De entre los múltiples males que afligen la personalidad del hombre actual ocupa sin duda un lugar de primera importancia el de la pereza para pensar. Expliquemos brevemente en qué consiste.
Ante todo hay que decir que pensar, para la filosofía realista que es la que veneramos en este humilde blog, significa lo mismo que conocer, es decir, pensar es ejercitar la razón en el conocimiento de las cosas con el objetivo de poder comprenderlas como ellas son, en su realidad objetiva.
Y entre más elevada sea la realidad que se trate de conocer, más elevado será el pensamiento o la razón que a ello se dedique. No es lo mismo dedicarse a conocer la célula que dedicarse a tratar de comprender cómo son los ángeles o el alma humana. El primero es un conocimiento del orden material, mientras que el otro es un conocimiento del orden espiritual, que por lo mismo, supera en dignidad e importancia al primero.
De manera que pensar es conocer las cosas, tratar de penetrar su realidad, comprender lo que nos rodea y a nosotros mismos; y más allá de nosotros mismos pensar es también, y sobre todo, conocimiento de Dios en cuanto fuente primera y fin último de toda la creación material y espiritual.
Pues bien, habiendo aclarado lo que es pensar, podemos abordar ahora el porqué del título de este artículo: pereza para pensar.
Hoy en día vivimos en la era de la información, lo cual significa que hoy una gran cantidad de personas, gracias sobre todo a la Internet, tiene a su disposición una ingente masa de información a tan solo un clic y una pantalla de distancia. Dicen que todo está en Internet y que allí es posible encontrarlo todo, averiguarlo todo, resolverlo todo. Pero no solo la Internet, también la televisión y el cine desempeñan un poderoso papel de difusión, si no de conocimiento, sí de actitudes y creencias.
Pero a pesar de vivir en esta autoproclamada era de la información, pareciera que cada día las personas son más y más ignorantes de los temas trascendentales. Es como si la avalancha de información disponible hubiera silenciado la capacidad para la serena reflexión sobre realidades como Dios, el alma, su espiritualidad e inmortalidad, etc. A veces pienso en la situación de alguien a quien le ponen delante una mesa repleta de todo tipo de comidas, bebidas y postres, de tal manera que su apetito se pierde en la multitud de opciones y se hace incapaz de admirar entre toda esa masa de comida, un buen plato preparado con esmero por un gran chef. Dicho plato, aunque exquisito, termina por perderse entre la masa de comida ofrecida en la mesa.
Así contemplo al hombre actual, atónito ante una masa inmanejable de información, información que lo atiborra de datos y "saberes", que quizá aumentan en su memoria aquello que hoy llaman 'cultura general', pero que deja vacía la capacidad que todos tenemos para la comprensión de lo que es eterno.
¿Y qué tiene que ver esto con la pereza para pensar? pues tiene que ver mucho, pues hoy se le da al hombre todo prefabricado. Pertenecemos a la sociedad de los productos prefabricados: ropa fabricada en serie y por miles de unidades que uniforman a las personas; zapatos a escala industrial, miles tendrán los mismos zapatos; casas prefabricadas, que la persona se puede llevar consigo al momento de la mudanza, etc.
Pero lo más inaudito de todo es que también se le está ofreciendo al hombre un "pensamiento" prefabricado. La televisión, el cine, la Internet, eso que hoy llaman fabricantes de opinión, todos ellos, le ofrecen al hombre actual aquello en lo que debe pensar, aquello que debe creer y aquello que debe practicar. Y en semejante comodidad el hombre se adormece y cesa de pensar, lo recibe todo ya hecho.
A NADIE LE INTERESA APLICARSE JUICIOSAMENTE AL ESTUDIO DE LA EXISTENCIA DE DIOS, por ejemplo, PORQUE YA ALGÚN ACTOR DE CINE, PERIODISTA, CANTANTE, FUTBOLISTA O PROFESOR UNIVERSITARIO LE DIJO QUE DIOS NO EXISTÍA.
Estamos entonces ante una generación débil, que es fácilmente manipulable, influenciable, porque no tiene el hábito de meditar, pensar y razonar, ya que todo lo ha recibido, masticado como las compotas de los bebés.
Urge entonces recuperar para nosotros mismos y para nuestras familias la sana capacidad para pensar, juzgar, razonar y meditar. En medio de una sociedad que cada vez se adormece más en la engañosa comodidad de lo prefabricado, llevemos adelante un estilo de vida consciente, racional y realista.
Solo asumiendo el riesgo personal de abordar los grandes temas, los temas trascendentales, podremos decir que verdaderamente vivimos nuestras vidas, y no que otros las viven en nosotros.
¡Terrena despicere et amare Caelestia!
Leonardo Rodríguez
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