Para el creyente que se dedica de
manera “profesional” o por gusto personal a la filosofía resulta evidente la
verdad de la siguiente afirmación: es
imposible una filosofía sin Dios, o por lo menos sería un intento
dramáticamente incompleto.
¿Por qué? Porque el creyente parte
del reconocimiento de la existencia de Dios, y luego emprende el ejercicio de
la filosofía como una manera de ir organizando en forma racional, es decir,
atendiendo a las exigencias de la razón, dicha fe. Entonces todo lo ordena en
torno de esa idea primera que tiene de Dios como fuente de todo lo real y como
fundamento último de la inteligibilidad de todo.
Aunque también es frecuente el
camino contrario, es decir, que muchos lleguen a la fe en Dios luego de un
arduo caminar por los senderos de la investigación y de la reflexión
filosófica. Los casos abundan de pensadores que después de pasar años dedicados
a la filosofía han llegado finalmente a una sólida convicción en la existencia
de un Ser superior creador de todo.
De manera que ya sea que se parta
de la fe y se construya luego una reflexión filosófica, o se llegue a la fe
luego de haber hecho filosofía, lo cierto es que Dios es en uno y otro caso el
coronamiento del esfuerzo del pensamiento por ponerlo todo en orden y por
llegar a una explicación última sobre lo existente, más allá de las
revelaciones de las ciencias positivas, de laboratorio, las cuales no son aptas
de suyo para dar respuestas sobre los temas que más importan al ser humano como
el sentido de su vida, de dónde venimos, hacia dónde vamos, por qué existe el
dolor, qué hay después de la muerte, etc.
No obstante lo anterior, han
existido siempre, existen hoy y seguramente mañana también existirán, personas
dedicadas a la filosofía que se declaran ateos o por lo menos agnósticos. Son ‘pensadores’
que construyen su ejercicio filosófico en abierto rechazo a la idea de Dios, de
tal manera que intentan fundamentarlo todo de formas distintas a las comunes
entre pensadores creyentes o teístas. La inteligibilidad última de lo real, el
origen de todo, el sentido de la vida, los valores, la ética, el ordenamiento
social, etc., todo buscan fundamentarlo de espaldas a la idea de Dios, que les
parece un mito, una irracionalidad, vestigio de una época ya superada, una
declaración de ignorancia y de fanatismo.
¿Qué pensar de este tipo de ‘filosofías’
y de este tipo de ‘filósofos’?
Resulta complejo dar una respuesta
sencilla, por paradójico que ello pueda parecer. Ante todo hay que decir que cada
persona filosofa desde una situación personal específica que en buena medida lo
condiciona. Muchos ‘pensadores’ se desarrollan en ambientes tan hostiles a la
creencia en Dios que sería un verdadero milagro que en esas circunstancias
resultaran creyentes convencidos. Piénsese por ejemplo en muchos claustros
universitarios actuales en los cuales los compromisos explícitos o larvados con
ciertas corrientes ‘políticas’ generan un ambiente de rechazo a la idea de
divinidad o de iglesia, y por ende condicionan a quienes allí adelantan sus
estudios al punto de convertirse en productoras industriales de ateos.
Puede suceder también que aunque el
ambiente quizá no sea de abierta hostilidad hacia el fenómeno religioso, sí
ocurra que el estudioso sencillamente nunca se encuentre con buenos argumentos
a favor de Dios, buenos autores, buenos textos, y todo lo que llegue a sus
manos sea literatura, autores y corrientes contrarias a la creencia en la
existencia de Dios. En este caso lo más normal es que una persona con esas
influencias acabe naturalmente por engrosar las filas del ateísmo. Sencillamente
nunca encontró razones para creer.
Y aún puede darse un tercer caso. Puede
suceder que el estudiante de filosofía o el ya profesional haya encaminado su
vida, su estilo de vida, en obediencia a principios morales relativistas o
hedonistas, de tal manera que la idea de Dios sea para él una amenaza a su
forma de vida. Estos no están dispuestos a cambiar de vida y la existencia de
una divinidad les suena a amenaza. En estos casos todo su discurso en contra de
la existencia de Dios no es más que una infantil pataleta que bien pudiera resumirse
en la siguiente expresión: no quiero que existas porque estorbarías con tus
leyes mi proyecto de vida.
Como quiera que sea, por las
razones que sea, lo cierto es que estos construyen una ‘filosofía’ incompleta,
porque les queda faltando nada menos que el fundamento, el fundamento último de
lo real y la causa última de toda inteligibilidad actual y posible. Un edificio
a medias, una casa sin techo ni columnas, solo paredes en el aire.
El gran compromiso de los
pensadores creyentes está en presentar sus razones, en afilar sus argumentos,
en no ocultar su fe, en ser atrevidos y hacer oír su voz. Porque muchas veces
lo que estas personas necesitan es oír a algún atrevido que ponga en duda su
cosmovisión atea, sembrándoles al menos un poco de duda e inquietud, si se
logra eso y se les incita a investigar más el asunto, se les habrá puesto en el
camino adecuado, ya que como solían decir los místicos de antaño: buscar a Dios
es en cierta manera haberlo encontrado ya.
Hay que ser descaradamente católicos.
Leonardo Rodríguez