(presentamos a continuación un texto del célebre escritor francés Louis Salleron, el mismo fue escrito en 1979, pero sus consideraciones conservan aún toda su fuerza y verdad)
LA IGLESIA FRENTE A LA RELIGION UNIVERSAL DEL SIGLO XX
POR
LOUIS SALLERON
La Iglesia, la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, se enfrenta, por primera vez en su historia, a una religión universal: la democracia. Todas las religiones, se nos dirá, son universales o pretenden la universalidad. Según y cómo; pero la democracia es una religión sin par, porque, no solamente pretende la universalidad, sino que es, de hedió, universal, desde el final de la última guerra. Es, verdaderamente, la religión mundial de la segunda mitad del siglo XX.
Se nos objetará que la democracia no es una religión, sino un régimen político. Error: ante todo, es una religión, porque lo que caracteriza una religión es el dogma y el rito. Y la democracia tiene un dogma, que es la fe en el hombre, (fe que prima o contradice cualquier otra fe) y tiene un rito, que es la elección, considerada ya no como un medio, entre otros, de designar a los representantes del poder, sino como la fuente de legitimidad del poder, consistiendo esa legitimidad en la conformidad al dogma.
Se objetará, aún, que la democracia no es la religión universal de este fin de siglo. ¿Verdaderamente? ¿Qué países la rechazan?
Si se encuentran algunos, pueden contarse con los dedos de una sola mano. ¿Se piensa que los regímenes comunistas o en aquéllos, no comunistas, que son dictaduras? Pero todos pretenden ser democráticos y son reconocidos como tales por la ONU, que constituye la instancia suprema de la democracia y juzga sobre la democracia de los países del mundo entero.
En los países llamados liberales, el comunismo es sospechoso de heterodoxia, pero el comunismo afirma, que es democrático y, como tal, está reconocido por la ONU. La dictadura, la tiranía y el genocidio no son, en sí mismos, la contradicción de la democracia.
Son simples excesos, incidentes o accidentes de camino.
Es, por lo tanto, incontestable que la democracia es la religión universal de estos tiempos.
La democracia se opone, directamente, a la Religión Católica, en tanto en cuanto ésta funda la verdad sobre la Revelación Divina, mientras que, para la democracia, la verdad es inmanente al Hombre, que únicamente la descubre en su totalidad por el camino de la razón. Todos los principios que dirigen la vida individual y social de los hombres tienen como alfa y omega a Dios revelado, en la Iglesia Católica, y al Hombre en la democracia.
Existe, así, una oposición radical, de raíz, entre la Iglesia Católica y la "Iglesia" democrática. Hay, también, por otra parte, contradicción parcial o total en la aplicación concreta de los principios abstractos proclamados por una y por otra. El hombre, siendo un ser dotado de razón, puede experimentar en sí una convergencia, hasta cierto punto, entre las reglas que preconiza el catolicismo y las que preconiza la democracia, en la vida corriente del individuo y de la sociedad.
Pero hay divergencia en las últimas consecuencias que se deducen lógicamente de una u otra de las dos religiones. Las palabras clave que expresan la ética fundamental de las dos religiones pueden ser, en ciertos casos, las mismas, siendo entonces equívocas, referidas a un credo religioso opuesto (por ejemplo, justicia o libertad). Constituyen la fuente de una confusión permanente.
Cristo dijo: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Se podría concluir que todos los problemas quedan, así, resueltos. Pero ahí no hay otra cosa que una indicación sobre la diferencia esencial que existe entré el orden temporal del mundo y el Reino de Dios. El buen uso de esta diferencia es difícil de determinar, ya que, en las actividades humanas, todo está mezclado y todo influye en todo. A este respecto, si bien los principios católicos son inmutables, su aplicación varía según los tiempos, según los lugares y según las circunstancias.
.. . La historia ilustra estas observaciones. De manera ultra-esquemática, se puede descomponer en 4 períodos: el primer período va del nacimiento del Cristianismo a Constantino. Es el tiempo del puro "Dad al César... y a Dios...". El número cada vez creciente de cristianos desembocó en la conquista del poder temporal, y el segundo período se extiende de Constantino a la Revolución francesa. Fue el tiempo de la Cristiandad, con múltiples avatares. El tercer período se instauró, en primer lugar, en Francia, después en casi todas partes, con un poder desligado de la Iglesia, anticatólico en su esencia. Pero la sociedad siguió siendo católica, en su conjunto, de lo cual se derivaron permanentes conflictos. En fin, el cuarto período comenzó a finales de la última guerra y provocó el Concilio Vaticano II, que se fijó como objetivo reinstaurar la Iglesia en el mundo moderno, un mundo enteramente laico, bajo la bandera de la democracia. La Iglesia debe hacer frente, en adelante, a una nueva religión universal de intención y de hecho.
La presente situación de la Iglesia es una situación sin precedentes.
En ciertos aspectos, se parece a la de los dos primeros siglos, puesto que la Iglesia, se encuentra, de nuevo, extraña al poder político. Pero, heredera de largos siglos de Cristiandad, conserva una autoridad espiritual que no puede ser considerada inexistente por el poder político.
Más importantes son las siguientes diferencias.
La Cristiandad se ha confundido, largo tiempo, con Europa y la civilización que ésta proyectó sobre el resto del mundo. Ahora, Europa no tiene peso frente a América, ni frente a Asia. En términos económicos y demográficos, está sustituida por los Estados Unidos y por la URSS. Su civilización propia ha engendrado las dos civilizaciones que ahora la sumergen y las desgarran: La civilización capitalista y liberal de Occidente, y la civilización comunista y totalitaria del Este. El teísmo sincretista de una y el ateísmo totalitario de la otra van penetrándola profundamente. El Tercer Mundo busca su lugar bajo esta doble influencia.
La Iglesia Católica, con 600 ó 700 millones de fieles, apenas representa más de la sexta o la séptima parte de la población del globo y su autoridad únicamente está frágilmente sostenida por una estructura diplomática heredera del congreso de Viena. Si mañana Roma cayera bajo el golpe de la barbarie, se encontraría de nuevo en los pañales del Evangelio, con la única memoria añadida de dos milenios de historia.
Como el liberalismo americano y el comunismo soviético son las dos grandes herejías cristianas que dominan el planeta, sirven y dañan al catolicismo, por las verdades que conservan y los errores que proclaman.
Las verdades del liberalismo americano son las del judeo-cristianismo, que constituye el núcleo de su religión. Se nutren de los valores de libertad, de propiedad, de actividad y de responsabilidad próximos de la doctrina social de la Iglesia. Sus errores son los de la filosofía liberal, que da a la libertad primacía sobre la verdad.
La religión se disuelve en indiferentismo. La actividad económica conduce a un materialismo de hecho.
Los errores del comunismo soviético se resumen en un ateísmo que es, exactamente, la inversión de las verdades cristianas. Son, espiritual y políticamente, lo contrario de la redención de los humildes, como dijo Pío XI. De donde la tiranía totalitaria del Estado, el sometimiento de los individuos, la persecución de los creyentes y la orientación de la economía a la industria pesada y al armamento. Pero, por su naturaleza misma, estos errores revelan las verdades que niegan y despiertan entre los mejores la nostalgia de una Iglesia de la caridad, de la verdad, de la justicia y de la libertad. Soljenitsyn, es el profeta de esta Iglesia de las catacumbas.
Liberalismo y comunismo se reconocen mutuamente en la democracia, religión, en la una de la pseudo trascendencia, que es inmanencia pura, y religión, en la otra de la transcendencia invertida, que es el infierno sobre la tierra.
Culto común del hombre, del pueblo, del número. Imagen especular de Dios en el primer caso, imagen especular borrosa del diablo, en el segundo.
A la religión universal de la democracia, todas las religiones del planeta le dan su adhesión, porque encuentran, en ella, el medio de afirmar su nacionalismo o su racismo. El catolicismo, se interroga.
En 1864, Pío IX trazó el catálogo de todos los errores modernos. La última proposición del Syllabus condena a quienes pretenden que la Iglesia debería reconciliarse y componerse con el progreso, el liberalismo y la civilización moderna.
Fue la última manifestación notable de la oposición de la Iglesia al mundo.
El triunfo de la democracia universal, después de la última guerra, condujo a la Iglesia a modificar su actitud. Considerando la doctrina como adquirida, el Vaticano II ha pretendido ser un concilio pastoral, es decir, más sensible a las verdades parciales de la democracia que a sus errores, que rehúsa condenar.
Esta revolución de la actitud tradicional de la Iglesia tiene las consecuencias que todos conocemos. El Episcopado, el sacerdocio, los intelectuales católicos, en su conjunto, han girado hacia el lado del liberalismo sincretista o hacia el lado del comunismo ateo. La naturaleza de los planteamientos varía hasta el infinito, según los medios sociales o los temperamentos. En total, el balance muestra una quiebra.
De esta situación, se puede, según la fe o según la imaginación, extraer todas las consecuencias que se quieran, en relación con el porvenir de la Iglesia. Pero se puede también tratar de apreciar mejor el estado del mundo, en su realidad global, sin dejarse cegar por tal o cual de sus aspectos.
Desde este punto de vista, puede hacerse una constatación fundamental. La constatación de que, si la religión católica ha sido profundamente conmovida, no menos lo ha sido la religión democrática. Y esta conmoción es más grave para ésta que para aquélla, porque el éxito temporal es el único criterio de sus valores religiosos y un fracaso podría ser, para ella, más característico y más grave en consecuencias. El liberalismo americano hace aguas por todas partes y el comunismo soviético se ha revelado como un coloso con los pies de barro. La promoción del hombre desemboca, por las dos vías, en su aplastamiento. La guerra, si llegara a estallar, entre las dos ideologías rivales, solamente conduciría a una gigantesca matanza y comportaría el retorno a la barbarie de los supervivientes. Esta perspectiva, perfectamente verosímil, da todo su valor a las condenas formuladas en el Syllabus.
Si se ha vuelto una página de la historia de la Iglesia, se abre una nueva página en la que la Iglesia debe poder continuar inscribiendo, a la vez, las verdades inmutables de la revelación y su valor de encarnación en un mundo que cambia. Ningún dominio está cerrado a este esfuerzo, que es la vida misma de la Iglesia. La era de la revelación está Cerrada, pero la era de su profundización continúa. Los dos últimos siglos han proclamado los dogmas de la Inmaculada Concepción, de la infalibilidad pontificia y de la Asunción. Son probables y posibles nuevos dogmas, acompañados de corrientes de espiritualidad que los preceden y los siguen, en los que se renueva la vida de la Iglesia. En el torbellino actual, son perceptibles algunas y la abundancia de las operaciones, de las revelaciones privadas y de los milagros, desde hace decenios, no puede dejar de tener un sentido.
Una vieja mística muy profunda y auténtica se discierne, sin gran esfuerzo, mezclada a la oleada de las ilusiones y de las extravagancias. Resultarán nuevas formas de vida contemplativa y activa, como siempre ha sucedido, en el curso de la historia de la Iglesia. Es, por otra parte, una ley de la física social, válida para la Iglesia lo mismo que para las sociedades políticas, que la reforma se cumple más fácilmente con nuevas creaciones que con la corrección de antiguas estructuras.
El desastre postconciliar no debe interpretarse como la oportunidad de una tabla rasa, sino como algo que acaso pueda ofrecer posibilidades imprevistas de acción, incluso aunque nos resulten invisibles. Desde el origen, el conocimiento de la Iglesia se ha producido a través de innumerables inconvenientes. EI despilfarro es también una ley de la vida. En la Iglesia se denomina herejía, cisma, división, corrupción de costumbres. No es, necesariamente, acumulativo. ¿Quién habría creído en el siglo X la prodigiosa eclosión de los siglos XI y XII?
El punto más misterioso de la situación actual es el hombre mismo. La religión democrática es una religión del hombre. Pero la religión católica es la religión del Verbo encarnado. El hombre no cambia, pero la humanidad cambia, en su contexto social, principalmente determinado por el progreso tecnológico. Entre el cuerpo extendido de la humanidad y el cuerpo místico de Cristo, la relación teológica no cambia, pero la expresión de esta relación puede adquirir nuevos desarrollos, al mismo tiempo que pueden crearse nuevas relaciones institucionales.
Estamos aquí en el corazón del problema planteado a la Iglesia por el mundo moderno.
Teilhard había creído aportar la solución mediante su identificación de cosmogénesis, de antropogénesis y de cristogénesis, identificación que no pretendía ser sino la transcripción, en términos evolutivos, de la tradición de la Iglesia. Su visión, como él la llamaba, no era, en realidad, Otra cosa que una gnosis que la ciencia misma ya no siente.
Los teólogos postconciliares han abandonado á Teilhard, pero para ir todavía más lejos. Su cristología no es otra cosa que la vinculación al mundo, bajo las diversas especies de la democracia.
El problema está planteado. Cada uno puede cooperar a su solución, en la medida de sus medios, los cuales son, en esencia, los de la santidad (lo cual invita a la modestia). El resto es fantasía del espíritu. "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos y vuestros caminos no son los míos".
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