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viernes, 13 de noviembre de 2015

Acerca del inmanentismo, por Jesús García López



En líneas generales, el "inmanentismo" consiste en afirmar que el objeto inmediato del conocimiento, lejos de ser un signo natural de la realidad, y que lleva inexorablemente a ésta, es, por el contrario, como un muro que bloquea enteramente al sujeto cognoscente dentro de su propia intimidad, sin dejarle salida alguna. Pero esto puede ocurrir de varias maneras.

Para el "racionalismo" (DESCARTES, MALEBRANCHE, LEIBNIZ), que comienza por descalificar el conocimiento sensitivo, el objeto del conocer humano -siempre intelectual o racional- son las "ideas". Estas, ciertamente, son como "cuadros" o "retratos" de la realidad; pero no nos consta, ni podemos saber, de entrada, que exista un acuerdo entre nuestras ideas y las cosas reales mismas. Las ideas son siempre inmanentes al pensamiento humano; las cosas, por el contrario, son trascendentes a dicho pensamiento, y, por ello, inalcanzables por nosotros de modo directo. Luego no podemos comparar realmente las ideas con las cosas, ni podemos, por consiguiente, conocer si nuestras ideas se ajustan a las cosas o no. El único modo de salir de este atolladero es recurrir a Dios de una u otra forma.

Descartes dirá que Dios es bueno y veraz, y no puede permitir que sus criaturas se engañen, si ponen todo lo que está en sus manos para evitarlo. Por eso, si nos limitamos a las ideas "claras y distintas", podemos estar seguros de no equivocarnos. La veracidad de Dios es aquí garantía suficiente para evitar el error.

Malebranche, por su parte, recurrirá al "ontologismo". Dios es lo primero que conocemos, y todo lo demás, las cosas, las conocemos en Dios, es decir, en las mismas ideas divinas, a las que, sin duda alguna, se ajustan plenamente las cosas.

Leibniz, por último, recurrirá a la "armonía preestablecida". Nuestras ideas claras y distintas coinciden exactamente con las cosas a las que corresponden, en virtud de una armonía preestablecida desde antes de la creación, por el mismo Dios.

Para el "empirismo", por su lado, que reduce el conocimiento humano al conocimiento sensitivo, tanto los objetos de la "sensación", es decir, las cualidades sensibles, como los objetos de la "imaginación", o sea, las imágenes, (o las ideas, que para el empirismo son lo mismo), se reducen a modificaciones subjetivas, y, por consiguiente, no pueden llevarnos a conocer las cosas exteriores. 

Por eso, dicho sistema filosófico termina por negar la existencia de las sustancias materiales (Berkeley), y aun de toda sustancia, cayendo en el puro "fenomenismo" (Hume).

En cuanto al "idealismo", la tesis fundamental en la que se basa es el llamado "principio de la inmanencia", que conduce inexorablemente a esta conclusión: el ser se identifica con el ser pensado. 

En efecto, el "pensamiento" (en el que se incluye todo tipo de conocimiento) sólo puede alcanzar a lo que está dentro de él. Y si se piensa en algo que esté fuera del pensamiento, por ese mero hecho de pensarlo, no está ya fuera, sino dentro del pensar. 

Por consiguiente, ser y ser-pensado son exactamente lo mismo; el ser sin más se reduce o se agota en ser objeto del pensar. Sólo habría una excepción a esta pura inmanencia de lo pensado, y es la del Sujeto Absoluto, que se capta a sí mismo en una intuición intelectual, en la que se borran las diferencias entre el objeto y el sujeto.

Así es, al menos, en las formas más extremas de idealismo (FlCHTE, SCHELLING, HEGEL), llamado entonces "idealismo absoluto". Estos autores se vinculan, de uno u otro modo, al Pensamiento Absoluto, es decir, a Dios; y así defienden que nada puede existir fuera del Pensamiento Divino. Por consiguiente, el mundo en su integridad (o sea, las cosas todas, y nosotros mismos con ellas) no es más que "un sueño soñado por Dios". De esta suerte, lo único que verdaderamente existe es Dios, y con El, sus propios "pensamientos" o "ideas"; o sea, que nosotros mismos, que también pensamos, quedamos absorbidos por el Pensar divino, y reducidos a meros fenómenos de dicho Pensar. 

Una conclusión, por lo demás, enteramente "panteísta".

Pero el idealismo presenta también otras formulaciones menos drásticas, como son: el "idealismo acosmístico" de Berkeley, o el "idealismo trascendental" de KANT. BERKELEY niega la existencia de la materia, reduciendo el ser de ella a la mera percepción de la que es objeto. 

Así defiende la tesis de que "el ser (de las cosas materiales) se identifica con el ser-percibido" (esse est percipi). Pero, en cambio, no niega la existencia de las sustancias espirituales, entre las que nos encontramos nosotros, y, por supuesto, tampoco la de Dios. En este punto BERKELEY es "realista", por lo que su idealismo es parcial, no total o absoluto.

Por lo que se refiere al "idealismo trascendental" de KANT, valga este breve resumen. En el conocimiento humano hay dos elementos: uno, dado, a saber, las impresiones sensibles, o "intuiciones empíricas", como él las llama, y otro, puesto por el sujeto cognoscente, que son las "formas a priori"; unas a nivel sensitivo, el "espacio" y el "tiempo", y otras a nivel intelectual, que son las doce "categorías" o "conceptos puros" del intelecto. De esta suerte, todo conocimiento humano es una síntesis, que se realiza en dos fases. En un primer momento tenemos la síntesis de las "intuiciones empíricas" con las "intuiciones puras" del espacio y del tiempo, síntesis que da lugar al "fenómeno". Y en un segundo momento tenemos la otra síntesis, entre el "fenómeno" y los "conceptos puros" del intelecto, con lo que se obtiene el "objeto" del conocer.

Y todavía, en el nivel de la razón, se dan otras tres 'formas a priori’, que son las tres "ideas", de "mundo", de "alma" y de "Dios", a las que no es posible encontrar materia alguna, por carecer el hombre de "intuición intelectual .       

En resumidas cuentas, el hombre es incapaz de conocer las cosas como son en sí, o sea, los "noúmenos", y tiene que detenerse en las cosas tal y como aparecen, es decir, los "fenómenos"; ya que se halla como bloqueado por sus "formas a priori", las cuales siendo, como son, comunes a todos los hombres, sin embargo, en nada se parecen o coinciden con las cosas mismas. Respecto de dichas cosas lo único que cabe es "pensarlas", pero no "conocerlas". Y así, suponemos, con algún fundamento, que las cosas extramentales existen, pero desconocemos, en absoluto, lo que son o cómo son.


Como se ve, por poco que se profundice en ello, estas formas de inmanentismo incompleto son, en realidad, formas de "relativismo", o sea, de escepticismo parcial.



(Tomado de "Metafísica tomista", de Jesús García López)

martes, 26 de mayo de 2015

(9) Perlitas de filosofía

I maintain that the root cause of the theoretical atheist world view lies in a particular type of epistemology called immanentism, which has as its founder the French rationalist philosopher René Descartes, and whose spirit has dominated the philosophical scene for almost four hundred years. When the immanentist position is adopted the obfuscation and eventual discarding of metaphysics (the science of being qua being, the queen of the human sciences) becomes inevitable. Once metaphysics is eliminated, access to a rational effect to cause demonstration of God’s existence is impeded and one either falls into the various forms of agnosticism (Humean, Kantian, Neo-Positivist) or takes one step further and subscribes to the atheistic position that God is nothing but a projection of man himself (Feuerbach, Marx, Nietzsche, Sartre), a mere idea that in no way corresponds to a real, extra-mental, extra-subjective, transcendent Supreme Being.



Yo sostengo que la causa fundamental de la cosmovisión atea reside en un tipo particular de epistemología llamado inmanentismo, que tiene como su fundador al filósofo racionalista francés René Descartes, y cuyo espíritu ha dominado la escena filosófica durante casi 400 años. Cuando fue adoptada la posición inmanentista, la ofuscación y el eventual rechazo de la metafísica (la ciencia del ser en cuanto ser, la reina de las ciencias humanas) se hizo inevitable. Una vez que la metafísica se elimina, el acceso a una demostración racional del tipo ‘causa-efecto’ para probar la existencia de Dios se ve impedido y se cae en cualquiera de las diversas formas de agnosticismo (Hume, Kant, neo-positivistas) o se va un paso más allá hasta adherirse a la posición atea según la cual Dios no es más que una proyección del hombre mismo (Feuerbach, Marx, Nietzsche, Sartre), una simple idea que de ninguna manera corresponde a un verdadero, extra-mental, extra-subjetivo, Ser Supremo y Trascendente.

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En esta ocasión me limito a traducir el texto, ya que su sentido es extremadamente claro. El escepticismo (llamado 'agnosticismo' en el texto citado) conlleva naturalmente al ateísmo, en cuanto cierra el acceso a realidades meta-físicas.

(El texto está tomado de la obra "The existence of God", de Paul Gerard Horrigan)

lunes, 25 de mayo de 2015

Breve estudio sobre el escepticismo: lista completa de links

Presento a continuación para mayor comodidad del lector los 8 links a los artículos escritos sobre el escepticismo. También comparto un link para descargar en formato PDF los 8 textos en un solo archivo:

0) http://itinerariummentis1.blogspot.com/2015/05/acerca-del-escepticismo.html

1) http://itinerariummentis1.blogspot.com/2015/05/1-breve-estudio-sobre-el-escepticismo.html

2) http://itinerariummentis1.blogspot.com/2015/05/2-breve-estudio-sobre-el-escepticismo.html

3) http://itinerariummentis1.blogspot.com/2015/05/3-breve-estudio-sobre-el-escepticismo.html

4) http://itinerariummentis1.blogspot.com/2015/05/4-breve-estudio-sobre-el-escepticismo.html

5) http://itinerariummentis1.blogspot.com/2015/05/5-breve-estudio-sobre-el-escepticismo.html

6) http://itinerariummentis1.blogspot.com/2015/05/6-breve-estudio-sobre-el-escepticismo.html

7) http://itinerariummentis1.blogspot.com/2015/05/7-breve-estudio-sobre-el-escepticismo.html

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Archivo completo:

http://www.mediafire.com/view/z5rwthu3kwya2vy/Acerca_del_escepticismo.pdf



Leonardo R.

(7) Breve estudio sobre el escepticismo

Vamos ya culminando este breve estudio sobre el escepticismo. Creemos que con lo dicho hasta ahora es suficiente para comprender su naturaleza y aprender a ser precavidos respecto de sus consecuencias. Y una de sus consecuencias más fatales es la pérdida del sentido de la verdad.

Si algo ha perdido la sociedad actual es el olfato para discernir entre lo verdadero y lo falso, se podría afirmar sin temor a equivocarnos que vivimos ya desde hace un par de siglos (y tal estado de cosas se ha agravado después de la primera mitad del siglo XX, basta recordar mayo del 68) en una nueva era de sofistas.

En la antigua Grecia, en tiempos de Sócrates, hicieron su aparición unos personajes aparentemente sabios, que iban de ciudad en ciudad dando muestras de gran erudición y de gran dominio en las técnicas oratorias, es decir, en las técnicas de convencer por medio del discurso. No les interesaba la verdad, ni encontrarla, ni comunicarla; les interesaba el brillo que da el uso elegante de la palabra, y la posición social que podían alcanzar por medio de sus dotes dialécticas. En cuanto a la verdad, la declaraban inexistente. Uno de los más famosos sofistas de aquellos tiempos decía: no existe el conocimiento (es decir, la verdad); y si existe, no lo podemos alcanzar; y si lo pudiéramos alcanzar, no lo podríamos comunicar a los demás.

Esto significaba proclamar la opinión individual como el único árbitro confiable. Dado que no alcanzamos conocimientos verdaderos de las cosas, es decir, conocimientos que, por ser verdaderos, deban ser tenidos como tales por todos y en todo tiempo y lugar, lo mejor y más prudente es resignarnos a una batalla inacabable de opiniones. Quien ofrezca un discurso más atractivo, ese será el triunfador. Triunfar no significará tener la razón, sino tener una opinión mejor defendida que las demás.

En nuestros días, en medio de una sociedad ‘abierta, pluralista y democrática’ como la que se nos vende desde los medios de comunicación, resulta casi imposible creer en una verdad que no sea solo opinión, opinión tan respetable como cualquiera otra opinión. De hecho, muchos consideran necesario que no se piense jamás en verdades, porque eso sería un obstáculo para la construcción de esa sociedad ‘abierta’ que supuestamente se está construyendo. La verdad ha sufrido el exilio.

Entonces los nuevos sofistas de hoy, tal y como los de la antigua Grecia, se enorgullecen de poseer una ciencia superior, la ciencia de la “opinión”. Hoy, tener opiniones es tan valioso como lo era ayer tener verdades. Hoy el que ‘opina’ es sabio, tolerante, ‘open mind’, etc., y aquél que habla de verdades es el troglodita, intolerante, enemigo público, reaccionario.

Lo paradójico de todo esto es la contradicción profunda en la que se basa todo este sistema social escéptico: se proclama como verdad absoluta que la verdad absoluta no existe; se proclama como verdad absoluta que no hay verdades sino opiniones; se proclama como verdad absoluta que la verdad no es absoluta sino relativa; se proclama como verdad absoluta que todos tenemos verdades relativas, en fin, se afirma que verdaderamente la verdad no existe. No hace falta ser filósofo para percibir la contradicción de todo ello.

El antídoto contra esta radical contradicción total es simplemente el retorno a lo real. El esfuerzo por arrancarnos del subjetivismo para alcanzar plácidamente las playas del realismo será recompensado con la dicha de vivir de frente a lo real. La época nuestra nos ha dicho que somos aves de corral, que nuestras alas no sirven y que debemos acostumbrarnos a ir por la tierra cubierta de polvo; es tiempo ya de recordar que el Creador nos diseñó para ser águilas, para volar alto y para contemplar de frente al sol.



Leonardo R.


jueves, 21 de mayo de 2015

(6) Breve estudio sobre el escepticismo


En la anterior entrega de este breve estudio sobre el escepticismo, propusimos considerar la epistemología realista, es decir, el modo en que la naturaleza del conocimiento es concebida por la postura realista en filosofía, que fue la postura dominante, más o menos con altibajos, durante toda la época anterior a Descartes. Lo anterior con el objetivo de tener elementos de juicio comparativo frente a la postura idealista y escéptica.

Con lo que se lleva dicho sobre el cartesianismo se podrá ver de inmediato un cierto parecido entre sus posturas y las que fueron en la Grecia clásica las posturas de Platón. De cierta manera también Platón rechazaba a los sentidos como fuente de conocimiento, los consideraba más bien fuente de engaño. Para Platón el conocimiento verdadero era el conocimiento de las ideas, que pertenecían a un universo totalmente distinto al universo sensible, de hecho creía que tenía que existir el mundo de las ideas, un mundo en el que las ideas tenían una existencia real. Descartes toma de Platón esa separación entre lo sensible  lo ideal, y a semejanza del filósofo griego declara que la ciencia es ciencia de ideas. Solo que para Descartes dichas ideas son representaciones fabricadas por el sujeto, de forma que conociéndolas, el sujeto no sale de sí mismo; mientras que para Platón las ideas no son creaciones del sujeto, sino participaciones de esas ideas extra mentales que existen en un mundo aparte y real, más real incluso que éste en que nosotros vivimos, que es solo una sombra.

De manera que, a pesar de sus diferencias, Platón y Descartes coinciden en establecer una radical separación entre el alma y el cuerpo, el espíritu y la materia, la inteligencia y los sentidos, el mundo sensible y el mundo inteligible, etc., separación que llega incluso a la oposición, puesto que, Platón por ejemplo, concibe al cuerpo humano como una cárcel para el hombre, puesto que para él el hombre es propiamente el alma sola. Para Descartes la substancia pensante y la substancia extensa no se comunican, salvo (¡eso pensaba Descartes!) por medio de la glándula Pineal ubicada en el cerebro.

Las cosas son muy distintas en la concepción de la realidad que arranca con Aristóteles y recibe su perfeccionamiento en la edad media con Tomás de Aquino. Lejos de tener del hombre una visión dualista, la tradición tomista lo concibe como una unidad substancia; el hombre es un ser ‘uno’, una substancia, no dos, aunque compuesta de dos ‘principios’: la materia prima y la forma substancial. Dichos dos principios no son, ni pueden ser, dos substancias completas, sino que se implican mutuamente para existir. La materia prima no existe sin una determinada forma sustancial, y a su vez, la forma substancial está ordenada a determinar la materia prima (si bien es cierto que en el caso del alma humana, al gozar ésta de un estatuto ontológico superior a las demás formas substanciales, tiene el privilegio de existir aún después de su separación respecto del materia en el momento de la muerte. Tema de una futura serie de artículos, Dios mediante).

Y esa unidad que es el hombre se refleja en el modo de concebir el proceso del conocimiento. En la visión realista, no hay separación entre los sentidos y la inteligencia, pues aunque son facultades de conocimiento esencialmente distintas, trabajan en unidad perfecta para producir la ciencia. El proceso comienza en los sentidos y culmina en la inteligencia; en un camino ascendente en el que brilla en todo momento la unidad del ser humano animado por su forma substancial.

Veamos a grandes rasgos la epistemología realista:

Ante todo hay que tener en cuenta que la postura realista es la postura natural, es decir, toda persona es naturalmente realista puesto que toda persona está interiormente convencida de que cuando ve un árbol, dicho árbol realmente existe, y existe de tal manera que si yo no lo viera de todos modos el árbol seguiría existiendo; en otras palabras: la existencia del árbol no depende de mi conocimiento, no es mi conocer lo que da el ser al árbol, sino al revés, es el ser del árbol el que se encuentra a la raíz de mi conocimiento, en el sentido de que mi conocimiento será verdadero en la medida en que se conforme con el ser del árbol, y no al revés. Y así para todos los conocimientos que podemos alcanzar, es natural creer que no inventamos la realidad sino que la conocemos.

Para opinar de manera distinta es necesario detener esta actitud realista natural y voluntariamente decidir adoptar otra. Lo cual significa que el idealista, o el escéptico, lo son por una decisión de su voluntad; sin duda ellos presentan argumentos, pero antes de dichos argumentos hubo un momento de su vida en que el idealista se detuvo, pensó y decidió impedir la inclinación realista natural y tomar otro camino. La voluntad tiene entonces mucho que ver en la explicación de la postura idealista y escéptica.

Por lo tanto, la epistemología realista lo que busca es explicar cómo es que podemos, mediante ideas presentes en nuestra mente, conocer una realidad que está inicialmente fuera de nuestra mente. ¿De qué manera la realidad extra mental se hace presente en nosotros por medio de las ideas?

No hay ideas innatas. Todas las ideas y todo conocimiento tiene su origen y fundamento en los sentidos. Son los sentidos los que nos dan el contacto directo con lo real concreto e individual.

Los sentidos reciben las cosas sin su materialidad. Cuando vemos un árbol, el árbol en cierto sentido penetra en nosotros por medio de la vista, y en otro sentido permanece fuera. Se dice que penetra en nosotros de una manera llamada ‘intencional’ (como ya se explicó). 

De manera que el árbol que tiene existencia real extramental, pasa a tener presencia intencional en el sentido de la vista. La vista recibe del árbol una especie de semejanza o representación, a la manera (dice Aristóteles) como la cera puede recibir la forma del sello sin recibir el metal mismo del que el sello está hecho. La misma forma que tiene el sello pasa a la cera, sin que pase el cobre concreto del que el sello está hecho. De esta manera se obra ya en los sentidos una primera desmaterialización. Se le quita a lo conocido la materia individual, que es la que permanece ‘fuera’.

Para mejor comprender lo que se lleva dicho y lo que se dirá a continuación hay que tener en cuenta que la materia no es principio de conocimiento. Es decir, lo que se conoce de algo son sus aspectos formales, el ser esto o aquello. La materia es causa de que algo sea individual, no de que sea esto o aquello. Por ejemplo, esta mesa que tengo en frente es lo que es por tener forma de mesa, luego al conocerla lo que conozco es su forma, sus aspectos formales. Pero la madera concreta de esta mesa concreta no aporta aspectos formales a la mesa, sino aspectos ‘individuantes’, es decir, gracias a la materia, esta mesa se ubica en el tiempo y en el espacio, pero no determinan ‘lo que’ la mesa es, sino ‘el hecho de ser esta mesa’ y no otra. Lo anterior significa que el conocimiento es un proceso de descubrimiento de los aspectos formales de una cosa. Por eso ya desde el primer escalón del conocimiento, que es el conocimiento sensible, empezamos a desprendernos de la materia, para ir quedándonos solo con la forma. Solo que en el caso de los sentidos, esa ‘desmaterialización’ de la cosa conocida aún no es completa, pues la imagen que queda en la memoria sigue siendo concreta e individual: pues cuando recordamos el árbol que hemos visto, la imagen que recordamos es la de un árbol concreto, individual.

Lo anterior se basa en la teoría hilemórfica aristotélica, la cual afirma que todas las cosas materiales se componen de dos elementos, materia y forma. La materia es el elemento determinable, y la forma es el elemento determinante. De tal manera que la cosa (cualquier cosa) es lo que es, por su forma. Y es esta cosa individual, y no otra, por su materia. La forma es principio de determinación y la materia es principio de individuación.

Ahora bien, tenemos entonces ya la imagen del árbol liberada de su materialidad concreta. Sobre dicha imagen (que aún es imagen de un individuo) es sobre la que debe operar la inteligencia en busca de la aprehensión de sus aspectos formales esenciales, y para ello debe proceder a una más elevada desmaterialización. Ese siguiente paso lo da el intelecto agente, que es la función activa del entendimiento. Según la postura realista, el intelecto agente obra sobre la imagen retenida por la sensibilidad y separa (por eso se dice ‘abstrae’, porque abstraer es separar algo de algo) los elementos que aún quedan de individualidad para quedarse con lo esencial. Este paso en el proceso del conocimiento requiere obviamente de múltiples experiencia. Pues es poco a poco como el intelecto va conociendo y separando de un objeto todo aquello que en dicho objeto es solo accidental, para quedarse con lo esencial. Un ejemplo:

Vemos a Pedro y percibimos un sujeto con ciertas características: altura, color de piel, edad, color de cabello, talla, etc., luego vemos a Juan, a José, y a muchos otros. Y luego de muchas experiencias de este tipo empezamos a percibir que todos ellos tienen diferencias, pero también tienen elementos en común. En primer lugar todos son algún tipo de ser, es decir, existen; y existen con un tipo de existencia que es substancial, esto es, existen en sí mismos, ni Pedro, ni Juan, ni José, son características de otro ser. Sino que cada uno de ellos es un ser individual. Entonces concluyo que son substancias. Pero puedo avanzar en las semejanzas y encuentro que todos son seres vivos, es decir, todos ejecutan acciones propias de seres vivos: comen, crecen, etc., y esto lo hacen por sí mismos, no como marionetas guiadas por una mano externa. Entonces concluyo que son substancias vivas. Pero avanzo en lo esencial y descubro que todos ellos aparte de ser substancias, y substancias vivas, pueden sentir; pues en efecto percibo que pueden ver, oír, gustar, olfatear, moverse, etc. Entones concluyo que son substancias, vivas y sensibles. Pero además percibo que todos ellos pueden pensar, razonan; en efecto, usan un lenguaje complejo, comprenden ideas abstractas, razonan con base en dichas ideas, toman decisiones, etc. Entonces concluyo que son racionales. ¿Qué ha pasado? Ha pasado que he llegado a la idea de ‘Hombre’. Luego de eliminar todas aquellas características que no afectan a lo esencial (estatura, color, talla, etc.) he descubierto esas características que no pueden faltar,  pues si faltara alguna de ellas ya ni Pedro, ni Juan, ni José, serían hombres; si algunos de ellos no fuera substancia, o seres vivos, o seres sensibles, o seres racionales, no serían hombres. Esto quiere decir que ser una substancia viva, sensible y racional, es la esencia del hombre, es la idea de hombre. Fijémonos cómo al tener las ideas de substancia, vida, sensibilidad e inteligencia, ya estamos del todo alejados de la imagen sensible, concreta e individual.

Comprender la enorme diferencia que hay entre una imagen y una idea es de una importancia enorme. Significa comprender la diferencia entre el ser humano y los animales irracionales. La imagen del hombre será siempre la de este hombre concreto, con estas características concretas; lo cual podemos comprobar mediante un ejercicio muy sencillo: tratar de imaginarnos al hombre, de inmediato aparecerá en nuestra conciencia la imagen de un hombre con cierta altura, cierto color de piel, cierta edad, cierta talla, etc. Cosa muy distinta si se nos pide pensar en la idea de hombre, pues en ese caso la imaginación no nos ofrece ninguna utilidad y debemos recurrir exclusivamente a la inteligencia, para poder comprender cosas como la sustancialidad, la vida, la sensibilidad y la inteligencia. Y si no me creen traten de imaginar la inteligencia o la sustancialidad.

Otro ejemplo para profundizar en la diferencia entre imagen e idea. Tratemos de imaginar un miriágono (un miriágono es una figura de 10.000 lados). ¿Pudieron? No. ¿Pero si les pido pensar en la idea de miriágono? Eso sí es posible, pues con total claridad pueden responder que la idea de miriágono es la de un polígono de 10.000 lados. En resumen, un miriágono es fácilmente pensable, pero muy difícilmente imaginable.

Una vez que el intelecto agente, obrando sobre la multitud de experiencias, ha logrado ‘separar’ lo esencial y dejar de lado lo individual-concreto, está todo listo para que el intelecto dé a luz la idea. Y de hecho la comparación con el parto es exacta, y por eso otro de los nombres de la idea es ‘concepto’, es decir, concebido. Lo que el intelecto agente descubre o devela se llama especie inteligible impresa. Esta especie es recibida en el llamado intelecto posible y de dicha unión brota, como fruto, la especie inteligible expresa, también llamada idea, concepto o verbo mental.

Obviamente aquí no para todo, las ideas son solo ideas, representaciones intencionales de las cosas. Pero este alumbramiento de ideas es solo la primera operación del intelecto. Luego el intelecto une ideas y forma juicios. Y luego puede incluso comparar juicios conocidos para extraer juicios desconocidos, y entonces se dice que razona. Idea, juicio y raciocinio son las tres operaciones de la mente. Y para comprobar la veracidad de sus juicios, el hombre vuelve una y otra vez a la evidencia sensible, que es de donde todo el proceso partió. No en el sentido del positivismo que propone que todo juicio sea comprobable y comprobado empíricamente, negando que todo lo no-empírico tenga algún tipo de existencia (matando la metafísica). Sino en el sentido de que incluso las realidades metafísicas, deben haber sido correctamente inducidas de la experiencia sensible, por medio de la recta valoración de sus datos y por medio asimismo de una recta aplicación de los primeros principios de la razón (tema también para otra serie de artículos, Dios mediante). Por ejemplo: la demostración de la existencia de Dios, tal y como la propone Tomás de Aquino, tiene como base, la comprobación de eventos sensibles verificables por la experiencia sensitiva elemental, al alcance de cualquier persona. Lo mismo la demostración de la existencia del alma, la cual parte del examen de los actos que el sujeto humano ejecuta y que le son propios.

Hasta aquí dejaremos la breve caracterización que queríamos ofrecer acerca de la epistemología realista. Es natural que puedan quedar ciertas lagunas en la comprensión cabal de todas las ideas involucradas en los puntos expuestos, debido a que lo que está detrás de todos ellos es nada más y nada menos que el entero aristotelismo. Y hoy en ninguna parte se nos prepara para conocer al filósofo griego.

Sin embargo creemos que en sus líneas fundamentales es comprensible. El conocimiento comienza en los sentidos, y sobre los datos de los sentidos trabaja la inteligencia extrayendo (o abstrayendo) las características esenciales, como en el ejemplo de cómo se llegaba a la idea de hombre dejando de lado lo accidental, para ir quedándonos solo con aquello que no podía faltar para la integridad de la idea de hombre.

Todo este enorme sistema epistemológico que no solo está de acuerdo con la actitud natural realista de todo ser humano, sino que explica todos y cada uno de los elementos presentes en el conocimiento, desde el nivel sensible hasta el propiamente inteligible, todo este sistema, repetimos, fue abandonado en los inicios de la edad moderna. Descartes cortó el lazo que unía lo sensible con lo inteligibles y se quedó solo con las ideas. Y estas ya no eran representación intencional de lo extramental, sino meras construcciones del sujeto. El sujeto se encerró en sí mismo. De otra parte, los empiristas lo que rechazaron fue las ideas, se quedaron con los datos de la sensibilidad; negaron al hombre su racionalidad y a su manera también lo encerraron en sí mismo, solo que en otro calabozo, el calabozo de la sensibilidad.

Racionalistas y empiristas encierran al hombre en la misma cárcel, pero eligen distintos calabozos. Los unos no le permiten salir de las ideas, los otros de los fenómenos sensibles.

Lo que queda claro es cómo, en ambos casos, se cerraba el paso al conocimiento de lo real. Porque ya sea que se redujera el hombre a sus ideas, o a sus percepciones sensibles (las cuales, recordemos, no daban tampoco paso a lo real, sino al fenómeno sensible formado en mí), lo cierto es que se le impedía acceder a lo extra mental.

El escepticismo ingresaba así triunfante en la escena filosófica. En adelante la tarea de los filósofos sería tratar de hacer salir la realidad del pensamiento, como los magos hacen salir conejos de los sombreros. Solo que a los magos el truco les funciona, y la filosofía moderna desde Descartes no ha hecho otra cosa que fracasar en esa ‘producción’ de lo real a partir del pensamiento. Y cuando ha habido en la filosofía moderna o contemporánea algunos atisbos de realismo, ha sido porque de una u otro forma han conseguido apartarse de los presupuestos cartesianos y han remado, incluso sin saberlo, hacia las aguas tranquilas y cristalinas del realismo tomista.

Continuará…

Leonardo R. 



lunes, 18 de mayo de 2015

(5) Breve estudio sobre el escepticismo



Hagamos un alto en el camino para dar una mirada al recorrido que se ha hecho hasta ahora. Empezamos señalando la importancia que tiene hoy comprender lo mejor posible una de las características principales de nuestro tiempo, el escepticismo. En efecto, nuestra época (es decir, los últimos dos siglos, y especialmente los últimos 50 o 60 años), se caracteriza por una atmósfera espiritual en la que se respira el relativismo por todas partes, esa postura de que acerca de los grandes temas, acerca de las grandes preguntas por el sentido de la vida, la moralidad de los actos humanos, la religión, etc., cada uno está autorizado a formarse su propia opinión y sobre ella construir su visión de las cosas. Lo anterior debido a que no existiría una verdad sobre estos temas que deba ser aceptada por todos, en todas partes y en todas las épocas. En pocas palabras, no existiría una verdad universal y absoluta, sino tantas ‘verdades’ como personas. Habría actualmente en el mundo, según esto, alrededor de 7.300.000.000 de ‘verdades’. Y todas y cada una de ellas con exactamente el mismo ‘derecho’. Y todas y cada una de ellas con exactamente la misma validez. Y todo este relativismo procede del escepticismo, que es, como veíamos, aquella postura filosófica acerca del conocimiento (es decir, postura epistemológica) que asegura que lo seres humanos no tienen acceso a una realidad extramental, sino que al momento de conocer solo conocemos nuestras modificaciones subjetivas, nuestras sensaciones, impresiones e ideas. Y nada más. Como consecuencia lógica de afirmar esto se termina por concluir que al no existir acceso a una verdad o a una realidad objetiva y universal, lo racional entonces es que cada uno describa el mundo tal y como lo percibe para sí mismo. Y nadie puede negar que esto es lo que tenemos hoy día, un relativismo radical engendrado por un escepticismo que viene desde tiempos muy antiguos.

Luego de ver la importancia del tema y su naturaleza, pasamos a ver algunos de sus exponentes históricos, pasando por Pirrón, Sexto Empírico y Michel de Montaigne; para finalmente llegar a la figura de René Descartes, padre de la filosofía moderna. Vimos a grandes rasgos la forma en que Descartes concebía el proceso de conocimiento, un proceso en el que el contacto de los sentidos con el mundo era mirado con desconfianza, a causa de la imposibilidad de que la substancia extensa se relacionara con la substancia pensante, y solo se aceptaba como válido aquél conocimiento que pasaba por el tribunal de la razón, la cual por medio del análisis de las ideas claras y distintas determinaba soberanamente sobre lo verdadero y lo falso.

Haciendo esto Descartes creía estar enfrentando el escepticismo y creía asimismo estar fundando la ciencia sobre bases sólidas, de tal manera que no pudiera ponerse en duda, para que en adelante la ciencia moderna que recién comenzaba no corriera la misma suerte de la ciencia aristotélica, que aunque había reinado durante un tiempo, se había mostrado finalmente como blanco fácil de múltiples críticas que la habían condenado a la desaparición. Descartes verdaderamente creía que con su método y su filosofía estaba poniendo a la ciencia a salvo de toda crítica puesto que estaba convencido de que su método servía para edificar una ciencia absolutamente cierta.

No deja entonces de ser paradójico que con semejantes objetivos en frente, Descartes haya terminado por hacer casi lo contrario de lo que pretendía. Porque lejos de refutar o rechazar el escepticismo, terminó por dar argumentos para un escepticismo aún más radical. Descartes creyó que construyendo la ciencia solo sobre ideas claras y distintas, estaba protegiéndola de todo escepticismo, pero no comprendió que, por otra parte, estaba encerrando al sujeto en sí mismo, poniendo lo real en duda y rompiendo el puente que unía al sujeto cognoscente con la realidad extramental.

Hasta aquí el camino recorrido.

En el siguiente apartado trataremos de abordar, para tener elementos de comparación y contraste, la epistemología realista en sus grandes rasgos. Es decir, presentaremos en forma resumida la postura realista acerca del conocimiento, esperando que ello nos ayude a comprender más y mejor el giro cartesiano.



Leonardo R.

sábado, 16 de mayo de 2015

(4) Breve estudio sobre el escepticismo

En el apartado anterior propusimos tratar de la epistemología del idealismo, en sus ideas básicas. Luego del recorrido que hacíamos, habíamos tropezado con la gran figura de René Descartes y veíamos que se le reconocía la paternidad de la filosofía moderna.

La filosofía moderna, o lo que aquí se entiende como tal, es un modo diferente de hacer filosofía con respecto al modo que había predominado en los siglos anteriores. Se puede decir, para resumir un poco las cosas, que en los siglos anteriores a Descartes, desde los griegos, pasando por Roma y los medievales, se tenía una metafísica y una epistemología realista, es decir, se creía que existía una realidad independiente de la mente, independiente del conocimiento (por ejemplo: ese perro de mi vecina, que a ratos es tan molesto por sus ladridos, existe independientemente de que yo lo conozca. Aunque yo no lo conociera igual seguiría existiendo, si me mudo de casa y por tanto dejo de percibirlo, eso no afecta en nada a la existencia del perro, sigue existiendo igual, solo que ya no me molesta); y se creía que dicha realidad podía ser conocida, primero por medio de los sentidos y al final del proceso en sus realidad inteligible por medio de la razón.

Este modo de entender las cosas cambia con Descartes. Ya antes de Descartes el realismo había recibido algunos golpes, como es el caso del nominalismo de Guillermo de Ockham, pero es con Descartes cuando el realismo comienza su verdadero declive, hasta llegar a los extremos del idealismo alemán, que no son otros que los extremos mismos de la locura.

Veamos algunos elementos de la epistemología cartesiana.

Ante todo hay que tener en cuenta que para Descartes el ser humano no es, como para los escolásticos, una unidad hilemórfica de materia prima y forma substancial, sino que es, por decirlo de alguna manera, dos substancias coexistiendo juntas pero sin posibilidad de tener nada en común. Por un lado estaría el yo, que sería ante todo pensamiento y conciencia; y por otro lado estaría el cuerpo, que por pertenecer al reino de lo material sería ante todo una realidad extensa (entendiendo el adjetivo ‘extenso’ de la forma en que se explicó antes). Estas dos substancias o estas dos realidades, por ser tan distintas, de un lado pensamiento y de otra extensión espacial, no tendrían cómo comunicarse, tocarse, interactuar, correlacionarse de alguna forma.

Teniendo lo anterior en cuenta, no resulta extraño ver que Descartes rechaza el papel de los sentidos, de la experiencia sensible, del contacto directo con lo real, como fuente de conocimiento, de ciencia. Para Descartes, fascinado por el método deductivo de la matemática, el conocimiento era ante todo conocimiento por medio de las ideas de la razón. El conocimiento válido era el que se alcanzaba en la claridad de las ideas, todo lo demás era dudoso. Tal y como en la matemática. El matemático puede perfectamente cerrar sus ojos y construir la matemática en su cabeza, sin tener que recurrir a la experiencia externa para validar sus hipótesis.

Entonces Descartes afirma que las sensaciones de los sentidos son solo una especie de punto de partida o de ocasión que la razón usa para entrar en el juego y construir ella sola y por ella sola, el edificio del conocimiento. Las ideas de la razón no provienen de los sentidos, sino exclusivamente de la razón, y no provienen de los sentidos porque los sentidos forman parte de esa realidad extensa que no puede de suyo comunicarse con la substancia del yo, que es en esencia pensamiento.

Por tanto tenemos que Descartes va a buscar la validez en las ideas que fabrica la mente, y que las fabrica sin que en dicha fabricación de ideas los sentidos tengan alguna participación  real, sino a lo mucho una participación meramente ocasional, accidental.

Pero sucede que si las ideas son lo que conocemos, ¿cómo conocemos entonces lo real extramental?

Efectivamente no hay manera. El sujeto que conoce no tiene contacto ni forma de acceder a algo que esté fuera de la mente. Lo que está fuera de la mente está por eso mismo fuera del conocimiento, pues conocemos lo que está en la mente y que ésta produce.

En estas ideas de Descartes se mezcla lo verdadero con lo falso, y de ahí su fuerza para arrastrar y convencer.

Es verdad, como ya se dijo, que la realidad tal y como existe fuera de la mente, es decir, en su materialidad, en su ser concreto e individual, no penetra en la mente (el perro de mi vecina no es devorado por mi mente al pensar en él; ojalá, pero no pasa así). Pero lo que no es verdad es que dicha realidad no penetre en mi mente ‘de alguna manera’; si fuera cierto que la realidad permanece siempre fuera de la mente que conoce y que no ingresa de ninguna manera, entonces nunca conoceríamos nada, es decir, conoceríamos ‘ideas vacías’, ideas que serían ideas de nada, ideas acerca de nada, ideas mudas. ¿Es posible que exista una idea que sea idea de nada? No. Siempre una idea es idea de algo, esto es lo que se llama la ‘intencionalidad’ de las ideas; las ideas siempre remiten hacia algo, apuntan hacia algo, nos hablan de algo. La palabra ‘intención’, viene de las latinas ‘tendere-in’, es decir, tender hacia, estar dirigido hacia, apuntar hacia. Las ideas son intencionales, apuntan, dirigen, remiten hacia algo.

Y eso es lo que los escolásticos querían decir cuando afirmaban que las ideas no son LO QUE conocemos, sino que son aquello CON LO QUE conocemos. Las ideas son medios de conocimiento, no son el objeto del conocimiento. Cuando yo pienso en el perro de mi vecina no dirijo mi ira hacia la idea del perro sino hacia ese específico perro que no para jamás de ladrar. Luego, en un segundo momento, y si así lo deseo, puedo reflexionar sobre la idea que tengo sobre el perro de mi vecina, pero eso es secundario, por reflexión. Y así pasa con todas las ideas, podemos reflexionar sobre ellas, por ejemplo cuando estudiamos lógica y reflexionamos sobre las características de las ideas, pero para reflexionar sobre las ideas primero hay que tenerlas, y cuando se tienen ideas se tienen ideas que son intencionales, ideas de algo, ideas por medio de las cuales se conoce algo.

Veamos un poco todo esto desde otro ángulo. Pensemos en los signos, una señal de tránsito por ejemplo. Una señal de tránsito es un signo, es decir, algo que me hace conocer otra cosa, algo que me envía hacia otra cosa. Entonces voy por la carretera y veo una señal de tránsito, ¿qué veo? En primer lugar percibo con la vista una barra metálica de un par de metros que tiene encima un hexágono también metálico con una flecha dibujada en su superficie. Ahora bien, LUEGO de percibir esto ENTIENDO su SIGNIFICADO, es decir, eso que veo me envía hacia un significado, por ejemplo el aviso de que debo seguir derecho sin cruzar hacia ninguna parte. Eso es un signo, algo que primero conozco y luego comprendo su significado. Como cuando vemos salir humo de detrás de una montaña y de inmediato deduzco que debe haber fuego.

Ahora bien, todo signo consta entonces de dos elementos: una materia y una forma. La materia es el signo como tal, la barra metálica con el hexágono en la punta y el dibujo de la flecha encima. La forma  de ese signo es su significado, su referencia, lo que entiendo LUEGO de ver el signo. Pues bien, las ideas CON QUE conocemos son signos sin materia, es decir, son signos puros, signos meramente formales, signos que inmediatamente nos remiten hacia la cosa significada sin necesidad de primero conocer el signo en su materialidad, es decir, sin tener que primero conocer el signo en sí mismo, para luego captar su sentido. Y esto fue lo que no entendió el idealismo cartesiano. Para el idealista la idea es una cosa, una cosa que conozco. Y en cuanto signo, la idea, para el idealista, es una cosa que primero tengo que conocer para LUEGO conocer aquello que ella contiene, aquello que ella me ofrece. Y haciendo este pequeño cambio encerraron al hombre en sí mismo y lo condenaron a jamás conocer algo que no fueran las propias ideas.

Y a decir verdad después de aceptar el principio idealista como punto de partida de la filosofía, no es posible alcanzar la realidad. 

Veamos algunas citas al respecto del filósofo Paul Gerard Horrigan:

-          In the knowing process of the immanentistic conception of knowledge, the thinking subject, man, can know only his own impressions (sensations, ideas), and not extra-mental, extra-subjective things that really exist.

En el proceso del conocimiento, tal y como lo entiende la concepción inmanentista, el sujeto pensante, el hombre, puede conocer solamente sus propias impresiones (sensaciones, ideas), pero no lo extramental, no las cosas extra-subjetivas que realmente existen.

-          In philosophical immanentism (beginning with Descartes), thought is made prior to being; it is made the starting point of philosophy. In realism, on the other hand, it is being that is prior to thought. Being (ens) is the point of departure of philosophy, leading to the affirmation: “things are” (res sunt).

En el inmanentismo filosófico (comenzando por Descartes), se hace al pensamiento anterior al ser; el pensamiento es convertido en el punto inicial de la filosofía. En el realismo, por otra parte, el ser es anterior al pensamiento. El ente (ens) es el punto de partida de la filosofía, que conlleva a la afirmación: “las cosas son” (res sunt).

-          In immanentism, what the intellect knows in the first instance is not the extra-mental thing, but rather, one’s ideas (Descartes) or phenomena (Hume), or phenomena through a priori synthetic judgments (Kant).

En el inmanentismo, lo que el intelecto conoce en primer lugar no es la cosa extramental, sino más bien las propias ideas (Descartes), o los fenómenos (Hume), o los fenómenos a través de juicios sintéticos ‘a priori’ (Kant).


Leonardo R.



viernes, 15 de mayo de 2015

LIBRO: Compendio de teología ascética y mística

Presentamos este buen libro de Tanquerey, titulado: Compendio de teología ascética y mística. Recomendamos mucho su lectura. Trata, entre muchas otras cosas, de las famosas tres vías de la vida espiritual, la vía purgativa, la vía iluminativa y la vía unitiva.

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jueves, 14 de mayo de 2015

(3) Breve estudio sobre el escepticismo

Hemos estado hablando del escepticismo, en primer lugar señalábamos la importancia de profundizar en este tema ya que actualmente la característica principal de la sociedad en la que vivimos es precisamente un cierto escepticismo de carácter práctico. Por lo tanto es importante que aprendamos a conocer en qué consiste este error para poder igualmente responder a quienes se encuentren hoy bajo su influencia.

Dijimos también que el escepticismo es aquella postura filosófica, y más específicamente hablando, aquella postura epistemológica que afirma que el conocimiento humano no alcanza una realidad extra mental, es decir, una realidad más allá de la mente del sujeto que conoce, sino que limita el alcance del conocimiento, de la ciencia, de la inteligencia misma, al mundo meramente subjetivo de las personas. De esta manera cierra la posibilidad de contacto entre la persona y todo aquello que no sea en el fondo ella misma. Permanece entonces el sujeto encerrado en su propio mundo, sin posibilidad de alcanzar algo más allá de sus propias representaciones internas, y por lo tanto, que abierto el camino para que el sujeto se proclame creador de la realidad, de su realidad. Lo cual es lo que vemos en la sociedad actual donde los seres humanos han caído en el error de creer que la realidad la construye cada uno desde sus propias elecciones personales.

Después de esto hacíamos un breve recorrido por la historia para encontrar los autores que habían dado nacimiento a la postura escéptica. Vimos a  Pirrón de Elis, Sexto Empírico y Michel de Montaigne. Ahora corresponde ocuparnos un poco de las ideas del filósofo que es considerado el padre de la filosofía moderna, René Descartes.

Descartes fue un filósofo francés nacido en el año de 1596, sobre él se han escrito cientos de libros y tal vez aún faltan muchos por escribirse, esto es debido a que cada nueva generación de filósofos siente la necesidad de ocuparse de la herencia cartesiana. Este filósofo, como ya se dijo, es considerado el padre de la filosofía moderna, ya que fue él quien lanzó al mundo esa idea de que el conocimiento humano se basa en el conocimiento de las ideas que el sujeto forma en el interior de su mente. Y aunque Descartes después de establecer esta idea inicial busca la manera de probar la existencia de un mundo independiente de la mente, es decir, de un mundo objetivo existente en sí mismo, lo cierto es que ya el daño estaba hecho y lo que vino después Descartes fue simplemente el desarrollo lógico de sus ideas.

Descartes inicia su filosofía afirmando que se debe dudar de todo. En la época en la que Descartes vino al mundo estaban ocurriendo muchos cambios en todos los niveles: cambios políticos, cambios sociales, cambios culturales, cambios científicos, cambios geográficos, cambios religiosos, etc. Y el universo medieval en todos sus aspectos estaba decayendo y estaba siendo puesto en duda. Por ejemplo: Aristóteles había reinado indiscutiblemente en el universo de las universidades medievales; las grandes construcciones filosóficas y teológicas que se habían edificado en la edad media, como la de Santo Tomás de Aquino, se basaban en principios aristotélicos. Pero después del renacimiento hubo un gran despliegue y un gran avance de la ciencia experimental, lo cual llevó al rechazo de las ideas de Aristóteles en este campo. El problema estuvo en que esos autores no supieron distinguir entre lo que eran en Aristóteles sólo ideas sobre el mundo físico que dependían de las condiciones precarias en las que Aristóteles las había concedido, y por otro lado, los principios de la metafísica y de la epistemología aristotélicas; cuya validez permanecía sólida incluso después de que habían sido superadas sus ideas al nivel de la naturaleza física. No se hizo esta distinción y por lo tanto toda la herencia aristotélica y medieval fue condenada en una sola sentencia.

En este ambiente donde todo estaba cayendo, donde un nuevo mundo estaba naciendo, donde las antiguas ideas al parecer habían finalmente demostrado estar equivocadas, etc. En este mundo, repetimos, Descartes creyó que lo mejor era comenzar todo desde cero, no tomar nada del pasado, construir todo nuevamente, ignorar siglos y siglos de historia y mirar solo hacia adelante donde un nuevo mundo parecía estar siendo construido. Descartes entonces dudó de todo.

Descartes creyó que ya que todos antes de él se habían equivocado, le correspondía a él iniciar nuevamente; se sintió enviado a renovarlo todo, así como Cristóbal Colón un siglo antes había cambiado los mapas del mundo, de la misma forma Descartes se propuso cambiar los mapas de la ciencia. Y no de esta o de aquella ciencia, sino de todas, su ambición era renovar todas las ciencias con el fin de liberarlas de los errores del pasado y construirlas sobre bases sólidas, bases que permitieran poner a las ciencias lejos de toda duda.

Para llevar a cabo este ambicioso proyecto Descartes consideró que la mejor manera era empezar por buscar algo de lo cual no fuera posible dudar, algo, lo que fuera, un conocimiento cierto, verdadero, indubitable, que pudiera servir de punto de partida para lo demás. Descartes pensaba de esta manera porque él era ante todo un matemático, y en matemáticas se suele partir de un axioma fundamental y se procede a deducir consecuencias que se apoyan en la veracidad del axioma inicial. La matemática es deductiva en su proceder y Descartes creyó que ese era el modelo de toda ciencia. Para él toda ciencia debía construirse sobre ese modelo matemático, es decir, encontrar uno o unos principios primeros que fueran absolutamente ciertos y de ellos deducir el resto del conocimiento humano.

Pues bien, Descartes comenzó entonces a dudar de todo, tratando de encontrar algo de lo cual fuera imposible dudar. En este proceso tuvo un día una revelación, una especie de iluminación intelectual, y mientras se encontraba dudando de todo, cuestionándolo todo, descubrió que había algo de lo cual no podía dudar, algo de cuya existencia era imposible dudar: el yo pensante. Porque Descartes podía poner todo en duda diciendo “yo dudo de esto…” ”yo dudo de aquello…” “yo dudo por esta razón…” etc. Pero en medio de todo eso permanecía el ‘yo’, el sujeto profundo que ejercía el acto de dudar. De manera que era posible dudar de todo menos del hecho mismo de estar dudando, y era un ‘yo’ el que dudaba, es decir, se podía dudar de todo menos de la evidente existencia del sujeto de la duda, el yo pensante. Entonces Descartes resumió su descubrimiento en esa frase que lo ha hecho famoso: pienso, luego existo.

Miremos entonces lo que ha hecho Descartes. En primer lugar ha invertido el orden de las cosas, ya no es la realidad y solo después mi conocimiento de esa realidad, sino que ahora la realidad se pone en duda, es dudosa, está como entre paréntesis, mientras que el ‘yo pensante’, mi propia realidad subjetiva es cierta, sólida, evidente, cercana, clara y distinta. Eso significa que en adelante primero estará el ‘yo’, solo después en segundo momento y en dependencia respecto del ‘yo’ estará la realidad, de manera que por decirlo de alguna manera: la realidad de lo real dependerá de la subjetividad del sujeto. La realidad ahora es secundaria, dependiente, menor.

Descartes descubre entonces la idea del ‘yo pensante’ como la primera, la base de todas las demás. Y al analizar esa idea Descartes descubre que se caracteriza por ser una idea ‘clara y distinta’, es decir, una idea que es clara y por tanto puedo distinguir de otras ideas con facilidad; y además es distinta porque las características de esa idea las comprendo por completo, totalmente. Descartes concluye que siendo esas las características de la idea del ‘yo pensante’, es posible entonces aceptar como cierta toda idea que cumpla con esas características. De manera que toda idea que al analizarla yo encuentre que es clara y distinta, puedo con tranquilidad tenerla por verdadera, por cierta. Y así es como Descartes pasa, luego de la idea del ‘yo’, a demostrar por ese mismo método la existencia de Dios.

Para ello Descartes emplea una forma de probar la existencia de Dios que ya era antigua, no la inventa Descartes, el llamado argumento ontológico de san Anselmo, que es más o menos como sigue: tenemos la idea de que Dios es un ser de tal naturaleza que no puede pensarse que exista un ser más grande ni más perfecto. Pues bien, ese ser debe existir en la realidad, porque si no existiera, sería posible pensar un ser más perfecto que ese, a saber, un ser que aparte de existir solo en las ideas, existiera en la realidad. Por tanto, ese ser mayor que el cual nada puede pensarse, debe existir realmente.

Este argumento fue rechazado por santo Tomás de Aquino porque es un modo de razonar que se mueve solo entre ideas, sin tocar jamás el mundo de la realidad concreta, y de un mundo de solo ideas no es posible saltar de repente al mundo de lo real existente independientemente del sujeto pensante. La razón profunda del rechazo de Tomás es tal vez el hecho de que las ideas son pensadas siempre como esencias, y la existencia concreta no es pensable sino que se intuye de forma directa a partir de la experiencia sensible de los individuos, o se deduce racionalmente a partir de las características de dichos individuos. Este es precisamente el camino escogido por el mismo Tomás en sus famosas cinco vías para probar la existencia de Dios, santo Tomás parte en cada una de ellas de un hecho sensible, comprobable empíricamente, y a partir de ese hecho, mediante el razonamiento causal, santo Tomás se eleva hasta la existencia de un Ser Supremo que sea la causa primera y la explicación última de los hechos.

Entonces tenemos que Descartes cree haber probado ya la existencia del ‘yo pensante’ y la de Dios. Luego pasa Descartes a probar la existencia del mundo exterior, y para ello hace lo mismo, es decir, analiza ideas, solo ideas, sin recurrir jamás al testimonio de los sentidos. Así como Descartes cree que el ‘yo’ es ante todo una substancia pensante, de manera que el pensamiento es su esencia íntima, de igual forma considera que en el caso de la idea que tiene del mundo externo su esencia es la de ser una realidad constituida de partes en el espacio, partes que interactúan unas con otras por medio del contacto físico, del contacto mecánico. Esto lo resume Descartes diciendo que la substancia del mundo externo, o mejor dicho, la idea que tiene sobre el mundo externo, es la de una substancia extensa. Con esa palabra Descartes se refiere a la característica de tener partes en el espacio e interactuar por contacto físico o mecánico.

Entonces al final se encuentra Descartes con que, haciendo uso de meras ideas, encerrado en su cabeza, supuestamente ha hecho tres grandes descubrimientos, ha encontrado tres ‘realidades’ de las que es imposible dudar, tres ‘realidades’ en las que se puede confiar como bases para edificar toda ciencia y todo conocimiento: el ‘yo’, como substancia pensante; el mundo, como substancia extensa y Dios.

Aquí conviene fijarnos en algo, Descartes hasta este momento ha desechado el testimonio de sus sentidos, ha hecho su filosofía con los ojos cerrados y concentrado únicamente en las ideas que tiene en su mente. Y a partir del análisis de las características de esas ideas ha creído poder concluir su existencia real. ¿Cómo ha sido esto posible? Ha sido posible por la particular idea que Descartes tenía acerca del conocimiento humano. Veamos.

Descartes se propuso analizar sus ideas, de espaldas a lo real, porque para Descartes todo lo que hay en la mente son ideas (lo cual es en cierto modo verdadero); cuando conocemos algo, ese algo no se introduce físicamente en la mente, por ejemplo si estamos viendo un edificio, dicho edificio sigue estando fuera de nosotros, pero en cierta forma también está dentro de nosotros por medio de la vista. Entonces aquello que conocemos no penetra en nosotros sino que permanece afuera. De este hecho Descartes concluyó que no conocemos cosas sino ideas, la realidad permanece siempre más allá de nosotros.

El error de Descartes en este punto consistió en creer que las ideas que el sujeto forma en su mente son como copias o representaciones de lo extra mental, y que solo conocemos dichas copias o representaciones. De manera que al no disponer en nuestra mente de otra cosa que no sean las representaciones mismas que nosotros creamos, no es posible para nosotros saber si esas representaciones son imágenes fieles de lo real. Para saberlo tendríamos que poder comparar las ideas con lo real, pero solo tenemos en nosotros las ideas. Entonces, solo podemos comparar ideas con ideas y tratar, a partir de meras ideas, de deducir la existencia real de objetos extra-mentales.

A esta forma de entender el proceso del conocimiento le daremos una mirada en el apartado siguiente, tratado al mismo tiempo de compararla con la que es la visión clásica sobre el mismo.



Leonardo R