miércoles, 21 de junio de 2023
La importancia del lenguaje
jueves, 15 de junio de 2023
¿Es eterno el castigo del infierno? ¿Por qué?
La ‘Suma contra los gentiles’ es
un tesoro inestimable de doctrina, tristemente poco conocido. Suele ocurrir que
los interesados en el pensamiento de santo Tomás se concentran casi que
exclusivamente en la gran “Summa Theologiae”, y no les falta razón, pues
es su obra de madurez. Pero el aquinate escribió muchas otras obras en las cuales
también sacó a relucir su inmenso genio y nos legó un tesoro doctrinal de
enorme importancia. Tal es el caso de la “Contra gentes”, escrita solo
un par de años antes de iniciar su otra gran ‘Summa’. Está dividida en
cuatro libros, divididos a su vez en capítulos. En el capítulo 144 del libro
tercero santo Tomás se pregunta por la eternidad de la pena o castigo debido al
pecado mortal. Tema que despierta gran interés, pues a primera vista podría
parecer desmedido un castigo eterno por un acto llevado a cabo en el tiempo e
incluso en cuestión de minutos.
Recuerdo hace muchos años una conversación
con un familiar, me decía que le parecía absurdo pensar en la existencia de un
infierno eterno, siendo que un pecado era algo que se realizaba en cuestión de
minutos. En esa época no tuve yo mucho qué responderle, tendría unos 17 años. Y
ciertamente parece desproporcionado. Por ejemplo, un pensamiento impuro, es
algo que ciertamente puede ocurrir en cuestión de segundos… y, a pesar de su duración,
es merecedor de un infierno que es eterno. Parece difícil de aceptar algo así.
Entonces en este capítulo 144
santo Tomás desarrolla algunas reflexiones sobre este tema, que permiten
vislumbrar el motivo de todo esto y entender, al menos en parte, el porqué de
la eternidad del castigo. Veremos algunas.
El primer argumento o reflexión que
desarrolla santo Tomás es muy interesante. Se basa en el concepto de ‘privación’.
La privación es un concepto usado en filosofía y que se refiere al hecho de que
algo que una cosa por naturaleza debía poseer, le falte. Entonces por ejemplo
la ceguera En el hombre es cierta privación, porque ciertamente la facultad de
ver es propia de la naturaleza del hombre, y si por alguna razón carece de
ella, se dice que está privado de la visión. Distinto es la facultad de volar,
que no es propia de la naturaleza humana. Que el hombre no vuele no es en él
una privación, pues de hecho no tiene por qué hacerlo, atendiendo a su
naturaleza propia.
Ahora bien, unos capítulos atrás
santo Tomás demostró que la eterna bienaventuranza del hombre, o sea el fin
último del hombre, que es la visión de Dios, es algo que no puede darse en esta
vida. O sea, que no es propio de la naturaleza humana alcanzar en esta vida
terrena la eterna felicidad que es consecuencia de la visión de la divina
esencia, eso solo puede ser propio del cielo, o solo puede darse en el cielo.
Lo anterior viene a significar que
no poseer la eterna bienaventuranza no es algo que pueda representar una privación
en esta vida, pues no es propia de esta vida, sino que hay que decir que la
pérdida de la bienaventuranza solo puede considerarse privación en la otra
vida, después de la muerte. O, en otras palabras, no es castigo no poseer le
eterna felicidad en esta vida, pues no es propia de esta vida. Pero no poseerla
después de la muerte, sí tiene razón de privación y castigo, pues allí sí que
podía el hombre llegar a poseerla.
Pero resulta que después de esta
vida el hombre no está en condiciones de hacer algo para obtener o para perder
la eterna bienaventuranza (merecer), pues se encuentra en estado de separación
respecto del cuerpo, y requiere de este para actuar de acuerdo a su naturaleza
propia y plena. Por lo tanto, si en el momento de la muerte el alma se encuentra
dispuesta de tal manera que su voluntad está apartada del fin último por su
inclinación desordenada a las criaturas, después de la muerte dicha inclinación
no cambia, ni puede cambiar, pues para ello necesitaría el alma unirse de nuevo
al cuerpo, para poder llevar a cabo actos meritorios.
Luego presenta santo Tomás este
otro argumento.
“Apud divinum iudicium voluntas
pro facto computatur”, ante el juicio de Dios, el querer se computa por el
hecho; es decir, ante la mirada de Dios, que ve lo interior, el querer obrar
mal es similar a haberlo hecho efectivamente. Y santo Tomás nos va a decir que
aquél que, rechazando el bien infinito de la eterna bienaventuranza, prefiere
ir tras del bien creado y finito pecando, da con eso señal clara de que, si
tuviera la oportunidad de elegir entre ese gozo finito, pero gozado por toda la
eternidad, y el gozo de la eterna bienaventuranza, hubiera seguramente elegido
el primero. Lo cual, según el principio puesto arriba, nos dice que el castigo
ha de ser proporcionado al querer, y debe entonces ser interminable, pues de
manera interminable hubiera deseado el pecador poder poseer el objeto de su
pecado.
Con otras palabras: el pecador
cuando peca realiza una elección, en vez de elegir el bien de la bienaventuranza
eterna, escoge el bien finito del placer pasajero. Lo cual indica que, si se le
presentara la posibilidad de gozar eternamente de ese bien pasajero, con más
razón lo elegiría aún, puesto que, aunque finito lo antepuso a la eterna felicidad
junto a Dios. Por ende, es justo que quien así eligió, reciba una pena
proporcionada a su querer y este eternamente privado de aquél bien que osó
rechazar.
Y finalmente pone santo Tomás
otra reflexión.
Dice que es costumbre creer que
las penas civiles son puestas para corrección de los vicios de los hombres, por
donde muchos han creído que la pena del infierno debe ser temporal puesto que
tendría ese carácter purgativo o correctivo meramente, como ocurre con el
delincuente que es condenado a cierto número de años en la cárcel, para su
enmienda personal. Santo Tomás responde que es correcto pensar que las penas en
la sociedad humana son impuestas para enmienda de los vicios, pero ello no
implica que todas las penas deban ser temporales, pues ocurre, por ejemplo, que
se aplica la pena de muerte en algunos casos de particular gravedad, y esa pena
no tiene nada de temporal, sino que es bastante definitiva. Y en ese caso la
enmienda que se busca no es la del castigado, sino más bien la del resto de la
sociedad, en cuanto se busca persuadir a los malos de no cometer esa clase de
crímenes, movidos por lo terrible del castigo. Entonces la pena eterna del
infierno, aunque no es realizada para enmienda del propio pecador así castigado,
sí es impuesta para enseñanza de la sociedad cristiana, para que, meditando en
la gravedad de la pena, se aparte de cometer los pecados que a ella conducen.
Así concluye santo Tomás el
capítulo 144.
Son tres reflexiones que nos
pueden ayudar a profundizar en el misterio del infierno y de la pena eterna debida
al pecado mortal, incluso a un solo pecado mortal. Cosa que puede parecer
desproprocionada, pero vista a la luz de la fe, resulta enteramente justa y en
coherencia con el propio querer del pecador. Porque lo que aquí nos está
diciendo santo Tomás es que, en el fondo, el pecador recibe lo que quería
recibir, pues eligió apartarse del bien eterno y eso recibe, el apartamiento
eterno del bien.
Leonardo Rodríguez Velasco
martes, 21 de marzo de 2023
Acerca de los manuales tomistas
Es reconfortante ver cómo día a día aumenta el interés por conocer el la obra de santo Tomás de Aquino, el máximo teólogo de la iglesia católica, cuyo pensamiento está hoy tan vivo como cuando él redactó sus escritos hace ocho siglos.
Pero, a pesar de ver como algo completamente positivo ese interés por el aquinate, surge también la preocupación por el modo en que muchos se acercan a santo Tomás, es decir, ¿qué santo Tomás es el que van a conocer? Porque efectivamente aunque santo Tomás es uno solo, se pueden tener de su obra diversas imágenes según que uno se aproxime a él por uno u otro camino. Me explico.
A lo largo de los siglos nunca han faltado discípulos del de Aquino, ya en vida del propio Tomás los tuvo en gran cantidad, así como también tuvo enemigos de su pensamiento, que lo combatieron ya desde el principio. Pero amigos tuvo, ha tenido, tiene y seguirá teniendo, santo Tomás es un caso único, ya que ningún otro pensador puede gloriarse de que a pesar del paso del tiempo, cada nueva generación trae consigo un sinnúmero de interesados en continuar con su herencia teológica y filosófica. ¿Cuántos filósofos pueden decir hoy, pleno 2023, que cuentan con un nutrido número de seguidores, en todas las latitudes y en todas las lenguas conocidas?
Pero surge entonces, decíamos, el peligro de aproximarse a un Tomás modificado, alterado, un poco enrarecido. Y es que en ocho siglos mucha tinta ha corrido sobre la herencia intelectual del santo, cientos y quizá miles de manuales se han escrito, para uso universitario y también para nivel de bachillerato. Así como tratados profundos y sistemáticos que presentan el pensamiento de santo Tomás en forma estructurada, algunos se han hecho clásicos.
¿Leer esos manuales equivale a leer a santo Tomás? Sí y no. Sí, en cuanto a la intención de esos autores, indudablemente bienintencionados. No, en cuanto a que casi siempre, por no decir siempre, en algo se apartan de Tomás, en la interpretación de alguna idea, en la definición de un concepto, en la argumentación de algún punto, en la inclusión de algo que no está de suyo en la obra del propio Tomás, o en la eliminación de algo que sí está, etc. Es sencillo, al tomar uno, dos o tres de estos manuales, ver cómo incluso difieren no pocas veces entre ellos en ciertas definiciones o divisiones de conceptos claves.
¿Qué hacer entonces? IR A TOMÁS, tan sencillo como eso y tan arriesgado como eso. Sencillo porque los escritos de Tomás están todos en Internet, traducidos a los principales idiomas para el que no puede leer latín. Pero decimos arriesgado porque no se trata solo de tomar el texto de Tomás, leerlo y como por arte de magia comenzar a entenderlo y asimilarlo. No. En realidad se requiere un bagaje conceptual que no es poco, ni fácil. Requiere esfuerzo, constancia, disciplina y mucha paciencia. De ahí que resulte mucho más fácil el manual, porque este ha sido hecho con intención pedagógica, pensando en los principiantes, y llevando al lector como de la mano y poco a poco. Pero que algo sea fácil no implica que sea lo mejor.
Lo recomendable sería alternar la lectura del texto directo de Tomás, con el apoyo de los mejores manuales sobre todo para aclarar definiciones y divisiones de conceptos, cosa clave en escolástica. Pero dando siempre la primacía a Tomás mismo, algo así como un 80/20, por decirlo de alguna manera.
¿Manuales sí o manuales no? Sí, siempre y cuando se usen en su justa medida y jamás reemplazando al propio Tomás, en ese caso se correría el inmenso riesgo de quizá nunca conocer el pensamiento del santo, sino la versión un poco alterada en algún punto, de uno de sus bienintencionados discípulos.
Leonardo Rodríguez Velasco
jueves, 10 de noviembre de 2022
Por un tomismo tomista
Suele suceder que aquel que se encuentra con santo Tomás de Aquino, ya no lo abandona más. Encontrarlo, es decir, encontrar sus obras, conocer su vida, adentrarse en las profundidades de su pensamiento filosófico y teológico (fue ante todo y sobre todo un teólogo, pero sabía bien que la teología, ciencia de Dios y de todas las cosas en su relación con Dios, debe construirse sobre la más sólida base filosófica), es hallarse sumergido en un universo conceptual de tal riqueza, de tal amplitud, de tal verdad, que difícilmente se puede hacer a un lado y continuar la búsqueda, pues se percibe haber llegado ya a puerto seguro. La inteligencia descansa con serenidad en las páginas de su Summa theologiae.
Pero suele suceder también, por desgracia, que muchos se
quedan con una versión, como si dijéramos, light del tomismo, un tomismo
fast food, en expresión gráfica del querido padre Álvaro Calderón.
¿Qué queremos decir? Queremos decir con ello que el
pensamiento de santo Tomás de Aquino es exigente, arduo, profundo y requiere
una sólida disciplina de la inteligencia: estudio, reflexión, apuntes,
relecturas, maduración… Y después de todo ello sucede que nos vemos aún apenas comenzando,
siempre discípulos, descubriendo en cada nueva lectura matices de los cuales no
nos habíamos percatado antes, o perspectivas nuevas que se abren y dan más luz a
temas que creíamos ya asimilados. Nunca se deja de ser tomista.
Quizá esa es una de las diferencias más notables con lo que
se ha denominado “filosofía” moderna, que en ella todos han querido ser
maestros, nadie ha querido ser discípulo, y ello ha conllevado una multiplicación
casi ‘ad infinitum’, de escuelas, corrientes, posturas, alternativas… La
disolución de la inteligencia so capa de pluralidad y apertura.
Ante el panorama desolador del perspectivismo de los modernos,
donde la verdad desaparece al ser reemplazada por posturas y opiniones, contradictorias
entre sí y nunca seguras de haber arribado a nada seguro; el tomismo es un faro
firme que indica al navegante los escollos a evitar y el rumbo inequívoco que
debe seguir para llegar a puerto.
Pero ocurre entonces que al tomista principiante le sale al
paso una tentación contra la cual debe luchar si es que quiere en verdad ingresar
en el castillo del pensamiento tomista y recorrer con fruto todas sus habitaciones
y pasillos, repletos de tesoros admirables: la tentación de quedarse con un mero
barniz de doctrina e instalarse en un tomismo NO tomista.
Para decirlo en palabras sencillas, es posible memorizar en
pocos minutos el significado de una serie de términos y con ello creerse ya
tomista consumado. Uno puede tomar un diccionario de filosofía, o incluso algún
vocabulario sacado de un autor tomista y darse a la tarea de memorizar palabras
como: acto, potencia, forma, materia, substancia, accidente, esencia, ser,
causa formal, causa eficiente, causa material, causa final, etc. Y terminada la
labor de memorización ir por la vida hilando discursos con base en dichos
conceptos y con ello considerarse en posesión del tomismo más acendrado.
¡Grave ilusión! ¡Gravísimo error!
Quienes así proceden se privan a sí mismos de gustar el
verdadero tomismo, ese que nace como fruto de la asidua familiaridad con los
textos del maestro, de la permanente meditación de sus argumentos, de la
juiciosa reflexión de sus respuestas y del esfuerzo por penetrar cada vez más y
mejor en el trasfondo metafísico último de sus posturas más características.
Pero entendemos que todo ello conlleva tiempo, dedicación,
esfuerzo, disciplina, tesón, y no todo el mundo, incluso entre los interesados,
está dispuesto a ello o tiene las condiciones para ello o el tiempo,
humanamente hablando, para hacerlo como corresponde. Se cae así en un tomismo light,
que está lejos del tomismo real, del tomismo tomista que debiera ser el ideal
del seguidor de Tomás de Aquino.
Por poner un ejemplo concreto de lo que venimos diciendo, el
orden en que deben ser estudiadas las disciplinas es el siguiente:
1.
Lógica
2.
Filosofía de la naturaleza (y psicología)
3.
Metafísica (y ética)
4.
Y en la cumbre de la metafísica… La teología
natural, Dios contemplado como acto puro y causa eficiente primera de todo
cuanto existe.
Se trata ciertamente de un recorrido amplio y exigente, que
no se hace en un par de semanas, ni siquiera en un par de meses y posiblemente
tampoco en un par de años. Algunos se han aventurado incluso a decir que serían
necesarios unos diez años de estudio, otros han dicho veinte, otros incluso más…
Para poder madurar de forma conveniente toda la riqueza contenida en la obra
tomista. Ello llevaría a un tomismo tomista, no tan solo a un tomismo light
de conceptos aprendidos de memoria para hilar bonitos discursos de apariencia
escolástica.
Por donde se ve lo errados que van aquellos que andan por el
mundo con apariencia de tomistas y creyendo que por hablar de la forma y la
materia ya son consumados discípulos del angélico doctor.
¿Cuál es la invitación? La invitación no puede ser otra que
la de empezar cuanto antes nuestra formación intelectual, las circunstancias actuales
lo requieren, lo exigen, pues los falsos doctores pululan y los lobos con piel
de oveja causan estragos en el rebaño, confundiendo, engañando y devorando a
los desprevenidos.
Si sientes la vocación por el trabajo intelectual y deseas
acercarte al doctor de Aquino en busca de una sólida formación católica, teológica,
filosófica y verdaderamente humanista, debes comenzar ya, el trabajo es mucho y
los obreros pocos.
¡Ánimo! Dios sabrá recompensar con creces tu dedicación y
con seguridad el hermano Tomás acompañará desde el cielo tus empeños y te
alcanzará de Dios nuestro señor, por mediación de la santísima virgen María,
sede de la sabiduría, la gracia de progresar en el estudio y ser luz en medio
de una sociedad cada vez más sumergida en las tinieblas del engaño y el vicio.
Leonardo Rodríguez Velasco
martes, 16 de agosto de 2022
La imagen contra el concepto
Hace ya unos cuantos años, hurgando entre los libros de la biblioteca municipal de mi ciudad, encontré un librito pequeño que se llamaba "De la imagen a la idea", escrito por un sacerdote jesuita, cuyo nombre lamentablemente no logro recordar. En dicho libro, cuyo pleno significado filosófico no estaba yo en condiciones de entender en ese entonces, el autor realizaba una exposición del proceso de 'ideogénesis', es decir, el proceso psicológico de abstracción de los conceptos a partir de los datos suministrados por la sensibilidad.
Me llamó mucho la atención y realicé un par de visitas más a la biblioteca en busca de ese libro. No recuerdo tampoco si lo leí completo, me imagino que no, hubiera sido una proeza de mi parte a esa edad, y más teniendo en cuenta que posiblemente entre el 60 y el 70 por ciento de lo que decía, era yo incapaz de captarlo en toda su profundidad.
Andando el tiempo, ya en mi época de universitario, vino a mis manos un libro de un politólogo italiano, Giovanni Sartori, "Homo videns, la sociedad teledirigida", en el cual el autor realizaba lo que en ese momento consideré una crítica bastante ingeniosa y válida a la sociedad actual, donde el pensamiento conceptual, racional, abstractivo, argumentativo, etc., ha cedido su lugar al imperio de la imagen, de la sensación, de lo inmediato, de lo que no exige de suyo esfuerzo de pensamiento alguno.
¿Y por qué te hablo, querido lector, de esos dos libros? Porque me parece que a pesar de la distancia que separa al uno del otro, y a ambos respecto de nuestros días presentes, lo cierto es que actualmente se verifica a una escala monstruosa lo denunciado por Sartori, el 'homo sapiens' ha cedido su trono (si alguna vez lo tuvo realmente) ante el 'homo videns', el hombre del pensamiento racional al hombre televidente, teledirigido, que renuncia gozoso al deber de pensar y se entrega en manos de la propaganda, de los modernos sistemas de comunicación de masas, de las redes sociales, de la Internet.
Es difícil no ver lo que estamos diciendo. Por todos lados se nota y es evidente el descenso de las competencias cognitivas (para usar una expresión 'moderna') del hombre actual. Y no es solo un asunto de los sistemas de educación, que por supuesto que sí, sino que la cosa apunta a algo más global, más universal, la invasión de la imagen sobre el concepto, auspiciada por los grandes medios que parecen interesados en que sus consumidores permanezcan inactivos ante el tsunami de "información" que día a día les sirven como alimento mental.
Y es que para escapar de dicha pasividad hay que razonar, en el sentido más aristotélico de dicha expresión, lo cual implica usar a conciencia las tres operaciones de la inteligencia: simple abstracción, juicio y raciocinio. Cada una de ellas supone la anterior y la primera y la tercera convergen en la segunda, en el juicio, cuando la inteligencia, fecundada por lo real captado por medio de los sentidos iluminados por la luz del intelecto agente, emite su verbo mental, concibe, da a luz su palabra humana que es el concepto, con el cual teje las proposiciones, que sirven de materia prima al razonamiento, que concluye a su vez en un juicio en el que la inteligencia finalmente descansa.
Y ello requiere esfuerzo, disciplina, constancia. Exactamente lo opuesto de sentarse frente a una pantalla y pasar horas recepcionando pasivamente el contenido cuidadosamente creado para mantenerme en ese estado cuasi vegetativo.
La Internet, con sus redes sociales y su prácticamente ilimitado número de páginas web, representa el triunfo de la imagen; y con imagen nos referimos aquí al universo sensible, que incluye lo visual pero también lo auditivo, la sensibilidad toda. Es difícil no sentirse subyugado por tantas formas, colores, movimientos, animaciones, sonidos, etc., cuando nos entretenemos ante la pantalla del celular o del computador, es verdaderamente una red que sabe cómo atraer la atención y atraparla.
Pero no se trata ya, como en el libro del jesuita que rastrea la ideogénesis, de una sensibilidad que sirve de punto de apoyo para el trabajo abstractivo de la inteligencia, sino que se trata ahora de una sensibilidad que permanece en lo sensible, que no ofrece otra cosa más allá de la desnuda sensación y lo que ella puede ofrecer en términos de experiencia de lo inmediato, lo que cautiva en el instante, lo pasajero, lo que detrás de sí llama otra imagen que viene pronto a suplantar la anterior, en un desfile interminable de percepciones que se quedan en la mera materialidad de lo visual/auditivo.
Tenemos así un universo de lo sensible hipertrofiado, que a su vez atrofia el ejercicio propio de la inteligencia. No hay abstracción, se la estorba, se la impide, y en un movimiento completamente desnaturalizador, se le cierra al intelecto agente la posibilidad de fecundar los datos sensibles para alumbrar el concepto. Es una especie de aborto epistemológico.
Nada tiene de raro entonces que las nuevas generaciones sean cada vez más incapaces de los grandes retos metafísicos, de pensar los grandes pensamientos, de razonar en profundidad sobre las grandes verdades, esas que, aunque tomando pie de la sensibilidad, se ubican más allá, en el reino de lo inmaterial, universal y necesario; que es el reino del concepto. Se han habituado a la imagen y se encuentran con la incapacidad de alumbrar el concepto, el concebido.
Se trata de la imagen ocupando un lugar que no le corresponde, usurpando un sitial que no es suyo, invadiendo la vida mental toda de la persona que se paraliza frente a una pantalla a disfrutar por horas de un tsunami interminable de imágenes que saturan y embotan su capacidad de razonamiento abstracto. Es la muerte del pensamiento.
Queda sobre este asunto mucha tela por cortar, por ahora dejemos aquí.
Leonardo Rodríguez Velasco.
sábado, 16 de julio de 2022
La ciencia como oportunidad de contemplación. Un texto de santo Tomás.
Una de las características de la ciencia actual es que ha perdido su impronta contemplativa (cosa que viene sucediendo desde hace varios siglos con el racionalismo y positivismo triunfantes); es decir, ha dejado de ser un conocimiento orientado en último término por el deseo de alcanzar la fuente misma del ser y de la inteligibilidad de lo real, Dios. Cosa que no era así en la Edad Media, por ejemplo, puesto que el medieval tenía muy clara la idea de que todo conocimiento, además de revelar una parcela de la realidad a los ojos de la inteligencia humana, estaba llamado a servir de escalón para una contemplación más profunda del ser, una contemplación abierta a la fuente del ser, al ser por esencia, al ipsum esse subsistens. De esta forma entonces no había contradicción entre el estudio de algún sector de la realidad y su entroncamiento en una mirada metafísica más amplia.
Muy distintas son las cosas hoy en día, y desde hace un par
de siglos. La ciencia, o lo que así es llamado, ha cortado todo lazo que la
pudiera unir con lo trascendental para reducirse al estudio de la realidad
material, en su desnuda y pura materialidad. Y no contenta con eso ha
proclamado que de hecho no hay nada más allá de ello, en una evidente hipertrofia
indebida de sus atributos epistemológicos.
Vale la pena entonces dar una mirada a un capítulo bastante
olvidado de una obra bastante olvidada de un autor bastante olvidado. Me
refiero al capítulo segundo, del libro segundo de la “Suma contra
los gentiles”, de santo Tomás de Aquino. Allí el santo expone en breves párrafos
lo que bien pudiera llamarse una carta magna de la investigación científica.
Pondremos los textos mismos del santo, acompañados de
sencillos comentarios:
Capítulo II:
Quod consideratio creaturarum utilis est ad fidei
instructionem.
Que la consideración o estudio de las creaturas (todo el
universo) es útil para instruir en la fe.
Pone aquí santo Tomás cuatro razones por la cuales considera
que el estudio de naturaleza es útil para la fe.
1.
Primo quidem, quia ex factorum
meditatione divinam sapientiam utcumque possumus admirari et considerare. En
primer lugar, porque de la meditación de sus obras podemos admirar y considerar
la divina sabiduría.
En la belleza, orden,
complejidad, etc., de una obra se puede reconocer, y, por ende, admirar la
pericia de su autor. Así, a partir de la contemplación del universo, con todas
sus creaturas, somos llevados naturalmente al reconocimiento de la inmensa
sabiduría de su Hacedor. El medieval veía en la creación un destello de la
sabiduría de Dios, en el orden y la belleza de lo creado contemplaba un
testimonio permanente de la inteligencia de Dios. Hoy, por el contrario, el
científico se enorgullece de sí mismo al hacer un nuevo descubrimiento o sentar
las bases para la fabricación de un nuevo aparato. Es la distorsión más radical
del conocimiento mismo, que en lugar de ser escalera para ascender a la causa
prima, nos sumerge en un sentimiento de autosuficiencia que acaba por ser
autodestructivo al impedirnos el contacto con Dios, única fuente de verdadera realización
personal y felicidad.
2.
Secundo, haec consideratio in
admirationem altissimae Dei virtutis ducit: et per consequens in cordibus hominum
reverentiam Dei parit. En segundo lugar, esta consideración (del universo)
nos conduce a la admiración de la altísima virtud (o poder) divina: y por
consiguiente produce en el corazón de los hombres la reverencia (respeto
profundo) hacia Dios.
Como natural resultado de lo
anterior surge la admiración del poder de Dios y un profundo respeto hacia el
Hacedor de todas las cosas. El medieval, a diferencia del pagano, ya no sentía
temor hacia las fuerzas de la naturaleza, hacia el sol y la luna; sino que ahora,
reconociendo al Creador, reverenciaba en Él la omnipotencia creadora, el poder
infinito que se manifestaba con toda claridad en la creación misma, que contemplaba
por medio de las ciencias. En el moderno científico, académico o estudioso,
desaparece la reverencia a Dios precisamente porque ya la mirada sobre su
objeto de estudio no es contemplativa. Busca conocer la naturaleza por el
conocimiento mismo, cuando no por la utilidad técnica que pueda derivarse de
dicho conocimiento. Utilidad técnica que es, a su vez, utilidad para el hombre.
El hombre y su bienestar y comodidad puestas como justificación última del
esfuerzo científico: se reverencia al hombre. La ciencia termina así
produciendo en el corazón de los hombres no la reverencia al Dios poderoso que
todo lo ha creado con sabiduría, sino el envanecimiento de sí mismo, al verse
como dominador de las fuerzas de la naturaleza que pone a su servicio.
3.
Tertio, haec consideratio animas hominum in
amorem divinae bonitatis accendit. En tercer lugar, esta consideración (de
la sabiduría y poder de Dios manifestada en la creación) enciende las almas de
los hombres en el amor de la divina bondad.
El medieval, luego de contemplar la
sabiduría y el poder de Dios manifestada en la naturaleza, era conducido por la
reverencia al amor de la bondad de Dios, puesto que todo había sido creado para
el hombre. La creación toda era un regalo de Dios al hombre, regalo gratuito
del cual Dios no obtenía nada, sino solo comunicaba al hombre un reflejo de su
bondad y un medio para servirle y amarle, y mediante ello salvar su alma, como
reza el adagio ignaciano.
En la modernidad estamos lejos de ello.
¿Reconocimiento de la sabiduría de Dios? ¿De su poder? ¿De su bondad?
¿Reverencia? ¿Amor? Para nada de esto queda lugar en una ciencia construida toda
únicamente para glorificar al hombre mismo y su control sobre la naturaleza.
4.
Quarto, haec consideratio homines in quadam
similitudine divinae perfectionis constituit. En cuarto lugar, esta
consideración (o estudio del universo) produce en los hombres una cierta
semejanza con la divina perfección.
Siendo la creación entera una participación
de la sabiduría de Dios, puesto que todo efecto participa en algo de la
naturaleza de su causa y la revela; y conociendo Dios en Sí mismo todas las
creaturas presentes, pasadas y futuras, el hombre se asemejaba a Dios al
contemplar la creación y reflejar esos destellos de divina sabiduría en su
propia inteligencia, como comprendiendo al autor detrás de su obra, conociéndolo
por medio de sus efectos.
En el mundo moderno el hombre ha buscado
constituirlo todo a su sola imagen y semejanza, como decía Protágora: el hombre
es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son y de las que
no son en cuanto que no son. Es el reino de la inmanencia.
Así el hombre encierra la ciencia en sí
misma, cortando el acceso a la fuente del ser y de la inteligibilidad, satisfecho
con la obra de sus manos.
¡Qué diferente sería todo si se recuperara esa mirada
contemplativa! Si los científicos dejaran de lado su soberbia inane y su
ceguera.
Quiera santo Tomás concedernos que en nuestros estudios, los
que sean, tengamos siempre esa actitud de contemplar más allá de la creatura la
mano sabia, poderosa y amorosa del Creador que nos habla a través de ella.
Leonardo Rodríguez Velasco.
sábado, 15 de enero de 2022
Ejemplo de 'principios' en un artículo de la Suma de Teología
En el artículo anterior describíamos una manera de leer los artículos de la Suma de Teología que consideramos bastante provechosa, y decíamos allí que uno de los elementos clave de esa lectura era identificar los principios que ST menciona a cada momento para de ellos inferir sus conclusiones o justificar su rechazo de opiniones de otros autores.
Para que quede un poco más claro vamos a hacer aquí un breve ejercicio, poniendo el texto del cuerpo de un artículo de ST y subrayando los principios que estén allí empleados:
Vamos a tomar el artículo 2 de la cuestión 75 de la primera parte, en el tratado sobre el hombre. Allí va a estudiar ST...
Utrum anima humana sit aliquid subsistens...de si el alma humana es subsistente...
Y responde ST...
_________________________________________________
Es necesario afirmar que el principio de la operación intelectual, llamado alma humana, es incorpóreo y subsistente. Es evidente que el hombre por el entendimiento puede conocer las naturalezas de todos los cuerpos. Para conocer una clase de cosas es necesario que en la propia naturaleza no esté contenida ninguna de esas cosas que se va a conocer, pues todo aquello que estuviese contenido naturalmente impediría el conocimiento. Ejemplo: La lengua de un enfermo, biliosa y amarga, no percibe lo dulce, ya que todo le parece amargo. Así, pues, si el principio intelectual contuviera la naturaleza de algo corpóreo, no podría conocer todos los cuerpos. Todo cuerpo tiene una naturaleza determinada. Así, pues, es imposible que el principio intelectual sea cuerpo.
De manera similar, es imposible que entienda a través del órgano corporal, porque también la naturaleza de aquel órgano le impediría el conocimiento de todo lo corpóreo. Ejemplo: Si un determinado color está no sólo en la pupila, sino también en un vaso de cristal, todo el líquido que contenga se verá del mismo color.
Así, pues, el mismo principio intelectual, llamado mente o entendimiento, tiene una operación por sí, independiente del cuerpo. Y nada obra por sí si no es subsistente. Pues no obra más que el ser en acto; por lo mismo, algo obra tal como es. Así, no decimos que calienta el calor, sino lo caliente.
Hay que concluir, por tanto, que el alma humana, llamada entendimiento o mente, es algo incorpóreo y subsistente.
_________________________________________________
Ponemos en rojo las partes del texto que corresponden a lo que hemos llamado principios, es decir, tesis que sustentan el desarrollo del artículo y fundamentan la respuesta que va construyendo ST.
En este denso artículo ST está nada más y nada menos que tratando de demostrar que el alma humana es subsistente, es decir, que existe de suyo, sin necesidad de un soporte, por decirlo de alguna manera; sin necesidad de que su existencia dependa de otro, como pasa por ejemplo con los accidentes que existen por la existencia del sujeto en el cual se dan.
En el artículo inmediatamente anterior ST se preguntó si el alma humana era alguna especie de cuerpo, si era una realidad corpórea, y contestó que no. Ahora en este artículo se pregunta si se puede decir que subsiste, y va a responder que sí, nos dice al final que "el alma humana, llamada entendimiento o mente, es algo incorpóreo y subsistente".
Pero, ¿cómo llega el santo a esa conclusión? Pues llega a través de un razonamiento en el cual las lineas señaladas en rojo juegan el rol de principios de la demostración, es decir, afirmaciones a partir de las cuales se infiere lo demás.
El primer principio subrayado es el fundamental, y es muy profundo. Aquí lo exponemos en forma rudimentaria para no hacer excesivamente largo este escrito.
¿Qué nos dice allí ST? Nos dice que para que la inteligencia pueda conocer la naturaleza de todos los cuerpos, como vemos que de hecho ocurre, se requiere que no tenga en sí la naturaleza de ningún cuerpo, es decir, que no sea ningún tipo de cuerpo, porque si así fuera entonces al ser de una naturaleza corporal determinada ello impediría que pudiera recibir o aprehender la naturaleza de los otros cuerpos. En otras palabras, para poder escribir sobre una pizarra primero debemos borrar lo que está escrito, porque lo que allí está escrito impide que podamos escribir encima de manera mínimamente legible. Para poder pintar de blanco una pared, debemos quitar primero el color rojo que tiene (o azul, o el que sea), o debemos pintar encima, el caso es que no puede estar pintada una superficie de dos colores al tiempo (las mezclas de colores es otro tema, componen un tercer color que no es ninguno de los dos o tres originarios). Si la inteligencia tuviera alguna naturaleza corporal, si tuviera la naturaleza de algún cuerpo, ello haría que la recepción de la naturaleza de otro cuerpo fuera imposible (en el sentido de aprehensión de una formalidad). ¿Y entonces no podemos conocer muchas cosas? Sí, claro, esa es la función de la memoria intelectual, conservar en la potencia intelectiva las intenciones previamente entendidas a manera de tesoro al cual podemos recurrir cuando razonamos. Pero simultáneamente no se conocen dos cosas, a no ser que se entiendan como un todo, es decir, bajo cierta manera de unidad, como cuando miramos un bosque, no es que estemos mirando muchos árboles tomados individualmente, no, los estamos mirando en conjunto y en cuanto conforman un conjunto. Si quisiéramos ver un árbol en particular tendríamos que enfocar la mirada en dicho árbol y por consiguiente dejar de ver los otros.
Este es el principio fundamental con el cual va ST a fundamentar la afirmación que hace más adelante de que "es imposible que el principio intelectual (la inteligencia, potencia del alma) sea cuerpo".
Y habiendo establecido que el principio intelectual o inteligencia en su obrar se revela como ajeno a toda naturaleza corporal, es decir, incorpóreo, establece, mediante otro principio (nada obra por sí si no es subsistente) que el alma humana, de donde emana la potencia intelectiva, ha de ser una realidad subsistente, puesto que para tener independencia en el obrar se requiere una independencia en el ser (para que los adolescentes sean independientes en su obrar, deben primero lograr una independencia en su ser, autonomía financiera, etc., pero mientras se vive DE los padres, la dicha independencia del obrar no pasa de veleidad de juventud).
Resumen: la inteligencia es potencia no corporal, que obra independientemente del cuerpo y, por ende, el alma humana, de donde emerge la inteligencia como potencia propia, ha de ser subsistente, es decir, independiente en el ser respecto del cuerpo, puesto que ejecuta operaciones de manera independiente, para lo cual requiere la dicha independencia y lo cual postula la subsistencia.
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He aquí entonces un ejemplo de lo que queremos decir cuando recomendamos realizar siempre el ejercicio de identificar principios dentro de los artículos de la Suma, ello nos ayuda a ir al corazón de la prueba y a mirar, dentro de lo posible, dentro del mismo proceso lógico que siguió ST en la construcción de su respuesta.
Leonardo Rodríguez Velasco
lunes, 10 de enero de 2022
Cómo leer un artículo de la Suma de Teología de santo Tomás
Cuando uno abre por primera vez la Suma de santo Tomás (ST) se lleva varias sorpresas. La primera es que se trata de un libro enorme, en latín abarca cinco gruesos tomos y en la edición bilingüe (la más accesible a la mayoría que desconoce el latín) comprende 16 tomos. Entonces se puede uno desanimar ante semejante obra tan voluminosa, ¿por dónde empezar? ¿Leer de corrido o ir tomando apuntes? ¿Usarla como lectura espiritual o de estudio? ¿A dónde ir si no entiendo algo? ¿Quién me explica el vocabulario escolástico, materia, forma, acto, potencia, causa, ente, ser, esencia, etc.?
Pero no queda ahí la cosa, porque a las dificultades señaladas arriba se junta el mismo formato en que está escrita. Porque estamos acostumbrados a que al abrir un libro este se nos presente organizado en forma de capítulos. En ocasiones un conjunto de capítulos sobre un mismo asunto se agrupan a su vez en libros o partes. Y ya está. Cada capítulo toma una o algunas ideas y las expone, las argumenta, las desarrolla. Pero la Suma es distinta. La Suma está organizada a simple vista de una manera que desconcierta al recién llegado.
Para decirlo brevemente la Suma se divide en tres grandes partes, y como la segunda parte es tan grande se subdividió en dos, lo que significa que nos encontramos la Suma dividida en 4 partes realmente, cuyos nombres tradicionalmente son los siguientes: primera parte, primera parte de la segunda parte, segunda parte de la segunda parte y tercera parte. Tan simple como eso.
Pero resulta que cada una de las 3 (o 4) partes está dividida en cuestiones y cada cuestión en artículos; de manera que por ejemplo la primera parte tiene 119 cuestiones, y de esas 119 cuestiones la primera, por poner un ejemplo, se divide en 10 artículos.
Para mayor comodidad del lector se suelen agrupar en tratados aquellas cuestiones que evidentemente estudian un mismo tema. Por ejemplo en la primera parte, las cuestiones desde la segunda hasta la 26 se suelen llamar "Tractatus de Deo Uno", o sea tratado acerca de Dios Uno, y se dice uno porque las siguientes cuestiones a partir de la 27 y hasta la 43 estudian la Santísima Trinidad, es decir el "Tractatus de Deo Trino".
Bien, hasta aquí los elementos genéricos de las divisiones y subdivisiones que nos encontramos al abrir la Suma. Ahora viene una dificultad más de fondo, y tiene que ver con la naturaleza de cada uno de los artículos (artículos que se agrupan en cuestiones, cuestiones que se agrupan en tratados, tratados que se agrupan en partes, partes que son 3 - o 4 - y que conforman la Suma). Un artículo es como una especie de obra maestra que consta de varias partes (los escolásticos eran amantísimos de las distinciones):
1. Un encabezado que normalmente plantea el tema del artículo y que suele comenzar con la palabra "utrum", es decir, si...tal cosa. Por ejemplo el artículo 3, de la cuestión 2, de la primera parte, donde expone sus pruebas de la existencia de Dios, comienza así "utrum Deus sit"...como si dijéramos "acerca de si Dios existe".
2. Luego vienen una serie de argumentos normalmente en contra de la postura que santo Tomás va a defender. Y es que los escolásticos en esto eran muy honestos, en vez de silenciar las objeciones en contra las exponían de primero y en toda su fuerza, no fabricando muñecos de paja como solemos hacer hoy con gran cobardía y pereza.
3. En seguida viene el "sed contra"...'pero contrario a esto'...que es un breve párrafo en el cual ST pone una cita de alguna autoridad, que puede ser un teólogo anterior a él, como san Agustín por ejemplo, o un filósofo como Aristóteles o un texto de la Sagrada Escritura, estando dicha cita a favor (generalmente) de la postura que a continuación va a defender ST.
4. Luego viene el punto cumbre del artículo, llamado el cuerpo del artículo, donde ST da su respuesta al asunto tratado en el artículo y anunciado desde el encabezado "utrum". Aquí es donde ST despliega toda su genialidad, procede metódicamente en su respuesta, expone los principios que lo apoyan y va desgajando minuciosamente las consecuencias de esos principios y elaborando con gran cuidado su respuesta.
5. Finalmente después de dar su respuesta al asunto procede a responder una a una todas las objeciones en contra que planteó al inicio, recurriendo a los mismos principios que estableció en la respuesta o a otros establecidos en anteriores artículos o fundamentados en Aristóteles o alguna autoridad.
Esa es la estructura de un artículo, en términos muy generales y explicada del modo más sencillo posible. Eso es lo que nos encontramos cuando abrimos la Suma, un conjunto de artículos que parece interminable, son más de 2000 en total. Y las objeciones en contra más sus respectivas respuestas dicen los que las han contado que son más de 10000. Casi nada.
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Entonces ahora sí vamos a la pregunta que encabeza este escrito, ¿cómo leer un artículo de la Suma?
Hay varias maneras de hacerlo, obviamente, mejores o peores.
1- En primer lugar, y fue lo que yo hice por mucho tiempo, está la manera que consiste en leer el encabezado, para saber de qué trata, y luego ir directa y únicamente a la respuesta que da santo Tomás, al cuerpo del artículo; leerlo y listo, quedarse con la respuesta en términos generales y pasar al siguiente. Esta es la manera más, digamos, superficial de leer el artículo, se queda uno con una idea muy vaga del asunto tratado y del pensamiento de ST al respecto.
2- En segundo lugar está la manera que consiste en leer el encabezado, dar una mirada rápida a las objeciones iniciales, luego leer detenidamente la respuesta de ST tratando de comprenderla a fondo, y finalmente dar una mirada también rápida a las respuestas de ST a las objeciones del comienzo. Esta manera de leer el artículo es una mejora respecto de la anterior, pero adolece aún de cierto afán, de cierta falta de verdadero trabajo intelectual. Muchos que superan la primera etapa no pasan de esta y permanecen años leyendo de esta manera, no progresan realmente mucho en el pensamiento del maestro.
3- Finalmente, una tercera forma de leer el artículo consiste en poner atención en primer lugar a la cuestión entera. De qué tema trata la cuestión que luego se va a dividir en artículos. Identificar con claridad el sujeto temático, por decirlo de alguna manera. Cuántos artículos le está dedicando ST a ese tema, cuál es la ubicación de la dicha cuestión en el edificio total de la Suma, es decir, en qué "tractatus" se halla, en qué parte. Luego mirar con detenimiento los artículos, cada tema, incluso el orden en que ST ubica los artículos dentro de una cuestión nos enseña bastante de la mente del angélico.
Después de este trabajo "introductorio", iremos ahora sí al artículo, y lo primero es tratar de comprender exactamente de qué trata, cuál es el tema, el "utrum". Muchas veces no se entiende a fondo la respuesta de ST porque en primer lugar no se ha entendido bien cuál es el tema sobre el que ST se está pronunciando. Conviene aquí preguntarnos incluso por los términos usados por ST en el "utrum". Luego de haber hecho un real y consciente esfuerzo por captar el asunto que tiene el santo entre manos, conviene hacer lo mismo con las objeciones, son objeciones fuertes, de otra manera ST no las hubiera puesto allí, ST no hacía como nosotros que siempre queremos responder a las objeciones más sencillas. No. Él hacía al revés, para que mejor resplandeciera la fuerza y verdad de su respuesta se preocupaba por poner contra ella las mejores objeciones de su tiempo y tomadas de los mejores autores. Cero cobardía, plena confianza en la verdad. Debemos entonces comprenderlas, leerlas incluso dos y tres veces hasta entender exactamente su sentido. Luego viene el "sed contra", cita de una autoridad normalmente a favor de ST, textos siempre preciosos, condensados de doctrina que conviene mucha veces incluso memorizar.
Ya con eso estamos preparados para acercarnos a la respuesta del santo. El cuerpo del artículo. Aquí conviene leer con calma, sin afán. Si ese día estamos de afán es mejor parar la lectura y retomarla después. Porque se requiere toda la atención de la que seamos capaces, muchas veces el sentido de una frase o de todo un párrafo está escondido en un verbo, en un adjetivo, que si se lee a las carreras nos va a dificultar la captación de lo que el santo está tratando de explicar. Entonces ante todo atención. Lectura pausada. Y releer. Pero sobre todo leer tratando de identificar aquellos renglones o párrafos enteros en los que ST menciona un principio a partir del cual realiza luego una deducción para fundamentar su respuesta. Los artículos de la Suma están pletóricos de renglones que enuncian principios elementales de metafísica, de lógica, de filosofía de la naturaleza, de antropología, etc. Y son dichos principios los que le permiten ir construyendo sus respuestas, pues el ST jamás afirma algo gratuitamente, sino que todo lo que afirma como respuesta o como refutación de alguna objeción, lo afirma bien fundamentado y explicitando allí mismo el principio que le sirve de soporte. Es de la mayor importancia ejercitarse en la identificación de dichos principios, son como el corazón que va dando sustento a lo dicho por ST.
Finalmente conviene no pasar por alto las respuestas que da santo Tomás a las objeciones. También allí se encuentran siempre tesoros condensados de doctrina, incluso a veces algunas de las respuestas con tan interesantes y ricas en doctrina como el mismo cuerpo del artículo.
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Esta tercera forma de leer los artículos de la Suma es la que creemos más completa y edificante, aunque sabemos que no es la más sencilla. Requiere esfuerzo, constancia, y eso que hoy los psicólogos llaman tolerancia al fracaso, puesto que en muchas ocasiones sentiremos que literalmente no estamos entendiendo nada. Esa sensación va disminuyendo con el tiempo pero nunca desaparece del todo, porque la distancia que hay entre la cabeza de ST y nuestras pobres cabecitas "posmodernas" es inmenso. Pero algo se puede alcanzar y vale la pena.
Leamos a ST, poco a poco, sin temor, pidiendo siempre a Nuestra Señora, sede de la sabiduría, que no ayude a entender aunque sea un poquito, ya que ese poquito será en sí mucho mayor que las toneladas de eso que hoy llaman "información", porque aunque poco, se trata de sabiduría.
Leonardo Rodríguez Velasco
domingo, 11 de abril de 2021
Más acerca de las definiciones
Una de las actividades más propiamente humanas es hacerse preguntas. Dios no se hace preguntas porque lo sabe todo y los animales tampoco se hacen preguntas porque no tienen pensamiento abstracto y universal que les permita procesar conceptos y razonamientos. Por lo tanto es propio del hombre, que ni es Dios ni es un completo animal, hacerse preguntas.
Y la pregunta por excelencia es la que busca el QUID, la que pregunta ¿qué es esto? ¿Qué es lo otro? Al hacernos esa pregunta buscamos responder con la QUIDITAS, la esencia de las cosas, con lo que las cosas son. Pero no lo que las cosas son de forma accidental, sino lo que son esencialmente, preguntamos por el ser esencial de las cosas, aquello que son y no pueden no ser, su naturaleza.
Pues bien, resulta que cuando encontramos dicha esencia de las cosas la enunciamos en una definición, la definición es entonces la expresión de la esencia de una cosa, la que sea. Al definir, como la misma palabra indica, lo que hacemos es descubrir los "fines" o "límites" o "contornos" de algo, aquellos aspectos de su ser que la hacen ser lo que es y la distinguen de las demás cosas. Definir es descubrir lo que hace a una cosa aquello que es. al definir al hombre y decir que es ANIMAL RACIONAL, estamos diciendo que la animalidad y la racionalidad limitan esa realidad que es el hombre, le dan contornos claros, lo hacen lo que es y lo diferencian de lo demás seres. Definir es delimitar.
Y aquí hay que hacer una aclaración de la mayor importancia: en filosofía realista la definición DESCUBRE y señala la esencia de las cosas, pero NO en cuanto establecida por el hombre, sino en tanto descubierta por el hombre luego de un trabajoso procesos de penetración en las cualidades de la cosa, desde lo más accidental hacia lo esencial, que es el camino natural de nuestra inteligencia, que debe comenzar por lo sensible para avanzar hacia lo inteligible.
En otras palabras, el hombre no establece la esencia de las cosas, solo la estudia, la descubre y la enuncia en una definición. Las cosas son lo que son, y siendo lo que son esperan a que la inteligencia del hombre las encuentre y se pregunte por su QUID, su qué.
Claro que ocurre distinto con las cosas artificiales, como una mesa, una moto, un edificio, etc. Porque en esos casos, al tratarse de cosas hechas por el ingenio humano, evidentemente lo que esas cosas son depende del fabricante y es éste quien establece en cierta forma su definición, su esencia. Aunque habría que aclarar aquí que en las cosas artificiales la esencia de la cosa NO ESTÁ en la cosa misma sino en la inteligencia del fabricante o del artista. Porque una silla de madera, en sí misma, es un trozo de madera de cierto árbol, de cierta especie, que no dependen del artista, como todo lo natural. La forma de silla que accidentalmente el carpintero le da a ese trozo de madera es externo a la madera misma y solo existe como idea en la inteligencia del carpintero.
¿Pero a qué viene todo lo anterior? Pues a señalar un cierto MAL de la mentalidad moderna (o posmoderna para algunos). El moderno ha perdido de vista la naturaleza de las definiciones y ha llegado a creer que las cosas son LO QUE EL SER HUMANO DIGA QUE SON. De manera que al definir algo ya no se trata de que la inteligencia esté DEVELANDO la intimidad de la cosa, sino que la está construyendo, a la manera como el carpintero fabrica primero en su mente la idea de la silla, idea que luego plasma en el trozo de madera. En un proceso semejante el moderno fabrica en su mente ideas que luego aplica a la realidad para que ésta sea lo que él establece, desde la independencia soberana y "creadora" de su inteligencia. El hombre se convierte así en "creador" de la realidad. La realidad pasa a ser un mero producto del hombre, ya no es lo que es sino lo que el hombre establece.
¿Con qué criterio establece el hombre "realidades"? El criterio cambia según la circunstancia, pero siempre será de una forma u otra el deseo de no ser criatura sino "creador". El deseo de liberarse del yugo de lo REAL, para convertir su entorno en una masa informe a la espera de que el hombre le de forma según sus deseos.
Los ejemplos que podrían darse son muchos. El mismo concepto de Dios (¡con perdón!) será sometido a este proceso. Se dirá que no es más que una creación de tiempos antiguos poco desarrollados, producto de una conciencia temerosa y anticientífica. Pero que el moderno nada encuentra que justifique mantener dicho "concepto", entre otras cosas porque si hay alguna divinidad, es el hombre mismo.
La moralidad sufre iguales golpes. Ya no se podrá sostener una moral universal y permanente. La moral se reducirá a la constatación en cada momento histórico de lo que la sociedad establece, de lo que la sociedad quiere. Serán "normas" pasajeras, provisionales, mientras dura cierto estado de cosas. Pero apenas el contexto cambia o la conciencia "evoluciona", se impondrá una moralidad distinta, en parte o en todo. Es una moralidad en constante movimiento.
Y a partir de la inestabilidad de la moralidad y de la desaparición del "concepto" de Dios, TODO lo demás, en al ámbito político, social, económico, cultural, familiar, etc., se verá expuesto a una crítica semejante y a la implantación, como sistema, del movilismo radical. Terreno fecundo para todo tipo de subjetivismos.
Y todo esto a causa de haber perdido de vista el poder de la inteligencia para definir.
Recuperar la pregunta por el QUID, recuperar el afán por las definiciones, es no solo una empresa conveniente sino necesaria y urgente. Sin definiciones la inteligencia naufraga en un mar de impresiones pasajeras, quedando todo al arbitrio del capricho del momento. Sin definiciones la inteligencia se reduce a poco más que secretaria de las pasiones o ama de llaves de la voluntad de poder. O definimos o tenemos que asistir inevitablemente a la muerte de la inteligencia. Pero como la inteligencia no muere, la veremos convertida en esclava de una voluntad enceguecida.
La inteligencia humana está hecha para el ser, es su objeto propio, la inteligencia contempla el ser y está llamada a contemplar un día al SER por esencia. Todo se trastorna al negar o alterar la naturaleza de nuestra inteligencia.
Leonardo Rodríguez Velasco
sábado, 3 de abril de 2021
Ampliar la extensión de una idea disminuye su comprensión. Algo de lógica "revolucionaria".
Una de las primeras cosas que se aprende en los manuales de lógica es el tema de la comprensión y la extensión de las ideas o conceptos. Brevemente se trata de lo siguiente: una idea tiene comprensión y extensión, son dos de sus características. La comprensión de un concepto es su contenido, como cuando se dice que hombre es animal racional, la animalidad y la racionalidad son el contenido del concepto de hombre. La extensión de un concepto tiene que ver con la cantidad de cosas o individuos a los cuales ese concepto puede ser aplicado, en el caso del concepto hombre, su extensión la conforman todos los individuos de los cuales se puede decir que son hombres.
Ahora bien, la comprensión y la extensión de una idea se relacionan de manera inversamente proporcional, es decir, si la una crece, la otra disminuye; y si la una disminuye la otra crece. En el ejemplo del concepto hombre, tenemos que su comprensión está dada por la animalidad y la racionalidad; y su extensión son todos los individuos de los que se puede predicar ese concepto. Pero, ¿qué pasaría si quitamos la racionalidad? Quedaría la animalidad solamente, tendríamos sencillamente el concepto de animal, y al reducir su comprensión aumentaría su extensión, porque ahora el conjunto de individuos de quienes es posible decir que son animales es mucho más grande que el conjunto de individuos de los que es posible decir que son hombre. ¿Y qué es un animal? ¿Cuál es su comprensión? Animal es una substancia viviente sensible. Pero ¿qué pasa si quitamos a ese concepto la nota de "sensible" y reducimos su comprensión? Pues pasa que nos queda el concepto de substancia viva y ese concepto es aplicable a una extensión mayor de sujetos que aquella de la que se puede predicar el concepto animal, que es más rico en comprensión y por tanto más pequeño en extensión.
¿Bien, y ¿por qué les estoy hablando de esto? Por lo siguiente.
Si algo caracteriza a los sistemas de pensamiento que han venido apareciendo en los últimos siglos hasta desembocar en ese que tenemos hoy en día, como quiera que se le llame, es un rechazo explícito o implícito a la actividad conceptualizadora de la inteligencia, es decir, una guerra abierta contra esa facultad nuestra con la que conocemos la realidad de las cosas y la expresamos en conceptos. El hombre puede por ejemplo alcanzar la quididad o esencia de la libertad y puede expresarla en un concepto o definición. Y así con lo demás: hombre, Dios, alma, verdad, etc.
Esto ha molestado mucho a los "filósofos" que han buscado hacer su camino más bien por el lado de la voluntad, terminando por endiosar al hombre convirtiéndolo en "creador" de realidades: el hombre no conoce la realidad que ya está ahí, sino que la crea. Entonces estos "filósofos" han propuesto que en vez de conceptos y definiciones que evidentemente limitan la "sagrada" libertad humana, lo que hay que lograr es la "deconstrucción" del universo conceptual previo y la construcción sobre sus ruinas de un nuevo universo discursivo, caracterizado ya no por la intención de captar y expresar lo real, sino de crearla.
Volvamos a la comprensión y extensión de los conceptos.
Una de las estrategias para lograr su propósito les está generando mucho éxito. Consiste en AMPLIAR desaforadamente la EXTENSIÓN de los conceptos para...¿ya lo adivinaron? ¡Claro! Para DINAMITAR la comprensión de los mismos. Un ejemplo:
El concepto de familia. En términos bastante generales se entiende por familia la sociedad primera natural, conformada por el hombre y la mujer, seguidos de su prole, unidos por vínculos de sangre y de afecto, ordenada al bien de la prole y al socorro mutuo de los esposos.
Si soy un revolucionario, posmoderno, "filósofo", etc., ¿Cómo podría destruir ese concepto de familia que encuentro tan limitado y "discriminador"? Ampliando su extensión para limitar su comprensión hasta ojalá reducirla a nada. Cuando su comprensión sea casi la nada misma, recién podré construir sobre ella un nuevo concepto de familia, que ya nada tenga que ver con el anterior, que tanto me incomoda.
Entonces nuestro posmoderno dirá que familia NO ES SOLO ESO que dijimos arriba, dirá que familia también es una relación homosexual; dirá que familia también es si yo me quiero casar con una vaca; dirá que familia también es si un hombre se quiere casar con su mamá (cosa que ya ha pasado); dirá que familia es básicamente cualquier conjunto de lo que sea, desde que sean personas o se "perciban" como tales.
¡Claro! Con semejante ampliación de la extensión del concepto de familia, su comprensión queda en casi nada, queda en "conjunto de personas que viven juntos, o no, como sea".
¿Qué queda del concepto de familia después de ese proceso de "deconstrucción"? Su extensión está en su máximo, por ende su comprensión está en lo mínimo. O en otras palabras, la familia es cualquier cosa, precisamente porque A TODO se le llama familia.
Y el proceso es aplicable a todo concepto. Piensen en el concepto AMOR, LIBERTAD, ESPIRITUALIDAD, IGUALDAD, VERDAD, etc.
¿Cuál es el camino para destruir un concepto? Destruir su significado, ¿cómo? Destruyendo su comprensión, ¿cómo? Ampliando su extensión hasta que ya no signifique NADA.
¿Ven la importancia de estudiar lógica?
Leonardo Rodríguez Velasco.
miércoles, 10 de marzo de 2021
Psicología del pecado (p. Antonio Royo Marín)
Todo pecado, efectivamente, supone un gran error en el entendimiento, sin el cual sería psicológicamente imposible. Como ya dijimos al hablar del último fin del hombre y de los actos humanos, el objeto propio de la voluntad es el bien, como el de los ojos el color y el de los oídos el sonido. Es psicológicamente imposible que la voluntad se lance a la posesión de un objeto si el entendimiento no se lo presenta como un bien. Si se lo presentara como un mal, la voluntad lo rechazaría en el acto y sin vacilación alguna. Pero ocurre que el entendimiento, al contemplar un objeto creado, puede confundirse fácilmente en la recta apreciación de su valor al descubrir en él ciertos aspectos halagadores para alguna de las partes del compuesto humano (v.gr., para el cuerpo), a pesar de que, por otro lado, ve que presenta también aspectos rechazables desde otro punto de vista (v.gr., el de la moralidad).
El entendimiento vacila entre ambos
extremos y no sabe a qué carta quedarse. Si acierta a prescindir del griterío
de las pasiones, que quieren a todo trance inclinar la balanza a su favor, el
entendimiento juzgará rectamente que es mil veces preferible el orden moral que
el halago y satisfacción de las pasiones, y presentará el objeto a la voluntad
como algo malo o inconveniente, y la voluntad lo rechazará con energía y
prontitud. Pero si, ofuscado y entenebrecido por el ímpetu de las pasiones, el
entendimiento deja de fijarse en aquellas razones de inconveniencia y se fija
cada vez con más ahínco en los aspectos halagadores para la pasión, llegará un
momento en que prevalecerá en él la apreciación errónea y equivocada de que, después
de todo, es preferible en las actuales circunstancias aceptar aquel objeto que
se presenta tan seductor, y, cerrando los ojos al aspecto moral, presentará a
la voluntad aquél objeto pecaminoso como un verdadero bien, es decir, como algo
digno de ser apetecido; y la voluntad se lanzará ciegamente a él dando su
consentimiento, que consumará definitivamente el pecado. El entendimiento,
ofuscado por las pasiones, ha incurrido en el fatal error de confundir un bien
aparente con un bien real, y la voluntad lo ha elegido libremente en virtud de
aquella gran equivocación.
Precisamente esta psicología del
pecado, a base de la defectibilidad del entendimiento humano ante los bienes
creados, es la razón profunda de la impecabilidad intrínseca de los bienaventurados
en el cielo. Al contemplar cara a cara la divina esencia como Verdad infinita y
al poseerla plenamente como supremo e infinito Bien, el entendimiento quedará
plenamente anegado en el océano de la Verdad y no le quedará ningún resquicio
por donde pueda infiltrarse el más pequeño error. Y la voluntad, a su vez,
quedará totalmente sumergida en el goce beatífico del supremo Bien y le será
psicológicamente imposible desear algún otro bien complementario. En estas
condiciones, el pecado será psicológica y metafísicamente imposible, como lo
sería también en este mundo si pudiéramos ver con toda claridad y serenidad de
juicio la infinita distancia que hay entre el Bien absoluto y los bienes
relativos. El pecado supone siempre una gran ignorancia y un gran error
inicial, ya que es el colmo de la ignorancia y del error conmutar el Bien
infinito por el goce fugaz y transitorio de un bien perecedero y caduco como el
que ofrece el pecado.
Tomado de "Teología moral para seglares"
lunes, 22 de febrero de 2021
¿Para qué la lógica?
Nos disponemos en breve a iniciar en el canal de YouTube, donde hemos venido presentando de la forma más sencilla y amigable posible el pensamiento de santo Tomás de Aquino, una serie de videos dedicada al estudio de algunos puntos indispensables sobre la lógica aristotélico/tomista; por este motivo nos parece bien adelantar aquí algunas líneas a manera de introducción.
Para responder a la pregunta que encabeza esta entrada conviene ante todo definir lo que la lógica es, puede que ya con eso adelantemos bastante en la justificación de su estudio.
Costumbre es de santo Tomás regalarnos unas preciosas introducciones a sus escritos, pero además de preciosas, profundas. Muchas veces debe uno quedarse largo tiempo tan solo en la mera introducción porque ya en ella el santo dice tanto que asombra. No es distinto cuando se trata de los escritos en donde comenta las obras de Aristóteles, una de sus ocupaciones favoritas en el último tramo de su ajetreada y santa vida.
Precisamente en la introducción al comentario que hizo sobre los 'segundos analíticos' de Aristóteles, obra en la cual el filósofo griego desarrolla su teoría sobre el silogismo demostrativo, es decir sobre la ciencia, el doctor de Aquino apunta una definición de la lógica que ha quedado ya desde entonces establecida de manera, por así decirlo, oficial, como La definición de la lógica, dice así:
Ars directiva ipsius actus rationis, per quam scilicet homo in ipso actu rationis ordinate, faciliter et sine errore procedat.
Arte que dirige el acto mismo de la razón, por medio del cual el hombre puede proceder en dicho acto de forma ordenada, fácil y sin error.
Palabras más, palabras menos, lo que aquí nos dice santo Tomás es que la lógica es la ciencia (santo Tomás dice 'arte' y se ha generado todo un debate en torno a si la lógica es ciencia o arte, o ambas, o más lo uno que lo otro) encargada de estudiar los actos de la razón con el fin de poder luego realizar dichos actos de forma ordenada, fácil y sin error. Lo cual no significa que el que estudia lógica luego no se equivoca, sino que significa que santo Tomás tenía mucha confianza en sus discípulos, tal vez mucha, ¡la inocencia del santo, qué le vamos a hacer!
Ahora, ¿para qué la lógica? Pues ¿les parece poco aprender a usar la razón de forma ordenada, fácil y sin error? No es poca cosa, ciertamente.
¡Claro! Muchas personas parecen razonar bastante bien sin haber nunca estudiado lógica, y en efecto así es, se llama lógica natural, y viene más afilada en unos que en otros, eso depende de muchos factores entre los cuales está sin duda la crianza, el ambiente en el cual uno va creciendo y sin dudas también la genética tendrá aquí su cuota de causalidad; pero lo cierto es que por más afilada que alguien, por los azares de la vida, tenga eso que llamamos lógica natural, no entrará en el palacio de la ciencia si antes no posee la llave que abre la puerta, y esa llave es la lógica: la natural, bien afilada, más la 'artificial' que dejó ya en "estado de perfección" o casi, el gran Aristóteles, y de la cual santo Tomás hizo un uso magistral, llevando los hallazgos del griego a alturas nunca sospechadas por aquél.
Estudiar entonces la lógica con cierta atención y profundidad es una tarea indispensable para todo el que quiera introducirse con pie firme en el mundo de la ciencia, porque la ciencia no es otra cosa, en términos generales, que la utilización de la razón en sus máximas potencialidades con el fin de penetrar en los secretos de lo real y conocerlo, y la lógica estudia el instrumento por excelencia que tenemos para llevar eso a cabo: la misma razón.
Se ha hecho ya clásica la división de la lógica según las llamadas tres operaciones de la inteligencia: simple aprehensión, juicio y razonamiento. Y parece una buena manera de dividir el estudio de la lógica, pues si se trata de estudiar el funcionamiento de la razón, nada mejor que hacerlo estudiando los actos que la razón realiza, y son esos tres. Por medio del primero la inteligencia obtiene los conceptos simples; por medio del segundo realizamos juicios en donde afirmamos o negamos algo de algo; y por medio del tercero razonamos, es decir, vamos de lo que ya conocemos a lo que aún no conocemos.
Este será entonces más o menos el recorrido que trataremos de seguir, y digo más o menos porque de vez en cuándo tendremos que desviarnos un poco para tocar algún tema relacionado con lo que estemos hablando en ese momento y que convenga tener claro para entender lo que se esté diciendo.
No más introducciones, esperamos que los videos sean de su agrado, o no tanto los videos sino más bien el contenido. Confieso que pongo 98% de atención al contenido y 2% de atención a la estética de presentación, exactamente al revés de lo que hacen todos los demás.
Cordial saludo,
Leonardo Rodríguez V.