, sino más allá, y a cambio de dicho paraíso exige un compromiso total y radical del individuo con la construcción de su personalidad moral. Una lucha diaria por el mejoramiento personal.

De esa incompatibilidad aparente entre ciencia y fe, sacan muchos la consecuencia de que lo verdaderamente “inteligente” es decantarse irrestrictamente por el “bando” de la ciencia, que promete tantos beneficios, sin pedir casi nada a cambio.

Que aún hayan personas de fe le parece al moderno un escándalo, un error fruto de la ignorancia y el fanatismo ciego de algunos. El reino de la fe les parece una antigualla propia de otras épocas, una pieza de museo que poco a poco desaparecerá para dar paso ya finalmente al reino del progreso tecnológico y “humanista” indefinido.

En ese orden de ideas el ateo se considera a la vanguardia de ese movimiento de progreso, de ese triunfo inevitable de la inteligencia, de la ciencia. Y mira a su vecino creyente como poco más que un estorbo en la realización de ese futuro deseado.

Es por eso que pocas cosas desconciertan tanto al moderno como un católico instruido, un católico formado, un católico consciente de su compromiso de conocer, vivir y profundizar en su fe. Y si dicho católico tiene además madera para estudios filosóficos y asume con altura el debate académico, puede el moderno llegar a ver tambalear enteramente su edificio ideológico, pues la figura de un creyente inteligente no cuadra en su universo, le produce asombro y estupor.

La pretendida superioridad intelectual de que se jactan, no es más que el resultado de su vanidad inflada por la ignorancia de aquello en lo que consiste verdaderamente ser inteligente.


Leonardo R.


No hay comentarios.: