Max Silva Abbott. Doctor en Derecho y Profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad San Sebastián (Chile).-
Muchos se ufanan de vivir en un mundo tremendamente tolerante, en que la libertad para expresarse y realizar un sinnúmero de cosas prácticamente no posee límites, y en el que todas las opiniones y puntos de vista tienen cabida. Y de paso, miran con desdén y desprecio a las épocas pasadas, por considerarlas dogmáticas e intolerantes.
Sin embargo, actualmente se ha ido consolidando una peligrosa uniformidad en el modo de pensar, que cada vez de manera más notoria, rechaza a quien no esté de acuerdo con todos y cada uno de sus postulados, no aceptando ni la más mínima crítica a su forma de ver las cosas. Esta nueva y encubierta forma de totalitarismo es el conocido eufemismo de lo “políticamente correcto”.
Lo “políticamente correcto” se refiere a aquellas opiniones que sobre todo en el plano político, jurídico o moral, sus partidarios consideran imprescindibles para la época y la evolución cultural actual. Incluso, se lo estima tan evidente, que cualquiera que se oponga al mismo no sólo debe probar su temeraria afirmación, sino además, es tenido por un inadaptado, fundamentalista e intolerante. Además, esta verdadera religión en que se ha convertido lo “políticamente correcto”, suele excomulgar violentamente a sus adversarios con slogans descalificatorios, injustos y simplistas, que no dejan lugar para el diálogo.
Curiosa forma de tolerancia es ésta, que no admite la disidencia, ni siquiera la revisión de algunos de sus argumentos, sino que por el contrario, exige una sumisa, total e irreflexiva aceptación. Basta ver los actuales debates en torno al matrimonio homosexual o al aborto para tener dos claros ejemplos de ello.
De esta manera, la tiranía de lo “políticamente correcto” avanza sin tregua, tanto por la acción de sus partidarios (es decir, aquellos a cuyas pretensiones sirve), como por la colaboración, más calculada o más ingenua, de todos los que ya sea para evitarse problemas o por simple temor –como por desgracia, muchos políticos–, se van plegando a esta auténtica avalancha mental que lo aplasta todo a su paso. Y aunque por regla general no se utilicen las armas de fuego para imponerlo, se usan mecanismos más sofisticados y por lo mismo, disimulados, como las presiones económicas o el linchamiento mediático, por ejemplo. Todo lo cual los convierte en medios más peligrosos, porque se cubren con el ropaje de la libertad.
¿Qué clase de tolerancia es ésta? ¿Dónde han quedado, entre otras, la libertad de conciencia, de educación y de opinión? ¿En qué se diferencia esto de la “verdad oficial” de un Estado totalitario?
Peligroso fenómeno es este de lo “políticamente correcto”, de clara impronta totalitaria, no sólo porque destierra el debate y la verdadera libertad de una democracia, sino además, porque ahoga las posibilidades de pensar por sí mismo. ¿Terminaremos siendo esclavos suyos?