sábado, 26 de noviembre de 2016

El conocimiento intelectual (Juan Carlos Ossandón Valdés)

Decíamos que la segunda opción era el racionalismo con su desconfianza respecto del valor del testimonio de los sentidos. Esta actitud se remonta a Parménides y Platón es su máximo exponente. Este último estudió a la sombra de Sócrates que se interesaba por comprender a los hombres. Como “nada sabía”, se limitaba a preguntar a los que presumían saber. Su interés lo llevada, de ordinario, a temas morales y políticos. Mas quedaba disconforme con las respuestas que recibía; por lo que, mediante ingeniosas preguntas, dejaba en evidencia la ignorancia de su interlocutor. Platón comprendió que su maestro andaba en busca del verdadero saber, estable y válido para todos los casos. ¿Qué es el valor?, ¿Qué es la belleza?, ¿Qué es la virtud? Preguntaba su maestro. No bastaba con responderle con un ejemplo. Sócrates deseaba llegar a la esencia de lo que deseaba saber. Pero los sentidos nada nos dicen sobre tales esencias; todo lo que nos muestran son aspectos aislados y variables al infinito.

Meditando sobre este enigma, Platón supuso que había dos mundos muy diferentes: el intelectual, inmutable y universal, y el sensorial, singular y en continuo cambio. Postuló la solución más simple: hay dos mundos. Uno visto por nuestras almas antes de encarnarse: “la llanura de la verdad”; el otro, por nuestros sentidos, mera sombra de aquél. Por eso llamó, a lo que piensa nuestra inteligencia, “lo visto”, expresión griega que dio origen a nuestra palabra “idea”. Una idea es una realidad que reside en el mundo inteligible situado más allá del sol. Dado que en nuestro mundo hay cosas que se le parecen de alguna manera, como las sombras a lo que las provoca, nuestro intelecto es guiado por ellas a rememorar lo visto en aquel mundo. La experiencia se refiere a este mundo cambiante; la ciencia al inmutable de la verdadera realidad. En esta visión queda escindida la realidad en dos mundos separados y antagónicos en cuanto a ciertas características, si bien, el sensible, en cierto sentido, imita al inteligible; así como la sombra se parece a lo que la crea. Gracias, pues, a un cierto parecido, nuestra inteligencia va recreando en su interior ese otro mundo y aspira a volver a él, donde gozará de la verdadera belleza, de la que son lejanas sombras las cosas bellas que aquí vemos. Su discípulo Aristóteles se sorprende de que podamos nacer sabios e ignoremos que lo somos. Urge, pues, hallar una comprensión de estos dos mundos que los armonice en vez de separarlos y oponerlos.

Aristóteles reconoció que todo conocimiento comienza por los datos aportados por los sentidos, por lo que nunca es lícito negar lo que nos muestran. Más eso no basta. Ya vimos que las sensaciones tienen que ser reunidas en todos. Esos todos son las cosas, las cuales están provistas de color, olor, sonido, etc. Pero ellas son algo más que esos aspectos que muestran las sensaciones. Esa puerta es blanca, pero es algo más que un mero color. La inteligencia busca ese algo más. Cuando lo alcanza, o, al menos, cree haberlo logrado, forma el concepto. Este concepto es universal pues vale igual para todas las puertas, independientemente del color que tengan. La inteligencia busca lo que realmente es eso que presenta ante nuestros ojos un color blanco. Por ello se pregunta: ¿Qué es una puerta? Si le respondemos: “algo blanco”, no se da por satisfecha. Quiere descubrir qué encierra ese “algo”, el sujeto de lo que ven sus ojos. Su investigación termina en la esencia. Por desgracia, de muy pocas cosas llegamos a captarla realmente. Por ello, a menudo, nos valemos de una o más características que nos permitan distinguir esa cosa de otra de diferente naturaleza. Esta dificultad, esta incapacidad de nuestra inteligencia, alimenta todas las críticas que se le hacen, hasta el extremo de negar que existan las esencias. Sin embargo, lo único que explica la universalidad del conocimiento científico, es su existencia. Por ello, podemos predecir cómo se comportarán los elementos con los que fabricamos un puente y cuánto peso puedan resistir. Si se cae, llevamos a juicio al constructor. ¿Por qué? Porque lo que sabemos de las esencias permite la técnica.


Esta breve excursión por el complejísimo mundo del conocimiento humano debe dejarnos bien grabada nuestra debilidad. Lo que realmente conocemos son los aspectos que los sentidos captan. Con ellos, al advertir que varios provienen de una única fuente, captamos la cosa real, la que vamos poco a poco comprendiendo. Nuestra meta es la esencia, lo que realmente es esa cosa. Sin embargo, como no tenemos contacto directo con ella, la comprendemos a partir de los aspectos que nos muestra en la experiencia sensible. En una palabra, conocemos solamente “aspectos”. Por ello hemos de estar atentos y esperar que, en cualquier momento, surja uno nuevo que nos permita comprender mejor la esencia de lo que queremos conocer. Nunca agotaremos la complejidad de lo real. A pesar de lo cual, lo que ya sabemos, lo sabemos, y podemos confiar en ello. Por desgracia, confundimos constantemente saber con conjeturar. Tomamos nuestras conjeturas, nuestras teorías, nuestras hipótesis, por saber. Por ello hay tantas teorías muertas en el camino de la ciencia.


(Tomado de 'Teoría de la evolución ¿Ciencia o filosofía?)

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