lunes, 4 de noviembre de 2013

El vicio de la lujuria.



San Jerónimo dice que la criatura lujuriosa, aun en vida, ya está muerta; porque no mandan en ella los apetitos racionales, sino los instintos brutales. El mismo escribe que Salomón, siendo como sol del mundo, con el amor desordenado de las mujeres perdió la luz de su alma, la gloria de su casa, el esplendor de su persona; y de pregonero de Dios, se hizo esclavo del demonio. Por ningún pecado se dice que le haya pesado a Dios el haber criado al hombre, sino por este. La gula su pábulo: la soberbia su flama; las palabras torpes sus chispas; su humo es la infamia; su ceniza la inmundicia; y su paradero el infierno. (Epist Opus, ad Ruf). San Agustín hace todas las siguientes reflexiones: la lujuria doma los leones, es decir, a las más grandes y nobles almas; sus combates son los más fuertes entre todos los del cristiano, en los cuales es continúa la pelea y rara la victoria. El deshonesto vende al demonio, por un placer momentáneo, su alma que Cristo redimió con su sangre. Lo que deleita pasa en un instante, y las penas del infierno duraran para siempre. La sensualidad es enemiga de Dios y de la virtud; todo lo pierde por el gusto de un momento; ciega a tal punto, que con una gota de deleite, no deja pensar en la eterna pobreza (August. De Singularit. Cleric.)

San Ambrosio asegura que la lujuria es mal inquieto, que no deja dormir ni descansar: de noche se enciende, de día perturba, ciega la razón, rompe los negocios, atropella el consejo, enloquece los afectos, nada tiene, es insaciable y solo tiene termina con la muerte. El fuerte Sansón sufrió al león pero no a su mala pasión; rompió las ligaduras, pero no sus inclinaciones; abraso las mieses ajenas, pero no sus aficiones desordenadas (Lib. 2, cap. S, de Caín et Abel).

San Gregorio, Papa, escribe que la liviandad confunde y oscurece las buenas obras; ciega la mente y todo lo conculca. De la sugestión pasa a la detención; de ésta a la morosidad; de ésta a la delectación; de ésta al consentimiento; de éste a la operación; de ésta a la mala costumbre; de ésta a la desesperación; de ésta a la defensa del pecado; de ésta a gloriarse de su culpa; y de esto a la condenación eterna (Moral, lib. xxxi).

El dulcísimo san Bernardo dice: La lujuria con cuatro vicios se fomenta: la gula en los regalados manjares; la vanidad en los preciosos vestidos; el gusto en la torpeza, y el ocio en la vida. Tiene dos inseparables amigos, la prosperidad y la abundancia; dos compañías: la pesadez para lo bueno, y la falsa seguridad en su confianza (Bern. Serm. 21). También observa el mismo santo Doctor, que ese vicio destruye al cuerpo, oscurece la vista, abrevia la vida, mancha la fama, mortifica al alma, turba la razón, ciega la mente, quita el sentido, destruye la hacienda, produce escándalos, destruye las amistades, quita la voz, degrada al cuerpo y al alma, destierra al hombre del paraíso, y lo sujeta a los demonios.

Según san Lorenzo Justiniano, la impureza ocupa a todos y en todo tiempo: de noche y día trabaja sin cesar; no cede al tiempo ni al más santo lugar; nunca descansa ni deja descansar; jamás dice basta, como la boca del infierno; atropella con la prudencia; se introduce como el cáncer; se entraña como la polilla, y muerde como la culebra (Laur . Just. De int. confl. lib. 3, Dé Christ. agón.c. 13). El seráfico doctor san Buenaventura compara a la lujuria con el fuego, porque arde sin lucir; roe el corazón sin cesar, y exhala horrible hedor como azufre infernal. Santo Tomás de Villanueva hace notar que entre los avarientos, soberbios, envidiosos, iracundos y golosos, se hallan muchos piadosos y devotos, aunque pecadores; pero entre los deshonestos y torpes, no se halla vestigio de piedad ni de virtud; porque entran absortos y henchidos de su abominable pasión. (Conc. 2, de S. ILdefons.).

Hugo Cardenal asegura que la torpeza no solo mancha al alma, sino que destruye al cuerpo, y afemina a los hombres con ignominia suya y los llena de inmundicia, hedor y corrupción. Contando en otra parte los estragos de este vicio, traza este cuadro exacto y vigoroso: « ¿Quién podrá contar los males innumerables de la lujuria? Ella es la que destruyó á Pentápolis con la región adyacente; ella la que acabó con Sychem y con el pueblo; ella la que hirió a los hijos de Judá; ella la que atravesó con un puñal al judío y la madianita; ella la que borró la tribu de Benjamín por la mujer del levita; ella la que postró en la guerra a los hijos de Helí; la que dio muerte violenta á Ammón; la que a muchos lapidó; la que a Urías inmoló, y a Rubén maldijo; a Sansón sedujo, y perdió á Salomón.»

(tomado de una obra de Fr. Antonio Arbiol)

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