Vamos a decirlo desde el comienzo: la filosofía de la naturaleza es la gran desconocida.
Cuando se
habla de filosofía es normal asociarla con disciplinas como la lógica, la
metafísica, la ética, la antropología y poco más; pero de ninguna manera se nos
ocurre relacionarla inmediatamente con algo llamado filosofía de la naturaleza.
Y sin embargo resulta que la filosofía de la naturaleza no solo es
efectivamente una de las partes de la filosofía, sino que se trata de una parte
con una capital importancia, ya que es en ella donde tomamos contacto primero y
fundamental con lo real inmediato y lo asumimos en clave genuinamente
filosófica. Decimos contacto primero porque en la lógica, por su sujeto específico,
no se trata tanto de la realidad (por lo menos no de forma directa), sino más
bien de nuestro modo de conocer lo real, de pensarlo. Y decimos contacto fundamental
porque al iniciar la filosofía partiendo del contacto real, directo y concreto
con el universo físico, se constituye ello en el fundamento y garantía de una
filosofía eminentemente realista. Veamos.
Normalmente se
nos dice que hay que iniciar por el estudio de la lógica. Y eso es correcto y
está muy bien, se debe comenzar por la lógica, pues allí adquirimos las
herramientas adecuadas para el bien pensar. Pero lo que debe venir en seguida
ya no es siempre tan claro, ya que, si revisamos los manuales más corrientes,
en seguida después de la lógica algunos continúan con la antropología, otros
pasan directamente a la metafísica, algunos siguen con la ética y los hay también
que continúan luego de la lógica con los asuntos relativos a la teoría del
conocimiento o epistemología (para ajustarnos al modo actual de hablar, harto
impreciso).
¿Qué debe
seguir a la lógica? No puede ser la metafísica puesto que evidentemente la
metafísica es más bien la cima de la investigación filosófica, la disciplina
reina en la que finalmente se contemplan las razones últimas de todo, según
como la inteligencia humana del “homo Viator” es capaz de alcanzarlas. Tampoco
podría ser la ética, puesto que por mero sentido común resulta evidente que
para tratar acerca del fin de los actos humanos y los medios que a él conducen,
estando de por medio la libertad humana, las pasiones, los hábitos, vicios, vida
en sociedad, etc., hay que conocer primero la misma naturaleza humana, tarea
que se lleva a cabo en la antropología filosófica o filosofía del hombre.
¿Será
entonces que luego de la lógica debe venir dicha filosofía del hombre o
consideración filosófica sobre el ser humano? Tampoco, porque el ser humano,
siendo como es un ente natural, un ser de la naturaleza, solo puede ser
estudiado una vez que se poseen ya las generalidades al menos de lo que
respecta a dichos entes naturales. Y llegamos así a la filosofía de la naturaleza,
cuyo objetivo, para decirlo brevemente, es considerar en el orden filosófico la
realidad natural entera, el ente natural, físico, móvil, potencial.
Tenemos entonces
que después de la lógica ha de estudiarse la filosofía de la naturaleza.
Pero no decíamos
arriba que es fundamental esta disciplina solo por este hecho de seguirse después
de la lógica en un orden correcto de aprendizaje, sino ante todo por el hecho
de que en la filosofía de la naturaleza entramos en contacto fecundo con la
realidad, en el sentido más concreto de esta palabra, la realidad física,
singular, afectada de temporalidad, espacialidad, etc. ¿Y esto es importante?
¡Claro, es importantísimo! ¿Por qué? Porque ello nos da la garantía de que todo
lo que venga después se construirá sobre la base sólida de lo real, lejos de
cualquier idealismo, o de cualquier pasión abstraccionista (palabra medio fea).
¿Y qué
conceptos nos va a heredar la filosofía de la naturaleza? ¡Conceptos de la
mayor importancia! Substancia, accidentes, esencial, accidental, formal,
material, actual, potencia, y otros. Estos conceptos que en distintos niveles
de visualización abstractiva van a ser transversales a lo largo de todas las
demás disciplinas filosóficas, se aprehenden por vez primera en la filosofía de
la naturaleza, es allí donde se conocen por primera vez, se abstraen por
primera vez formalmente, se aprende a conocerlos, manejarlos y aplicarlos por
primera vez. Y todo ello con la garantía de no estar especulando teorías ajenas
a lo real y fruto meramente de espíritus abstractos, sino seguros de estar refiriéndonos
con ellos a aspectos reales, de lo real-real, por decirlo de alguna manera.
De forma tal
que el que no quiere empezar por la filosofía de la naturaleza y salta, por
ejemplo, a la metafísica inmediatamente después de estudiar algunos rudimentos
de lógica, seguramente al manejar en la metafísica todos esos conceptos fundamentales
podrá dar de ellos una definición aprendida de memoria y elaborar un discurso
coherente, pero ciertamente no podrá captar en todo su sentido, en toda su
riqueza, ni en todo su alcance las propias afirmaciones que realice. Algo
semejante al que luego de probar un exquisito plato pudiera hacer la lista de
sus ingredientes pero sin saber de dónde vinieron ni por qué se mezclaron en la
proporción en que el chef lo hizo.
No rechacemos
entonces comenzar humildemente por la filosofía de la naturaleza; es entendible
que la importancia de los asuntos metafísicos, o la atracción de los temas
éticos o la evidente fascinación que puede provocarnos el estudio de la
naturaleza humana, pueda impulsarnos a saltar etapas e ir directamente a lo que
más nos interese, pero obrando así estaríamos impidiéndonos a nosotros mismos
el logro de una real comprensión de tan importantes cuestiones.
¡Bienvenido
entonces el esfuerzo por adentrarnos en la humilde pero importante filosofía de
la naturaleza!
Leonardo Rodríguez Velasco.