DIA CUARTO
DE LA OCTAVA DE SAN JUAN BAUTISTA
CRISTO Y SAN
JUAN.
La Octava
del Precursor nos reservaba un suplemento luminoso. Imitemos a la Iglesia que,
de nuevo, fija hoy su pensamiento en el Amigo del Esposo, porque sabe que así conocerá
mejor al Esposo mismo: "Pues, como dice Bourdaloue, hay una unión tan
estrecha entre Jesucristo y Juan Bautista que no se puede conocer a uno sin
conocer al otro; y si la vida eterna consiste en conocer a Jesucristo, una
parte de nuestra salvación consiste en conocer a San Juan'".
MISIÓN Y
SANTIDAD DE SAN JUAN.
La sola
misión del Precursor le ponía, como hemos visto, por encima de todos los
apóstoles y profetas. Mas, ¿cuál era en su persona el heraldo cuya grandeza nos
fue manifestada en el día de la fiesta, por la dignidad del mensaje que traía
al mundo? Sus cualidades particulares, su propia santidad, ¿responderían a la
gran misión que venía a cumplir? La suprema armonía que inspira los decretos eternos
y preside su ejecución, no da lugar a duda. Cuando el Altísimo resolvió unir su
Verbo a la naturaleza humana, se comprometió a revestir esta naturaleza creada
de cualidades divinas que la permitiesen tratar con el nuevo Adán como de igual
a igual y llamarle Hijo. Cuando a este Hijo de sus complacencias, a quien
quería al mismo tiempo Hijo del Hombre, tuvo que darle una madre, el don de una
pureza enteramente digna de su título augusto, quedó asegurado desde entonces a
la Madre de Dios. Destinado desde todos los tiempos al más alto servicio del
Hijo y de la Madre, encargado por el Padre de revelar al Verbo en el seno de
Nuestra Señora, de dar testimonio del Hombre-Dios, de desposarle con la Esposa,
¿se podría dudar de que la santidad de Juan fuese, en los designios de Dios o
por su propia culpa, menos incomparable que lo fue su misión? La Sabiduría
eterna no se engaña a sí misma; y el elogio sin igual que Jesús hizo de su
Precursor cuando éste moría nos muestra claramente que las gracias especiales reservadas
para esta alma, fructificaron en toda su plenitud.
PLENITUD DE
LA SANTIDAD.
¡Y qué
gracias ésas cuyos comienzos nos muestra Juan, tres meses antes de su
nacimiento, puesto ya en cumbres que apenas escalan en toda la vida los más santos
personajes! Muy por encima de los sentidos y de la razón, de los que aún no
había empezado a usar, toma su vuelo; con esa mirada intelectual que no alcanza
sino la clara visión de los elegidos, conoce la presencia real de Dios, y, en
un éxtasis de adoración y de amor, su primer acto le hace émulo de los
Serafines. La plenitud, del Espíritu Santo fue, desde este
momento, la herencia del hijo de Zacarías e Isabel: plenitud tan desbordante
que, primero la madre y en seguida el padre, quedaron llenos con la superabundancia
de su hijo'.
SAN JUAN, CANTOR DE NUESTRA
SEÑORA.
Fue, pues,
el primero que después de Nuestra Señora reconoció al Cordero de Dios y ofreció
su amor al Esposo bajado de los collados eternos; el primero que, penetrando en
el misterio de la divina y virginal maternidad, sin separar al hijo de la Madre,
adoró a Jesús, ensalzando al mismo tiempo a María, sobre toda criatura. ¡Bendita
eres entre todas las mujeres, y "bendito el fruto de tus
entrañas! La tradición unánime dice que Isabel, al pronunciar estas
palabras, no fue sino el órgano y portavoz de su hijo. Los comienzos de
Juan, como testigo de la luz, tienen por objeto a María; para ella es,
en su admiración y alabanza, la primera expresión de los sentimientos que le
animan; Ángel también él, como le llamaban los profetas, repite y completa el
saludo de Gabriel a la dulce Soberana de los cielos y de la tierra Era el
arranque de su agradecimiento, plenamente iluminado sobre la intervención de
María en la santificación de los elegidos, el grito de su alma, con el que se
despertaba a sí mismo a la santidad, al oír las primeras palabras de la Virgen
Madre.
MARÍA,
EDUCADORA DE SAN JUAN.
Por él, en efecto,
había atravesado apresuradamente las montañas después de la visita del ángel;
pero Nuestra Señora reserva a Juan otros favores. Silenciosa hasta entonces,
delante de este Serafín de quien está segura de ser comprendida, María entona
su cántico divino, glorificando a Dios y dando a Juan la entera comprensión del
misterio inefable. Así como ha santificado al Precursor de su Hijo, la Madre de
Dios debe también ahora formarle e instruirle. El Magníficat es la primera
lección del hijo de Isabel: lección incomparable de alabanza divina: lección
que da a Juan la comprensión de las Escrituras, la sabiduría del plan divino en
toda la sucesión de los tiempos. Durante tres meses, en el angélico secreto de
comunicaciones más íntimas aún, continúa esta maravillosa educación.
MARÍA,
MEDIADORA PARA SAN JUAN.
¡Oh! sí, podemos
decir a nuestra vez, y mejor que los judíos: ¿qué pensáis que será este
niño? la dispensadora de los tesoros celestiales guardaba para Juan la
primera efusión de estos ríos de gracia, de los que ella había llegado a ser el
depósito divino.
El río que
sale de la ciudad santa no se parará nunca,
llevando sus incontables arroyos a toda alma hasta el fin de los tiempos; pero
su choque impetuoso, en su primer empuje, se ha encontrado con Juan; sin dividirse
aún, pasa y vuelve a pasar por esta alma durante tres meses, como si existiese
para ella sola. ¿Quién medirá estos torrentes? ¿Quién dirá sus efectos? La
Iglesia no lo hace; pero en la admiración que le causa el misterioso crecimiento
de Juan a vista de los ángeles, olvidando la debilidad de este cuerpecito ante
la madurez del alma que lo habita, exclama el día de la gloriosa Natividad del Precursor:
¡es grande el hombre que Isabel ha dado al mundo! Isabel, la esposa de
Zacarías, le ha dado a luz un gran varón: a Juan Bautista, el
Precursor del Señor.
(Tomado del "Año litúrgico" de Gueranger)
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