Margaret Sanger,
hija de Michael Hennessey Higgins y Anne Purcell Higgins, nació el 14
de septiembre de 1879 en Corning, Nueva York. Margaret, que
posteriormente se convertiría en la fundadora de Planned Parenthood, tenía diez hermanos, tres chicas y siete chicos. Además de eso, la madre de Margaret tuvo siete abortos.
Mientras
que su madre conservó, aunque de forma callada, una profunda fe
católica, el padre de Margaret fue para ella la influencia omnipresente
en sus años más tempranos. En palabras de Margaret, Michael Higgins era
un “inconformista de la cabeza a los pies”. Era un socialista y
librepensador al que le hervía la sangre al ver el tratamiento que
recibían los más pobres y que se mostraba receloso de la religión
organizada, especialmente del catolicismo. De ahí que no permitiese a su
esposa ir a Misa o instruir a los niños en la fe. Irónicamente, se
ganaba la vida “esculpiendo ángeles y santos a partir de enormes bloques
de mármol blanco o granito gris para las tumbas de los cementerios”.
Pero como su apoyo a determinadas causas políticas (en particular, la
defensa de un impuesto único sobre la tierra) supuso una ofensa para los
católicos, además de que invitó a un conocido crítico del cristianismo
ortodoxo a hablar en Corningm perdió buena parte de su negocio, de modo
que hacer frente a las necesidades de su siempre creciente familia se le
hizo cada vez más difícil. Su carácter poco previsor no hizo más que
agravar esta dificultad: con frecuencia empleaba el dinero necesario
para la casa en sus causas favoritas, como cuando utilizó todo el dinero
destinado a pagar el carbón del invierno para un banquete en honor del
reformador social Henry George.
En su autobiografía, Sanger deja
claro cuáles fueron las impresiones de su infancia que tuvieron más
influencia sobre ella de cara a su posterior cruzada por el control de
la natalidad. En sus recuerdos de Corning, “las familias grandes
eran algo asociado con la pobreza, los trabajos más duros, el paro, el
alcoholismo, la crueldad, las peleas y las cárceles; las familias
pequeñas lo estaban con la limpieza, el placer, la libertad, la luz , el
espacio, el sol”:
“Los
padres de las familias pequeñas poseían sus casas en propiedad; en
ellas, madres de aspecto juvenil tenían tiempo para jugar al croquet con
sus maridos por las tardes en sus cuidados jardines. Sus ropas tenían
estilo y encanto y estaban rodeadas por la fragancia de su perfume.
Caminaban en sus expediciones para ir de compras con sus hijos de la
mano, los cuales a todas luces disfrutaban positivamente de su derecho a
vivir. Para mí, la distinción entre felicidad e infelicidad en la
infancia estaba entre las familias pequeñas y las familias grandes, más
que entre la riqueza y la pobreza”.
Como se ha
mencionado ya, todo lo que pudo hacerse con respecto a la educación
religiosa de Margaret se hizo furtivamente, bajo la sombra de su padre
librepensador. Su madre, Anne, no se atrevía a ir a la iglesia contra
los deseos de su marido, pero la joven Margaret en ocasiones se
escabullía para ir cuando su padre estaba trabajando fuera de la ciudad.
No fue bautizada hasta el 23 de marzo de 1893, a los trece años;
también en secreto recibió la Confirmación un año después, en julio de
1894. Pero como las opiniones que su padre tenía con respecto al
catolicismo eran bien conocidas, no se sintió precisamente bienvenida en
la Iglesia.
Margaret dejó Corning para ir al Claverack Collage, que
era un instituto de enseñanza secundaria en régimen de internado. Allí
conoció a Corey Alberson, con el cual se comprometió en secreto; no
obstante, en lugar de consumar el compromiso casándose, optaron por un
“matrimonio a prueba”.
Margaret no llegaría a finalizar sus estudios.
Su padre se la llevó de vuelta a casa porque su madre estaba
muriéndose. En contra de sus convicciones, Michael Higgins permitió que
un sacerdote le administrase los últimos sacramentos el 31 de marzo de
1899. “Mi Cielo comienza esta mañana”, respondió la madre de
Margaret después de recibir el último sacramento. Margaret, que nunca se
sintió especialmente cercana a su madre, permaneció de pie a un lado
sin experimentar emoción alguna.
A Margaret no le agradó tener que
dejar la escuela para volver a casa, lo cual provocó que en lo sucesivo
tuviese constantes peleas con su padre, al que acusaba de haber matado a
su madre. “Sólo tenía cuarenta y nueve años cuando murió. Pero esos dieciocho embarazos a ti no te afectaron en absoluto”, le gritaba. Muy pronto, Margaret volvería a dejar Corning, esta vez para siempre.
Acabó
recalando en White Plañís, Nueva Jersey, trabajando como aprendiz de
enfermera en un hospital. Allí, en una fiesta con los compañeros de
trabajo, conoció a un joven arquitecto, William Sanger, que
inmediatamente se enamoró de ella. William no escatimó gasto alguno en
cortejar a Margaret. Ella por su parte se sintió atraída tanto por él
como por sus ideas radicales: era un anarquista, incluso más firmemente
contrario que su padre a toda religión organizada. Se casaron después de
que William literalmente se la llevase en un coche de caballos en el
calor del agosto de 1902 para ponerla, sorprendida y molesta, ante un
clérigo y dos testigos que los aguardaban. Se sintió a la vez airada por
el atrevimiento y muy feliz por encontrarse casada.
Poco después la
pareja se trasladó a Nueva York y seguidamente a Hastings. Pronto
llegarían tres bebés: Stuart, en 1903; Grant, en 1908 y Peggy, en 1911.
Margaret era una madre poco atenta, que se mostraba afectuosa con su
hijos pero a quien la vida del hogar le aburría. Como ha subrayado su
biógrafa Madeline Gray, “le encantaba abrazar y besar a sus hijos, pero responsabilizarse de ellos era otra cosa distinta”.
Compartía con su marido la pasión por las causas políticas radicales,
incluyendo el anarquismo, de modo que los jóvenes esposos frecuentemente
o bien se encontraban fuera u organizaban fiestas en casa. Claramente,
todo eso dejaba poco tiempo para los niños. En palabras de Gray: “por
lo general, Margaret prácticamente no sabía qué les podía estar pasando
a sus hijos. Cuando por cualquier motivo tenía que ocuparse de ellos
afirmaba tener un ataque de una misteriosa “enfermedad nerviosa”, y se
aferraba a la primera oportunidad para salir de casa”. Más que ocuparse de sus hijos, como su propia madre se había ocupado abnegadamente de ella y de sus hermanos, “Margaret
normalmente se encontraba fuera, en algún otro lugar, dejándolos a
cargo de los vecinos o de cualquiera que tuviese a mano”.
El tiempo que dedicó a frecuentar los círculos radicales le puso en contacto con el movimiento por el control de la natalidad,
y en 1911 ya se encontraba dando conferencias y escribiendo sobre la
necesidad de la contracepción. Al igual que su padre, la situación de
los trabajadores pobres – las terribles condiciones en que vivían y
trabajaban – le inspiró una vibrante indignación que impulsó su deseo de
promover distintas causas socialistas. También descubrió que participar
en las discusiones de los radicales le resultaba mucho más interesante
que la maternidad. Precisamente en esas discusiones fue introducida al
movimiento del “amor libre” por Emma Goldman. Aunque William
Sanger era un radical, esto no podía aceptarlo. A juzgar por sus
acciones posteriores, a todas luces Margaret pensaba de manera distinta.
Durante
este tiempo, Margaret abandonó su completa inmersión en la política
radical y volvió a dedicarse a la enfermería, concentrándose en el
trabajo como matrona. Trabajando para la Asociación de Enfermeras a Domicilio de Nueva York,
visitó zonas sumidas en la pobreza para ayudar a las mujeres a dar a
luz. En el verano de 1912 presenció cómo una mujer llamada Sadie Sachs
fallecía a causa de un aborto inducido. Según Sanger, la mujer había
solicitado tres meses antes que le facilitasen algún tipo de
contraceptivo. Este suceso fue para ella un punto de inflexión. “Me
fui a la cama esa noche, sabiendo que no importaba cuánto me costase,
ya se había acabado de paliativos y curas superficiales; estaba decidida
a buscar la raíz del mal, a hacer algo para cambiar el destino de unas
madres cuyas miserias eran tan vastas como el cielo”.
O
eso es lo que ella le gustaría que creyésemos. Si bien la imagen de
Sachs claramente tuvo algo que ver en su defensa del control de la
natalidad, pronto veremos cómo otros dos aspectos de su pensamiento se
dibujan como causas más importantes en su cruzada para el control de la
natalidad: la liberación del deseo sexual y la nueva ciencia de la
eugenesia.
William Sanger fue hundiéndose más y más conforme su
esposa propugnaba cada vez más abiertamente las maravillas de la
libertad sexual. Él y Margaret asistían a las Veladas Nocturnas,
así se llamaban, que se celebraban en el salón de la casa de Greenwich
Village propiedad de la rica divorciada Mabel Dodge. Allí los
intelectuales del Village se reunían para discutir las últimas ideas
radicales, normalmente en torno al tema que Dodge fijaba para cada
velada.
Pronto Margaret fue bien conocida por sus opiniones con respecto a la sexualidad. Dodge comenta: “Fue
ella la que nos introdujo a todos a la idea del control de natalidad,
que, junto a otras ideas relacionadas con el sexo, se convirtió en su
pasión (…) Fue la primera persona que conocí que se mostraba como una
abierta y ardiente propagandista de los gozos de la carne”.
Pero
Margaret no se limitaba a predicar una teoría. En el verano de 1913,
durante el curso de su visita a la promotora del amor libre Emma
Goldman, tuvo una relación sentimental que, según confesó a un
confidente, “verdaderamente me liberó”. William lo descubrió y montó en
cólera, igual que se enfureció al ver cómo los niños habían sido
abandonados a su suerte. Como relató su hijo Grant: “Madre
raramente se encontraba en casa. Se limitaba a dejarnos con cualquiera
que tuviese a mano, y se iba corriendo a no sabemos dónde”.
William decidió que una segunda luna de miel en París podría reconstruir
el matrimonio, a la vez que proporcionarle una oportunidad de arrojarse
en brazos de su pasión por la pintura. Allí permanecerían seis meses.
En
Europa, a Margaret pudo encontrar disponibles muchos métodos de
contracepción y, cuando sólo llevaban allí un mes, insistió en volver a
América para difundir la información. William quería seguir en Europa.
Margaret se llevó a los niños y zarpó sin él.
Muy pronto William oyó
el rumor de que ella se había buscado otro amante. No le hizo gracias en
absoluto la sugerencia de su esposa de que él también se buscase una
concubina. El marido anarquista se sentía profundamente disgustado ante
el hecho de que su esposa abrazase con tanto entusiasmo una posición
anarquista en lo que hacía a la sexualidad.
La mujer rebelde
En esa época Margaret dedicó sus considerables energías a escribir, comenzando con la publicación en 1914 de The Woman Rebel (la mujer rebelde), un periódico presidido en su cabecera por el lema: “¡No hay dioses! ¡No hay amos!”.
En él Sanger clamaba contra los males del capitalismo y de la religión y
cantaba los beneficios de la contracepción. Durante este época se
agudizó su rebelión contra el matrimonio. Cuando William se quejó desde
París de que había oído más rumores, le informó de que necesitaba
mantener relaciones sexuales para relajarse y le dijo que a diferencia
de él, que era capaz de observar la continencia, ella era incapaz.
En
este punto, nadie podría haberla acusado de hipocresías. Su actitud y
su comportamiento eran perfectamente acordes con los artículos de la
doctrina que ella misma había definido y que proclamó en The Woman Rebel: “El
deber de la mujer es mirar al mundo cara a cara, con una mirada en los
ojos que diga “vete al infierno”, tener ideales, hablar y actuar
desafiando las convenciones”. En lo que constituyó un presagio de su influencia como arquitecto de la Cultura de la Muerte, también afirmó: “las
mujeres rebeldes reclaman los siguientes derechos: el derecho a la
pereza. El derecho a ser madre soltera. El derecho a destruir. El
derecho a crear. El derecho a vivir y el derecho a amar”. A finales
de 1914, su enfrentamiento con las autoridades en lo tocante a su
promoción del control de la natalidad y de sus ideas anarquistas había
llegado a un extremo tal, que tuvo que huir a Europa para evitar ser
llevada a juicio. Dejó atrás a sus hijos y a su marido (que para
entonces había vuelto e Estados Unidos). A mediados de diciembre
escribió a William dando, según sus palabras, “por finalizada una relación de más de doce años”. Tres años después le pediría el divorcio, proceso que llevaría otros cuatro años antes de hacerse oficial.
Durante
el año que pasó en el exilio, se dedicó afanosamente a recopilar más
información sobre el control de la natalidad de las fuentes europeas y
se sentó a los pies del gran “sexólogo” Havelock Ellis,
al cual reverenciaba como una especie de profeta científico-sexual
(Sanger se refería a él llamándolo “el Rey”). También haría de él su
amante, lo cual molestó tanto a la esposa de Ellis, Edith, que intentó
suicidarse varias veces; murió por un coma diabético provocado por su
quebrantada salud.
Su relación con Ellis no sería en absoluto la
última. El anarquista Lorenzo Portet, Johann Goldstein, Hugo de
Selincourt, el magnate del aceite Tres en Uno J. Noah Slee (con quien
posteriormente se casaría por su dinero y al que obligó a firmar un
acuerdo prenupcial que le otorgaba completa libertad sin preguntas),
H.G. Wells, Herbert Simonds, Harold Chile, Angus MacDonald, Hobson
Pitman, y muchos otros cuyos nombres se han perdido para los biógrafos:
todos fueron sus amantes. Ése fue el patrón de toda su vida. Ya anciana,
puso por escrito el siguiente consejo para su nieta de dieciséis años: “Besarse,
manosearse e incluso mantener relaciones plenas es algo bueno mientras
sea sincero. Nunca he besado a nadie sin ser sincera. Por lo que hace a
las relaciones sexuales, te diría que tres veces al día es más o menos
lo adecuado”.
Control de la natalidad y “amor libre”
No
le satisfacía actuar siguiendo sólo su voraz e ilimitado deseo sexual,
así que racionalizó su sexualidad de acuerdo con una teoría evolutiva
bastante singular. Según Sanger, el deseo sexual era un impulso
dinámico biológico que llevaba la evolución más allá de la simple
supervivencia de los más aptos y hasta el desarrollo del genio. Pero
el camino sexual hacia el genio se enfrentaba a obstáculos, porque “los
dogmas éticos del pasado, no menos que los científicos, pueden bloquear
el camino hacia la verdadera civilización”. Pero la verdadera ciencia
pronto traería la liberación.
“La
psicología está empezando a reconocer las fuerzas ocultas en el
organismo humano. En el largo proceso de adaptación para la vida social,
los hombres han tenido que mantener a raya los deseos y los impulsos
que nacen de esas energías internas, de las cuales los más grandes y los
más imperiosos son el sexo y el hambre”. Margaret Sanger. The pívot of
civilization.
Mientras que “el hambre (…) ha dado
lugar a “la lucha por la existencia”, (…) la gran fuerza del sexo ha
desempeñado un papel no menos fundamental, no menos imperativo, no menos
incesante en su dinámica energía”. La importancia del sexo, por lo
tanto, no era primariamente la procreación (como piensan la mayoría de
los pensadores evolucionistas); el sexo “es la fuerza evolutiva que crea
el genio”:
“La ciencia moderna
nos enseña que el genio no es una especie de misterioso don de los
dioses (…) ni (…) el resultado de una condición patológica y degenerada
(…) Más bien se debe a la remoción de las inhibiciones fisiológicas y
psicológicas y de las restricciones, que hace posible la liberación y el
encauzamiento de las energías internas primordiales del hombre,
llevándolas a su expresión plena y divina. La remoción de esas
inhibiciones, así nos aseguran los científicos, hace posible unas
percepciones más rápidas y profundas: tan rápidas, de hecho, para el ser
humano ordinario que parecen prácticamente instantáneas o intuitivas”.
Margaret Sanger. The pívot of civilization.
No hace
falta decir que Sanger entendía que el cristianismo había cegado la
fuente del genio humano. Sin embargo, para Sanger, aún había lugar para
la esperanza:
“De forma lenta
pero segura estamos derribando los tabúes que rodean al sexo; los
estamos derribando impulsados por la pura necesidad. Los códigos que han
rodeado al comportamiento sexual en las llamadas comunidades
cristianas, las enseñanzas de las Iglesias relativas a la castidad y a
la pureza sexual, las prohibiciones de las leyes y las convenciones
hipócritas de la sociedad han manifestado su fracaso como salvaguardas
frente al caos y los estragos producidos por el hecho de no reconocer el
sexo como una fuerza motora de la naturaleza humana: una fuerza tan
grande, o incluso más grande, que el hambre. Su energía dinámica es
indestructible. Puede ser trasmutada, refinada, dirigida, incluso
sublimada; pero ignorar, descuidar, o negarse a reconocer esta gran
fuerza elemental no es nada más que necedad”.
De
hecho, en un curioso giro de su razonamiento, Sanger afirmaba que la
insistencia cristiana en la virtud era la verdadera causa del vicio: “De
las políticas indiscutidas de la continencia, la abstinencia, la
“caridad” y la “pureza”, sólo hemos recogido las cosechas de la
prostitución, las enfermedades venéreas y otros innumerables males”.
Para Sanger, la antigua visión de la sexualidad, “inculcada sobre la
base de una moralidad convencional y tradicional y de la respetabilidad
de las clases medias (…) es una pérdida de tiempo y de esfuerzo”. La
moralidad convencional y tradicional y la respetabilidad de la clase
media debían ser expulsadas de la cultura, para introducir a
continuación una nueva manera de entender la sexualidad.
“El mayor
problema, que es el que debemos afrontar en primer lugar, es la
abolición de la vergüenza y el miedo al sexo”, lo cual exige una
reeducación. “Debemos enseñar a los hombres el poder arrasador de esta
radiante fuerza (…) A través del sexo, la humanidad puede llegar a la
gran iluminación espiritual que transformará el mundo, que iluminará el
único camino que conduce al paraíso en la tierra. Sólo así debemos de
forma necesaria e inevitable concebir la expresión sexual”. Para Sanger,
la liberación de la sexualidad de toda restricción se convirtió en una
especie de objetivo religioso que presidía su visión mundana del
paraíso, según la cual “los hombres y las mujeres no malgastarán sus
energías” en la creencia cristiana “de las vagas fantasías sentimentales
de la existencia extramundana”, sino que se darán cuenta de que aquí en
la tierra, en una utopía sexual creada por ellos mismos, encontraremos
“nuestro paraíso, nuestra morada permanente, nuestro cielo y nuestra
eternidad”. Por supuesto, en tal paraíso habría una gran necesidad de
controlar la natalidad.
Control de la natalidad y eugenesia
Pero
debemos tener claro que la liberación del deseo sexual no fue la única
razón por la que Sanger promovió el control de la natalidad. Sanger veía
el control de la natalidad como una solución eugenésica que ayudaría a
eliminar “el peso muerto de basura humana”. Del mismo
modo que para ella de la sexualidad podía surgir el genio, sus
argumentos eugenésicos también se expresaban en términos evolucionistas:
“En
la historia temprana de la raza, la llamada “ley natural” (es decir, la
selección natural) reinaba sin interferencias. Bajo su inmisericorde
regla de hierro, sólo los más fuertes, los más valientes, podían vivir y
convertirse en progenitores de la raza. Los débiles, o morían
tempranamente o eran muertos. Hoy, sin embargo, la civilización ha
aportado la compasión, la pena, la ternura y otros sentimientos elevados
y dignos, que interfieren con la ley de la selección natural. Nos
encontramos en una situación en la que nuestras instituciones de
beneficencia, nuestros actos de compensación, nuestras pensiones,
nuestros hospitales, incluso nuestras infraestructuras básicas, tienden a
mantener con vida a los enfermos y a los débiles, a los cuales se les
permite que se propaguen y, así, produzcan una raza de degenerados”.
Margaret Sanger, Birth control and women´s health, diciembre de 1917.
En contra de lo que a Planned Parenthood
le encantaría que creyésemos, la eugenesia no era un tema marginal para
Sanger, ni simplemente obedecía a que fuese una mujer de su tiempo. Por
el contrario, fue algo absolutamente esencial para su concepción y
propagación del control de la natalidad.
En 1917 Sanger fundó The birth control review
que, si bien no tenía un tono tan radical como el Rebel, estaba
igualmente plagada de los argumentos más poderosos y crudos a favor de
la eugenesia. Uno de los lemas favoritos de Sanger, con los que adornaba
la cabecera de la revista, era “Control de la natalidad: crear una raza de purasangres” (el lema dejó de utilizarse y fue sustituido por el más digerible: “Bebés por elección, no por azar”).
Para
Sanger, “el problema más urgente hoy día es cómo limitar y disuadir el
exceso de fertilidad de los mental y psicológicamente tarados”. De
hecho, “posiblemente los métodos drásticos y espartanos podrían
imponerse por la fuerza a la sociedad norteamericana si ésta continúa de
forma complaciente promoviendo la procreación irresponsable, resultado
de nuestro estúpido y cruel sentimentalismo”. Pívot of civilization.
Para
contrarrestar los efectos supuestamente perniciosos de tal “estúpido y
cruel sentimentalismo”, Sanger proponía el control de la natalidad como
el antídoto compasivo, una medicina que impulsó con fervor, movida
especialmente por su miedo y su horror ante la gran ola de individuos de
“mentes débiles” que entendía que estaban encenagando la población y
haciendo a la humanidad descender a niveles inferiores en la escala
evolutiva. “No cabe más que un programa práctico y factible para
enfrentarse al gran problema de los incapaces: evitar el nacimiento de
los que podrían transmitir la imbecilidad a sus descendientes”. Si
rechazamos o ignoramos este aviso profético, la civilización “se
enfrentará al problema siempre creciente de la imbecilidad, ese fértil
origen de la degeneración, el crimen y el pauperismo”.
No cabía otra
solución para la degeneración, el crimen y el pauperismo, y
especialmente no servía recurrir a la filantropía tradicional, pues no
atacaba la raíz del problema: la fertilidad de los incapaces, con lo
cual promovía “la perpetuación de los defectuosos, los delincuentes y
los dependientes. Éstos son los elementos más peligrosos de la comunidad
mundial, la maldición más devastadora frente al progreso y la expresión
humana”. La filantropía de Sanger no perpetuaría “el peso muerto de la
basura humana”, sino que aplicaría inmediatamente medios eugenésicos
para eliminar el problema. Las mujeres y los hombres incapaces serían
separados a la fuerza y obligados a vivir sin contacto sexual “durante
los años reproductivos”. Si eso fallaba, la sociedad podía recurrir a
medidas más drásticas. Como Sanger afirmó abiertamente, en tales
circunstancias “nos decantaremos por la política de la esterilización
inmediata, para asegurarnos de que la paternidad es algo absolutamente
prohibido para los incapaces”.
Sanger creía que el control de la natalidad resolvía un problema que había preocupado a la mayoría de los eugenistas, desde Darwin y Galton hasta
los de su propio tiempo. La selección natural ya no era capaz de
eliminar a los no aptos porque la civilización había limado buena parte
de las aristas de la naturaleza a través de su descaminada compasión. El
problema se agravaba, como hemos visto, por la característicamente alta
tasa de fecundidad de los incapaces. “El control de la natalidad (…) es
en verdad el mayor y el más genuino método eugenésico”, afirmaba
Sanger, “y su adopción como parte del programa de la eugenesia daría
inmediatamente una fuerza concreta y realista a dicha ciencia”. Por esta
razón, el control de natalidad de corte eugenésico “ha sido aceptado
por los eugenistas más clarividentes como el medio más constructivo y
necesario para la salud racial”.
A la vista de todo lo dicho, resulta
bastante claro que esos tres motivos – aliviar a la mujeres
sobrecargadas de hijos, liberar a la sexualidad de la moralidad
tradicional y finalmente la eugenesia – constituyeron los objetivos de
todas las organizaciones que Sanger puso en marcha. En primer lugar
fundó la Nacional Birth Control League (Liga Nacional para el control de la natalidad), que posteriormente adoptó el nombre de American Birth Control League (Liga Americana para el control de la natalidad) y se constituyó como corporación en 1922; luego se convirtió, en 1939, en la Birth Control Federation of America (Federación Americana para el control de la natalidad); finalmente, en 1942 adoptó el nombre actual, Planned Parenthood Federation of America
(federación de planificación familiar de América, PPFA, en su acrónimo
en inglés. Curiosamente Sanger según el cual las mujeres deberían tener
el “derecho a destruir”, Planned Parenthood es el mayor proveedor de
abortos del mundo. Pero Planned Parenthood no hace ascos a la eugenesia.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando la eugenesia aún no había
quedado desprestigiada por la “mancha” del nazismo, muchos de los
miembros del Consejo de Planned Parenthood (y las demás organizaciones
que la precedieron) eran también miembros de la American Eugenics Society (Asociación Eugenésica de América). Incluso después de la guerra. En 1957 Alan Guttmacher, fundador del Alan Guttmacher Institute, adscrito a la PPFA, fue vicepresidente de la American Eugenics Society
y presidente de la PPFA desde 1962 hasta 1974.
Continuando la tradición
eugenésica de Sanger, la PPFA se convirtió en la principal defensora
del diagnóstico prenatal concebido como prueba estándar para los que
tienen “riesgo” de tener hijos con defectos de nacimiento. En un
documento de objetivos, escrito en 1977, titulado “Nacimientos
planificados, el futuro de la familia y la calidad de la vida en
América: Hacia una política y un programa nacional omnicomprensivo”, la
PPFA reclamaba la implantación a nivel nacional de “tests de embarazo y
servicios de prevención, diagnóstico prenatal defectos fetales,
asesoramiento genético, prevención de enfermedades venéreas y otros
servicios”, como el aborto. Por lo que hace a la sexualidad, la PPFA es
bien conocida por su defensa de la “libertad” sexual y de la eliminación
de las barreras morales tradicionales, esas mismas barreras que Sanger
consideraba que debían ser destruidas para dejar paso al florecimiento
de su utopía sexual.
Quizás el indicador más preciso de la pobreza
última de la visión de Sanger es la propia vida de Sanger, que mantuvo
oculta al conocimiento del público. Como hemos visto más arriba, Sanger
era un ser profundamente egoísta, que no hizo sino abandonar a sus hijos
(uno de los cuales, Peggy, moriría en 1915) para poder ocuparse de sus
continuos romances, de la propagación del control de natalidad y del
crecimiento de su propia fama. Como deja bien claro su biógrafa Madeline
Gray, a Sanger le consumía la pasión sexual hasta niveles absurdos,
surcando al Atlántico una y otra vez de América a Europa y vuelta de
nuevo para encontrarse con sus amantes. A medida que envejecía,
aumentaba su necesidad de sentir que seguía siendo deseable. Compró esa
seguridad con dinero, gracias a los cinco millones de dólares que heredó
de su difunto marido Noah Slee. Iba de fiesta en fiesta para llenar el
vacío de sus días, utilizando su riqueza para atraer a hombres más
jóvenes que ella. A medida que el tiempo fue marchitando más y más su
belleza, recurrió al alcohol y (después de una intervención quirúrgica) a
los calmantes, de modo que con frecuencia pasaba los días dormida o
delirando. Al final, cuando empezó a vagar borracha durante la noche,
tuvo que ser internada en una clínica.
Sanger murió el 6 de septiembre
de 1966, poco antes de cumplir los ochenta y siete años, después de
haber legado al mundo con total eficacia una visión de la felicidad a
través de la libertad sexual que, por lo que hace a su propia vida, en
última instancia se reveló vacía, oscura, y desgraciada.
(Tomado de http://10birthcontrol.blogspot.com/search/label/01%20Margaret%20Sanger)