martes, 16 de julio de 2019

(9) Características diferenciales de la moderna filosofía, respecto de la medieval




9) Idea de la libertad como pura auto-determinación       



¡Cuánto se habrá escrito sobre la libertad! ¡Y cuánto queda aún por ser escrito!

La libertad como concepto atrae inevitablemente la atención de los intelectuales y eruditos de todo tipo: los filósofos escriben sobre ella, los psicólogos hacen lo propio; los sacerdotes lanzan advertencias sobre su uso enloquecido, los moralistas la toman como centro de sus cavilaciones; los artistas la buscan como fuente de inspiración, le dedican poemas y canciones; los políticos la usan como estribillo de sus discursos de tres pesos. Parece que todo el mundo tiene algo que decir de la libertad.

¿Y la libertad ya no como concepto sino como elemento vital del cotidiano vivir? Bajo este aspecto la libertad pareciera ser el 'desiderátum' de todas las épocas, de todos los tiempos y de todos los lugares. Su fuerza de atracción resulta imponente, atrae siempre a manera de fin que parece nunca alcanzarse del todo: ¡aspiramos a la libertad! ¡Buscamos la libertad! ¡La libertad a cualquier precio! ¡Libertad, igualdad y fraternidad!

Hoy vivimos, según muchos, en una sociedad construida sobre el respeto por la libertad, por las libertades. Nos dicen que ya han quedado atrás los tiempos de tiranías y cadenas. La época de los reyes y de los sacerdotes, nos dicen, ha pasado, y vemos abrirse ante nuestros ojos un presente donde la libertad humana por fin reclama sus derechos y es puesta en el sitial de honor como piedra angular que ha de sostener con su fuerza todo el edificio social.

Pero, en medio de tal aparente apoteosis de la libertad, ¿se entiende lo que esta significa? Porque pareciera que estamos aquí ante un concepto verdaderamente proteico vacío de sentido e infinitamente maleable según quien lo use y para qué. 

¿Qué es para el moderno la libertad? La idea que el hombre moderno se hace de la libertad hunde sus raíces en una filosofía voluntarista y nominalista que inició su andadura, según los entendidos, por allá por los años de Guillermo de Ockham, fraile franciscano inglés que vivió en la primera mitad del siglo catorce, célebre por sus aportes al estudio de la lógica, entre otros. Pero no crea el amable lector que nos ha seguido hasta aquí que ahora emprenderemos un recorrido histórico a tiempos tan lejanos, no, con ánimo de brevedad trataré de resumir aquí en apretada síntesis lo que él dijo y cómo de allí se derivó un concepto de libertad que llega hasta nosotros en pleno año 2019.



Básicamente, y remitiendo al lector a otros lugares donde nos hemos ocupado más extensamente de este tema, Ockham decía que siendo Dios un ser infinitamente poderoso, omnipotente, nada lo podía limitar. ¿Y es que alguien negaba eso en la Edad Media? Tanto como negarlo no, pero estaban de moda las tesis aristotélicas y algunos querían deducir de ellas ciertos postulados que en últimas chocaban contra lo que Ockham decidió defender a su manera. El asunto de las esencias o naturalezas de las cosas, en cuanto objetivamente existentes y también en cuanto cognoscibles por la inteligencia humana, había desvelado desde antiguo a los filósofos, mucho se había escrito al respecto y los medievales no fueron en ello la excepción. El famoso problema de los universales trasnochó a más de uno en aquellos tiempos y no sin razón, puesto que en verdad se trata de un problema fundamental en filosofía y de cuya solución dependen gran número de asuntos de no poca importancia. Dicho problema obtuvo en términos generales, y resumiendo bastante, tres respuestas: unos dijeron que los universales existían como tales, es decir, en su universalidad, independientemente de la inteligencia que los pensaba o que pensaba por medio de ellos. Otros dijeron que los universales no existían 'fuera' de la inteligencia humana, sino solo 'dentro' de esta al momento de ser empleados en el discurso o en el razonamiento para referirse a realidades singulares con algo en común. Finalmente hubo quienes dijeron que los universales existían 'fuera' de la inteligencia humana, pero no en estado de universalidad, sino individualizados en cada substancia singular, y su estado de universalidad que permitía la predicación 'de muchos', se debía a la operación abstractiva de la inteligencia que tomaba de los datos sensibles de los sentidos la raíz inteligible y trabajaba con ella. Por eso se decía que los sentidos captan lo sensible y la inteligencia lo inteligible, a partir de lo sensible. O en palabras más sencillas: con los sentidos conocemos tal triángulo particular dibujado sobre la pizarra, mientras que con la inteligencia nos hacemos cargo del concepto de triángulo en universal, aplicable o predicable de muchos.

Pues bien, ¿qué tenía que ver esto con la omnipotencia de Dios? Pues algunos dijeron que la existencia de tales universales, de tales naturalezas, de tales esencias, en últimas limitaba el poder de Dios por cuanto al crear debía guiarse, por decirlo de alguna manera, por esos modelos eternos e inmutables que eran las esencias de las cosas. Por ejemplo, existiendo la esencia de hombre, Dios al crear al hombre debía 'obedecer' dicha esencia eterna y crear conforme a ese modelo. De alguna forma las esencias en su eternidad e inmutabilidad acababan limitando de alguna manera el poder de Dios. 

Muchos se espantaron de tales afirmaciones y salieron en defensa de la libertad divina, de la voluntad omnipotente del Creador. ¿Cómo lo hicieron? Al parecer tomaron el camino más obvio, si las naturalezas de las cosas limitaban el poder de Dios entonces había que eliminar tales naturalezas, negar su existencia y decir que lo único verdaderamente existente y real eran los individuos, los singulares, Pedro, Juan, Santiago, Tomás, etc., pero no el hombre. Y así con todo.

Precisamente el término 'nominalismo' viene de que se dijo entonces que los universales o conceptos, eran solo nombres que aplicábamos a muchos singulares que parecían tener algo en común o que al menos se parecían: vemos a Juan, a Pedro y a Santiago y al parecer son individuos con muchas semejanzas, por lo tanto nos referimos a ellos con el nombre genérico de 'hombres'. Pero no queriendo significar que el concepto hombre tiene algún tipo de realidad o consistencia más allá de su uso cómodo para referirnos a varios entes que se parecen.

Voluntarismo y nominalismo. El voluntarismo venía entonces a decir que la voluntad primaba sobre la inteligencia, puesto que al trabajar la inteligencia con conceptos e ideas, y al ser estas solo nombres, impulsos de aire, 'flatus vocis', era la voluntad la verdadera artífice de todo, desde la voluntad del Creador, al darle existencia a todo, hasta la voluntad de la criatura al decidir sobre su vida. No contaba la inteligencia sino la voluntad.

Muchas cosas se derivaron de ese voluntarismo y de ese nominalismo. De alguna forma se puede decir que todas las corrientes de filosofía que vinieron después (Ockham murió en 1349) se originaron, consciente o incoscientemente, del ockhamismo: racionalismos, empirismos, idealismos, positivismos, etc.


¿Y cómo se relaciona todo eso con el tema de la libertad?

La relación es cercana y radical. En la teoría clásica de la libertad (llamo clásica a la teoría tomista), esta es una característica del obrar humano fruto de la naturaleza de la inteligencia misma. El ser humano es un ente que conoce y tiende, o mejor dicho, es un ser cuyo psiquismo superior se divide en facultades de conocimiento y facultades de apetición o tendencia. A nivel de las realidades sensibles tenemos los sentidos, facultades de conocimiento, y los apetitos y las pasiones, que son fuerzas de tendencia o acción. Y a nivel de las realidades inteligibles tenemos la inteligencia, facultad de conocimiento, y la voluntad, facultad de tendencia o apetición. Ahora bien, así como los sentidos se mueven tras de lo conocido por medio de los sentidos; así la voluntad se mueve tras de lo conocido por la inteligencia. Por esa doble vertiente el ser humano puede moverse hacia la consecución de un delicioso helado que luce 'apetitoso', y también puede sacrificarse por un ideal, como la justicia o la valentía, por ejemplo. En el primer caso estamos ante una realidad captada por los sentidos y que moviliza la apetición sensible; en el segundo caso estamos ante una realidad inteligible que moviliza el ejercicio de la voluntad.

Pues bien, resulta que a diferencia de los animales, cuyo conocimiento es únicamente del nivel sensible, y por tanto limitado a lo accesible a sus sentidos y a su vida instintiva que lo determina por completo. El hombre, a causa de su inteligencia que es capaz de captar y conocer lo universal, lo inteligible, no se encuentra limitado o determinado por su vida instintiva, sino que puede en cada caso concreto poner en juego elementos de juicio de carácter inteligibles y decidir propiamente el curso de su acción. La libertad es entonces una nota característica de los actos humanos en la cual se pone en juego mucho más que solo lo instintivo y donde el hombre es verdaderamente señor de sus actos, de actuar o no, y de actuar de esta o de aquella forma.

Las dos facultades superiores, inteligencia y voluntad, entran en juego a la hora de ejercer actos libres. La inteligencia en cuanto contempla lo real, el orden de las cosas, y toma de allí la norma de acción. Y la voluntad en cuanto ejecuta lo así visto y entendido por la inteligencia a partir de su captación del orden real.

Es el orden de lo real el cual determina a la inteligencia y luego de allí a la voluntad. 

La ética, por poner un ejemplo, vendría a ser el resultado del estudio de la naturaleza humana por parte de la inteligencia, para a partir de dicho conocimiento objetivo proceder al establecimiento de las acciones más convenientes para el logro de la plenitud teleológica o finalista de dicha naturaleza. 

Estamos entonces a años luz del voluntarismo. En dicha perspectiva, al no existir naturalezas sino individuos, no existe la naturaleza humana, la inteligencia no conoce esencias, por tanto tampoco la esencia humana. Por lo tanto no se deduce de dicha esencia conocida un derrotero ético de acción que pueda llamarse correcto, por sobre otro que sería incorrecto. Desaparecen el bien y el mal de las acciones humanas. Todo viene a quedar reducido a opciones individuales, cada persona singular quedaría en la necesidad lógica de construir 'su' propio sistema ético, al no existir uno valedero para todos los hombres, puesto que de entrada se ha dicho que el 'hombre' no existe, sino solo individuos particulares que se parecen y que por comodidad de expresión agrupamos artificialmente bajo el rótulo de 'hombres'.

El nominalismo y el voluntarismo dan a luz una ética desgajada del orden natural de las cosas. Una ética subjetivista, inmanentista y radicalmente individualista. 

Desaparece lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo decente y lo indecente, el bien y el mal. Solo quedan las interpretaciones de cada uno, opiniones, posturas. Es el reino del 'tú tienes tus ideas yo las mías', 'malo para ti pero no para mí', etc. 


La libertad viene a ser entonces una pura autodeterminación del sujeto. Ya no se constituye en obediencia al orden de lo real, sino que se eleva cual demiurgo platónico fabricando la 'realidad' a su acomodo. Es la apoteosis del capricho. En nuestros tiempos la ideología de género es un ejemplo actual y palpable de dicha apoteosis en el cual el sujeto se 'construye' de espaldas a lo real.


FIN.



Leonardo Rodríguez Velasco.




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