miércoles, 21 de junio de 2023
La importancia del lenguaje
sábado, 20 de agosto de 2022
Impedir la contemplación
Hablábamos en el artículo anterior acerca de la hipertrofia actual de la imagen, en perjuicio del concepto. Una de las consecuencias de dicha hipertrofia es la inhibición de la capacidad contemplativa del hombre, dado que ahora se instala en el mundo de la mera imagen, sin tomarla como trampolín para ascender a la ciencia de lo metafísico.
En el proceso de abstracción de los conceptos, la imagen cumple su función en la medida en que nos pone en contacto directo con lo real concreto, a partir de lo cual la inteligencia puede ejercer su acto propio de conceptualización abstracta y razonamiento. Para ello se requiere que el momento de la sensibilidad sea el primero, sí, pero escalera ante todo para la abstracción conceptual, único medio que tenemos para conocer las esencias de las cosas, su realidad más íntima.
Pero en la hipertrofia de la imagen que padecemos actualmente, el momento de la sensación concreta de lo sensible no es una instancia del entero proceso de conocimiento, sino que se convierte en punto de llegada en donde el sujeto se instala, sin aspirar a un más allá de la imagen misma, de lo concreto material, de lo inmediato sensible.
De esta manera se impide la contemplación, en la medida en que se le cierra a la inteligencia la posibilidad de ver a través de la sensibilidad los valores puramente inteligibles, únicos capaces de satisfacer sus virtualidades naturales, estando ordenada a la contemplación de la verdad.
Tenemos entonces una inteligencia impedida de acceder a su alimento propio, reducida a la impotencia. Mientras que la sensibilidad ocupa el horizonte mental, tanto en la vertiente cognitiva, como en la tendencial.
Esto último significa que en lo relativo a la esfera tendencial humana, actuar voluntario, vida emocional y pasional, sentimientos, etc., la vida del hombre pasa a estar bajo el timonel de lo sensible, lo cual significa la reducción de la ética a la estética, palabras más, palabras menos. Estética entendida en su sentido etimológico, como lo percibido por los sentidos. Es entonces el triunfo de lo inmediato en el actuar humano, porque la imagen es lo inmediato, en contraposición al concepto que es lo permanente. Presenciamos entonces el triunfo de las "éticas" relativistas, es decir, éticas que son más bien estéticas del capricho individual. Es la entronización del "porque así lo quiero ahora" como criterio de actuar "voluntario". A eso se le ha llamado autonomía.
En cambio, una inteligencia que contempla lo real y accede mediante ello al reino de los valores inteligibles, es una inteligencia que puede construir una ética, fundamentada esta vez sobre los inteligibles metafísicos que develan la estructura íntima de lo real y no los dictámenes pasajeros del capricho volátil del sujeto "autónomo".
De aquí la urgencia de tomar conciencia de todo esto y recuperar la centralidad de la actitud contemplativa frente a lo real, dando al universo de la imagen el lugar que debe ocupar, evitando a toda costa su hipertrofia actual.
(Un buen comienzo sería revisar drásticamente el tiempo que dedicamos a las "redes sociales" y reemplazarlo por la lectura de buena literatura, comenzando por los clásicos, incluyendo en la dieta también a la filosofía y la teología).
Leonardo Rodríguez Velasco
martes, 16 de agosto de 2022
La imagen contra el concepto
Hace ya unos cuantos años, hurgando entre los libros de la biblioteca municipal de mi ciudad, encontré un librito pequeño que se llamaba "De la imagen a la idea", escrito por un sacerdote jesuita, cuyo nombre lamentablemente no logro recordar. En dicho libro, cuyo pleno significado filosófico no estaba yo en condiciones de entender en ese entonces, el autor realizaba una exposición del proceso de 'ideogénesis', es decir, el proceso psicológico de abstracción de los conceptos a partir de los datos suministrados por la sensibilidad.
Me llamó mucho la atención y realicé un par de visitas más a la biblioteca en busca de ese libro. No recuerdo tampoco si lo leí completo, me imagino que no, hubiera sido una proeza de mi parte a esa edad, y más teniendo en cuenta que posiblemente entre el 60 y el 70 por ciento de lo que decía, era yo incapaz de captarlo en toda su profundidad.
Andando el tiempo, ya en mi época de universitario, vino a mis manos un libro de un politólogo italiano, Giovanni Sartori, "Homo videns, la sociedad teledirigida", en el cual el autor realizaba lo que en ese momento consideré una crítica bastante ingeniosa y válida a la sociedad actual, donde el pensamiento conceptual, racional, abstractivo, argumentativo, etc., ha cedido su lugar al imperio de la imagen, de la sensación, de lo inmediato, de lo que no exige de suyo esfuerzo de pensamiento alguno.
¿Y por qué te hablo, querido lector, de esos dos libros? Porque me parece que a pesar de la distancia que separa al uno del otro, y a ambos respecto de nuestros días presentes, lo cierto es que actualmente se verifica a una escala monstruosa lo denunciado por Sartori, el 'homo sapiens' ha cedido su trono (si alguna vez lo tuvo realmente) ante el 'homo videns', el hombre del pensamiento racional al hombre televidente, teledirigido, que renuncia gozoso al deber de pensar y se entrega en manos de la propaganda, de los modernos sistemas de comunicación de masas, de las redes sociales, de la Internet.
Es difícil no ver lo que estamos diciendo. Por todos lados se nota y es evidente el descenso de las competencias cognitivas (para usar una expresión 'moderna') del hombre actual. Y no es solo un asunto de los sistemas de educación, que por supuesto que sí, sino que la cosa apunta a algo más global, más universal, la invasión de la imagen sobre el concepto, auspiciada por los grandes medios que parecen interesados en que sus consumidores permanezcan inactivos ante el tsunami de "información" que día a día les sirven como alimento mental.
Y es que para escapar de dicha pasividad hay que razonar, en el sentido más aristotélico de dicha expresión, lo cual implica usar a conciencia las tres operaciones de la inteligencia: simple abstracción, juicio y raciocinio. Cada una de ellas supone la anterior y la primera y la tercera convergen en la segunda, en el juicio, cuando la inteligencia, fecundada por lo real captado por medio de los sentidos iluminados por la luz del intelecto agente, emite su verbo mental, concibe, da a luz su palabra humana que es el concepto, con el cual teje las proposiciones, que sirven de materia prima al razonamiento, que concluye a su vez en un juicio en el que la inteligencia finalmente descansa.
Y ello requiere esfuerzo, disciplina, constancia. Exactamente lo opuesto de sentarse frente a una pantalla y pasar horas recepcionando pasivamente el contenido cuidadosamente creado para mantenerme en ese estado cuasi vegetativo.
La Internet, con sus redes sociales y su prácticamente ilimitado número de páginas web, representa el triunfo de la imagen; y con imagen nos referimos aquí al universo sensible, que incluye lo visual pero también lo auditivo, la sensibilidad toda. Es difícil no sentirse subyugado por tantas formas, colores, movimientos, animaciones, sonidos, etc., cuando nos entretenemos ante la pantalla del celular o del computador, es verdaderamente una red que sabe cómo atraer la atención y atraparla.
Pero no se trata ya, como en el libro del jesuita que rastrea la ideogénesis, de una sensibilidad que sirve de punto de apoyo para el trabajo abstractivo de la inteligencia, sino que se trata ahora de una sensibilidad que permanece en lo sensible, que no ofrece otra cosa más allá de la desnuda sensación y lo que ella puede ofrecer en términos de experiencia de lo inmediato, lo que cautiva en el instante, lo pasajero, lo que detrás de sí llama otra imagen que viene pronto a suplantar la anterior, en un desfile interminable de percepciones que se quedan en la mera materialidad de lo visual/auditivo.
Tenemos así un universo de lo sensible hipertrofiado, que a su vez atrofia el ejercicio propio de la inteligencia. No hay abstracción, se la estorba, se la impide, y en un movimiento completamente desnaturalizador, se le cierra al intelecto agente la posibilidad de fecundar los datos sensibles para alumbrar el concepto. Es una especie de aborto epistemológico.
Nada tiene de raro entonces que las nuevas generaciones sean cada vez más incapaces de los grandes retos metafísicos, de pensar los grandes pensamientos, de razonar en profundidad sobre las grandes verdades, esas que, aunque tomando pie de la sensibilidad, se ubican más allá, en el reino de lo inmaterial, universal y necesario; que es el reino del concepto. Se han habituado a la imagen y se encuentran con la incapacidad de alumbrar el concepto, el concebido.
Se trata de la imagen ocupando un lugar que no le corresponde, usurpando un sitial que no es suyo, invadiendo la vida mental toda de la persona que se paraliza frente a una pantalla a disfrutar por horas de un tsunami interminable de imágenes que saturan y embotan su capacidad de razonamiento abstracto. Es la muerte del pensamiento.
Queda sobre este asunto mucha tela por cortar, por ahora dejemos aquí.
Leonardo Rodríguez Velasco.
martes, 2 de agosto de 2022
A propósito de la lectura de la "Suma contra los gentiles".
Confieso que nunca había leído en forma constante y completa la obra “Suma contra los gentiles” de santo Tomás de Aquino; sucede a veces que uno se apega más a unas obras que a otras y siempre deja para después las que no le llaman la atención en un primer momento. Y esto fue así por años, lamentablemente.
Hace algunas semanas a través de un sitio de internet
encontré un ejemplar de dicha obra a precio muy razonable y decidí adquirirla.
La edición es agradable a la vista y cómoda a pesar de ser voluminosa, entonces
tomé la decisión de leerla ya con detenimiento. La obra es inmensa, está
dividida en 4 libros con 463 capítulos en total, así:
Libro primero: 102 capítulos.
Libro segundo: 101 capítulos.
Libro tercero: 163 capítulos.
Libro cuarto: 97 capítulos.
De manera que desde principios del mes pasado comencé el
libro primero. El orden de los temas de los 4 libros es el siguiente: en el
libro primero expone santo Tomás todo lo referente a Dios, en cuanto puede
alcanzarlo la razón natural, es decir, la teología natural. El libro segundo presenta
la obra de la creación de todas las cosas, en particular dedicando la mayor
parte de sus capítulos al alma y a las substancias separadas (ángeles). El tercer
libro es enorme, el más largo de los cuatro, 163 capítulos en los que aborda diversos
temas tales como el obrar de los agentes libres, la felicidad humana, la providencia
divina, los milagros, etc. Aquí explica Tomás cómo la criatura racional ha de encontrar
su felicidad en Dios. Y finalmente en el cuarto y último libro se ocupa santo
Tomás de aquellos misterios que están por encima (no en contra) de la razón
natural, es decir, aquí el santo estudia misterios tan altos como la Santísima
Trinidad, la encarnación del Verbo, los sacramentos y el destino final del
universo. Se trata como puede verse de una obra verdaderamente monumental,
tanto en su extensión como en la calidad de sus temas; y si tenemos en cuenta
que la comenzó a escribir solo algunos años antes de su obra magna la “Summa
theologiae”, podemos pensar que estaba ya el santo preparando esa gran obra y
como que calentando motores.
Les dije entonces que acabé hace poco el primer libro, el de
los 102 capítulos acerca de Dios, en cuanto puede ser alcanzado por la sola razón
natural. Aquí el santo le presenta al lector todo lo que el ser humano llevado
por las fuerzas de su sola razón puede alcanzar a conocer acerca de Dios.
Comienza el santo dedicando los primeros 9 capítulos a hacer
una introducción general en donde se presenta a sí mismo como quien desea
realizar la tarea del sabio que es investigar las causas de las cosas, y siendo
Dios (como más adelante demuestra) la causa primera de todo, la verdadera y
suprema sabiduría estará entonces en el estudio de Dios. A partir del capítulo
10 el santo inicia un fenomenal recorrido tratando de analizar la naturaleza de
Dios, cómo es Dios, o más bien, cómo no es Dios, puesto que lo que conocemos de
Dios lo alcanzamos a través del espejo de sus efectos, los cuales por su
limitación no nos permiten un conocimiento perfecto de su causa sino solo una
aproximación a ella. El lector entonces ve pasar ante sus ojos capítulos de la
mayor importancia en los que el santo nos habla de que Dios es eterno, inmaterial,
uno, infinito, inteligente, bueno, etc. Y además tenemos en el capítulo 22 la
exposición de esa verdad tomista por antonomasia que es la identificación en
Dios de la esencia y el acto de ser, verdadera fuente de donde se desprenden
con una lógica aplastante los mayores predicados que podemos hacer acerca del
ser divino.
A partir del capítulo 45 y hasta el final, el santo se ocupa
de presentarnos la actividad inmanente de Dios en cuanto a su inteligencia y su
voluntad. Capítulos de una finísima penetración que exigen la mayor atención de
parte del lector, pues el santo va elaborando sus demostraciones haciendo pie
en lo que antes expuso, de manera que el edificio se sostiene sólidamente en
sus bases y si estas, que expuso en los primeros capítulos, no se entienden
bien, después no se comprende el resto. Termina el santo con tres capítulos
donde nos habla de la felicidad de Dios y cierra con esa expresión tan hermosa
que dice:
Ipsi igitur qui singulariter beatus est, honor sit et gloria
in saecula saeculorum. Amen.
Al que es, pues, singularmente bienaventurado, sea el hoor y
la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
¿Recomiendo la lectura de este primer libro? Por supuesto,
de los 4, y de toda la obra de santo Tomás.
Se trata de un recorrido exquisito por la mente de un genio que nos
habla de Dios y lo pone al alcance de la razón humana, tarea más que necesaria
en un momento histórico como el nuestro en donde por todos lados se nos dice
que la creencia en Dios debe desaparecer ante el avance de la “ciencia”. Ver la
manera magníficamente coherente con que santo Tomás va, ahora sí,
científicamente desglosando todo lo que la razón puede investigar sobre Dios,
es no solo gratificante sino que nos fortalece en la fe y nos llena de
argumentos para poder dar razón de nuestra esperanza.
Leonardo Rodríguez Velasco.
sábado, 16 de julio de 2022
La ciencia como oportunidad de contemplación. Un texto de santo Tomás.
Una de las características de la ciencia actual es que ha perdido su impronta contemplativa (cosa que viene sucediendo desde hace varios siglos con el racionalismo y positivismo triunfantes); es decir, ha dejado de ser un conocimiento orientado en último término por el deseo de alcanzar la fuente misma del ser y de la inteligibilidad de lo real, Dios. Cosa que no era así en la Edad Media, por ejemplo, puesto que el medieval tenía muy clara la idea de que todo conocimiento, además de revelar una parcela de la realidad a los ojos de la inteligencia humana, estaba llamado a servir de escalón para una contemplación más profunda del ser, una contemplación abierta a la fuente del ser, al ser por esencia, al ipsum esse subsistens. De esta forma entonces no había contradicción entre el estudio de algún sector de la realidad y su entroncamiento en una mirada metafísica más amplia.
Muy distintas son las cosas hoy en día, y desde hace un par
de siglos. La ciencia, o lo que así es llamado, ha cortado todo lazo que la
pudiera unir con lo trascendental para reducirse al estudio de la realidad
material, en su desnuda y pura materialidad. Y no contenta con eso ha
proclamado que de hecho no hay nada más allá de ello, en una evidente hipertrofia
indebida de sus atributos epistemológicos.
Vale la pena entonces dar una mirada a un capítulo bastante
olvidado de una obra bastante olvidada de un autor bastante olvidado. Me
refiero al capítulo segundo, del libro segundo de la “Suma contra
los gentiles”, de santo Tomás de Aquino. Allí el santo expone en breves párrafos
lo que bien pudiera llamarse una carta magna de la investigación científica.
Pondremos los textos mismos del santo, acompañados de
sencillos comentarios:
Capítulo II:
Quod consideratio creaturarum utilis est ad fidei
instructionem.
Que la consideración o estudio de las creaturas (todo el
universo) es útil para instruir en la fe.
Pone aquí santo Tomás cuatro razones por la cuales considera
que el estudio de naturaleza es útil para la fe.
1.
Primo quidem, quia ex factorum
meditatione divinam sapientiam utcumque possumus admirari et considerare. En
primer lugar, porque de la meditación de sus obras podemos admirar y considerar
la divina sabiduría.
En la belleza, orden,
complejidad, etc., de una obra se puede reconocer, y, por ende, admirar la
pericia de su autor. Así, a partir de la contemplación del universo, con todas
sus creaturas, somos llevados naturalmente al reconocimiento de la inmensa
sabiduría de su Hacedor. El medieval veía en la creación un destello de la
sabiduría de Dios, en el orden y la belleza de lo creado contemplaba un
testimonio permanente de la inteligencia de Dios. Hoy, por el contrario, el
científico se enorgullece de sí mismo al hacer un nuevo descubrimiento o sentar
las bases para la fabricación de un nuevo aparato. Es la distorsión más radical
del conocimiento mismo, que en lugar de ser escalera para ascender a la causa
prima, nos sumerge en un sentimiento de autosuficiencia que acaba por ser
autodestructivo al impedirnos el contacto con Dios, única fuente de verdadera realización
personal y felicidad.
2.
Secundo, haec consideratio in
admirationem altissimae Dei virtutis ducit: et per consequens in cordibus hominum
reverentiam Dei parit. En segundo lugar, esta consideración (del universo)
nos conduce a la admiración de la altísima virtud (o poder) divina: y por
consiguiente produce en el corazón de los hombres la reverencia (respeto
profundo) hacia Dios.
Como natural resultado de lo
anterior surge la admiración del poder de Dios y un profundo respeto hacia el
Hacedor de todas las cosas. El medieval, a diferencia del pagano, ya no sentía
temor hacia las fuerzas de la naturaleza, hacia el sol y la luna; sino que ahora,
reconociendo al Creador, reverenciaba en Él la omnipotencia creadora, el poder
infinito que se manifestaba con toda claridad en la creación misma, que contemplaba
por medio de las ciencias. En el moderno científico, académico o estudioso,
desaparece la reverencia a Dios precisamente porque ya la mirada sobre su
objeto de estudio no es contemplativa. Busca conocer la naturaleza por el
conocimiento mismo, cuando no por la utilidad técnica que pueda derivarse de
dicho conocimiento. Utilidad técnica que es, a su vez, utilidad para el hombre.
El hombre y su bienestar y comodidad puestas como justificación última del
esfuerzo científico: se reverencia al hombre. La ciencia termina así
produciendo en el corazón de los hombres no la reverencia al Dios poderoso que
todo lo ha creado con sabiduría, sino el envanecimiento de sí mismo, al verse
como dominador de las fuerzas de la naturaleza que pone a su servicio.
3.
Tertio, haec consideratio animas hominum in
amorem divinae bonitatis accendit. En tercer lugar, esta consideración (de
la sabiduría y poder de Dios manifestada en la creación) enciende las almas de
los hombres en el amor de la divina bondad.
El medieval, luego de contemplar la
sabiduría y el poder de Dios manifestada en la naturaleza, era conducido por la
reverencia al amor de la bondad de Dios, puesto que todo había sido creado para
el hombre. La creación toda era un regalo de Dios al hombre, regalo gratuito
del cual Dios no obtenía nada, sino solo comunicaba al hombre un reflejo de su
bondad y un medio para servirle y amarle, y mediante ello salvar su alma, como
reza el adagio ignaciano.
En la modernidad estamos lejos de ello.
¿Reconocimiento de la sabiduría de Dios? ¿De su poder? ¿De su bondad?
¿Reverencia? ¿Amor? Para nada de esto queda lugar en una ciencia construida toda
únicamente para glorificar al hombre mismo y su control sobre la naturaleza.
4.
Quarto, haec consideratio homines in quadam
similitudine divinae perfectionis constituit. En cuarto lugar, esta
consideración (o estudio del universo) produce en los hombres una cierta
semejanza con la divina perfección.
Siendo la creación entera una participación
de la sabiduría de Dios, puesto que todo efecto participa en algo de la
naturaleza de su causa y la revela; y conociendo Dios en Sí mismo todas las
creaturas presentes, pasadas y futuras, el hombre se asemejaba a Dios al
contemplar la creación y reflejar esos destellos de divina sabiduría en su
propia inteligencia, como comprendiendo al autor detrás de su obra, conociéndolo
por medio de sus efectos.
En el mundo moderno el hombre ha buscado
constituirlo todo a su sola imagen y semejanza, como decía Protágora: el hombre
es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son y de las que
no son en cuanto que no son. Es el reino de la inmanencia.
Así el hombre encierra la ciencia en sí
misma, cortando el acceso a la fuente del ser y de la inteligibilidad, satisfecho
con la obra de sus manos.
¡Qué diferente sería todo si se recuperara esa mirada
contemplativa! Si los científicos dejaran de lado su soberbia inane y su
ceguera.
Quiera santo Tomás concedernos que en nuestros estudios, los
que sean, tengamos siempre esa actitud de contemplar más allá de la creatura la
mano sabia, poderosa y amorosa del Creador que nos habla a través de ella.
Leonardo Rodríguez Velasco.
miércoles, 26 de mayo de 2021
Sobre la actual situación en Colombia
En las últimas cuatro semanas Colombia está siendo testigo, y el mundo entero, de un conjunto de protestas y manifestaciones que han desencadenado destrucción de bienes públicos y privados, varias decenas de muertes, caos, bloqueos viales que ponen en riesgo miles de puestos de trabajo y la distribución de toneladas de alimentos, así como una mayor radicalización de los discursos públicos.
Las redes sociales han contribuido al caos y a la polarización y son hoy un escenario de batalla donde también se transparenta la profunda división que afecta al país. Prácticamente no se puede asumir ninguna postura clara al respecto de lo que ocurre sin automáticamente generar oleadas de mensajes de odio y hasta amenazas del "bando" contrario.
Colombia lleva décadas siendo presa de la ambición de una clase dirigente ávida únicamente de llenar sus propios bolsillos, el saqueo de los recursos públicos es una epidemia crónica en nuestro país y el descontento social con los gobernantes ha sido siempre alto, con algunos momentos pasajeros en que el "caudillismo" ha dado la impresión de que algún político era querido por la masa.
Y como sucede en todos lados, hay personajes dispuestos a capitalizar ese descontento, a instrumentalizar la rabia de la gente y sus deseos de mayor justicia y honestidad en sus políticos. Dichos personajes esperan atentos a que se presente su gran oportunidad para generar caos, atizar los odios, las divisiones y catapultar de esa manera sus ambiciones personales, poco disimuladas.
Se nos sigue entreteniendo con la dicotomía derecha-izquierda, con eso se distribuye a la gente en "bandos" y se les da un sentido de pertenencia e identidad. Pero para el católico avisado todas las actuales ofertas del espectro político colombiano no son más que distintas versiones de ese liberalismo condenado en múltiples oportunidades por el Magisterio de la Iglesia. Unos por el lado derecho, otros por el izquierdo, unos por la libertad de mercado y la inversión privada, otros por el control estatal y la regulación a ultranza. Pero en lo esencial liberales ambos, y condenados ambos.
De manera que lo que presenciamos en este momento es el enfrentamiento entre liberales que aspiran, los unos a conservar, los otros a obtener el control de los recursos públicos, para agrandar lo más posible sus propios bolsillos.
En medio de esa lucha entre liberales de derecha y de izquierda se ubican el pueblo colombiano, las familias y los obreros, soportando las consecuencias de las ambiciones desmedidas de los unos y de los otros.
Por estos días las calles están llenas de rabia e indignación acumuladas en años de robos y corrupción de la clase política colombiana. Pero lamentablemente también se da el hecho evidente de que miles de esos que se prestan para generar caos y destrucción están allí manipulados por hábiles embaucadores que quieren aprovechar el momento, como aves de carroña. Otros están allí en las calles confundidos, desorientados, carecen de formación, de virtud y simplemente salen porque ven a los demás salir y desean un poco de ese poder que se siente, quizá, al destruir algo. Luciferino.
Son momentos de locura colectiva, de masa enloquecida. Los unos seguirán diciendo que hay motivos suficientes, con eso ocultan sus ambiciones personales. Los otros seguirán diciendo que no hay motivos, con eso ocultan su deseo de no desprenderse del botín. Y entre tanto el pueblo seguirá soportando el grueso de las consecuencias, reflejado en escasez, desempleo, angustia, incertidumbre y desesperación.
Y si a lo anterior le sumamos año y medio de restricciones por la "pandemia", el escenario no podría ser peor.
Los creyentes conocemos el poder de la oración, y es eso lo que debemos hacer por estos días, de día y de noche, doblar rodilla como decían las abuelas, y esperar que Dios se apiade de nosotros.
¿Qué saldrá de todo esto? Es incierto, quizá vengan para Colombia años de gobiernos de liberales de izquierda, podría ser. En dado caso nuestra actitud, la del católico, tendrá que ser la misma que con sus mellizos los liberales de derecha, denuncia permanente de la radical perversión de un sistema que pone al hombre por encima de las leyes de Dios y lo expulsa de las sociedades, siendo eso precisamente la causa de tantos males que soportamos en justo castigo.
¡Quiera Dios ser benévolo con Colombia, otrora llamada país del sagrado corazón de Jesús!
Leonardo Rodríguez V.
domingo, 18 de abril de 2021
La verdad y los conceptos
En anteriores entradas nos hemos
referido a la importancia de las definiciones en la vida de la inteligencia y
hemos señalado cómo su abandono está ligado, por un lado, a la pérdida del
valor de la inteligencia como facultad de conocimiento, y por otro, a la
decadencia socio-cultural que necesariamente viene pareja con el relativismo
que se instala cuando la inteligencia es desplazada, ignorada o adulterada.
Quisiéramos hoy insistir en un
aspecto de este asunto y es el de las relaciones entre los conceptos, o mejor
dicho, entre la capacidad del hombre para abstraer los conceptos universales y
necesarios a partir de su experiencia sensible, y la idea de que existe la
verdad y puede ser alcanzada por el conocimiento intelectual humano.
Ante todo un poco de terminología.
¿Qué es la verdad? Los medievales decían que la verdad en general puede y debe
entenderse como una cierta adecuación entre dos cosas, por un lado el acto de
la inteligencia y por otro la realidad de las cosas. Entonces, a partir de esa
visión general, distinguían entre la verdad metafísica, la verdad lógica y la
verdad moral. La verdad metafísica es la realidad de las cosas, es decir, las
cosas mismas (incluido el hombre, por supuesto), tienen una consistencia en el
ser, son y son algo, y ese ser algo es fundamento de su ser cognoscibles; o en
otras palabras, porque las cosas son y son algo, son cognoscibles, puesto que
lo que no existe de ninguna manera es la nada y la nada, nada es, y lo que nada
es nada ofrece a la inteligencia más allá de esa misma afirmación de que “no es”.
Por otro lado está la verdad lógica que es la verdad que se predica de los
conocimientos mismos en cuanto verdaderos, se define como la adecuación entre
el conocimiento y la cosa que se conoce, o en términos técnicos, adaequatio intellectus ad rem. Un
conocimiento es verdadero cuando lo afirmado en dicho acto de conocimiento se
corresponde con la realidad, Si decimos “está lloviendo”, y efectivamente
resulta que está lloviendo, entonces dicho conocimiento es verdadero. Se trata
de un conocimiento medido por la realidad de las cosas, la verdad lógica
depende de la verdad metafísica. Y por último la verdad moral que es la verdad
de nuestras palabras, de lo que decimos. Su contrario es la mentira. Aquí
interviene un factor moral personal, puesto que quien miente tiene la intención
de engañar, es decir, sabe que lo que dice es falso y aun así lo dice por
alguna motivación subjetiva.
Ahora bien, los conceptos y las
definiciones son la manera que tiene la inteligencia de expresar la verdad, de
concebir en sí la realidad y expresarla. Un concepto es la imagen inteligible
de la cosa, como cuando empleamos el concepto hombre (animal racional), estamos
aprehendiendo y expresando la realidad esencial de todos y cada uno de los
miembros de esa especie. De tal manera que “hombre” no es solo una palabra
usada para referirnos a un conjunto de individuos que se asemejan, sino que
estamos ante la posesión inmaterial e intencional de aquello común a todos los
individuos que caen bajo dicho concepto. A partir de los conceptos formamos
definiciones y a partir de las definiciones de cada concepto se establecen
entre ellos relaciones lógicas que tejemos en predicados, juicios y
razonamientos. Es la esencia de la vida de nuestra inteligencia.
Entonces pregunto, ¿qué pasa cuando
la sociedad olvida estas verdades sobre la vida íntima y propia de la
inteligencia y las reemplaza por concepciones utilitaristas, nominalistas y
relativistas? El utilitarismo es defiende la utilidad sobre la verdad, lo bueno
y verdadero es lo útil, lo verdadero es solo otro nombre para lo útil, y si un
concepto, juicio o “verdad” no es útil, pues concluyen que ha de ser porque no
es verdadero. El nominalismo afirma que los conceptos no expresan esencias de
las cosas, sino que son solo palabras usadas por economía mental para agrupar
cosas que vemos se parecen. Y el relativismo es la afirmación de la
inexistencia de la verdad, para defender únicamente la existencia de posturas,
perspectivas y opiniones, tan cambiantes como los sujetos mismos y tan válidas
unas como otras.
Pregunto de nuevo, ¿qué pasa cuando
la visión que expusimos arriba es reemplazada por las corrientes mencionadas en
el párrafo anterior?
¿Se animan a compartir sus
reflexiones en los comentarios?
Leonardo Rodríguez V.
domingo, 11 de abril de 2021
Más acerca de las definiciones
Una de las actividades más propiamente humanas es hacerse preguntas. Dios no se hace preguntas porque lo sabe todo y los animales tampoco se hacen preguntas porque no tienen pensamiento abstracto y universal que les permita procesar conceptos y razonamientos. Por lo tanto es propio del hombre, que ni es Dios ni es un completo animal, hacerse preguntas.
Y la pregunta por excelencia es la que busca el QUID, la que pregunta ¿qué es esto? ¿Qué es lo otro? Al hacernos esa pregunta buscamos responder con la QUIDITAS, la esencia de las cosas, con lo que las cosas son. Pero no lo que las cosas son de forma accidental, sino lo que son esencialmente, preguntamos por el ser esencial de las cosas, aquello que son y no pueden no ser, su naturaleza.
Pues bien, resulta que cuando encontramos dicha esencia de las cosas la enunciamos en una definición, la definición es entonces la expresión de la esencia de una cosa, la que sea. Al definir, como la misma palabra indica, lo que hacemos es descubrir los "fines" o "límites" o "contornos" de algo, aquellos aspectos de su ser que la hacen ser lo que es y la distinguen de las demás cosas. Definir es descubrir lo que hace a una cosa aquello que es. al definir al hombre y decir que es ANIMAL RACIONAL, estamos diciendo que la animalidad y la racionalidad limitan esa realidad que es el hombre, le dan contornos claros, lo hacen lo que es y lo diferencian de lo demás seres. Definir es delimitar.
Y aquí hay que hacer una aclaración de la mayor importancia: en filosofía realista la definición DESCUBRE y señala la esencia de las cosas, pero NO en cuanto establecida por el hombre, sino en tanto descubierta por el hombre luego de un trabajoso procesos de penetración en las cualidades de la cosa, desde lo más accidental hacia lo esencial, que es el camino natural de nuestra inteligencia, que debe comenzar por lo sensible para avanzar hacia lo inteligible.
En otras palabras, el hombre no establece la esencia de las cosas, solo la estudia, la descubre y la enuncia en una definición. Las cosas son lo que son, y siendo lo que son esperan a que la inteligencia del hombre las encuentre y se pregunte por su QUID, su qué.
Claro que ocurre distinto con las cosas artificiales, como una mesa, una moto, un edificio, etc. Porque en esos casos, al tratarse de cosas hechas por el ingenio humano, evidentemente lo que esas cosas son depende del fabricante y es éste quien establece en cierta forma su definición, su esencia. Aunque habría que aclarar aquí que en las cosas artificiales la esencia de la cosa NO ESTÁ en la cosa misma sino en la inteligencia del fabricante o del artista. Porque una silla de madera, en sí misma, es un trozo de madera de cierto árbol, de cierta especie, que no dependen del artista, como todo lo natural. La forma de silla que accidentalmente el carpintero le da a ese trozo de madera es externo a la madera misma y solo existe como idea en la inteligencia del carpintero.
¿Pero a qué viene todo lo anterior? Pues a señalar un cierto MAL de la mentalidad moderna (o posmoderna para algunos). El moderno ha perdido de vista la naturaleza de las definiciones y ha llegado a creer que las cosas son LO QUE EL SER HUMANO DIGA QUE SON. De manera que al definir algo ya no se trata de que la inteligencia esté DEVELANDO la intimidad de la cosa, sino que la está construyendo, a la manera como el carpintero fabrica primero en su mente la idea de la silla, idea que luego plasma en el trozo de madera. En un proceso semejante el moderno fabrica en su mente ideas que luego aplica a la realidad para que ésta sea lo que él establece, desde la independencia soberana y "creadora" de su inteligencia. El hombre se convierte así en "creador" de la realidad. La realidad pasa a ser un mero producto del hombre, ya no es lo que es sino lo que el hombre establece.
¿Con qué criterio establece el hombre "realidades"? El criterio cambia según la circunstancia, pero siempre será de una forma u otra el deseo de no ser criatura sino "creador". El deseo de liberarse del yugo de lo REAL, para convertir su entorno en una masa informe a la espera de que el hombre le de forma según sus deseos.
Los ejemplos que podrían darse son muchos. El mismo concepto de Dios (¡con perdón!) será sometido a este proceso. Se dirá que no es más que una creación de tiempos antiguos poco desarrollados, producto de una conciencia temerosa y anticientífica. Pero que el moderno nada encuentra que justifique mantener dicho "concepto", entre otras cosas porque si hay alguna divinidad, es el hombre mismo.
La moralidad sufre iguales golpes. Ya no se podrá sostener una moral universal y permanente. La moral se reducirá a la constatación en cada momento histórico de lo que la sociedad establece, de lo que la sociedad quiere. Serán "normas" pasajeras, provisionales, mientras dura cierto estado de cosas. Pero apenas el contexto cambia o la conciencia "evoluciona", se impondrá una moralidad distinta, en parte o en todo. Es una moralidad en constante movimiento.
Y a partir de la inestabilidad de la moralidad y de la desaparición del "concepto" de Dios, TODO lo demás, en al ámbito político, social, económico, cultural, familiar, etc., se verá expuesto a una crítica semejante y a la implantación, como sistema, del movilismo radical. Terreno fecundo para todo tipo de subjetivismos.
Y todo esto a causa de haber perdido de vista el poder de la inteligencia para definir.
Recuperar la pregunta por el QUID, recuperar el afán por las definiciones, es no solo una empresa conveniente sino necesaria y urgente. Sin definiciones la inteligencia naufraga en un mar de impresiones pasajeras, quedando todo al arbitrio del capricho del momento. Sin definiciones la inteligencia se reduce a poco más que secretaria de las pasiones o ama de llaves de la voluntad de poder. O definimos o tenemos que asistir inevitablemente a la muerte de la inteligencia. Pero como la inteligencia no muere, la veremos convertida en esclava de una voluntad enceguecida.
La inteligencia humana está hecha para el ser, es su objeto propio, la inteligencia contempla el ser y está llamada a contemplar un día al SER por esencia. Todo se trastorna al negar o alterar la naturaleza de nuestra inteligencia.
Leonardo Rodríguez Velasco
sábado, 3 de abril de 2021
Ampliar la extensión de una idea disminuye su comprensión. Algo de lógica "revolucionaria".
Una de las primeras cosas que se aprende en los manuales de lógica es el tema de la comprensión y la extensión de las ideas o conceptos. Brevemente se trata de lo siguiente: una idea tiene comprensión y extensión, son dos de sus características. La comprensión de un concepto es su contenido, como cuando se dice que hombre es animal racional, la animalidad y la racionalidad son el contenido del concepto de hombre. La extensión de un concepto tiene que ver con la cantidad de cosas o individuos a los cuales ese concepto puede ser aplicado, en el caso del concepto hombre, su extensión la conforman todos los individuos de los cuales se puede decir que son hombres.
Ahora bien, la comprensión y la extensión de una idea se relacionan de manera inversamente proporcional, es decir, si la una crece, la otra disminuye; y si la una disminuye la otra crece. En el ejemplo del concepto hombre, tenemos que su comprensión está dada por la animalidad y la racionalidad; y su extensión son todos los individuos de los que se puede predicar ese concepto. Pero, ¿qué pasaría si quitamos la racionalidad? Quedaría la animalidad solamente, tendríamos sencillamente el concepto de animal, y al reducir su comprensión aumentaría su extensión, porque ahora el conjunto de individuos de quienes es posible decir que son animales es mucho más grande que el conjunto de individuos de los que es posible decir que son hombre. ¿Y qué es un animal? ¿Cuál es su comprensión? Animal es una substancia viviente sensible. Pero ¿qué pasa si quitamos a ese concepto la nota de "sensible" y reducimos su comprensión? Pues pasa que nos queda el concepto de substancia viva y ese concepto es aplicable a una extensión mayor de sujetos que aquella de la que se puede predicar el concepto animal, que es más rico en comprensión y por tanto más pequeño en extensión.
¿Bien, y ¿por qué les estoy hablando de esto? Por lo siguiente.
Si algo caracteriza a los sistemas de pensamiento que han venido apareciendo en los últimos siglos hasta desembocar en ese que tenemos hoy en día, como quiera que se le llame, es un rechazo explícito o implícito a la actividad conceptualizadora de la inteligencia, es decir, una guerra abierta contra esa facultad nuestra con la que conocemos la realidad de las cosas y la expresamos en conceptos. El hombre puede por ejemplo alcanzar la quididad o esencia de la libertad y puede expresarla en un concepto o definición. Y así con lo demás: hombre, Dios, alma, verdad, etc.
Esto ha molestado mucho a los "filósofos" que han buscado hacer su camino más bien por el lado de la voluntad, terminando por endiosar al hombre convirtiéndolo en "creador" de realidades: el hombre no conoce la realidad que ya está ahí, sino que la crea. Entonces estos "filósofos" han propuesto que en vez de conceptos y definiciones que evidentemente limitan la "sagrada" libertad humana, lo que hay que lograr es la "deconstrucción" del universo conceptual previo y la construcción sobre sus ruinas de un nuevo universo discursivo, caracterizado ya no por la intención de captar y expresar lo real, sino de crearla.
Volvamos a la comprensión y extensión de los conceptos.
Una de las estrategias para lograr su propósito les está generando mucho éxito. Consiste en AMPLIAR desaforadamente la EXTENSIÓN de los conceptos para...¿ya lo adivinaron? ¡Claro! Para DINAMITAR la comprensión de los mismos. Un ejemplo:
El concepto de familia. En términos bastante generales se entiende por familia la sociedad primera natural, conformada por el hombre y la mujer, seguidos de su prole, unidos por vínculos de sangre y de afecto, ordenada al bien de la prole y al socorro mutuo de los esposos.
Si soy un revolucionario, posmoderno, "filósofo", etc., ¿Cómo podría destruir ese concepto de familia que encuentro tan limitado y "discriminador"? Ampliando su extensión para limitar su comprensión hasta ojalá reducirla a nada. Cuando su comprensión sea casi la nada misma, recién podré construir sobre ella un nuevo concepto de familia, que ya nada tenga que ver con el anterior, que tanto me incomoda.
Entonces nuestro posmoderno dirá que familia NO ES SOLO ESO que dijimos arriba, dirá que familia también es una relación homosexual; dirá que familia también es si yo me quiero casar con una vaca; dirá que familia también es si un hombre se quiere casar con su mamá (cosa que ya ha pasado); dirá que familia es básicamente cualquier conjunto de lo que sea, desde que sean personas o se "perciban" como tales.
¡Claro! Con semejante ampliación de la extensión del concepto de familia, su comprensión queda en casi nada, queda en "conjunto de personas que viven juntos, o no, como sea".
¿Qué queda del concepto de familia después de ese proceso de "deconstrucción"? Su extensión está en su máximo, por ende su comprensión está en lo mínimo. O en otras palabras, la familia es cualquier cosa, precisamente porque A TODO se le llama familia.
Y el proceso es aplicable a todo concepto. Piensen en el concepto AMOR, LIBERTAD, ESPIRITUALIDAD, IGUALDAD, VERDAD, etc.
¿Cuál es el camino para destruir un concepto? Destruir su significado, ¿cómo? Destruyendo su comprensión, ¿cómo? Ampliando su extensión hasta que ya no signifique NADA.
¿Ven la importancia de estudiar lógica?
Leonardo Rodríguez Velasco.
miércoles, 17 de marzo de 2021
La endeble “libertad” de la modernidad…y de la posmodernidad.
La época que siguió a la Edad Media, el llamado Renacimiento, fue un tiempo henchido de optimismo por el futuro. Los “intelectuales” del momento le decían a todos que gracias a la “liberación” de las cadenas de la supersticiosa y “oscura” Edad Media, venían para la humanidad, sin lugar a dudas, tiempos más libres y, por ende, más felices. Comenzaba su andadura la “libertad”, como nuevo paradigma en torno al cual debía organizarse todo, construirse todo. A tal punto que no podía quedar nada en la sociedad que no tuviera en su base, a manera de fundamento, una irrestricta veneración por la libertad, concebida ahora como una especie de criterio absoluto, tribunal inapelable.
Lutero significó la “liberación” de una supuesta opresión de
la iglesia romana; Descartes supuso lo propio en el terreno de la filosofía,
inaugurando una nueva manera de hacer filosofía en la cual ya no gravitaba el
sujeto alrededor de la realidad buscando conocerla, sino que la realidad
permanecía como entre paréntesis, mientras el sujeto buscaba la manera de salir
del calabozo de su conciencia cognoscitiva, única realidad a su alcance
inmediato y de la cual no cabía duda alguna (la historia de la filosofía da
cuenta de cuan infructuosos fueron los esfuerzos de quienes vinieron después de
él, asumieron sus presupuestos e intentaron tender un puente entre la realidad
y las ideas). Rousseau después, y junto con él todo el mal llamado “Siglo de
las Luces”, representó el intento por reiniciar el entero orden socio-político,
buscando, de nuevo, liberar a la sociedad de las cadenas de la opresión, esta
vez de la opresión política, social. El liberalismo del XVIII, con su gran
triunfo en la Revolución Francesa, puso todo ello en práctica y, decapitando la
monarquía (literalmente) buscó, cómo no, liberar definitivamente a la sociedad
de las cadenas de un sistema que veían como intrínsecamente perverso. Siempre
al compás de las notas de una misma melodía, la “sacrosanta” libertad, a quien
se le unieron ahora la igualdad y la fraternidad; tríada “santa” que en
adelante sería la encargada de traer al mundo, por fin completamente liberado,
una época dorada de felicidad, progreso, bienestar y un amplio etcétera.
La historia que siguió es de todos conocida. Vino la
revolución industrial, con su estela inseparable de adelantos técnicos y
atrasos morales, el marxismo, las dos guerras y por ningún lado aparecía en el
horizonte esa época dorada de la cual tanto se había hablado desde el
Renacimiento. Sin embargo algo estaba claro, esa época estaba por llegar
(siempre está por llegar, siempre la pintan a la vuelta de la esquina, siempre
es promesa) y solo llegaría en la medida en que la sociedad profundizara aún
más, siempre más, en el “sagrado” fundamento: la libertad. ¿Qué vino? Mayo del
68, liberación sexual, “derechos” sexuales y reproductivos, aborto, y aquí
también, un largo etcétera.
En una visión tan resumida de los acontecimientos se quedan
por fuera innumerables consideraciones y se cae en esquematismos injustos, sin
duda. Pero creemos que el núcleo de lo que queremos decir se sostiene: desde el
Renacimiento, y pasando a través de las sucesivas “revoluciones”, el mundo ha
buscado constituirse sobre el imperativo de la libertad, entendida como
absoluta autonomía, en ausencia de todo criterio objetivo. De una u otra forma
los grandes movimientos de pensamiento y las grandes transformaciones acaecidas
desde entonces, se pueden interpretar como escalones en esa dirección.
¿Y qué tenemos en la posmodernidad (suponiendo que esa
categoría sea válida)? Pues tenemos, entre otras cosas, la ideología de género,
que es en pocas palabras el absurdo e inútil intento por liberar radicalmente a
la persona de toda atadura, ya no solo de la religión, o de la teología, o de
los regímenes monárquicos, o del capitalismo, o de la moral, sino liberarla
incluso de sí misma, convertir a la persona humana en una masa informe,
obediente solo al capricho…de la libertad creadora humana.
Pues bien, resulta que el año 2020 nos mostró con crudeza lo
endeble que es esa libertad que tanto se ha buscado, esa libertad en cuyo altar
se ha sacrificado tanto, a cuyo impulso se han derribado tronos, desechado
creencias y combatido incluso la propia identidad.
Porque ante la amenaza, estadísticamente ínfima, de que un
pequeño virus le enfermara y le causara la muerte, el hombre moderno entregó
gustoso el que parecía ser su más precioso bien: su libertad. La entregó en
manos de los gobiernos de turno, quienes no tuvieron inconveniente alguno en
establecer y hacer obedecer las medidas más draconianas que se pudieran
imaginar. No es necesario hacer aquí una enumeración de esas medidas puesto que
son de todos conocidas y por todos han sido sufridas de una u otra forma.
El punto es el siguiente: se construyó la modernidad en
torno a la búsqueda de la libertad como panacea…y ante la perspectiva de
enfermar o morir se la entregó sin pestañear. Al parecer el hombre moderno, “liberado”
por ese gigantesco proceso que resumimos arriba, no valoraba como se creía el “tesoro”
de su “libertad”; o dicho tesoro en realidad no fue más que un ídolo con pies
de barro, un espejismo sin substancia que sirvió solo de slogan propagandístico
para justificar el derribo de tradiciones venerables. Porque uno se pregunta,
¿qué viene a ser en realidad esa libertad que con tanta facilidad se entrega?
¿Se puede decir que el moderno era verdaderamente libre? ¿Qué era en el fondo
esa libertad a cuya consecución se consagró la humanidad por siglos, derribando
todo a su paso? Preguntas que ameritan una sincera reflexión.
Leonardo Rodríguez Velasco