La gracia del Salvador se manifestó
a todos los hombres. ¡Gran consuelo! saber por boca del mismo Apóstol que
ninguno de los hombres fue exceptuado de esta gracia. Aparecióse para nuestra instrucción. A la verdad
toda la vida de Jesucristo, propiamente hablando, no fue más que una lección
continuada. Ella nos ensena a renunciar la impiedad y las relajaciones del
siglo: ella nos enseña a vivir con templanza, según la justicia, y con piedad.
Estas tres virtudes comprenden en sí otras muchas. Cumplimos con lo que debemos
a Dios, por medio de una piedad humilde y sincera; con lo que debemos al
prójimo, siguiendo las leyes de la justicia; con lo que nos debemos a nosotros
mismos, moderando nuestro amor propio y domando, nuestras pasiones. Sobre estos
solos principios se forma el verdadero cristiano. Renunciando a los desórdenes
del siglo, a las máximas y al espíritu del mundo, se forma el cristiano verdadero,
no hay otro medio. Esta es la primera obligación que contrajimos en el bautismo;
¿y es esta la obligación que desempeñamos con mayor exactitud? Aquellas personas
mundanas, aquellas víctimas de la profanidad, del interés, de la ambición,
¿renunciaron a las vanidades del siglo? ¿Viven por ventura según las leyes de la
templanza, de la justicia y de la piedad? ¿Pueden decir con verdad que esperan
la bienaventuranza eterna, que este es el fin de su esperanza? ¿Pero en quién fundarán
esta esperanza? ¿Será acaso en Jesucristo como Salvador, o como Juez? Pero
¿será en Jesucristo como Salvador, cuando no quieren seguir sus leyes, cuando
deshonran su religión, cuando menosprecian sus máximas? ¿Será en Jesucristo
como Juez? Mas consultemos, examinemos bien, si somos parte de aquel pueblo
puro y perfecto, que es el objeto de sus complacencias, de aquel pueblo a quien
mira como a la mejor obra de sus divinas manos, que debe ser su gloria, su
corona y su alegría. ¿Honramos por ventura a Jesucristo con unas costumbres tan
poco cristianas? Predicad estas cosas. Ciertamente no sería menester más para
convertirnos, si nosotros mismos no pusiéramos tantos estorbos a nuestra
conversión. ¡O qué materia tan abundante de reflexiones! ¡Quiera Dios que lo
sea también de penetrantes remordimientos!
TOMADO DEL "AÑO CRISTIANO" DE CROISSET.
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