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lunes, 8 de enero de 2024

La "Suma de teología", edición bilingüe en 16 tomos. Un tesoro.

Después de un largo periodo de tiempo sin publicar nada, retomamos este 2024 con este inmejorable regalo; se trata de la edición bilingüe de la "Summa", de la editorial BAC, en 16 tomos. Una verdadera joya.

(CLIC en la imagen)


domingo, 28 de agosto de 2016

La ceguera de la mente y el embotamiento de los sentidos, ¿tienen su origen en los pecados carnales? - responde Tomás de Aquino


Suma teológica - Parte II-IIae - Cuestión 15, a 3


Objeciones por las que parece que la ceguera de la mente y el embotamiento de los sentidos no tienen su origen en los pecados carnales:

1. Retractando San Agustín en el libro Retract. lo que había dicho en los soliloquios: ¡Oh Dios, que quisiste que sólo los limpios supieran la verdad!, afirma: Se puede responder que también otros muchos no limpios han sabido muchas cosas verdaderas. Ahora bien, los hombres se vuelven inmundos sobre todo por los vicios carnales. En consecuencia, la ceguera de la mente y el embotamiento del sentido no son causados por los vicios carnales.

2. La ceguera de la mente y el embotamiento del sentido son defectos que afectan a la parte intelectiva del alma; los vicios de la carne, en cambio, afectan a la corrupción de la carne. Pues bien, la carne no influye en el alma, sino más bien a la inversa. Luego los vicios de la carne no causan ni la ceguera de la mente ni el embotamiento del sentido.

3. Afecta más lo que está cerca que lo que está lejos. Pues bien, los vicios espirituales están más cerca de la mente que los carnales. Luego la ceguera de la mente y el embotamiento de los sentidos son productos más de los vicios espirituales que de los carnales.

Contra esto: está la autoridad de San Gregorio, que en XXXI Moral, dice que el embotamiento del sentido en la inteligencia tiene su origen en la gula; y la ceguera de la mente, en la lujuria.

Respondo: La perfección de la operación intelectual en el hombre consiste en la capacidad de abstracción de las imágenes sensibles. Por eso, cuanto más libre estuviere de esas imágenes el entendimiento humano, tanto mejor podría considerar lo inteligible y ordenar lo sensible. Como afirmó Anaxágoras, es preciso que el entendimiento esté separado y no mezclado para imperar en todo, y es asimismo conveniente que el agente domine la materia para poderla mover. Resulta, sin embargo, evidente que la satisfacción refuerza el interés hacia aquello que es gratificante, y por esa razón afirma el Filósofo en X Ethic. que cada uno hace muy bien aquello que le proporciona complacencia; lo enojoso, en cambio, o lo abandona o lo hace con deficiencia. 

Ahora bien, los vicios carnales, es decir, la gula y la lujuria, consisten en los placeres del tacto, o sea, el de la comida y el del deleite carnal, los más vehementes de los placeres corporales. De ahí que por estos vicios se decida el hombre con resolución en favor de lo corporal, y, en consecuencia, quede debilitada su operación en el plano intelectual. Este fenómeno se da más en la lujuria que en la gula, por ser más fuerte el placer venéreo que el del alimento. De ahí que de la lujuria se origine la ceguera de la mente, que excluye casi de manera total el conocimiento de los bienes espirituales; de la gula, en cambio, procede el embotamiento de los sentidos, que hace al hombre torpe para captar las cosas. A la inversa, las virtudes opuestas, es decir, la abstinencia y la castidad, disponen extraordinariamente al hombre para que la labor intelectual sea perfecta. Por eso se dice en la Escritura: A estos jóvenes —es decir, a los abstinentes y continentes— les dio Dios sabiduría y entendimiento en todas las letras y ciencias (Dan 1,17).

A las objeciones:

1. Aunque hay quien, sometido a los vicios carnales, pueda a veces tratar sutilmente cosas espirituales por la bondad de su ingenio natural o de un hábito sobreañadido, sin embargo, las más de las veces, su intención se aleja necesariamente de esa sutil contemplación por los placeres del cuerpo. Y así, los impuros pueden saber algunas verdades; pero su impureza constituye para ellos un serio obstáculo.

2. La carne no influye en la parte intelectiva alterándola, sino impidiendo su operación en la forma explicada.


3. Los vicios carnales, cuanto más lejos están del espíritu, tanto más desvían su atención hacia cosas ajenas; por eso impiden más la contemplación del alma.


lunes, 1 de agosto de 2016

¿Puede uno odiarse a sí mismo? - Responde Tomás de Aquino

El siguiente es el texto del artículo 4, de la cuestión 29; perteneciente a la 'prima secundae', de la Suma Teológica del aquinate.

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Artículo 4: ¿Puede uno odiarse a sí mismo?

Objeciones por las que parece que uno puede odiarse a sí mismo.

1. En efecto, dice Sal 10,6: El que ama la iniquidad odia su alma. Pero muchos aman la iniquidad. Luego muchos se odian a sí mismos.

2. Odiamos a aquel para quien queremos y hacemos el mal. Pero a veces uno quiere y obra el mal para sí mismo, como los que se suicidan. Luego algunos se odian a sí mismos.

3. Dice Boecio en II De consol. que la avaricia hace odiosos a los hombres, de lo cual puede concluirse que todo hombre odia al avaro. Pero algunos son avaros. Luego éstos se odian a sí mismos.

Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Ef 5,29: Nadie aborreció jamás su carne.

Respondo: Es imposible que uno, absolutamente hablando, se odie a sí mismo. En efecto, todo ser apetece naturalmente el bien, y ninguno puede desear algo para sí si no es bajo la razón de bien, pues el mal es extraño a la voluntad, como dice Dionisio en el c.4 De div. nom. Ahora bien, como se ha dicho anteriormente (q.26 a.4), amar a uno es querer para él el bien. Por consiguiente, es necesario que uno se ame a sí mismo, y es imposible que uno se odie a sí mismo, absolutamente hablando.

Sucede, sin embargo, que indirectamente uno se odia a sí mismo. Y esto de dos maneras. Una, por parte del bien que uno quiere para sí, pues acontece a veces que lo que se desea es relativamente bueno, pero absolutamente malo, y según esto, uno indirectamente quiere para sí un mal, lo cual es odiarse. Otra manera es por parte de sí mismo, para quien quiere el bien. Cada ser, en efecto, es, sobre todo, lo que hay más principalmente en él. Por eso se dice que la ciudad hace lo que hace el rey, como si el rey fuese toda la ciudad. Es evidente que el hombre es principalmente su mente. Pero sucede que algunos se consideran ser principalmente lo que son según la naturaleza corporal y sensitiva. Por eso se aman según lo que juzgan que son, pero odian lo que verdaderamente son en tanto quieren cosas contrarias a la razón. Y de ambos modos el que ama la iniquidad, odia no sólo su alma, sino también a sí mismo.

A las objeciones:

1. La respuesta resulta evidente de lo expuesto.

2. Nadie quiere y hace el mal para sí a no ser en cuanto lo aprehende bajo la razón de bien. Porque aun aquellos que se suicidan, perciben el mismo morir bajo la razón de bien, en cuanto que ponen fin a alguna miseria o dolor.

3. El avaro odia un accidente propio; sin embargo, no por esto se odia a sí mismo, como el enfermo odia su enfermedad por lo mismo que se ama a sí mismo. O bien puede decirse que la avaricia le hace odioso a los demás, pero no a sí mismo; antes bien, es causada por el amor desordenado de sí mismo, según el cual uno quiere para sí los bienes temporales más de lo que debe.

sábado, 23 de mayo de 2015

LIBRO: La Suma Teológica en un solo volumen


Les presento en un solo volumen la Suma Teológica de santo Tomás (4512 páginas).

Personalmente les aconsejo leer a diario al menos un artículo de la Suma. Su lectura no solo ilumina la inteligencia sino que le da un piso firme a la devoción, cosa muy necesaria en tiempos como los nuestros en que el sentimentalismo vacío de origen protestante ha invadido en gran medida a muchos católicos.

(Visto en la excelente página de www.obrascatolicas.com )

jueves, 18 de septiembre de 2014

Artículo de Garrigou-Lagrange sobre la nueva "teología"

Ponemos a disposición de todos aquellos a quienes se les facilite la lectura en inglés, un luminoso texto del padre Garrigou-Lagrange, uno de los últimos teólogos tomistas que hubo en el pasado siglo XX. En este texto el padre analiza los principios de la nueva teología, mostrando que esta teología se edifica sobre una definición relativista de la verdad que ya no es más la definición católica, y da lugar, por tanto, a una teología dañina y abiertamente errada. 

Hoy, más de 50 años después de los desastres del concilio, y cuando vemos las consecuencias negativas del triunfo de esa nueva teología que el padre denunciaba con tanta sabiduría, podemos apreciar con mayor certeza el valor de este escrito.


(clic en la imagen)