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martes, 30 de agosto de 2022

Sobre la obra del padre Álvaro Calderón

Entre los interesados en el pensamiento de santo Tomás de Aquino hoy día, son muy pocos los que conocen, o más bien, tienen el privilegio de conocer, la obra del padre Álvaro Calderón, sacerdote de la Fsspx, argentino, insigne hijo del aquinate, quien luego de algunas décadas enseñando varios de los tratados de la 'Summa theologiae' a los seminaristas, y también la filosofía, me atrevo a decir que ha alcanzado una profundidad tal en su comprensión del tomismo, que lo ubica sin duda entre los mayores tomistas de la historia. 



Se ha dedicado a ser discípulo únicamente del aquinate, sin intermediarios, lo cual, luego de un paciente trabajo de años, le ha permitido asimilar de tal manera la mente del de Aquino, que se pasea por su obra captando lo esencial con una naturalidad que asombra.

La obra escrita que está produciendo quedará sin duda para la posteridad como un monumento de sapiencia, de trabajo paciente, de obediencia al maestro común, de trabajo intelectual arduo. Sus libros no tienen desperdicio, son una real joya.

Ha escrito una introducción a la filosofía llamada "Umbrales de la filosofía", donde de forma magistral penetra en el corazón mismo de la lógica, la filosofía de la naturaleza y la metafísica. Pero no es que las desarrolle como hacen los manuales comunes, sino que ante todo nos pone en contacto con su verdadera naturaleza, como interesado en que antes de hacer lógica sepamos de qué estamos hablando, igual con la filosofía de la naturaleza y la metafísica. Porque de nada sirve lanzarnos a hacer metafísica si antes no nos hemos ejercitado en su ser.

También ha dado a luz una obra en dos volúmenes llamada "La naturaleza y sus causas", y me atrevo a decir que estando ya escrita una obra así, es de necesaria y obligada lectura para el que quiera pisar con pie firme en el real y genuino pensamiento tomista. Y no crean que exagero, la obra es un monumento a la solidez intelectual, una real invitación a pensar con toda rigurosidad sobre la naturaleza física, escalón obligado del filósofo realista que desea construir una filosofía atenta a lo real. 

En esa obra el primer volumen es una exposición del ser de la filosofía de la naturaleza, de  manera que el lector tenga claro de una vez y para siempre de qué hablamos cuando hablamos de filosofía natural, definición, objeto, método, especificidad propia; pero todo ello desarrollado con tal acopio de autores, y sobre todo en tal fidelidad al propio Tomás, que se puede decir que estamos verdaderamente ante una de las obras máximas del pensamiento tomista de todos los tiempos. 

Certeza que sube si consideramos el volumen II, dedicado a las causas. Y es que el volumen segundo de esa obra lo dedica el padre a la exposición escrupulosamente exacta de las cuatro causas aristotélicas, material, formal, eficiente y final. Porque si la ciencia es conocimiento cierto POR las causas, y las causas son cuatro, hay que saberlas antes. 



Pero quizá la mayor obra que ha escrito hasta ahora es la que se llama "El orden sobrenatural", subtitulada como 'una inmersión en el tomismo profundo'. 

Aquí me quedo sin palabras, lo alcanzado por el padre en esta obra excede todo elogio que yo pudiera hacer de él. 



Es una obra en la que el padre se sumerge en el corazón del tomismo, la distinción entre esencia y ser, distintos en la creatura, pero identificados en el Creador. El padre va llevando como de la mano al lector hacia la comprensión de esa profunda verdad, llave maestra que abre la puerta de las mayores alturas alcanzadas por Tomás de Aquino, tanto en el orden natural, como en el propiamente sobrenatural. Se trata de una obra de tomismo consumado, TAL VEZ LA MÁXIMA OBRA TOMISTA de los últimos dos o tres siglos. 

Para encontrar algo así tendríamos que retroceder hasta los tiempos de Juan de santo Tomás, del cardenal Cayetano...o incluso retroceder hasta el siglo XIII, siglo de santo Tomás de Aquino. Porque el que habla en dicha obra es un auténtico discípulo del aquinate. Monumental. 

¿Qué más se podría decir? Mucho y nada que esté a nuestro alcance, tan solo pedir a la divina providencia que le conceda al padre años de vida suficientes para dejarnos algunos escritos más que nos acompañen en este valle de lágrimas que es el panorama intelectual moderno. Aunque por otro lado, quizá el propio padre en sus oraciones personales esté pidiendo más bien ir pronto al cielo a gozar con la clara visión de Aquél que aquí contemplamos tan solo bajo el velo de conceptos como acto puro o Ipsum Esse Subsistens.

 

Leonardo Rodríguez Velasco

martes, 27 de agosto de 2019

Cosas, lenguaje y pensamiento: Pbro. Álvaro Calderón

Compartimos el siguiente fragmento de uno de los capítulos del libro "Umbrales de filosofía", escrito por el padre Álvaro Calderón, de la Fsspx. En él aborda brevemente el tema de la diferencia entre imagen y concepto, tema clave para la comprensión de la epistemología tomista.


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Las cosas, el lenguaje y el pensamiento

“Las palabras emitidas por la voz son los símbolos de las pasiones del alma, y las palabras escritas los símbolos de las palabras emitidas por la voz. Y así como la escritura no es idéntica en todos los hombres, tampoco las lenguas son semejantes. Pero las pasiones del alma, de las que son las palabras signos inmediatos, son idénticas para todos los hombres, lo mismo que las cosas, de que son imagen estas pasiones, son también las mismas para todos”.

Tres cosas nos propone Aristóteles, por las cuales se conoce una cuarta. Nos habla de palabras escritas, palabras orales y pasiones del alma; y por medio de esto conocemos las cosas. Estas hojas están llenas de palabras escritas que son signos de las palabras orales pronunciadas en clase. Nos hemos referido así a muchas cosas: perros, gatos y osos polares. Pero lo más importante que aquí dice Aristóteles, es que las palabras escritas y orales no se refieren directamente a las cosas, sino que lo hacen por medio de ciertas pasiones del alma. Sobre estas pasiones del alma en las que consiste el pensamiento debemos reflexionar. ‘Reflexio’ significa volver hacia atrás: hemos estado pensando en las cosas, ahora volvamos hacia atrás y pensemos en lo que estamos pensando.

Aristóteles dice que las palabras son símbolos o signos de las pasiones del alma en las que consiste el pensamiento; y que estos signos no son idénticos para todos los hombres. Esto es evidente, porque las letras y las voces son signos convencionales, y otros hombres usan otros lenguajes: inglés, francés. 
De las pasiones del alma, en cambio, dice que son imágenes de las cosas, y que son idénticas para todos los hombres. Esto ya no es tan evidente, pero no es muy difícil verlo:

1. Signo de ello es que siempre es posible aprender la lengua de los otros y que muchos que hablan diferentes idiomas se pongan de acuerdo para pensar lo mismo sobre alguna cosa, mostrando que las imágenes concebidas de esa cosa son idénticas.

2. Además, la imagen se forma por la impresión que dejan las cosas sobre los sentidos (por eso Aristóteles las llama «pasiones»); ahora bien, los sentidos son los mismos para todos los hombres; por lo tanto, las imágenes también.


II. Imágenes y conceptos

Reflexionando, entonces, sobre las pasiones o huellas que la cosa deja en el alma al ser conocida, que son – dice Aristóteles – como imagen de la cosa, podemos distinguir una doble imagen:

1. La imagen formada a partir de las impresiones recibidas por los sentidos, llamada imagen sensible, o imagen a secas, o ‘phantasmata’ (fantasma) por los escolásticos 2.

2. La imagen concebida por la inteligencia, llamada también idea o concepto.

La imagen sensible se va formando en nosotros por la conjunción de experiencias que tenemos de la cosa. En ella se reúnen de manera orgánica todos los aspectos alcanzados por nuestros cinco sentidos, acumulados por nuestra memoria y comparados entre sí. Si reflexionamos en nuestro interior buscando cómo es la imagen sensible que tenemos de una manzana, vemos que combina una cierta variedad de formas y tamaños propios de manzanas, una gama de colores entre el rojo y el verde, entre brillante y opaco, un tipo de olor característico, una variedad de sabores de múltiples aspectos característicos (acidez, dulzura, intensidad), muchos datos ofrecidos por el tacto, ya sea al tocarla con las manos (textura de piel, peso, consistencia propias) o al comerla (si es arenosa o no, dureza de la piel, etc.). La imagen de la manzana que comimos ayer se nos presenta al espíritu como dentro de los límites de la imagen de manzana, pero con características definidas, con circunstancias de tiempo y lugar.

El concepto o idea, en cambio, que queda en nuestro espíritu por obra de la inteligencia como imagen intelectual de la cosa es, de todo aquello que nos ofrecen los sentidos, sólo lo esencial. La obra de la inteligencia consiste, como dijimos, en descubrir lo esencial, la ‘quididad’, de entre todo aquello que sentimos de la cosa. De toda la rica experiencia alcanzada de la manzana (rica en más de un sentido), entiende que es esencialmente una sustancia, parte de otra sustancia mayor: el árbol; entiende que es viviente con vida vegetal, entiende pertenece al género de las frutas, y entiende por fin que todas las gamas de sensaciones aso-ciadas al ‘phantasmata’ de la manzana son variaciones accidentales de lo que esencialmente es una misma especie de cosa: la manzana.

Conclusión. La imagen y el concepto son, entonces, en un aspecto lo mismo y en otro muy distintos:

1. Son lo mismo, porque ambos componen como una única imagen de lo mismo: la inteligencia concibe la idea entendiendo lo esencial de la cosa «en» la imagen sensible alcanzada de esa misma cosa.

2. Son muy distintos, porque el concepto es simple huella de lo esencial de la cosa, mientras que la imagen es huella muy compleja de todos sus aspectos sensibles.