1.
La destrucción del régimen tradicional
corporativo-feudal.
2.
La consciente descristianización de toda
la cultura y de todas las costumbres.
3.
La colocación del hombre en lugar de Dios,
es decir, un cambio radical en la cosmovisión: el paso del teocentrismo bíblico
tradicional al antropocentrismo pagano y, poco después, a un antropocentrismo
radicalmente ateo, absolutista y autosuficiente.
4.
Como consecuencia de ello, surge el culto
del hombre y la Declaración de los Derechos Humanos.
5. La introducción del concepto del «contrato
social» como base de la sociedad, junto con el liberalismo y el individualismo,
ideologías aplicadas a todos los aspectos de la vida social, económica, política
y cultural, especialmente en el nuevo orden jurídico.
6.
La adaptación, como régimen político, de
la democracia rousseauniana, en la cual el poder y la soberanía residen en el «pueblo»,
sujeto de la «voluntad general», la cual degenera en un absolutismo tiránico y
despótico y es generadora e inspiradora de las cuatro corrientes del comunismo
revolucionario que aparecen en sucesión cronológica, a saber: la primera, de
Rabaut, aplicada a la cultura (1789), siendo su autor el precursor de Gramsci;
la segunda, del materialismo histórico de Barnave (1792), el precursor efe Karl
Marx; la tercera, de los Rabiosos (1793), precursores de los trotskistas; la
cuarta, la igualitaria de Babeuf (1796), el precursor de Lenin. Todas ellas
desembocan en el totalitarismo.
7.
La radical secularización de la sociedad y
de la cultura, realizada bajo el atrayente lema, sacado del Evangelio, de
Libertad, Igualdad y Fraternidad.
8.
La soberbia pretensión de construir una
sociedad radicalmente secular, laica, absolutamente autosuficiente, es decir, una
sociedad que prescinda de Dios e, incluso, se declare contra Dios; una
universal Civitas mundi, modernizada con el culto de sus principales
ídolos: de la Razón, de la Ciencia, de la Tecnología y del Bienestar; una Ciudad
(Estado-Mundial) afincada sólo aquí, en la Tierra, en lo temporal, y por tanto
materialista, inmanentista, adoradora de sí misma, y que, llegando al
comunismo, puede alcanzar su plenitud y perfección.
9.
Se trata, pues, de una herencia dinámica,
concebida más bien como una tarea a hacer, a cumplir, a realizar plenamente; un
legado para las generaciones futuras, y que la Revolución francesa realiza sólo
parcialmente, dejando a la posteridad su realización completa, considerándose a
sí misma una Revolución permanente, mundial y universal.
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