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martes, 29 de octubre de 2019

¿Solo hay opiniones?

Pensemos por un momento en lo que significa esa afirmación tan común hoy día de que no hay verdades sino meras opiniones, y que por lo tanto nadie puede pretender que su "opinión" valga más o esté por encima de la de alguien más.

No vamos a profundizar aquí en las contradicciones lógicas de todo relativismo, ya lo hemos hecho en otras ocasiones, simplemente quisiéramos dejar la siguiente reflexión:

¿Si no hay verdades sino meras opiniones, eso significa que afirmar que no hay verdades sino meras opiniones es solo una opinión?

Porque si afirmar que no hay verdades sino opiniones, es a su vez una mera opinión, eso significa que pueden haber otras opiniones sobre el asunto, por ejemplo, la opinión de que sí hay verdades. Y por lo tanto, según la lógica de quienes defienden este modo de "pensar", los que afirman que no hay verdades sino opiniones no podrían pretender que su opinión esté por encima o valga más que la de aquellos que afirman que sí hay verdades.

Dicho lo anterior la pregunta verdaderamente importante sería: ¿es posible que dos proposiciones o dos afirmaciones acerca de un asunto digan cosas contrarias y sean verdaderas al mismo tiempo? Es decir, ¿es posible que ante el cuerpo inmóvil de un pajarito uno diga que está muerto y otro diga que está vivo y ambos tengan razón? La sana lógica nos dice que no, una de las dos debe ser correcta, es decir, debe corresponder con la realidad, y la otra necesariamente ha de estar equivocada. El pajarito no puede estar vivo y muerto, si está vivo no está muerto y viceversa.

O el que dice que no hay verdad está en lo correcto o está en lo correcto el que dice que sí hay verdad. El gran problema para el primero es que en el mismo instante de afirmar que no hay verdad, lo afirma con la pretensión de que eso que está afirmando ES VERDAD, por lo tanto se contradice apenas abre la boca. Es la muerte de todo relativismo.

¿Cómo saber cuándo algo es verdad o no? Ahí ya estamos en el camino correcto, es el punto de partida adecuado, la existencia de afirmaciones verdaderas no se discute, se parte de ella porque es evidente desde su misma formulación y también es evidente en el acto que pretenda negarla. 

Mucho me temo que lo que ha sucedido es que el modelo científico actual, que parece nunca arribar a una verdad definitiva sobre sus objetos de estudio, sino estar en una permanente y perfectiva aproximación, se ha colado en los asuntos filosóficos y ha contaminado la manera de entender la relación de lo real con el intelecto humano, manera que es distinta según se trate de asuntos de laboratorio o de verdades metafísica o éticas, por ejemplo.

Pero de eso en una próxima oportunidad.


Leonardo Rodríguez V.


martes, 4 de julio de 2017

El indiferentismo como mal de la inteligencia

Al hombre moderno lo aquejan varios males, espirituales y materiales. Los materiales son los más visibles (guerras, hambre, muerte, enfermedad, pobreza, y un largo etcétera), pero a pesar de ser los más visibles no son los más graves, si tenemos en cuenta que el espíritu es más valioso ontológicamente hablando que la carne.

Los más graves, en una mirada católica de la vida, son los males espirituales. Y digo que en una mirada católica de la vida porque en verdad solo la espiritualidad y la cosmovisión católica de la vida enseña al hombre que lo material es pasajero, que este mundo que tanto nos fascina acaba pronto con la muerte y atrás quedarán todas las vanidades por las que suspirábamos tontamente.

De manera que no es que lo material sea malo, como dirían los maniqueos de todo tiempo, sino que es pasajero y engañoso, y la verdadera tarea del hombre es el cultivo de su alma, medio único con el cual asegurar la verdadera salud del hombre.

Desde esta perspectiva los errores del espíritu cobran una importancia tremenda, porque se convierten en los errores más dañinos y más destructivos. Y dado que eso que llamamos espíritu viene siendo a fin de cuentas el conjunto de vida formado por la inteligencia y la voluntad, en su tendencia hacia la verdad y el bien respectivamente; los errores del espíritu vienen a ser las enfermedades que puedan aquejar a la inteligencia, es decir errores. Y las enfermedades que puedan aquejar a la voluntad, es decir vicios.

Ahora bien, errores que pueden afectar a la inteligencia hay por miles, dado que todo juicio errado acerca de la realidad es de cierta forma un mal de la inteligencia que está hecha para la comprensión de lo real. Como por ejemplo si alguien se equivocara al enunciar la capital de Alemania o la fórmula química del agua. Lo que pasa es que este tipo de errores, con todo y ser errores, no son tan graves que digamos ya que sus consecuencias son pequeñas y además son fácilmente reparables, se puede salir de ese error con solo repasar nuevamente la lección y estar un poco más atento a la próxima.

Pero hay algunos errores que podríamos llamar genéricos, que ya no se refieren a alguna verdad particular, sino que dan nacimiento a toda una cascada de errores que afectan a la vida del hombre, podríamos enumerar algunos como ejemplo: nominalismo, hedonismo, relativismo, escepticismo, agnosticismo, etc.

Pues bien, entre esos errores genéricos que afectan ya no a una verdad particular y nos hacen equivocarnos acerca de dicha verdad, sino que afectan a toda la visión del hombre sobre lo real, hay uno del que poco se habla actualmente: el indiferentismo.

El indiferentismo es fruto del relativismo, es como su consecuencia natural. Al igual que el relativismo también el indiferentismo nace de una debilidad de la inteligencia, que llega a ser incapaz de captar la verdad de las cosas, la realidad, y se hace entonces incapaz de poner cada cosa en su lugar. El indiferentismo es la actitud de aquellos a quienes todo les da lo mismo, todo les parece de igual valor, toda opinión les parece valiosa, toda iglesia les parece igual de aceptable, toda creencia es para ellos igualmente buena.

Se dice entonces que miran estas cosas con 'indiferencia', es decir, no diferencian entre opiniones, iglesias, credos religiosos, posturas, corrientes, idearios, etc. Ya que todo lo meten en un mismo saco y juzgan ser todo igualmente bueno, valioso y aceptable.

A primera vista parece una actitud madura y prudente. Ya que dado que nos equivocamos tan fácilmente pareciera que lo mejor es mantener una actitud de reserva y no comprometernos con ninguna postura por sobre las demás, quedando así a salvo de equivocaciones. El punto es que se trata de una moneda de dos caras, como toda moneda, y si por un lado evitan errores, también terminan evitando aciertos. En otras palabras, el indiferente o indiferentista se aleja del error con su actitud de no pronunciarse sobre nada con firmeza, pero al mismo tiempo se aleja de la verdad, que es la vida de la inteligencia.

El indiferentismo tiene varias fuentes o causas. Por un lado a nivel filosófico proviene de una mala comprensión de lo que es la inteligencia humana. Por lo general hay detrás un empirismo radical que no reconoce la especificidad de la inteligencia y la identifican con la actividad de los sentidos y en últimas del cerebro. Y por este camino se borra de su paisaje mental toda concepción de la inteligencia como facultad de conocimiento, quedando el individuo reducido a su actividad sensorial y cerebral en procura de la adaptación al medio y la supervivencia.

Por ese camino reduccionista y materialista está claro que no queda lugar para debates acerca de la verdad de esta o aquella doctrina religiosa, moral, teológica o filosófica. Todo eso quedará dejado al libre arbitrio de cada quien, al parecer individual, al capricho de cada persona o, en últimas, a lo que el gobierno permita o prohíba con sus leyes.

Por el lado de la voluntad hay también una debilidad a la hora de seguir el verdadero bien humano. Son voluntades doblegadas por los vicios, en especial vicios de la carne. Y una personalidad esclava de los vicios se hace ciega para la comprensión de las verdades abstractas, que son precisamente las de la ética, la filosofía, la teología, la religión, etc. De manera que entonces también por ese lado la persona pierde interés por esos debates y acaba tomando el camino fácil: todo vale lo mismo, todo da lo mismo.

Ese es el indiferentismo, una enfermedad de la inteligencia, fruto del relativismo y de los vicios.

Es uno de los males del hombre actual, produce un cierto cansancio de la inteligencia. Llega uno a encontrar personas tan atrapadas ya por el indiferentismo que la misma idea de sostener una conversación sobre temas 'polémicos' les aburre, les deja indiferentes. Están dedicados a 'vivir la vida', y los debates 'vacíos' se los dejan a los que se quieran interesar en esas cosas, ellos tienen cosas más 'importantes' que hacer.

¿Cuál es el antídoto contra el indiferentismo? El amor por la verdad, el estudio de las sanas doctrinas, la defensa de la inteligencia.

Si no tomamos esto en serio tarde o temprano, por cansancio o por contagio, podríamos terminar también nosotros haciendo parte de la masa de indiferentistas.


Leonardo Rodríguez

miércoles, 5 de abril de 2017

¿Formación católica o activismo social?

Muchas veces se presenta lo que podríamos llamar un falso dilema: intelectualismo o activismo social. Veamos.

Los católicos tenemos inevitablemente el deber de conocer nuestra fe para poder ser conscientes de sus exigencias y vivirla debidamente. Este deber de conocerla implica en nuestra infancia el conocimiento básico de las principales verdades de la revelación divina como requisito para el inicio de nuestra vida sacramental. De ahí que los niños deban ir al catecismo para hacer su primera comunión y su confirmación.

Pero estas primeras nociones elementales de la fe se vuelven insuficientes hasta cierto punto a medida que vamos creciendo, no que dejen de ser ciertas por supuesto, sino que a medida que crecemos se va haciendo necesario que profundicemos en los contenidos de la fe, con el objetivo de vivir una fe adulta y sobre todo con el objetivo de hacer frente a los innumerables ataques que la fe recibe de parte de sus también innumerables enemigos, que siempre los ha habido, los hay y los habrá.

No se quiere decir con ello que todos debamos convertirnos en doctores sobresalientes de la teología y la filosofía católicas, lo cual en realidad corresponde en primer lugar al clero (que lamentablemente hoy ha renunciado a esta labor para entregarse a un activismo social vacío de esencia sobrenatural. Cuando no para vivir lo que les queda de fe desde un irracionalismo sentimentalista de corte protestante que anula el aspecto intelectual tan propio del catolicismo auténtico), pero sí se quiere decir con ello que sobre todo bautizado, dependiendo de sus circunstancias, recae el deber de dar razón de su fe cuando sea necesario, cuando las circunstancias así lo exijan para salvaguarda de la dignidad de la fe y defensa de su saludable efecto sobre los hombres y las sociedades.

No obstante vemos con preocupación cómo se ha extendido en la actualidad una corriente anti-intelectualista dentro de la feligresía católica, pasando a primer plano una propuesta meramente 'pastoral-social' de activismo filantrópico. En este sentido vemos que los católicos de hoy entienden su fe más como compromiso con causas 'sociales', sospechosamente emparentadas con banderas de dudosa procedencia 'política'. Sin duda la intención que mueve a este modo de entender su fe no la podemos juzgar como mala, pues solo Dios conoce los corazones de cada quién, pero nos parece que el énfasis exclusivo en esta 'vivencia pastoral-social' de la fe pone en riesgo el reconocimiento de que el catolicismo también posee, ni más faltaba, un lado comprometido con la verdad de las cosas, con la verdad sobre Dios, sobre el hombre, sobre la sociedad, sobre el alma, sobre la eternidad, sobre el pecado, etc.

De tal manera que se entra así en una pendiente resbaladiza al final de la cual el católico moderno, desgajado de ese 'intelectualismo' que se abre y se abraza a la verdad de las cosas (labor propia del intelecto y de ahí la expresión de 'intelectualismo), acaba comprometido en la práctica con un relativismo doctrinal en el cual todo vale, todo es igual, toda religión es verdadera (porque en el fondo ninguna lo es), todo credo religioso es positivo, etc. Y es algo que vemos a diario y que podemos comprobar sosteniendo una conversación con cualquier 'católico' promedio de hoy, incluso si es miembro del clero. De hecho si es miembro del clero su convicción sobre esto último será aún más fuerte.

Y como suele suceder la solución correcta está en un cierto punto medio entre dos extremos: labor social, sí, pero sostenida por una férrea formación doctrinal que impida la caída en el relativismo doctrinal y religioso, ya que si bien es cierto que existen las catorce obras de misericordia, también es cierto que existen los teólogos, los filósofos, los apologistas y los misioneros, y que la iglesia siempre cuidó de lo uno y de lo otro, y fundaba universidades tantas como hospitales y asilos, porque lo uno no impide lo otro, sino que ambos elementos se suponen y se exigen mutuamente.

Una fe meramente intelectual sin obras de misericordia y de amor es una fe vacía y fría que no produce fruto. Al paso que una 'vivencia' meramente 'social y filantrópica' de la fe sin asidero sólido en la doctrina, desemboca en un relativismo ajeno a la verdad que es también a su manera la muerte del alma.

Lo bello del catolicismo es su capacidad de aunar estos dos elementos en una armoniosa sinfonía que canta, aunque limitadamente, la armonía de la propia naturaleza de Dios, en quien se identifican la sabiduría y la bondad.

La 'vivencia' del catolicismo pide entonces el trabajo conjunto de esos dos aspectos: misericordia y ciencia. Misericordia para hacer frente a las necesidades de nuestro prójimo en su cuerpo, y sano cultivo de la ciencia para hacer frente a las necesidades de nuestro prójimo en su alma. De hecho en el conjunto de las obras de misericordia mismo queda plasmada esta armonía, las ponemos aquí como testimonio de lo dicho:


Obras de misericordia corporales:

1) Visitar a los enfermos
2) Dar de comer al hambriento
3) Dar de beber al sediento
4) Dar posada al peregrino
5) Vestir al desnudo
6) Visitar a los presos
7) Enterrar a los difuntos

Obras de misericordia espirituales:

1) Enseñar al que no sabe
2) Dar buen consejo al que lo necesita
3) Corregir al que se equivoca
4) Perdonar al que nos ofende
5) Consolar al triste
6) Sufrir con paciencia los defectos del prójimo
7) Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.


¿Cómo se cumplirán las tres obras de misericordia que subrayamos arriba si de antemano no nos hemos formado adecuadamente en la fe que decimos profesar? ¿Cómo enseñar al que no sabe si nosotros no nos hemos preocupado antes por saber? ¿Cómo dar consejo al que lo necesita si en esos momentos ni nosotros mismos tenemos claridad sobre las exigencias de la fe? ¿Cómo corregir al que se equivoca si, habiendo caído en el relativismo doctrinal, ni siquiera creemos que alguien pueda estar equivocado?

Entonces ¡a practicar las obras de misericordia, pero alimentados por el pan de la sana doctrina!

Mantengámonos en guardia contra el peligro que significa reducir la fe al activismo 'social' (en idioma católico hablamos de obras de misericordia por el amor de Dios), ya que es el camino perfecto para caer en el indiferentismo religioso.

Dejo aquí unas palabras del gran papa Gregorio XVI, en las cuales hace referencia precisamente a ese relativismo que hoy muchos católicos profesan, son palabras tomadas de su encíclica 'Mirari vos' del quince de agosto de 1832:

"Otra causa que ha producido muchos de los males que afligen a la iglesia es el indiferentismo, o sea, aquella perversa teoría extendida por doquier, merced a los engaños de los impíos, y que enseña que puede conseguirse la vida eterna en cualquier religión, con tal que haya rectitud y honradez en las costumbres. Fácilmente en materia tan clara como evidente, podéis extirpar de vuestra grey error tan execrable. Si dice el Apóstol que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo, entiendan, por lo tanto, los que piensan que por todas partes se va al puerto de salvación, que, según la sentencia del Salvador, están ellos contra Cristo, pues no están con Cristo y que los que no recolectan con Cristo, esparcen miserablemente, por lo cual es indudable que perecerán eternamente los que no tengan fe católica y no la guardan íntegra y sin mancha". 


Leonardo Rodríguez V.

lunes, 22 de febrero de 2016

La moral social



Es curiosa la manera en que hoy en día se dan al mismo tiempo dos fenómenos que parecen contradictorios. Por un lado es evidente, evidentísimo y reconocido por todos que la corrupción ha alcanzado unos niveles ya no solo preocupantes sino aterradores. A diario los programas de noticias llenan nuestros hogares con escándalos de corrupción en todos los niveles de la sociedad, desde la política hasta el deporte. De manera que la corrupción se ha convertido en el pan nuestro de cada día, al punto de que uno realmente se pregunta qué tipo de sociedad, si es que algún tipo, heredarán las futuras generaciones, pues es claro que las generaciones actuales están haciendo su mejor esfuerzo por pudrirlo todo.

Eso por un lado. Por otro tenemos el segundo fenómeno que anunciábamos al inicio: el rechazo a la moralidad. Cada vez son más las voces que desde diversos estamentos sociales se pronuncian en contra de lo que ellos llaman "moralismos". Y piden, casi que exigen, que la actual sociedad, muy avanzada y muy moderna, abandone los juicios morales pues estos contradicen la 'sagrada' libertad del hombre: nada es malo, nada es bueno. Solo existen acciones humanas y en cuanto tales todas igual de 'respetables' y 'válidas'.

Entonces coexisten estos dos fenómenos: altísimos niveles de corrupción de todo tipo, corrupción desbordada, imparable y que amenaza incluso el futuro de los que vienen detrás de nosotros. Y por otro lado una aversión a todo lo que se relacione directa o indirectamente con la moralidad.

¿Cómo es posible que se reconozca el problema, pero no la solución? porque es evidente que la solución al problema de la corrupción radica sencillamente en el retorno a la moral pública, es decir, el retorno al respeto social de los valores morales que brillaban no hace mucho, hasta que fueron eclipsados por la "era de la libertad".

Nos quejamos a diario de la corrupción de los políticos; pero al mismo tiempo nos quejamos del que nos viene a hablar en contra de decir mentiras, que de hecho es uno de los diez mandamientos de la tradición cristiana. Nos quejamos de esos casos aberrantes de abuso a menores; pero al mismo tiempo nos quejamos del que nos viene a hablar de la virtud de la pureza, de la castidad, del pudor, etc. Y así para todo. Vemos con claridad el problema, pero somos incapaces de reconocer la solución. Es como el médico que descubre con claridad la enfermedad, pero se niega a aplicar el tratamiento.

¿De dónde viene esa actitud tan extraña? esa actitud proviene de muchas fuentes, pero una de las principales es el inmenso prestigio que adquirió en la época moderna la libertad humana, entendida como absolutamente independiente y creadora de valores. De esto ya hemos hablado en varias ocasiones. La época moderna considera que la libertad humana es esencialmente una facultad humana que posibilita al hombre obrar autónomamente, sin tener que tomar como criterio de sus acciones, como norma de sus acciones, otra cosa distinta a su propio querer individual.

Es por esto que repugna a la sociedad moderna que le hablen de moral, de lo bueno y lo malo, de lo correcto y lo incorrecto. Porque ella cree que la moral, lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, son creaciones subjetivas, individuales: si para ti es bueno, es bueno; si para ti es malo, es malo, ¡y que viva la sagrada 'libertad'!

Por todo lo anterior la sociedad se debate hoy víctima de su propio invento. Se ha querido construir una sociedad que "por fin" se liberara de las cadenas de la religión, de la teología, de la moral, de unos supuestos mandamientos divinos, etc., y lo que se ha construido es una sociedad donde la norma es el capricho voluntarioso de cada uno, y el resultado es el egoísmo y el hedonismo convertidos en corrupción total de las instituciones sociales, desde el Estado hasta la familia.

Si la sociedad actual no reconoce la solución a su problema, muy pocas esperanzas debemos forjarnos acerca del porvenir, pues aunque todas las épocas pertenecen a Dios, Él siempre ha respetado la libre determinación del hombre, incluso cuando se quiere determinar libremente al infierno, social y físico.


Leonardo Rodríguez


jueves, 11 de febrero de 2016

La edad de las ideas



Recientemente alguien que me estaba escuchando hablar de la filosofía de santo Tomás de Aquino, me dijo que le parecía 'curioso' que "en pleno siglo XXI" aún hubieran personas que seguían ese sistema filosófico que era 'tan antiguo'. Y terminaba aconsejándome que mejor invirtiera mi tiempo en conocer autores como Jürgen Habermas, Richard Rorty, Michel Foucault, Martin Heidegger, Ludwig Wittgenstein y un largo etc de autores modernos y 'postmodernos'.

En el fondo lo que esta persona estaba suponiendo era que la validez de las ideas, de las tesis filosóficas, dependía de la edad que tuvieran; de tal manera que una idea 'antigua', era, por eso mismo, necesariamente menos verdadera que otra que fuera más actual, o incluso directamente falsa por el hecho mismo de ser antigua. Y que, por tanto, una idea más moderna (o postmoderna), por el hecho de ser más 'joven' en el tiempo, era también necesariamente más verdadera, o incluso directamente verdadera por ser "moderna".

Entonces la cosa queda más o menos así:

Filosofía antigua en el tiempo = inutilidad, ridiculez y quizá incluso falsedad.

Filosofía moderna en el tiempo = muy útil, interesante y necesariamente verdadera.

Lo curioso de este punto de vista acerca de las ideas filosóficas es que jamás en filosofía se ha enseñado que la edad de una idea sea un argumento válido a favor o en contra de dicha idea. Lo que se ha dicho es que las ideas se sostienen o caen según la argumentación que se use para establecerlas o refutarlas. De manera que sin importar cuán vieja sea una idea, si cuenta con sólidos argumentos a su favor, se sostendrá en el tiempo. Y por lo mismo, sin importar cuán nueva es una idea, cuán joven es, si los argumentos en su favor son débiles o inexistentes, dicha idea tenderá a debilitarse y desaparecer. 

Lo anterior, claro está, en un mundo ideal, donde las cosas pasan como debieran pasar. Pero estamos lejos de vivir en un mundo ideal.

Lo cierto es que lo nuevo, por el mero hecho de serlo, tiene la capacidad de fascinar a muchos, y de arrastrar tras de sí la aprobación masiva de aquellos a quienes cautiva el poder de la novedad. Como esas noticias que a veces pasan en la televisión acerca de las filas interminables de personas apiñadas a las afueras de un almacén en el que pronto se venderá un nuevo dispositivo de Apple.

¿Por qué pasa eso? ¿Por qué la novedad atrae tanto? quizá la respuesta esté en la falta de estabilidad de las nuevas generaciones, es decir: no creen en nada, no respetan nada, nada tiene un valor permanente, nada es digno de admiración, todo pasa, todo cambia, todo muere, hay que aprovechar el presente, vivir cada día como si fuera el último, carpe diem, etc.

Esa forma de ver las cosas prepara el camino para adorar las novedades y despreciar lo que se ha recibido como herencia. Las nuevas generaciones miran el pasado con desprecio, con suficiencia. Y crecen convencidas de que la época moderna es, en todo, completamente superior a cualquier cosa que se haya alcanzado en la antigüedad.

El problema con esta actitud es que lleva a una especie de "cronolatría", es decir, lleva a creer que el tiempo es el juez supremo y el criterio único que se debe seguir a la hora de juzgar cualquier cosa. A tal punto que casi que la única pregunta importante a la hora de emitir un juicio acerca de una corriente filosófica (y de cualquier cosa en general) sería: ¿A qué época pertenece?

Quizá también por eso hoy en los colegios ya no se enseña filosofía, mucho menos se enseña a filosofar. Y cuando se intenta hacerlo, lo único que se hace es enseñar historia de la filosofía, para que el alumno vea los sistemas de pensamiento que "hubo" antes y los que "hay" ahora, los actuales, los de hoy.

Muy por el contrario, santo Tomás de Aquino solía decir que la filosofía no se había inventado para saber lo que opinaban los filósofos, sino para saber cómo era la realidad de las cosas. 

El criterio cronológico o temporal para juzgar de la validez de una idea es propio de una mente infantil, que juzga por las apariencias en vez de juzgar por la profundidad y solidez esencial de las cosas. Termina dicho criterio produciendo una verdadera esclavitud de la inteligencia, obligada a tener por verdadero todo lo que los nuevos tiempos van opinando, no porque lo que opinan sea verdadero, sino porque es moderno. Y eso es la muerte de la inteligencia, que es una facultad llamada a descubrir la verdad de las cosas, no su aceptación por el público de cada época. La verdad no es moda.

Los modernos infantes que se han auto-condenado a seguir el dictamen de la "moda", reduciendo su inteligencia  a una máquina supervisora de fechas, continuarán mirándonos con una mezcla de lástima y desprecio.

De nuestra parte seguiremos en la senda de Tomás de Aquino, el antiguo, convencidos de la perennidad de su pensamiento y aleccionados por su amor a la verdad, sin importar las canas que adornan su cabeza.


Leonardo Rodríguez



martes, 9 de febrero de 2016

¿Un argumento a favor del relativismo?



Estimado lector, quiero que observes muy bien la imagen de arriba. Se trata de una imagen que anda mucho por las redes sociales (Facebook, Twitter, etc), y con ella buscan algunos promover una especie de defensa del relativismo de todas las opiniones, o mejor dicho, PROMOVER LA OPINIÓN DE QUE TODAS LAS OPINIONES SON IGUALMENTE VERDADERAS.

En la imagen se observa una figura cilíndrica como suspendida en el aire y proyectando su sombra en dos paredes al frente y al lado. Una de las sombras proyectadas es circular y la otra es un cuadrado. Y le han añadido en inglés señalando a cada sombra (me disculparán pero no la encontré en español): this is true - esto es verdadero. Como queriendo decir que el que afirma que la sombra que la figura proyecta es circular, dice tanta verdad como el que afirma que la sombra que la figura proyecta es cuadrada, de tal manera que APARENTEMENTE ambas opiniones o afirmaciones, aunque contrarias la una de la otra, serían VERDADERAS AL MISMO TIEMPO. Y señalando a la figura misma han puesto el letrero: this is truth - esto es LA VERDAD. Como queriendo decir que siempre tenemos opiniones que se aproximan a la verdad, pero nunca la verdad misma y por tanto toda opinión es valedera y respetable, pues todas son aproximaciones a la verdad, pero no la verdad misma. 

En verdad se trata de una imagen bastante ingeniosa. Con esta imagen algunos pretenden "demostrar" que todas las opiniones son verdaderas y que nadie puede hablar de verdades absolutas, porque todo DEPENDE DEL PUNTO DE VISTA.

Pero, ¿realmente la imagen es un buen argumento a favor del relativismo?

Vamos a ver.

El mal del relativismo NO CONSISTE en que la gente OPINE cosas distintas sobre las distintas realidades que existen. Por ejemplo: no es relativismo que uno diga que los pájaros son pequeños; y otro diga que los pájaros silban bonito; y otro diga que los pájaros vuelan. Porque todas esas son cosas distintas, pero perfectamente verdaderas todas.

El mal del relativismo CONSISTE en que se pretende que sean verdaderas al mismo tiempo COSAS CONTRADICTORIAS. Por ejemplo: si uno dice que los pájaros son seres vivos y otro diga que los pájaros son seres inertes. Pretender que esas dos afirmaciones son igualmente verdaderas es el MAL del relativismo epistemológico. Obviamente explicado en palabras muy sencillas, pero la idea es esa.

Si volvemos a mirar la imagen podemos captar claramente que si Lucas dice que la imagen que se proyecta en la pared de la izquierda es cuadrada, está haciendo una afirmación VERDADERA. Y si Juan afirma que la imagen que se proyecta en la pared de la derecha es redonda, está haciendo también una afirmación VERDADERA. Y no hay ningún problema en que ambas afirmaciones sean verdaderas.

LO QUE sí sería un error sería si Lucas afirmara que la imagen que se refleja en la izquierda es redonda o Juan afirmara que la imagen que se refleja en la derecha es cuadrada; O si Lucas afirmara que la imagen reflejada en la derecha es cuadrada, o si Juan Afirmara que la imagen reflejada en la izquierda es redonda. Porque esas opciones serían sencillamente falsas.

Aclaremos: el relativismo consistiría en que uno afirmara que la imagen reflejada en la derecha es redonda, y AL MISMO TIEMPO alguien pretendiera afirmar que esa imagen reflejada en la derecha es cuadrada. No es posible que esas dos afirmaciones contrarias hechas acerca de lo mismo, sean ciertas al mismo tiempo. Pero la imagen no dice eso, la imagen dice que el reflejo de la derecha es redondo y el de la izquierda es cuadrado, y eso es perfectamente cierto. Luego no es ningún argumento a favor del relativismo, sino más bien un argumento a favor de la riqueza de lo real.

¿Qué podemos probar con esa imagen? podemos probar con esa imagen que la realidad es compleja y muy rica en aspectos, y que quizá nunca terminaremos de conocerla por completo. Los medievales decían incluso que no conocemos ni siquiera la esencia de una mosca, queriendo decir con ello que las cosas tienen un ser complejo lleno de aspectos.

Conocer que los pájaros vuelan y son bonitos y son aves y son seres vivos, etc., NO ES RELATIVISMO, simplemente es que los pájaros son todo eso. Lo contradictorio sería afirmar que un pájaro es A LA VEZ vivo e inerte; que es A LA VEZ lindo y horrible; que es A LA VEZ un animal volador e incapaz de volar. Y pretender que todas esas afirmaciones sean igualmente verdaderas.

Me parece entonces que los que difunden esa imagen por Internet CON LA INTENCIÓN de apoyar alguna especie de relativismo, se equivocan en su interpretación, porque lo que la imagen dice es que la realidad es rica en aspectos, NO que se puedan afirmar AL MISMO TIEMPO y SOBRE LOS MISMOS ASPECTOS, cosas contradictorias.


Leonardo Rodríguez


sábado, 17 de octubre de 2015

(6) Los pilares de la falta de fe – Sartre

sartre
Jean Paul Sartre

Autor: PETER KREEFT

Es posible que Jean-Paul Sartre sea el ateo más famoso del siglo XX. Como tal, reúne todos los requisitos para estar incluido en cualquier lista de "pilares de la falta de fe".

Sin embargo, seguramente logró muchas más conversiones que aquellos que "miraban la fe de costado" en comparación con la mayoría de los apologetas cristianos, ya que Sartre hizo del ateísmo una experiencia casi insoportable, tan demandante, que muy pocos pudieron aguantarla.

Los ateos cómodos que lo leyeron se convirtieron en ateos incómodos y el ateísmo incómodo es un gran paso para acercarse más a Dios. En sus propias palabras, "El existencialismo no es otra cosa que un esfuerzo por extraer todas las consecuencias de una postura atea coherente". Deberíamos estarle agradecidos por esto.

Sartre llamó "existencialismo" a su filosofía basada en la tesis de que la "existencia precede a la esencia". Esto significa concretamente que "el hombre no es otra cosa que lo que él se hace". Como no existe un Dios para diseñar al hombre, el hombre no tiene ningún molde, no tiene esencia. Su esencia o naturaleza no proviene de Dios como su Creador, sino de su propia elección libre.

Aquí se advierte una intuición profunda, aunque es inmediatamente subvertida. La intuición consiste en comprender que el hombre determina quién será por sus elecciones libres. Dios es quien crea todo lo que es el hombre y éste es quien moldea su propia y única individualidad. Dios da origen a nuestro qué, pero nosotros formamos nuestro quién. Dios nos da la dignidad de estar presentes en nuestra propia creación o co-creación. Nos asocia consigo mismo en la tarea de co-crearnos a nosotros mismos. Sólo crea la materia prima objetiva, a través de la herencia genética y del ambiente. Cada uno le dará la forma final a su propia individualidad a través de sus elecciones libres.

Lamentablemente, esta libertad de autodeterminarse que Sartre descubrió en el hombre, lo llevó a sostener que Dios no existe, porque, de haber un Dios, el hombre quedaría reducido a un mero artefacto Suyo y por ende no sería libre. Es una constante en su pensamiento la afirmación de que la libertad y la dignidad humanas suponen necesariamente el ateísmo. Su actitud es parecida a la de un vaquero en un western diciéndole a Dios, como si fuera su enemigo: "Este pueblo no es lo suficientemente grande para ti y para mí. Uno de los dos tiene que irse".

De este modo, la legítima preocupación de Sartre por la libertad humana y su comprensión acerca de cómo esta hace a las personas esencialmente diferentes, a partir de cosas que apenas lo son, lo llevaron al ateísmo porque (1) confunde libertad con independencia, y porque (2) el único Dios que él puede concebir es uno que nos quitaría la libertad humana, en vez de crearla y mantenerla: una suerte de fascista cósmico. Además, (3) Sartre comete el error adolescente de equiparar libertad y rebelión. Dice que la libertad es sólo "la libertad de decir que no".

Sin embargo, esta no es la única libertad, también existe la libertad de decir que sí. Sartre piensa que comprometemos nuestra libertad cuando decimos que sí, cuando optamos por afirmar los valores que nos han enseñado nuestros padres, la sociedad o la Iglesia. Entonces, lo que Sartre quiere decir por libertad es muy parecido a lo que los beatniks de los años 50 y los hippies de los años 60 llamaron "hacer tu vida" y lo que la generación del yo ("ME Generation") de los 70 llamó "cuidarse a sí mismo en primer lugar".

Otro concepto que Sartre toma en serio, pero del que hace mal uso, es la idea de la responsabilidad. Piensa que creer en Dios comprometería necesariamente la responsabilidad humana porque entonces culparíamos a Dios más que a nosotros mismos de lo que somos. Ello no es así. Ni mi Padre del Cielo ni mi padre terrenal son responsables de mis elecciones o del carácter que voy modelando a través de dichas elecciones; yo soy el responsable. Además, esta teoría de la responsabilidad llevaría necesariamente a negar no sólo la existencia del Padre Celestial sino también la del padre terreno.

Sartre es sumamente consciente del mal y de la perversidad humana. Dice "Hemos aprendido a tomar al mal en serio... El mal no es una apariencia... Conocer sus causas no acaba con él. El mal no puede redimirse".

Sin embargo, también dice que al no existir Dios y siendo en consecuencia nosotros mismos los que creamos nuestros propios valores y leyes, en realidad no existe ningún mal: "Elegir ser esto o aquello es afirmar al mismo tiempo el valor de lo que elegimos, por eso nunca podemos elegir mal". De este modo Sartre por un lado le da mucho realismo al mal ("El mal no puede redimirse") y por otro lado le da demasiado poco ("nunca podemos elegir mal").

El ateísmo de Sartre no dice simplemente que Dios no existe, sino que la existencia de Dios es imposible. Al menos le rinde una suerte de homenaje a la noción bíblica de Dios como "Yo Soy", llamándola la idea más auto-contradictoria que jamás haya imaginado, "la síntesis imposible" del ser por sí mismo (personalidad subjetiva, el "Yo") con el ser en sí (perfección objetiva eterna, el "Soy").

Dios significa la persona perfecta y esto para Sartre es una contradicción. Cosas o ideas perfectas, tales como la Justicia o la Verdad, son posibles; y las personas imperfectas, como Zeus o Apolo, son posibles. Pero la persona perfecta es imposible. Zeus es posible, pero no real. Dios es único entre los dioses: no sólo es irreal sino que también es imposible.

Dado que Dios es imposible y considerando que Dios es amor, el amor es imposible. Lo más escandaloso en Sartre es probablemente su negación de la posibilidad de un amor genuino y altruista. La mayoría de los ateos sustituyen a Dios con el amor humano, como aquello en lo que pueden creer, pero Sartre sostiene que el amor es imposible. ¿Por qué?

Porque si no hay Dios, cada individuo es Dios. Pero sólo puede haber un único Dios absoluto. De este modo, todas las relaciones interpersonales son fundamentalmente relaciones de rivalidad. En esta premisa, Sartre se hace eco de Maquiavelo. Cada uno de nosotros juega necesariamente a ser un Dios para el otro; cada uno de nosotros, como el autor del juego de su propia vida, reduce forzosamente a los demás a personajes del teatro de su propia vida.

Hay una pequeña palabra que la gente común cree que denota algo real y que los enamorados creen que denota algo mágico. Sartre cree que denota algo imposible e ilusorio. Es la palabra "nosotros". No puede existir un "sujeto nosotros", comunidad ni amor desinteresado si siempre estamos intentando ser Dios, el único sujeto Yo que existe.

La obra más famosa de Sartre, "A puerta cerrada", coloca a tres hombres muertos en una habitación y observa cómo cada uno de ellos se convierte en un infierno para los otros simplemente jugando a ser Dios entre ellos: no en el sentido de ejercer un poder externo, sino simplemente cosificando a los otros, conociéndolos como objetos. La lección más horrible de la obra es que "el infierno son los otros".

Hay que tener una mente profunda para decir algo tan profundamente falso. La verdad es que el infierno es precisamente la ausencia de otras personas, tanto humanas como divinas. El infierno es la soledad absoluta. El Cielo son los otros, porque es el lugar en el que se encuentra Dios, y Dios es la Santísima Trinidad. Dios es amor, Dios "son los otros".

La tenaz honestidad de Sartre lo hace casi atractivo, a pesar de sus conclusiones repelentes, como la falta de sentido de la vida, la arbitrariedad de los valores y la imposibilidad del amor. Sin embargo, su honestidad, independientemente de la fuerza con que se haya arraigado en su carácter, se transformó en trivial y sin sentido debido a esta negación de Dios y por ende de la Verdad objetiva. Si no hay una mente divina, tampoco hay verdad, excepto la verdad que cada uno hace de sí mismo. Entonces, si no hay otra cosa que me haga ser honesto excepto yo mismo, ¿qué significado tiene la honestidad?

No obstante, no podemos evitar emitir un veredicto mixto sobre Sartre ni estar satisfechos con sus conceptos tan repelentes, ya que emanan de su coherencia. Nos muestra la verdadera cara del ateísmo: el absurdo (empleando un término abstracto) y la náusea (la imagen concreta que utiliza y el título de la primera y mejor de sus obras).

"La náusea" es la historia de un hombre que, después de una búsqueda ardua, se encuentra con la terrible verdad de que la vida no tiene sentido, que es simplemente un exceso nauseabundo, como el vómito o el excremento. (Sartre tiende a emplear imágenes obscenas adrede porque siente que la vida misma es obscena).

No podemos evitar estar de acuerdo con William Barret cuando dice que "a los que estén dispuestos a valerse de esta [náusea] como una excusa para echar por tierra toda la filosofía sartriana, podemos decirles que es mejor encontrar nuestra propia existencia en el asco que nunca encontrarla".

En otras palabras, la importancia de Sartre es como la del Eclesiastés: hace la más importante de todas las preguntas, con coraje y sin vacilar, y podemos admirarlo por eso. Lamentablemente, también da la peor respuesta posible, tal como lo hizo el Eclesiastés: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad".


Sólo podemos tenerle lástima por eso y junto a él a los muchos otros ateos que son lo suficientemente lúcidos como para ver, tal como él lo hizo, que "sin Dios todo está permitido", pero nada tiene sentido.


(Tomado de http://www.catholiceducation.org/es/religion-y-filosofia/filosofia/los-pilares-de-la-falta-de-fe-sartre.html)

jueves, 15 de octubre de 2015

Relativismo "católico"

Vamos a ver. Hemos puesto un título voluntariamente contradictorio, puesto que evidentemente ni existe ni es posible que exista un relativismo católico, sería algo así como pedir la existencia de un círculo que fuera cuadrado.

El catolicismo no es una filosofía, lo cual es obvio, sino una religión, o mejor dicho es la Religión, con mayúscula. Y aunque no es de suyo un sistema filosófico, sí es cierto que se apoya en una concepción del mundo que coincide con la que históricamente se ha denominado realista, o aristotélico-tomista. Y de ella toma la fundamentación que su teología reclama, pues lo sobrenatural supone lo natural.

Y dentro de dicho realismo no tiene cabida un sistema contradictorio como el relativismo, para el cual, sobre todo en terreno moral, no existen verdades universales, absolutas y eternas, sino que todo depende ya sea de la persona, de la época o del lugar. Y no tiene cabida por el hecho mismo de que el realismo consiste sencillamente en proclamar que existe, independientemente de la mente y de la voluntad humana, un universo (incluido el hombre mismo) cuyo orden natural no requiere de la mirada de la inteligencia humana para existir y persistir, sino que por el contrario se impone a dicha inteligencia, cuyo trabajo es contemplarlo y comprenderlo con precisión para poder vivir de acuerdo a lo real.

¿Entonces por qué hablamos de un relativismo "católico"? porque hoy en día se está difundiendo entre los católicos mal informados una idea distorsionada acerca de la misericordia y el amor fraterno. Veamos.

Al prójimo hay que amarlo, es el segundo de los dos mandamientos que resumen toda la obligación del católico: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Pero lo que hoy no se dice es que del prójimo debemos amar más el alma que el cuerpo, es decir, que el primer amor hacia el prójimo es el amor hacia la salud y el bienestar de su alma. Sin querer decir con ello que el socorro de sus necesidades materiales no sea obligatorio también, sino que solo establecemos un orden de prioridad, de acuerdo a la nobleza de cada cosa, una es la nobleza del alma y otra la nobleza del orden material. 

Entonces hoy se difunde entre muchos católicos una tendencia a poner las cosas al revés y atender por sobre todas las cosas a las necesidades materiales, a tal punto que las espirituales se consideran secundarias o no se les concede ninguna importancia. Hablo aquí de esos católicos cuyo "apostolado" se reduce única y exclusivamente a mero activismo social, sin invertir jamás ni el más mínimo esfuerzo, por ejemplo, en el llamado a la conversión, al arrepentimiento, a llevar una vida sacramental y de oración, etc. Todo esto ha desaparecido en el "apostolado" de muchos católicos, sacerdotes y obispos incluidos.

De manera que hoy asistimos al espectáculo trágico de un catolicismo, o mejor dicho, de unos católicos, que han renunciado a la búsqueda del bien del alma, propia y ajena, para concentrarse con exclusividad en las obras de asistencialismo social.

Aclaremos algo: la Iglesia desde siempre ha recomendado, enseñado, aconsejado, urgido, la obligación de todo creyente de compartir, de dar, de ayudar, de socorrer, etc., a las necesidades de los más débiles. Basta recordar el listado de obras de misericordia que todos aprendimos cuando pequeños: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, visitar al enfermo, etc. Pero esta enseñanza estaba enmarcada en un orden, en una jerarquía, que ponía por encima las necesidades del alma, propia y ajena, de tal manera que había que ocuparse de éstas, sin descuidar aquellas. Y así lo entendió siempre la iglesia y así lo practicaron siempre los católicos. En esto es en lo que hoy presenciamos el cambio.

Hoy al parecer ha ganado terreno entre los 'católicos' la idea de que lo que se crea, la religión a la que se pertenezca, la ideología que se profese (incluido el ateísmo y cuanta rareza oriental exista) es lo de menos, y que el católico, lejos de CONVERTIR personas al catolicismo, debe "HACER EL BIEN", entendiendo la palabra BIEN en el sentido de bien material, bien físico, asistencialismo social, etc. 

Y ESTO HA CONVERTIDO A MUCHOS "CATÓLICOS" EN FILÁNTROPOS, Y HUMANISTAS; EN QUIENES EL CATOLICISMO YA ES SOLO UNA PÁLIDA SOMBRA DE LA CUAL SOLO SOBREVIVE EL NOMBRE.

De este mal muere actualmente el apostolado católico, y es un mal que se difunde, desgraciadamente, desde el clero mismo, quienes víctimas de una formación deficiente a nivel teológico y filosófico, han asumido su sacerdocio desde la óptica de la preocupación exclusiva por lo terreno. Se han adulterado las fuentes.

Urge recuperar el verdadero sentido del apostolado católico, y hacer lo uno sin descuidar lo otro. 


Leonardo Rodríguez

   

martes, 29 de septiembre de 2015

La plaga del indiferentismo

La indiferencia puede ser entendida de varias maneras. Por ejemplo la indiferencia consiste en que algo no nos importa, y como no nos importa, no se convierte en algo de nuestro interés, sino que es algo precisamente 'indiferente', como cuando en un restaurante nos preguntan que si el jugo lo queremos en agua o en leche y muchas veces contestamos que 'de cualquier forma', porque realmente nos da igual.

También puede entenderse la indiferencia como el hecho de no establecer diferencias. Como cuando no sabemos mucho de motocicletas y decimos que no vemos la diferencia entre una marca u otra. En este segundo modo de entender la indiferencia el problema está cuando no establecemos diferencia entre cosas que efectivamente son diferentes, y tratamos igual a cosas que debiéramos tratar diferente.

Hoy se quiere meter todo dentro de un mismo saco: religiones, filosofías, éticas, cosmovisiones, etc. Se pretende que no hay diferencia entre las diversas religiones, por ejemplo, y que en "en el fondo" todas buscan lo mismo. De tal manera que da igual a cual religión se pertenezca o qué tipo de corriente filosófica o ética se defienda, ya que "en el fondo" todo es lo mismo y ninguna es más o mejor que las otras diversas opciones posibles.

El nombre que los papas de hace cien años daban a este fenómeno era 'indiferentismo'; el deseo de meterlo todo en un mismo saco, la pretensión de que todas las religiones son en el fondo igual de valiosas, incluso igual de valiosas que el ateísmo.

Y eso es lo que nos toca vivir hoy, una época de un profundo indiferentismo. Y agravado aún más por el hecho de que hoy el indiferentismo, o mejor dicho, ser indiferente, da un aire de superioridad, un aire de inteligencia, de modernidad, de "madurez". De tal manera que afirmar la primacía de una religión sobre otra, una corriente filosófica sobre otra, una ética sobre otra, etc., solo sirve para ser de inmediato tenido por loco, fundamentalista, intolerante, discriminador, fascista, y un largo y nutrido etc.

Detrás de todo este sistema de indiferentismo está una idea errada acerca de la inteligencia humana, es decir, una cuestión psicológica, o más bien, una cuestión de psicología filosófica. 

La inteligencia es la facultad que nos permite conocer la realidad de las cosas, incluídas las realidades religiosas, éticas y filosóficas; o la inteligencia es algo que el cerebro realiza, es decir, un conjunto de procesos cerebrales dirigidos a la adaptación del organismo al medio ambiente. Y hoy ha triunfado la segunda tesis.

Y entonces como la inteligencia no es vista ya como una facultad para conocer, sino como una capacidad cerebral de adaptación, es lógico que la verdad haya pasado a un segundo plano y haya sido reemplazada por la utilidad. De manera que no se busca en la religión el hecho de que ofrezca una visión verdadera acerca de la realidad, sino que se busca ante todo que ofrezca alguna utilidad para la sociedad. Y si cumple con esa función entonces ya de inmediato es aceptada y validada. Lo mismo con las filosofías y con los diversos sistemas éticos. Lo mismo con el ateísmo.

Por eso, por ejemplo, cuando el papa hace "ecumenismo" y se reúne a "rezar" con líderes de otras "religiones" por la "paz" mundial o algo de ese estilo, todos aplauden, porque ven en la religión solo algo que debe prestar un servicio a la humanidad, un servicio terrenal. Poco importan los dogmas o las afirmaciones trascendentes de cada religión, poco importa si dichas afirmaciones se contradicen entre sí con las de otras religiones. Porque en el fondo, dicen, lo que importa es que sirvan de algo a la humanidad.

Eso es lo que los papas de los siglos XVIII, XIX y primera mitad del siglo XX denunciaron con el nombre de indiferentismo. Y es la plaga de la sociedad actual.


Leonardo Rodríguez

sábado, 26 de septiembre de 2015

Del pensamiento débil al hombre débil

Vive aún en nuestros días, debe tener ya unos 90 años, un renombrado filósofo italiano, Gianni Vattimo. Este filósofo es conocido, entre otras cosas, por escribir sobre un fenómeno que él llamó 'PENSAMIENTO DÉBIL'. Mucho se ha escrito sobre dicho fenómeno, pero una forma sencilla de explicarlo es diciendo que el pensamiento débil es una característica de esta época nuestra, que consiste en que los grandes sistemas que aspiraban a explicar el mundo ya cayeron y deben darle paso a iniciativas menos ambiciosas, menos totalizantes, menos abarcadoras.

De tal manera que las grandes religiones, con sus sistemas explicativos del mundo, así como las filosofías de matriz metafísica con intención de ofrecer explicaciones completas sobre la realidad, deben quedar a un lado y dejar el protagonismo a modelos no explicativos sino interpretativos. Modelos que sirvan para interpretar una sociedad pluralista, abierta, diversa, tolerante, etc., como la nuestra.

En este nuevo escenario de 'pensamiento débil', la idea directora de todo debe ser la de un relativismo supuestamente respetuoso de todas las opciones y posturas, ya que precisamente se trata de dejar a un lado las pretensiones de poseer verdades absolutas, para poder dar cabida a la multiplicación de las interpretaciones personales, en un mundo diverso y plural.

Es por esto que hoy desde todas las instituciones y medios de comunicación se difunde una especie de veneración religiosa por el relativismo, de tal manera que si uno quiere ser parte exitosa de la nueva sociedad debe asumir como "principio" que todo principio vale. Y por el contrario, si se defiende una postura distinta a la del relativismo y el pensamiento débil, de inmediato se verá uno excluido y condenado al ostracismo social.

El pensamiento débil es, entonces, la marca característica de la sociedad actual, y su fruto más evidente es el relativismo, que hoy vemos triunfar por todas partes, con ese desprecio por la verdad que llega hasta el desprecio por quienes piensen distinto a los propios relativistas.

Gran razón tuvo entonces Vattimo para describir como característica de este tiempo al pensamiento débil.

Y un pensamiento débil solo ha dado como resultado un ser humano débil, sin convicciones, gelatinoso, presa fácil de toda propaganda ideológica. 


Leonardo Rodríguez.

lunes, 21 de septiembre de 2015

El ‘pecado’ de tener la razón

Antiguamente se decía que existían 7 pecados capitales, llamados así porque eran como las cabezas (capita, en latín) de donde nacían todos los demás pecados habidos y por haber. Se aprendían de memoria desde niños, en el catecismo, y su atractivo se experimentaba luego durante toda la vida, de tal manera que la personalidad y el carácter de cada uno se formaba o deformaba según que se sucumbiera a sus encantos o se resistiera a ellos con fortaleza.

Hoy en día hasta la palabra ‘pecado’ está exiliada del vocabulario corriente, lo cual no significa que por ello haya el pecado dejado de existir, todo lo contrario, está más presente que nunca solo que pasa más desapercibido porque ha sido ‘legalizado’ y conforma la atmósfera social que nos rodea. Y por lo mismo ya no produce el rechazo que generaba años atrás.

No obstante lo anterior se da hoy un curioso fenómeno y es el siguiente: el mismo horror que se tenía antes por los pecados capitales o por sus hijos, se tiene hoy por un nuevo tipo de ‘pecado’, el pecado de tener la razón. Vamos a explicar esto.

Hoy toda persona que pretenda oponerse y tener la razón en temas como el aborto, la eutanasia, el “matrimonio” homosexual, la adopción de niños por parte de parejas homosexuales, el divorcio, la anticoncepción, y un largo etc., verá de inmediato cómo la muy “tolerante” sociedad liberal actual se le vendrá encima con toda su apabullante capacidad para producir miedo y callar críticos. Es algo que se experimenta por ejemplo en las redes sociales; y es que en efecto basta un simple comentario contra el aborto para de inmediato recibir una avalancha de insultos, críticas, burlas y hasta amenazas de todo tipo, simplemente por haber cometido el “pecado” de pretender en ese tipo de temas tener la razón.

Y es que hoy se alaba al relativista. Ese personaje que va diciendo que todo vale, que da lo mismo una opinión u otra, que todo depende del contexto, que todo depende de la época, etc., ese personaje es alabado y tenido hoy día como una especie de ser superior dueño de algún tipo de ‘sabiduría’ superior a la del resto de los mortales. Y estos personajes se creen su papel y miran al resto con aires de suficiencia y hasta de lástima, en especial a esos pobres personajes que creen tener la razón.

De manera que hoy la mejor forma de hacerse enemigos en todas partes es proclamar que existe lo correcto y lo incorrecto, lo decente y lo indecente, lo bueno y lo malo, lo que está bien y lo que está mal, etc. Porque de inmediato te dirán: ¿Quién te crees tú para pensar que tienes la razón? Tener la razón se ha convertido hoy en el peor de los ‘pecados’.

Así las cosas considero que será quizá la única vez que podremos sentirnos orgullosos de ser pecadores, porque dos y dos seguirán eternamente siendo cuatro, pues la realidad no cambia aunque a algunos les moleste que así sea.


Leonardo Rodríguez



sábado, 19 de septiembre de 2015

Dialogar con relativistas

Dialogar con un relativista es una excelente manera de perder el tiempo, pues no importa el empeño que pongas en mostrarle que su posición es equivocada, para él la tuya será siempre solo una postura más, entre otras igualmente valiosas.

Todos hemos tenido alguna vez la experiencia de encontrarnos con ese personaje que va por la vida afirmando que todo da igual, que nada es verdadero ni falso, sino que toda afirmación tiene igual derecho a ser respetada. En estos casos, lo mejor suele ser permitir que esa persona siga su camino. Claro que se puede intentar hacerle ver su equivocación, por ejemplo señalando la contradicción en que cae al afirmar, por un lado, que no hay afirmaciones verdaderas, mientras que por el otro lado afirma que esa afirmación es verdadera. Pero en mi experiencia, pocas veces una discusión con un relativista llega a buen puerto. Creo que de tanto ir en contra vía de la realidad su mente acaba finalmente por volverse una especie de gelatina informe e indefinidamente maleable, presa fácil de toda propaganda y de toda ideología.

¿Por qué sucede eso? ya lo he dicho en muchas ocasiones: creo que la causa de la incapacidad del relativista para percibir su error NO RADICA EN SU INTELIGENCIA SINO EN SU VOLUNTAD, y para ser más precisos, en la esfera emocional, pasional o afectiva de su psiquismo. Me explico.

La filosofía clásica enseña que entre las distintas facultades humanas existe una interconexión tan profunda que cualquier movimiento de una de ellas inevitablemente produce una repercusión en las demás. Esto se ve por ejemplo en la ira que sentimos al recordar algo que nos molestó recientemente, pues ahí se ve claramente la conexión entre un acto cognoscitivo (recordar) y un acto pasional (el enojo); o cuando por causa de una profunda tristeza somos incapaces de concentrarnos para un examen universitario. 

Lo anterior significa sencillamente que los seres humanos somos una unidad, somos un solo ser, no una multitud de facultades superpuestas las unas sobre las otras como los ladrillos de una casa, sin más contacto que el meramente físico.

Y ahí está, creo yo, la explicación del estilo de vida que muchos han asumido hoy día, estilo de vida y de pensamiento dominado por un relativismo total, sobre todo en temas morales. Creo que muchos relativistas actuales no son tales por una conclusión razonada proveniente de años de estudio juicioso sobre la epistemología de la experiencia humana, sino más bien son relativistas por una consecuencia de hábitos de su voluntad, es decir, son relativistas porque viven desde hace años una vida marcada por el relativismo en su conducta, y de tanto vivir así han acabado por impedir a su inteligencia comprender a nivel teórico el error craso que es el relativismo.

O para decirlo en palabras aún más sencillas: son relativistas porque necesitan el relativismo, pues si descubrieran que el relativismo no es una postura racional entonces tendrían que cambiar su entero estilo de vida Y ESO ES LO QUE NO ESTÁN DISPUESTOS A HACER.

Voy a ponerles un ejemplo de esto que acabo de decir: pensemos en un hombre de mediana edad, unos 34 años. Profesional. Soltero, obviamente, pues cree que el matrimonio es solo una costumbre relativa de ciertas culturas y que es igual de valioso estar casado que vivir de cama en cama. Este personaje vive de amorío en amorío, no le preocupa el qué dirán y cada fin de semana vive una "aventura" más. Cuando a este personaje se le pregunta por asuntos trascendentes como la verdad, la moral, el fin del hombre, el sentido de la vida, etc., se limita a afirmar que no hay ninguna moral verdadera y que lo importante es que cada uno haga lo que crea mejor para sí mismo y lo que lo haga feliz. Bien. Estamos aquí ante un caso en donde el relativismo es necesario para esta persona, el relativismo es la estructura fundamental de todo su estilo de vida, y por tanto, para no tener que cambiar de vida, defenderá el relativismo hasta el final, pues necesita hacerlo así para sentir de alguna manera justificada su conducta.

Supongo que no todos los relativistas se ajustan al ejemplo presentado arriba, pero sí un gran número, por lo menos casi todos de los que yo conozco. 

¿Y qué pensar de aquellos que sostienen el relativismo y sin embargo no llevan vidas moralmente viciadas que expliquen dicho relativismo? en esos casos puede ser que su relativismo sea fruto de una formación mediocre o hecha a medias, es decir, personas que en temas trascendentales se contentaron con algunas lecturas básicas, o con seguir la moda que imponen algunos generadores de opinión en los mass media, y nunca quisieron ir al fondo del asunto. 

El punto es que el relativismo no tiene defensa racional y la causa de su aceptación debe ser buscada en todas partes menos en la lógica.

Por esto es tan difícil el diálogo con el relativista, y por eso es que pocas veces da algún fruto, detrás del relativista vive un ser encadenado por el vicio o por la ignorancia.




Leonardo Rodríguez