Mostrando las entradas con la etiqueta Los nuevos sofistas. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Los nuevos sofistas. Mostrar todas las entradas

viernes, 25 de noviembre de 2016

Introducción del LIBRO NEGRO DE LA NUEVA IZQUIERDA (Agustín Laje y Nicolás Márquez)

 Clic para comprar en Amazon
Clic para comprar en Amazon

Terminaban los años ´80, el imperio soviético tambaleaba y no sin sentida preocupación, el tirano y propietario de la Cuba comunista Fidel Castro, anticipándose a la muy posible implosión de su sponsor moscovita, el 26 de julio de 1989 en discurso público espetó lo siguiente: “Porque si mañana o cualquier día, nos despertáramos con la noticia de que se ha creado una gran contienda civil de la URSS o incluso nos despertáramos con la noticia de que la URSS se desintegró, cosa que esperamos que no ocurra jamás, aún en esas circunstancias Cuba y la revolución cubana seguirían luchando y seguirían resistiendo”. Mal olfato no tenía el locuaz tirano, pues cuatro meses después caía el Muro de Berlín y esta histórica proclama suya no fue más que una suerte de alocución preinaugural de lo que al año siguiente, él mismo junto con el entonces joven trotskista Ignacio Lula Da Silva (líder del Partido de los Trabajadores que se consagrara Presidente de Brasil en el 2002) fabricara como estructura paralela o supletoria ante la evidente agonía del imperialismo ruso: nos referimos al cónclave marxista conocido como Foro de Sao Paulo, creado en 1990 justamente en la ciudad de Sao Paulo.

A la convocatoria del mentado Foro acudieron originalmente 68 fuerzas políticas pertenecientes a 22 países latinoamericanos. Desde entonces dicha cofradía se reuniría regularmente y apenas 6 años después de su fundación (en 1996 en la ciudad de San Salvador), esta asamblea revolucionaria ya era integrada por 52 organizaciones miembros, entre las que se encontraban estructuras criminales como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), siendo ésta última banda el principal productor mundial de cocaína: 600 toneladas métricas anuales, motivo por el cual con tan extraordinaria recaudación la citada organización supo aportar ingentes recursos para impulsar el naciente contubernio trasnacional.

Desde entonces, dicho Foro y organizaciones afines vienen reclutando, ‘aggiornando’ y reciclando a toda la izquierda regional por medio de calculadas sesiones políticas e ideológicas que buscaron y buscan afanosamente darle nuevos impulsos a viejas ideas. En efecto, el comienzo de los años ´90 fue clave para la reconversión y reinvención de una ideología que ya no podía exhibir la “Hoz y el Martillo”, ni ofrecer expropiación de latifundios, ni reformas agrarias, ni divagar con la plusvalía, ni tampoco seducir a potenciales clientes con la trillada luchas de clases. Ya nada de todo este discurso resultaba atractivo a la opinión pública occidental y además, sabía a naftalina.

Pero hay un año en los comienzos de esta convulsionada y enrarecida década que pareciera marcar un vertiginoso punto de inflexión: 1992. Fue entonces cuando una serie de movimientos extraños, novedosos y aparentemente inconexos empezaron a brotar en distintos lugares del mundo en general y de América Latina en particular. Al amparo de 458 Ongs creadas repentinamente para publicitar un ficcionario relato precolombino, el 12 de octubre se llevó a cabo en Bolivia la primera gran marcha “indigenista”, aprovechando la redonda fecha de los “500 años de sometimiento” (en referencia a la llegada de Cristóbal Colón a las Américas en 1492) en la cual, ya destacaba la acción dirigente del joven Evo Morales (que se consagraría Presidente de Bolivia en el 2005). Un poco más al sur, en la Argentina democrática de 1992, apareció en escena la “Primera marcha del orgullo Gay”, alentada en parte por el creciente feminismo radical de inspiración lesbo-marxista, el cual desde hacía meses venía influyendo mundialmente tras la publicación del libro El género en disputa: Feminismo y la subversión de la identidad de Judith Butler, texto abrazado desde entonces como “biblia” por todos los movimientos promotores de la “ideología de género”. Mientras tanto, también en 1992 pero en la colorida ciudad de Río de Janeiro, se llevaron adelante las sesiones del “ecologismo popular”, el cual emergió con 1.500 organizaciones de todo el mundo que se reunieron para debatir y redefinir la estrategia, incluyendo el reclamo de la llamada “deuda ecológica”. Y fue en ese mismísimo año cuando en Venezuela, un coronel hablantín de ideología desconocida llamado Hugo Chávez Frías, encabezó dos intentos de golpe de Estado, en los cuales no sólo se pretendió matar al Presidente Carlos Andrés Pérez sino que los insurgentes mataron a 20 compatriotas. La intentona golpista no fructificó, Chávez terminó preso por dos años pero ganó fama y celebridad: siete años después asumiría como Presidente/dictador en su país y el Foro se anotaría otro logro de proporciones.

¿Pero qué ocurrió en 1992 en el mundo que forjó tamaña promoción de movimientos tan novedosos como heterogéneos? Si bien popularmente se reconoce a la caída del Muro de Berlín (9 noviembre de 1989) como el hito histórico del derrumbe de un sistema y una amenaza (el socialismo), la realidad es que aquello fue antesala de lo que política y formalmente se materializaría tres años después, o sea en 1992, cuando la Unión de Repúblicas Socialistas Soviética bajo el mando del entonces Premier Borís Yeltsin dejó de existir formal y oficialmente como tal, y fue por ello que todo el imperio comunista de Europa del Este quedó descuartizado y separado en pequeños países o territorios tras una suerte de implosión geopolítica.

Luego, ante la ausencia de la contención soviética y la consiguiente necesidad de solucionar ese vacío, todas las estructuras de izquierda tuvieron que fabricar Ongs y armazones de variada índole acomodando no sólo su libreto sino su militancia, sus estandartes, sus clientes y sus fuentes de financiación. Por lo tanto, al comenzar la última década del Siglo XX, un sinfín de dirigentes, escritores, pandillas juveniles y organizaciones varias quedaron desparramadas, sin soporte discursivo y sin revolución que defender o enaltecer, en torno a lo cual estas corrientes advirtieron la necesidad de maquillarse y encolumnarse detrás de nuevos argumentos y banderines que oxigenaran sus envilecidas y desacreditadas consignas. Silenciosamente, la izquierda reemplazó así las balas guerrilleras por papeletas electorales, suplantó su discurso clasista por aforismos igualitarios que coparon el extenso territorio cultural, dejó de reclutar “obreros explotados” y comenzó a capturar almas atormentadas o marginales a fin de programarlas y lanzarlas a la provocación de conflictos bajo excusas de apariencia noble, las cuales prima facie poco o nada tendrían que ver con el stalinismo ni mucho menos con el terrorismo subversivo, sino con la “inclusión” y la “igualdad” entre los hombres: indigenismo, ambientalismo, derecho-humanismo, garanto-abolicionismo e ideología de género (esta última a su vez subdividida por el feminismo, el abortismo y el homosexualismo cultural) comenzaron a ser sus modernizados cartelones de protesta y vanguardia.

¿Y mientras tanto qué hacían los sectores del anticomunismo capitalista ante la creciente fabricación y proliferación de renovadas conflagraciones que pululaban? Lejos de tomar nota de estas súbitas rebeliones, se encontraban despreocupados y festivos no sólo celebrando la caída “definitiva” del comunismo, sino leyendo con distendido triunfalismo el publicitado best seller de notable fama mundial El fin de la historia y el último hombre, de Francis Fukuyama (publicado en el insistente año 1992), el cual sentenciaba el triunfo irreversible de la democracia capitalista como hecho lineal e inalterable, suerte de agradable determinismo histórico pero ahora vaticinado por la derecha liberal, lo cual constituyó un gravísimo error de subestimación del enemigo. El comunismo no murió con la caída formal de sus Estados porque justamente lo más importantes son las organizaciones colaterales, y éstas ya existían desde mucho antes de la creación de la URSS: y siguieron existiendo después de la extinción de la misma.

Lo cierto es que fuimos muy pocos los que le prestamos atención a esta metamorfosis y, 25 años después, la izquierda no sólo se apoderó políticamente de gran parte de Latinoamérica sino lo que es muchísimo más grave: hegemonizó las aulas, las cátedras, las letras, las artes, la comunicación, el periodismo y, en suma, secuestró la cultura y con ello modificó en mucho la mentalidad de la opinión pública: la revolución dejó de expropiar cuentas bancarias para expropiar la manera de pensar.

Tras tomar nota de la inadvertencia social que hay en torno a este peligro y peor aún, de la vergonzosa concesión que el acobardado centrismo ideológico y el correctivismo político le viene haciendo a esta disolvente embestida del progresismo cultural, es que quienes esto escribimos, hemos decidido desarrollar y publicar este trabajo. En primera instancia, nuestra ambición pretendía elaborar un ensayo que desenmascarara todas y cada una de las caretas de esta izquierda engañosamente “amable y moderna”, pero advertimos que por la complejidad del asunto sería imposible abordarla en un solo tomo. Decidimos por lo tanto trabajar en esta primera instancia en la máscara que más influye en la Argentina y en Europa: nos referimos a la ideología de género, una de las principales pantallas del neo-marxismo hoy en boga. Es nuestra intención, no obstante, trabajar sobre las demás banderas de la nueva izquierda en próximas publicaciones.


¿Qué es?, ¿cuándo nace?, ¿en qué consiste?, ¿cómo nos afecta?, ¿quién la financia? ¿Cuáles son sus vertientes y quiénes promueven la ideología de género? Son sólo algunos de los muchísimos interrogantes que intentaremos responder a lo largo de este trabajo, el cual se divide en dos partes bien diferenciadas aunque entrelazadas, que obran como ramas del mismo tronco del género: el feminismo radical y el homosexualismo ideológico.

lunes, 22 de febrero de 2016

La moral social



Es curiosa la manera en que hoy en día se dan al mismo tiempo dos fenómenos que parecen contradictorios. Por un lado es evidente, evidentísimo y reconocido por todos que la corrupción ha alcanzado unos niveles ya no solo preocupantes sino aterradores. A diario los programas de noticias llenan nuestros hogares con escándalos de corrupción en todos los niveles de la sociedad, desde la política hasta el deporte. De manera que la corrupción se ha convertido en el pan nuestro de cada día, al punto de que uno realmente se pregunta qué tipo de sociedad, si es que algún tipo, heredarán las futuras generaciones, pues es claro que las generaciones actuales están haciendo su mejor esfuerzo por pudrirlo todo.

Eso por un lado. Por otro tenemos el segundo fenómeno que anunciábamos al inicio: el rechazo a la moralidad. Cada vez son más las voces que desde diversos estamentos sociales se pronuncian en contra de lo que ellos llaman "moralismos". Y piden, casi que exigen, que la actual sociedad, muy avanzada y muy moderna, abandone los juicios morales pues estos contradicen la 'sagrada' libertad del hombre: nada es malo, nada es bueno. Solo existen acciones humanas y en cuanto tales todas igual de 'respetables' y 'válidas'.

Entonces coexisten estos dos fenómenos: altísimos niveles de corrupción de todo tipo, corrupción desbordada, imparable y que amenaza incluso el futuro de los que vienen detrás de nosotros. Y por otro lado una aversión a todo lo que se relacione directa o indirectamente con la moralidad.

¿Cómo es posible que se reconozca el problema, pero no la solución? porque es evidente que la solución al problema de la corrupción radica sencillamente en el retorno a la moral pública, es decir, el retorno al respeto social de los valores morales que brillaban no hace mucho, hasta que fueron eclipsados por la "era de la libertad".

Nos quejamos a diario de la corrupción de los políticos; pero al mismo tiempo nos quejamos del que nos viene a hablar en contra de decir mentiras, que de hecho es uno de los diez mandamientos de la tradición cristiana. Nos quejamos de esos casos aberrantes de abuso a menores; pero al mismo tiempo nos quejamos del que nos viene a hablar de la virtud de la pureza, de la castidad, del pudor, etc. Y así para todo. Vemos con claridad el problema, pero somos incapaces de reconocer la solución. Es como el médico que descubre con claridad la enfermedad, pero se niega a aplicar el tratamiento.

¿De dónde viene esa actitud tan extraña? esa actitud proviene de muchas fuentes, pero una de las principales es el inmenso prestigio que adquirió en la época moderna la libertad humana, entendida como absolutamente independiente y creadora de valores. De esto ya hemos hablado en varias ocasiones. La época moderna considera que la libertad humana es esencialmente una facultad humana que posibilita al hombre obrar autónomamente, sin tener que tomar como criterio de sus acciones, como norma de sus acciones, otra cosa distinta a su propio querer individual.

Es por esto que repugna a la sociedad moderna que le hablen de moral, de lo bueno y lo malo, de lo correcto y lo incorrecto. Porque ella cree que la moral, lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, son creaciones subjetivas, individuales: si para ti es bueno, es bueno; si para ti es malo, es malo, ¡y que viva la sagrada 'libertad'!

Por todo lo anterior la sociedad se debate hoy víctima de su propio invento. Se ha querido construir una sociedad que "por fin" se liberara de las cadenas de la religión, de la teología, de la moral, de unos supuestos mandamientos divinos, etc., y lo que se ha construido es una sociedad donde la norma es el capricho voluntarioso de cada uno, y el resultado es el egoísmo y el hedonismo convertidos en corrupción total de las instituciones sociales, desde el Estado hasta la familia.

Si la sociedad actual no reconoce la solución a su problema, muy pocas esperanzas debemos forjarnos acerca del porvenir, pues aunque todas las épocas pertenecen a Dios, Él siempre ha respetado la libre determinación del hombre, incluso cuando se quiere determinar libremente al infierno, social y físico.


Leonardo Rodríguez


lunes, 15 de febrero de 2016

La tinta y el poema



Hay una comparación que siempre me gusta utilizar cuando estoy tratando de explicar en qué consiste el error del reduccionismo científico, se trata del ejemplo de la tinta y el poema.

Ante todo digamos en qué consiste el reduccionismo científico: yo entiendo por reduccionismo científico aquella postura según la cual SOLO es verdadero el conocimiento que se adquiera por medio de la utilización del método científico, el que usan ciencias como la física y la química, que consiste básicamente en realizar observaciones de determinado fenómeno o realidad, luego generar una hipótesis acerca de la naturaleza, las causas o las relaciones de dicho fenómeno con otros, y con base en ello realizar una serie de experimentos con el fin de comprobar o refutar dicha hipótesis, y en el segundo caso cambiarla por otra más adecuada, o que mejor explique el fenómeno en cuestión.

Este método ha probado ser altamente efectivo en ciencias como las arriba mencionadas, y con los cada vez más modernos aparatos de laboratorio, se están produciendo al año decenas de nuevos descubrimientos acerca de la estructura y funcionamiento de los elementos materiales que componen el universo. 

Hasta ahí todo muy bien y muy útil. El problema surge cuando, quizá cegados por los espectaculares avances de la ciencia experimental, muchos pretenden extender la necesidad de aplicar dicho método al estudio de TODO, ya no solo de lo material, sino también incluso del universo más íntimo del ser humano, su conciencia, su yo, su alma y su trascendencia espiritual por encima de la materia.

Es entonces cuando el método experimental, que está todo él basado en la observación directa (por medio de los sentidos) o indirecta (por medio de sofisticados aparatos de laboratorio) de las realidades materiales, se muestra como insuficiente. Puesto que se pretende abordar con dicho método (que por definición opera solo en presencia de realidades materiales) realidades que igualmente por definición se encuentran más allá de toda materialidad posible. Es decir, si yo pretendo encontrar el alma humana buscándola con un bisturí, no la encontraré. Lo mismo si pretendo encontrar a Dios con un potente telescopio. Además es un poco tonto que alguien se empeñe en semejante idea, puesto que si encontrara algo con el telescopio, ciertamente no sería Dios, puesto que sería algo material y por tanto limitado (pues todo lo material es limitado en alguna manera, tiene límites) y por tanto no sería el Dios infinito Creador del universo, obviamente. No obstante algunos científicos, quizá muy buenos científicos pero pésimos filósofos y aún peores teólogos, se aventuran a afirmaciones erradas sobre la existencia de Dios, afirmando que jamás se lo han encontrado en el espacio.

Pero no nos desviemos del tema. Hablábamos del reduccionismo científico. Se llama reduccionismo porque REDUCE el conocimiento a lo que se pueda saber por medio del método científico; es decir a lo que se pueda experimentar; es decir a lo que se pueda "ver" o "tocar" de alguna manera. De forma que el resto de ideas que la gente pueda tener, ideas religiosas, éticas, metafísicas, etc., solo serán a lo mucho creencias populares, de escaso valor, cercanas a los mitos y a las leyendas de los libros para niños.

Y es aquí donde entra el ejemplo de la tinta y el poema. 

¿Has leído alguna vez un poema o una poesía estimado lector? espero que sí, es uno de los grandes placeres de la vida. Te invito a que leas por ejemplo este breve texto del gran Gustavo Adolfo Bécquer:

RIMA IV

     No digáis que agotado su tesoro,
    De asuntos falta, enmudeció la lira:
Podrá no haber poetas; pero siempre
             Habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso
             Palpiten encendidas;
Mientras el sol las desgarradas nubes
             De fuego y oro vista;

Mientras el aire en su regazo lleve
             Perfumes y armonías,
Mientras haya en el mundo primavera,
             ¡Habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance
             Las fuentes de la vida,
Y en el mar o en el cielo haya un abismo
             Que al cálculo resista;

Mientras la humanidad siempre avanzando
             No sepa a dó camina;
Mientras haya un misterio para el hombre,
             ¡Habrá poesía!

Mientras sintamos que se alegra el alma
             Sin que los labios rían;
Mientras se llora sin que el llanto acuda
             A nublar la pupila;

Mientras el corazón y la cabeza
             Batallando prosigan;
Mientras haya esperanzas y recuerdos,
             ¡Habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen
             Los ojos que los miran;
Mientras responda el labio suspirando
             Al labio que suspira;

Mientras sentirse puedan en un beso
             Dos almas confundidas;
Mientras exista una mujer hermosa,
             ¡Habrá poesía!


¿Verdad que es hermoso? ahora te haré algunas preguntas querido lector:

¿Qué es lo que hace hermosa esa poesía? 

¿Cómo es que esas palabras tienen un significado?

¿Dónde está eso que llamamos significado, en   las palabras o en la mente del que las lee?

¿Qué es eso que llamamos significado? 


Ahora bien, ¿qué pasaría si para responder esas preguntas, que son evidentemente muy importantes, nos limitáramos a usar solo el método científico? pues pasaría que por medio de los instrumentos de laboratorio llegaríamos a comprender perfectamente la composición química de la tinta con que la poesía fue escrita, Y NADA MÁS. 

Pero es que esa hermosa poesía ¿ES NADA MÁS QUE TINTA UNTADA SOBRE UN TROZO DE PAPEL? evidentemente no, esa poesía es un texto con un sentido y una belleza SOLO captable con la condición de IR MÁS ALLÁ precisamente de la tinta y el papel. De hecho esa poesía y cualquier poesía (y cualquier texto) se puede escribir en cualquier papel, con cualquier tinta. Incluso se puede digitar en la pantalla de un computador o se puede tan solo recitar con la voz. Y en todos esos casos la poesía será SIEMPRE MUCHO MÁS que tinta, aire y pixeles de color computarizados: será un mensaje con un sentido. Y el sentido NO SE VE, se entiende.

Ese es precisamente el misterio del conocimiento humano: nuestros ojos solo perciben un haz de luz, que es algo material; luego los impulsos eléctricos transmitidos por el nervio óptico hacia la corteza cerebral también son materiales, como también es material TODO lo que ocurre en el cerebro, las conexiones neuronales llamadas sinapsis, TODO. Y a pesar de tanta materialidad lo cierto es que al dirigir nuestra mirada al texto de Bécquer somos capaces de captar un sentido, un mensaje y una inmensa belleza. Y NADA DE ESO ES MATERIAL.

Entonces si limitamos nuestro análisis de la poesía (o de cualquier texto) a la composición química de la tinta, jamás sabremos qué dice, ni mucho menos comprenderemos si es bello o no. Por eso el reduccionismo científico debe ser rechazado, PORQUE NOS OFRECE UNA MIRADA EMPOBRECIDA ACERCA DE LO REAL. Y aún más, no solo limita y mutila nuestra visión de la realidad, sino que se queda con la parte menos importante, puesto que en la poesía de Bécquer lo importante no es la tinta, sino la poesía, que se hizo inmortal.

Entonces querido lector mucho cuidado con el reduccionismo científico que está hoy día tan de moda. Ten siempre presente el ejemplo de la tinta y el poema.


Leonardo Rodríguez


sábado, 17 de octubre de 2015

(6) Los pilares de la falta de fe – Sartre

sartre
Jean Paul Sartre

Autor: PETER KREEFT

Es posible que Jean-Paul Sartre sea el ateo más famoso del siglo XX. Como tal, reúne todos los requisitos para estar incluido en cualquier lista de "pilares de la falta de fe".

Sin embargo, seguramente logró muchas más conversiones que aquellos que "miraban la fe de costado" en comparación con la mayoría de los apologetas cristianos, ya que Sartre hizo del ateísmo una experiencia casi insoportable, tan demandante, que muy pocos pudieron aguantarla.

Los ateos cómodos que lo leyeron se convirtieron en ateos incómodos y el ateísmo incómodo es un gran paso para acercarse más a Dios. En sus propias palabras, "El existencialismo no es otra cosa que un esfuerzo por extraer todas las consecuencias de una postura atea coherente". Deberíamos estarle agradecidos por esto.

Sartre llamó "existencialismo" a su filosofía basada en la tesis de que la "existencia precede a la esencia". Esto significa concretamente que "el hombre no es otra cosa que lo que él se hace". Como no existe un Dios para diseñar al hombre, el hombre no tiene ningún molde, no tiene esencia. Su esencia o naturaleza no proviene de Dios como su Creador, sino de su propia elección libre.

Aquí se advierte una intuición profunda, aunque es inmediatamente subvertida. La intuición consiste en comprender que el hombre determina quién será por sus elecciones libres. Dios es quien crea todo lo que es el hombre y éste es quien moldea su propia y única individualidad. Dios da origen a nuestro qué, pero nosotros formamos nuestro quién. Dios nos da la dignidad de estar presentes en nuestra propia creación o co-creación. Nos asocia consigo mismo en la tarea de co-crearnos a nosotros mismos. Sólo crea la materia prima objetiva, a través de la herencia genética y del ambiente. Cada uno le dará la forma final a su propia individualidad a través de sus elecciones libres.

Lamentablemente, esta libertad de autodeterminarse que Sartre descubrió en el hombre, lo llevó a sostener que Dios no existe, porque, de haber un Dios, el hombre quedaría reducido a un mero artefacto Suyo y por ende no sería libre. Es una constante en su pensamiento la afirmación de que la libertad y la dignidad humanas suponen necesariamente el ateísmo. Su actitud es parecida a la de un vaquero en un western diciéndole a Dios, como si fuera su enemigo: "Este pueblo no es lo suficientemente grande para ti y para mí. Uno de los dos tiene que irse".

De este modo, la legítima preocupación de Sartre por la libertad humana y su comprensión acerca de cómo esta hace a las personas esencialmente diferentes, a partir de cosas que apenas lo son, lo llevaron al ateísmo porque (1) confunde libertad con independencia, y porque (2) el único Dios que él puede concebir es uno que nos quitaría la libertad humana, en vez de crearla y mantenerla: una suerte de fascista cósmico. Además, (3) Sartre comete el error adolescente de equiparar libertad y rebelión. Dice que la libertad es sólo "la libertad de decir que no".

Sin embargo, esta no es la única libertad, también existe la libertad de decir que sí. Sartre piensa que comprometemos nuestra libertad cuando decimos que sí, cuando optamos por afirmar los valores que nos han enseñado nuestros padres, la sociedad o la Iglesia. Entonces, lo que Sartre quiere decir por libertad es muy parecido a lo que los beatniks de los años 50 y los hippies de los años 60 llamaron "hacer tu vida" y lo que la generación del yo ("ME Generation") de los 70 llamó "cuidarse a sí mismo en primer lugar".

Otro concepto que Sartre toma en serio, pero del que hace mal uso, es la idea de la responsabilidad. Piensa que creer en Dios comprometería necesariamente la responsabilidad humana porque entonces culparíamos a Dios más que a nosotros mismos de lo que somos. Ello no es así. Ni mi Padre del Cielo ni mi padre terrenal son responsables de mis elecciones o del carácter que voy modelando a través de dichas elecciones; yo soy el responsable. Además, esta teoría de la responsabilidad llevaría necesariamente a negar no sólo la existencia del Padre Celestial sino también la del padre terreno.

Sartre es sumamente consciente del mal y de la perversidad humana. Dice "Hemos aprendido a tomar al mal en serio... El mal no es una apariencia... Conocer sus causas no acaba con él. El mal no puede redimirse".

Sin embargo, también dice que al no existir Dios y siendo en consecuencia nosotros mismos los que creamos nuestros propios valores y leyes, en realidad no existe ningún mal: "Elegir ser esto o aquello es afirmar al mismo tiempo el valor de lo que elegimos, por eso nunca podemos elegir mal". De este modo Sartre por un lado le da mucho realismo al mal ("El mal no puede redimirse") y por otro lado le da demasiado poco ("nunca podemos elegir mal").

El ateísmo de Sartre no dice simplemente que Dios no existe, sino que la existencia de Dios es imposible. Al menos le rinde una suerte de homenaje a la noción bíblica de Dios como "Yo Soy", llamándola la idea más auto-contradictoria que jamás haya imaginado, "la síntesis imposible" del ser por sí mismo (personalidad subjetiva, el "Yo") con el ser en sí (perfección objetiva eterna, el "Soy").

Dios significa la persona perfecta y esto para Sartre es una contradicción. Cosas o ideas perfectas, tales como la Justicia o la Verdad, son posibles; y las personas imperfectas, como Zeus o Apolo, son posibles. Pero la persona perfecta es imposible. Zeus es posible, pero no real. Dios es único entre los dioses: no sólo es irreal sino que también es imposible.

Dado que Dios es imposible y considerando que Dios es amor, el amor es imposible. Lo más escandaloso en Sartre es probablemente su negación de la posibilidad de un amor genuino y altruista. La mayoría de los ateos sustituyen a Dios con el amor humano, como aquello en lo que pueden creer, pero Sartre sostiene que el amor es imposible. ¿Por qué?

Porque si no hay Dios, cada individuo es Dios. Pero sólo puede haber un único Dios absoluto. De este modo, todas las relaciones interpersonales son fundamentalmente relaciones de rivalidad. En esta premisa, Sartre se hace eco de Maquiavelo. Cada uno de nosotros juega necesariamente a ser un Dios para el otro; cada uno de nosotros, como el autor del juego de su propia vida, reduce forzosamente a los demás a personajes del teatro de su propia vida.

Hay una pequeña palabra que la gente común cree que denota algo real y que los enamorados creen que denota algo mágico. Sartre cree que denota algo imposible e ilusorio. Es la palabra "nosotros". No puede existir un "sujeto nosotros", comunidad ni amor desinteresado si siempre estamos intentando ser Dios, el único sujeto Yo que existe.

La obra más famosa de Sartre, "A puerta cerrada", coloca a tres hombres muertos en una habitación y observa cómo cada uno de ellos se convierte en un infierno para los otros simplemente jugando a ser Dios entre ellos: no en el sentido de ejercer un poder externo, sino simplemente cosificando a los otros, conociéndolos como objetos. La lección más horrible de la obra es que "el infierno son los otros".

Hay que tener una mente profunda para decir algo tan profundamente falso. La verdad es que el infierno es precisamente la ausencia de otras personas, tanto humanas como divinas. El infierno es la soledad absoluta. El Cielo son los otros, porque es el lugar en el que se encuentra Dios, y Dios es la Santísima Trinidad. Dios es amor, Dios "son los otros".

La tenaz honestidad de Sartre lo hace casi atractivo, a pesar de sus conclusiones repelentes, como la falta de sentido de la vida, la arbitrariedad de los valores y la imposibilidad del amor. Sin embargo, su honestidad, independientemente de la fuerza con que se haya arraigado en su carácter, se transformó en trivial y sin sentido debido a esta negación de Dios y por ende de la Verdad objetiva. Si no hay una mente divina, tampoco hay verdad, excepto la verdad que cada uno hace de sí mismo. Entonces, si no hay otra cosa que me haga ser honesto excepto yo mismo, ¿qué significado tiene la honestidad?

No obstante, no podemos evitar emitir un veredicto mixto sobre Sartre ni estar satisfechos con sus conceptos tan repelentes, ya que emanan de su coherencia. Nos muestra la verdadera cara del ateísmo: el absurdo (empleando un término abstracto) y la náusea (la imagen concreta que utiliza y el título de la primera y mejor de sus obras).

"La náusea" es la historia de un hombre que, después de una búsqueda ardua, se encuentra con la terrible verdad de que la vida no tiene sentido, que es simplemente un exceso nauseabundo, como el vómito o el excremento. (Sartre tiende a emplear imágenes obscenas adrede porque siente que la vida misma es obscena).

No podemos evitar estar de acuerdo con William Barret cuando dice que "a los que estén dispuestos a valerse de esta [náusea] como una excusa para echar por tierra toda la filosofía sartriana, podemos decirles que es mejor encontrar nuestra propia existencia en el asco que nunca encontrarla".

En otras palabras, la importancia de Sartre es como la del Eclesiastés: hace la más importante de todas las preguntas, con coraje y sin vacilar, y podemos admirarlo por eso. Lamentablemente, también da la peor respuesta posible, tal como lo hizo el Eclesiastés: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad".


Sólo podemos tenerle lástima por eso y junto a él a los muchos otros ateos que son lo suficientemente lúcidos como para ver, tal como él lo hizo, que "sin Dios todo está permitido", pero nada tiene sentido.


(Tomado de http://www.catholiceducation.org/es/religion-y-filosofia/filosofia/los-pilares-de-la-falta-de-fe-sartre.html)

jueves, 15 de octubre de 2015

Relativismo "católico"

Vamos a ver. Hemos puesto un título voluntariamente contradictorio, puesto que evidentemente ni existe ni es posible que exista un relativismo católico, sería algo así como pedir la existencia de un círculo que fuera cuadrado.

El catolicismo no es una filosofía, lo cual es obvio, sino una religión, o mejor dicho es la Religión, con mayúscula. Y aunque no es de suyo un sistema filosófico, sí es cierto que se apoya en una concepción del mundo que coincide con la que históricamente se ha denominado realista, o aristotélico-tomista. Y de ella toma la fundamentación que su teología reclama, pues lo sobrenatural supone lo natural.

Y dentro de dicho realismo no tiene cabida un sistema contradictorio como el relativismo, para el cual, sobre todo en terreno moral, no existen verdades universales, absolutas y eternas, sino que todo depende ya sea de la persona, de la época o del lugar. Y no tiene cabida por el hecho mismo de que el realismo consiste sencillamente en proclamar que existe, independientemente de la mente y de la voluntad humana, un universo (incluido el hombre mismo) cuyo orden natural no requiere de la mirada de la inteligencia humana para existir y persistir, sino que por el contrario se impone a dicha inteligencia, cuyo trabajo es contemplarlo y comprenderlo con precisión para poder vivir de acuerdo a lo real.

¿Entonces por qué hablamos de un relativismo "católico"? porque hoy en día se está difundiendo entre los católicos mal informados una idea distorsionada acerca de la misericordia y el amor fraterno. Veamos.

Al prójimo hay que amarlo, es el segundo de los dos mandamientos que resumen toda la obligación del católico: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Pero lo que hoy no se dice es que del prójimo debemos amar más el alma que el cuerpo, es decir, que el primer amor hacia el prójimo es el amor hacia la salud y el bienestar de su alma. Sin querer decir con ello que el socorro de sus necesidades materiales no sea obligatorio también, sino que solo establecemos un orden de prioridad, de acuerdo a la nobleza de cada cosa, una es la nobleza del alma y otra la nobleza del orden material. 

Entonces hoy se difunde entre muchos católicos una tendencia a poner las cosas al revés y atender por sobre todas las cosas a las necesidades materiales, a tal punto que las espirituales se consideran secundarias o no se les concede ninguna importancia. Hablo aquí de esos católicos cuyo "apostolado" se reduce única y exclusivamente a mero activismo social, sin invertir jamás ni el más mínimo esfuerzo, por ejemplo, en el llamado a la conversión, al arrepentimiento, a llevar una vida sacramental y de oración, etc. Todo esto ha desaparecido en el "apostolado" de muchos católicos, sacerdotes y obispos incluidos.

De manera que hoy asistimos al espectáculo trágico de un catolicismo, o mejor dicho, de unos católicos, que han renunciado a la búsqueda del bien del alma, propia y ajena, para concentrarse con exclusividad en las obras de asistencialismo social.

Aclaremos algo: la Iglesia desde siempre ha recomendado, enseñado, aconsejado, urgido, la obligación de todo creyente de compartir, de dar, de ayudar, de socorrer, etc., a las necesidades de los más débiles. Basta recordar el listado de obras de misericordia que todos aprendimos cuando pequeños: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, visitar al enfermo, etc. Pero esta enseñanza estaba enmarcada en un orden, en una jerarquía, que ponía por encima las necesidades del alma, propia y ajena, de tal manera que había que ocuparse de éstas, sin descuidar aquellas. Y así lo entendió siempre la iglesia y así lo practicaron siempre los católicos. En esto es en lo que hoy presenciamos el cambio.

Hoy al parecer ha ganado terreno entre los 'católicos' la idea de que lo que se crea, la religión a la que se pertenezca, la ideología que se profese (incluido el ateísmo y cuanta rareza oriental exista) es lo de menos, y que el católico, lejos de CONVERTIR personas al catolicismo, debe "HACER EL BIEN", entendiendo la palabra BIEN en el sentido de bien material, bien físico, asistencialismo social, etc. 

Y ESTO HA CONVERTIDO A MUCHOS "CATÓLICOS" EN FILÁNTROPOS, Y HUMANISTAS; EN QUIENES EL CATOLICISMO YA ES SOLO UNA PÁLIDA SOMBRA DE LA CUAL SOLO SOBREVIVE EL NOMBRE.

De este mal muere actualmente el apostolado católico, y es un mal que se difunde, desgraciadamente, desde el clero mismo, quienes víctimas de una formación deficiente a nivel teológico y filosófico, han asumido su sacerdocio desde la óptica de la preocupación exclusiva por lo terreno. Se han adulterado las fuentes.

Urge recuperar el verdadero sentido del apostolado católico, y hacer lo uno sin descuidar lo otro. 


Leonardo Rodríguez

   

lunes, 5 de octubre de 2015

(5) Los pilares de la falta de fe - Sigmund Freud


freud

Autor: Peter Kreeft

Freud fue el Colón de la psique. Ningún psicólogo vivo escapa de su influencia.

Sin embargo, junto con los destellos de genialidad, en sus escritos nos encontramos con las ideas más extrañas y retorcidas: por ejemplo, que las madres acunan a sus bebés sólo para sustituir sus deseos de tener relaciones sexuales con ellos.

La enseñanza más influyente de Sigmund Freud fue su reduccionismo sexual. Como ateo, Freud reduce a Dios a un sueño del hombre. Como materialista, reduce al hombre a su cuerpo, el cuerpo humano al deseo animal, el deseo al deseo sexual y el deseo sexual al sexo genital. Todas ellas son simplificaciones excesivas.

Freud fue un científico y en cierto modo un gran científico, pero sucumbió a un riesgo ocupacional: el deseo de reducir lo complejo a lo controlable. Quería hacer de la psicología una ciencia, incluso una ciencia exacta. Sin embargo, ello es imposible ya que su objeto, el hombre, no es sólo un objeto sino que también un sujeto, un "yo".

En los cimientos de la "revolución sexual" de nuestro siglo hay una demanda de satisfacción y una confusión entre lo que necesitamos y lo que deseamos. Todos los seres humanos normales tienen apetitos o deseos sexuales, pero es absolutamente falso, como sostiene Freud constantemente, que ellos sean necesidades o derechos; que no puede esperarse que nadie viva sin satisfacerlos; o que suprimirlos es psicológicamente enfermo.

Esta confusión entre necesidades y deseos surge de la negación de los valores objetivos y de una ley moral natural objetiva. Nadie provocó más estragos en esta área crucial que Freud, especialmente en lo que hace a la moral de la sexualidad. El ataque moderno al matrimonio y a la familia, para el que Freud sentó las bases, hizo más daño que cualquier otra guerra o revolución política. ¿De qué otro lugar podemos aprender la lección más importante de la vida — el amor generoso — si no en las familias estables que lo predican con la práctica?

No obstante, con todos sus defectos, Freud todavía sigue en el podio de las psicologías que lo reemplazaron en la cultura popular. A pesar de su materialismo, explora algunos de los misterios más profundos del alma. Tiene un gran sentido de la tragedia, el sufrimiento y la desdicha. Los ateos honestos suelen ser infelices, mientras que los ateos deshonestos son felices. Freud fue un ateo honesto.

No cabe duda de que su honestidad fue la que hizo que fuera un buen científico. Consideraba que el mero acto de sacar represiones o miedos de la oscuridad oculta del inconsciente hacia la luz de la razón nos liberaría de su poder sobre nosotros. Se trataba de la creencia de que la verdad es más poderosa que la ilusión y que la luz es más poderosa que la oscuridad. Desgraciadamente, Freud clasificó a toda religión como la ilusión más fundamental del género humano y al cientificismo materialista como su única luz.

Deberíamos distinguir claramente tres dimensiones diferentes en Freud. Primero, como el inventor de la técnica práctica y terapéutica del psicoanálisis, es un genio y todos los psicólogos están en deuda con él. Del mismo modo que es posible que filósofos cristianos, como San Agustín o Santo Tomás de Aquino, utilicen las categorías de filósofos no cristianos como Platón y Aristóteles, es posible que un psiquiatra cristiano se valga de las técnicas de Freud sin estar de acuerdo con su forma de entender la religión.

Segundo, como psicólogo teórico, Freud se parece a Colón en cuanto que fue el primero en trazar el mapa de nuevos continentes, pero también cometiendo errores graves. Algunos de ellos son excusables, como los de Colón, debido a la novedad del territorio. Pero otros son prejuicios implícitos, tales como la reducción de toda culpa a un sentimiento patológico o el no ser capaz de comprender que la fe en Dios pueda tener algo que ver con el amor.

Tercero, como filósofo y pensador religioso, Freud es un completo amateur y poco más que un adolescente. Veamos estos puntos uno por uno.

No hay dudas de que el trabajo más importante de Freud es "La interpretación de los sueños". La investigación de los sueños como una copia del subconsciente parece obvia hoy en día. Sin embargo, para los contemporáneos de Freud fue una absoluta novedad. Su error no consistió en poner demasiado énfasis en las fuerzas del subconsciente que nos mueven, sino en poner poco énfasis en su profundidad y complejidad, del mismo modo que el explorador de un nuevo continente podría confundirlo con una isla de gran tamaño.

Freud descubrió que podía ayudar a los pacientes histéricos que parecían no tener motivo racional para sus trastornos con lo que él llamó la "cura del habla", valiéndose de la "asociación libre" y prestando atención a los "actos fallidos" como pistas del subconsciente. En pocas palabras, esta técnica funcionó a pesar de las deficiencias en la teoría que la respaldaba.

Desde el punto de vista de la teoría psicológica, Freud dividió la psique entre id (ello), ego (yo) y superego (superyó). A simple vista, esto parece ser bastante similar a la división tradicional y comúnmente aceptada de apetito, deseo e intelecto (y conciencia) que comenzó con Platón. Sin embargo, aparecen diferencias cruciales.

Primero, el "superyó" de Freud no es el intelecto o la conciencia, sino que es la presencia no libre y pasiva de las restricciones sociales sobre los deseos individuales en la psiqué de cada persona: son los "no se debe". Lo que creemos que es nuestra propia comprensión del bien y mal verdadero es sólo un espejo de leyes sociales hechas por el hombre, según Freud.

Segundo, el "yo" no es el libre albedrío, sino más bien una mera fachada. Freud negó la existencia del libre albedrio, fue determinista y veía al hombre como un complejo animal-máquina.

Finalmente, el "id" ("ello") es el único verdadero yo, según Freud, y está compuesto simplemente de deseos animales. Es impersonal; de allí su nombre "ello". De este modo Freud niega la existencia de una verdadera personalidad, del yo individual. Del mismo modo que niega a Dios ("Yo Soy") así también niega la imagen de Dios, el "yo" humano.

Las ideas filosóficas de Freud se expresan con toda franqueza en sus dos obras antirreligiosas más famosas, "Moisés y la religión monoteísta" y "El porvenir de una ilusión". Como Marx, rechazaba todo tipo de religión por ser infantil sin evaluar seriamente sus afirmaciones y argumentos. Sin embargo, planteó una explicación detallada del supuesto origen de esta "ilusión", que básicamente consta de cuatro partes: ignorancia, miedo, fantasía y culpa.

En lo que respecta a la ignorancia, la religión consiste en adivinar, a través del conocimiento pre-científico, cómo funciona la naturaleza: si hay un trueno, debe haber un Tronante, un Zeus. En cuanto al miedo, la religión es nuestra invención de un sustituto celestial para nuestro padre terrenal cuando muere, envejece, se va o hace que sus hijos salgan de la seguridad del hogar hacia el temible mundo de la responsabilidad. Como fantasía, Dios es el producto de la realización del deseo de que exista una fuerza providencial todopoderosa detrás de las apariencias horriblemente impersonales de la vida. Por último, como culpa, Dios es quien garantiza la conducta moral.

La explicación de Freud del origen de la culpa es el punto más débil de su teoría. Se remonta a la historia de que una vez, mucho tiempo atrás, un hombre mató a su padre, el jefe de una gran tribu. Desde entonces, ese asesinato primario persiguió a la memoria subconsciente del género humano. Sin embargo esta explicación no fundamenta la aparición de la culpa: ¿por qué sintió culpa ese primer asesino? La pregunta queda sin respuesta.

La obra más filosófica de Freud fue la última, "La civilización y sus descontentos", en la que planteó la cuestión tan importante del summum bonum (sumo bien), el significado de la vida y la felicidad humana. Llegó a la misma conclusión que el Eclesiastés, que no puede alcanzarse. De hecho dice "vanidad de vanidades, todo es vanidad". En cambio, prometió movilizarnos a través de una psicoterapia exitosa, "de una inmanejable desdicha a una desdicha manejable".

Uno de los motivos de su pesimismo fue su creencia de que existe una contradicción inherente en la condición humana; a esto se refiere el título de su obra, "La civilización y sus descontentos". Por una parte, somos animales que buscan placer, motivados únicamente por el "principio del placer". Por otro lado, necesitamos el orden de la civilización para salvarnos del dolor del caos, pero las restricciones de la civilización coartan nuestros deseos. Entonces, la misma cosa que inventamos como un medio para nuestra felicidad se convierte en un obstáculo.

Hacia el final de su vida, el pensamiento de Freud se tornó aún más oscuro y más misterioso cuando descubrió el thanatos, el deseo de la muerte. El principio del placer nos lleva hacia dos direcciones opuestas: el eros y el thanatos. El eros nos lleva hacia adelante, a la vida, al amor, al futuro y a la esperanza. El thanatos nos lleva de regreso al vientre materno, al lugar en donde estamos solos y no sentimos dolor.

Nos molestan la vida y nuestras madres por habernos traído al dolor. Este odio a la madre corre en paralelo con el famoso "complejo de Edipo" o el deseo subconsciente de matar a nuestro padre para casarnos con nuestra madre: que es una perfecta explicación del propio ateísmo de Freud, ofenderse con Dios Padre para casarse con lo terrenal.

Hacia el final de la vida de Freud, Hitler llegaba al poder. Freud pudo ver, proféticamente, el poder del deseo de la muerte en el mundo moderno y no estaba seguro de cuál de estas dos "fuerzas celestiales", como él las llamaba, se impondría. Murió ateo, pero casi místico. Tenía suficiente de pagano dentro suyo para ofrecer algunas visiones profundas mezcladas en general con puntos ciegos escandalosos. Esto nos trae a la memoria la descripción que C.S. Lewis hace de la mitología pagana: "destellos de vigor celestial y belleza cayendo en una jungla de suciedad e imbecilidad".

Lo que hace que Freud supere por mucho a Marx y al humanismo secular es su comprensión del demonio en el hombre, de la dimensión trágica de la vida y de nuestra necesidad de salvarnos. Lamentablemente, consideraba al judaísmo que rechazó y al cristianismo que desdeñó como cuentos de hadas, demasiado buenos para ser ciertos. Su sentido trágico estaba arraigado en la separación drástica entre la verdad y el bien, "el principio de realidad" y la felicidad.


Sólo Dios puede unirlos en la cima.


(Tomado de http://www.catholiceducation.org/es/religion-y-filosofia/filosofia/5-los-pilares-de-la-falta-de-fe-sigmund-freud.html)

domingo, 4 de octubre de 2015

(4) Los pilares de la falta de fe – Kant


kant

Autor: Peter Kreeft

Muy pocos filósofos en la historia han sido tan complicados y difíciles de leer como Immanuel Kant. Muy pocos, también, han tenido un impacto tan devastador en el pensamiento humano.

Se dice que el fiel sirviente de Kant, Lumppe, leyó todas las obras publicadas por su amo. Sin embargo, cuando Kant publicó su trabajo más importante, "Crítica de la razón pura", Lumppe comenzó a leerlo, pero no lo terminó porque, según dijo, de haberlo leído hasta el final hubiera quedado internado en un psiquiátrico. Desde entonces, muchos estudiantes hicieron eco de sus sentimientos.

Así pues, este profesor abstracto, que escribía en un estilo abstracto acerca de temas abstractos es, según mi parecer, la fuente primaria de la idea que hoy en día pone en peligro la fe (y así a las almas) más que cualquier otra: la idea de que la verdad es subjetiva.

Los simples habitantes de su ciudad natal, Konigsburg, en Alemania, donde vivió y escribió durante la última mitad del siglo XVIII, lo entendieron mejor que los pensadores profesionales, ya que lo apodaron Kant "El Destructor" y le ponían su nombre a los perros.

Era un hombre cordial, dulce y piadoso, tan puntual que sus vecinos ajustaban la hora de los relojes según su caminata diaria. La intención básica de su filosofía fue noble: restituir la dignidad humana en medio de un mundo escéptico que adoraba a la ciencia.

Su propósito se entiende a través de una simple anécdota. Kant asistió a la conferencia de un astrónomo materialista que hablaba sobre el lugar del hombre en el universo. El astrónomo concluyó su conferencia con la siguiente frase: "Entonces verán que, hablando en términos astronómicos, el hombre es completamente insignificante". Kant le contestó: "Profesor, olvidó lo más importante, el hombre es el astrónomo".

Kant impulsó, más que cualquier otro pensador, el giro típicamente moderno de lo objetivo a lo subjetivo. Esto puede parecer bueno hasta que caemos en la cuenta de que para él se trató de la redefinición de la verdad misma como subjetiva. Por cierto, las consecuencias de esta idea han sido catastróficas.

Si conversamos sobre nuestra fe con no creyentes, sabemos por experiencia que el obstáculo más común en estos días no radica en una dificultad a nivel de comprensión intelectual, como por ejemplo el problema del mal o el dogma de la Trinidad, sino en suponer que la religión no puede en ningún caso tratarse de hechos o de una verdad objetiva. Todo intento de convencer a otra persona de que nuestra fe es verdadera -objetivamente verdadera, verdadera para todos- se traduce en una arrogancia inconcebible.

Según esta mentalidad la religión debe ocuparse de la práctica, no de la teoría; de valores, no hechos; de algo subjetivo y privado, no de algo objetivo y público. El dogma es un "extra" y un "extra" perjudicial porque fomenta el dogmatismo. La religión, en resumen, equivale a ética. Teniendo en cuenta que la ética cristiana es muy similar a la ética de la mayoría de las religiones, no importa si eres cristiano o no; lo único que importa es si eres una "buena persona". (Las personas que creen esto también suelen creer que casi todas las personas, excepto Adolfo Hitler y Charles Manson, son "buenas personas").

Kant es sumamente responsable de esta forma de pensar. Ayudó a enterrar la síntesis medieval entre fe y razón. Describió su filosofía como un "limitar las pretensiones de la razón para dar lugar a la fe": como si fe y razón fueran enemigos y no aliados. En Kant, se concreta el divorcio entre fe y razón de Lutero.

Kant pensaba que la religión nunca podría ser una cuestión de razón, evidencia o argumento, como así tampoco una cuestión de conocimiento, sino más bien de sentimiento, intención y actitud. Este supuesto ejerció una profunda influencia en la mente de la mayoría de los educadores religiosos (por ejemplo, los escritores del catecismo y los departamentos de teología) de nuestros días, quienes han quitado su atención de los fundamentos básicos de la fe y de los hechos objetivos narrados en las Sagradas Escrituras y resumidos en el Credo de los Apóstoles. Divorciaron la fe de la razón y la casaron con la psicología popular, porque han aceptado la filosofía de Kant.

"Dos cosas me llenan de asombro", confesó Kant, "el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí". Lo que maravilla al hombre es lo que llena su corazón y dirige su pensamiento. Es necesario destacar que Kant se maravilla sólo de dos cosas: que no son Dios, ni Cristo, ni la Creación, ni la Encarnación, ni la Resurrección o el Juicio, sino "el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro del mí". "El cielo estrellado sobre mí" es el universo físico como lo conoce la ciencia moderna. Kant relega todo lo demás a la subjetividad. La ley moral no se encuentra "fuera" sino "dentro", no es objetiva sino subjetiva, no se trata de una ley natural de aciertos y errores objetivos que proviene de Dios sino de una ley hecha por el hombre que decidimos acatar. (Pero si la acatamos porque lo decidimos, ¿estamos realmente obligados?). La moral es una cuestión de intención subjetiva únicamente que no tiene un contenido que la fundamente, salvo la regla de oro (el "imperativo categórico" de Kant).

Kant señala que si la ley proviene de Dios más que del hombre, entonces el hombre no sería libre en el sentido de ser autónomo. Esto es verdad... luego Kant continúa sosteniendo que el hombre debe ser autónomo, entonces la ley moral no proviene de Dios sino del hombre. La Iglesia argumenta desde la misma premisa que la ley moral en realidad proviene de Dios y que entonces el hombre no es autónomo. El hombre es libre de elegir si obedece o desobedece la ley moral, pero no es libre de crear la ley misma.

Si bien Kant se consideraba cristiano, negaba explícitamente que pudiéramos saber que realmente existe (1) Dios, (2) el libre albedrío y (3) la inmoralidad. Decía que debemos vivir como si estas tres ideas fueran ciertas porque si creemos en ellas tomaremos la moral en serio y si no, no lo haríamos. Esta justificación de creer por razones puramente prácticas es un terrible error. Kant no cree en Dios porque sea cierto sino que porque le es útil. ¿Entonces por qué no creer en Santa Claus? Si yo fuera Dios, favorecería más a un ateo honesto que a un creyente deshonesto y Kant, para mí, es un creyente deshonesto porque existe una sola razón honesta para creer en algo: porque es verdadero.

Quienes quisieron vender la fe cristiana con un sentido kantiano, como un "sistema de valor" más que como una verdad, han fracasado por generaciones de generaciones. Con tantos "sistemas de valor" competitivos en el mercado, ¿por qué deberíamos preferir la variación católica a otras más simples con menos bagaje teológico u otras más sencillas que tienen menos exigencias morales inconvenientes?

Puede decirse que Kant se rindió, en realidad, retirándose del campo de batalla de los hechos. Creyó en el gran mito del siglo XVIII, la "Ilustración" (¡qué nombre irónico!): que la ciencia newtoniana estaba aquí para quedarse y que el cristianismo debía encontrar, para sobrevivir, un nuevo lugar en el paisaje mental diseñado por la ciencia. El único lugar que quedaba era la subjetividad.

Ello significó ignorar o interpretar como mito las afirmaciones sobrenaturales y milagrosas del cristianismo tradicional. La estrategia de Kant fue esencialmente la misma que la de Rudolf Bultmann, el padre de la "desmitologización" y el hombre que podría ser el primer responsable de que más estudiantes universitarios católicos perdieran su fe. Muchos profesores de teología son seguidores de sus teorías de crítica que reducen a meros "mitos" e "interpretaciones piadosas" las narraciones de los testigos que presenciaron los milagros escritos en la Biblia.

Bultmann dijo lo siguiente acerca del supuesto conflicto entre fe y ciencia: "La visión del mundo científico está aquí para quedarse y reafirmará su derecho contra toda teología, por imponente que sea, que entre en conflicto con ella". Resulta irónico que la misma "visión científica del mundo" de la física newtoniana que Kant y Bultmann aceptaron como absoluta e inalterable, ¡ha sido hoy en día casi universalmente rechazada por los mismos científicos!

La pregunta básica de Kant fue: ¿cómo podemos conocer la verdad? En las primeras etapas de su vida, aceptó la respuesta del racionalismo, que afirma que conocemos la verdad por el intelecto, más que por los sentidos, y que el intelecto posee sus propias "ideas innatas". Luego, leyó al empirista David Hume, quien, según dijo Kant, "me despertó del sueño dogmático". Como otros empiristas, Hume creía que sólo podemos conocer la verdad a través de los sentidos y que no tenemos "ideas innatas". Sin embargo, las premisas de Hume lo llevaron a la conclusión del escepticismo, es decir, la negación de que alguna vez podamos conocer la verdad con certeza. Kant consideraba que tanto el "dogmatismo" del racionalismo como el escepticismo del empirismo eran inaceptables y buscó una tercera vía.

Existía una tercera teoría desde los tiempos de Aristóteles, que era la filosofía del sentido común del realismo. Según el realismo, podemos conocer la verdad tanto a través del intelecto como de los sentidos, sólo si éstos trabajan adecuadamente y en tándem, como las dos cuchillas de una tijera. En vez de volver al realismo tradicional, Kant inventó una nueva teoría completa del conocimiento, denominada en general idealismo. La llamó su "revolución copernicana en la filosofía" y también se la designa con un término más sencillo: subjetivismo. El subjetivismo consiste en redefinir la verdad misma como subjetiva, no objetiva.

Todos los filósofos anteriores asumieron que la verdad era objetiva. Es simplemente lo que, desde nuestro sentido común, queremos decir con la "verdad": conocer lo que realmente es, ajustando la mente a la realidad objetiva. Algunos filósofos (los racionalistas) pensaban que podíamos alcanzar este objetivo sólo a través de la razón. Los primeros empiristas (como Locke) pensaban que podían conseguirlo a través de la sensación. Hume, el empirista escéptico que apareció más tarde, pensaba que nunca podríamos alcanzarlo con certeza. Kant negaba el supuesto común a las tres filosofías en competencia, es decir, que deberíamos alcanzarlo, y que la verdad significa conformidad con la realidad objetiva. "La revolución copernicana" de Kant redefine a la verdad misma como la realidad ajustándose a las ideas. "Hasta ahora se ha asumido que todo nuestro conocimiento debe ajustarse a los objetos... puede avanzarse mucho más si asumimos la hipótesis contraria de que los objetos del conocimiento deben ajustarse a nuestro pensamiento".


Kant sostenía que todo nuestro conocimiento es subjetivo. Ahora bien, ¿ese conocimiento es subjetivo? Si lo fuera, entonces el conocimiento de ese hecho también es subjetivo, etcétera, y quedaríamos reducidos a un salón de espejos infinitos. La filosofía de Kant es una filosofía perfecta para el infierno. Puede que los condenados piensen que en realidad no están en el infierno, que todo está en su mente. Y tal vez así sea; quizás eso es el infierno.

(Tomado de http://www.catholiceducation.org/es/religion-y-filosofia/otros-temas/los-pilares-de-la-falta-de-fe-kant.html)