sábado, 24 de diciembre de 2011

HACIA UN NUEVO ORDEN MUNDIAL (2)


La reingeniería social en la política: el hombre sin ideología


No es que, en sus orígenes, el socialismo haya abogado por la voluntad del hombre puesta al servicio de las transformaciones sociales mediante el empleo de técnicas racionales que la despojen de prejuicios y tradiciones y la encaminen hacia formas más “civilizadas” y progresistas de vida. Por el contrario, Marx, quien fuera el creador del socialismo moderno y quien le quitara sus aspectos lunáticos, no entretenía esperanzas al respecto. Creía Marx que la dependencia causal que liga al hombre con el sistema social lo imposibilita para poner tecnología, o ciencia, al cambio de la sociedad; en particular, porque pensaba que los métodos de producción capitalista ataban al ser humano de tal manera al modus operandi que era virtualmente imposible desatarse de sus redes.

En una palabra, era el sistema social el que determinaba los actos del individuo fuera éste gobernado o gobernante, y no a la inversa, porque, según decía, “el molino de aspas nos da una sociedad con el señor feudal; el molino de vapor nos da una sociedad con el capitalista industrial”.366 La única esperanza era, pues, que operara sobre la sociedad esa ley inexorable de la historia que, en función de las contradicciones del capitalismo, actuaba para transformar la sociedad a partir de la conciencia de clase adquirida por los miembros de la misma y que obraba en favor de la revolución.

Aquel pensamiento era muy distinto al del larvado socialismo contemporáneo que, habiendo visto ya fracasadas las predicciones historicistas de Marx, emplea sutiles métodos de ingeniería social para cambiar una sociedad que se resiste, aunque débilmente, y todavía alberga “viejos” y “desuetos” sistemas de relación entre los hombres, particularmente en algunos países que, como Colombia, sirven de laboratorio experimental para los cambios que han de venir en los distintos órdenes que, dicho sea de paso, se refuerzan unos con otros. Los miembros de la clase capitalista deben ser, entonces, los catalizadores de este proceso histórico que habrá de favorecer la eventual ingeniería practicada sobre la comunidad.

Por eso, un método práctico de cambiar la sociedad es apoderarse del “alma de los niños”, como lo expresaba el socialista Rodolfo Llopis del PSOE español en 1983.367 Esta función formadora, asumida por el Estado, se nutre de los positivistas, como Rousseau, de los socialistas utópicos, y hasta del propio Carlos Marx. Para eso se hace necesario empezar por cambiar la estructura jerárquica de la escuela por una “autogestionaria”, nivelada, democrática, igualitaria, pluralista y solidaria. Así se busca la coeducación en todos los niveles y la igualdad entre educandos y docentes hasta el punto en que aquellos intervengan en el contenido y método de la enseñanza y en el propio control y gestión de los centros docentes. De allí al intento de modificación de la estructura familiar no hay sino un paso. Ello se alcanza, como ya quedó dicho, a través de una educación sexual que altere los conceptos de pareja, que informe sobre la autonomía sexual de los niños, sensibilice hacia la tolerancia —y aun la condescendencia— de las manifestaciones sexuales “alternativas”, favorezca la “mismidad” de los sexos y repulse la “extraña” patología de la familia patriarcal, monogámica, de corte fundamentalista (léase con valores morales tradicionales.) Queda claro que esta ingeniería pretende que la escuela no se destine a instruir, ni a enseñar en valores, sino a proponer la formación de niños en un sistema de igualdad absoluta y libertad completa, sin restricciones, que desemboque en la aceptación legal de los matrimonios homosexuales hasta la adopción de niños por tales parejas. En este sentido, se trata de borrar la noción de que la base del matrimonio no es la tendencia sexual sino la identidad sexual complementaria del hombre y la mujer cuya regulación jurídica no proviene de la efectividad, ni de la conveniencia, sino de su función primordial.

Por eso se intenta que las gentes pierdan la noción semántica de las palabras, como el matrimonio, que ya no sea más un concepto unívoco sino equívoco de una situación civil. Al eliminarse la definición tradicional de este concepto, matrimonio pasa a ser cualquier cosa, la unión de dos varones, de dos mujeres o de tres o más personas en combinaciones variables. Por eso también conviene al sistema el gradual abandono de toda enseñanza religiosa tradicional. El fin último es minar el sistema de autoridad — toda autoridad— lo cual conducirá, inevitablemente, al culto del hedonismo como nuevo valor espiritual y a la democracia directa a través del “poder popular” que habrá de imponer nuevos sistemas de derechos por extravagantes e inalcanzables que parezcan.

(tomado de :  "LOS INSTRUMENTOS DEL NUEVO ORDEN MUNDIAL: EL DERECHO, LA ECONOMÍA, LA CIENCIA, EL LENGUAJE Y LA RELIGIÓN EN LA SOCIEDAD DEL SIGLO XXI" , Pablo Victoria Wilches )


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