En la historia del pensamiento es
posible encontrar filósofos con ideas escépticas ya en la misma Grecia clásica,
por ejemplo, Pirrón de Elis (360-270 a.C), de quien se dice que fue propiamente
el fundador del escepticismo antiguo. Su pensamiento consiste básicamente en
una actitud de duda acerca de todo conocimiento, hasta llegar a afirmar la casi
imposibilidad de alcanzar cualquier tipo de conocimiento cierto, de tal manera
que a lo sumo tendríamos opiniones sobre las cosas, pero no certezas.
Más adelante en el tiempo encontramos
a Sexto Empírico (65-140 d.C), filósofo griego seguidor de las ideas
escépticas. Es famoso por haber
propuesto que mediante la abstención de todo juicio, es decir, no decir nada
sobre nada, se podía llegar a una cierta tranquilidad del alma, estado que él
llamó ‘ataraxia’, que significa ‘indiferencia’. Y suena lógico, ya que si en el
fondo no podemos saber nada con certeza, entonces ¿para qué preocuparnos? Lo mejor
sería dedicarse a las necesidades inmediatas de la vida, sin preocuparse por
los grandes debates, por los grandes temas, por la filosofía en general, ya que
en ese terreno es, según el escéptico, imposible alcanzar certezas.
Durante el periodo medieval prácticamente
no aparecen representantes de las posturas escépticas, la creencia cristiana en
un Dios creador que todo lo había hecho con inteligencia, incluyendo al hombre
mismo, adornado con la luz de la razón por medio de la cual podía conocer la
obra de Dios, era evidentemente un
antídoto contra cualquier iniciativa escéptica en el pensamiento.
Por lo tanto es recién en la época del
renacimiento, con su veneración por la antigüedad, cuando volvemos a encontrar
pensadores propiamente escépticos. Michel de Montaigne (1533-1592 d.C) es
conocido como representante del escepticismo en los inicios de la edad moderna,
vivió en el siglo anterior a René Descartes y murió solo 4 años antes del
nacimiento de éste. Montaigne, al igual que los escépticos antiguos, creía que
la duda, la suspensión del juicio, no tomar bando, no preferir esto sobre
aquello, etc. Era el verdadero camino del estudioso, del hombre en general.
Lo común a estos autores, y a todos
los que vinieron después de Descartes, era en el fondo una desconfianza inicial
en el alcance de la inteligencia humana. La posibilidad de alcanzar juicios
verdaderos, estables, universales, necesarios, etc. Les parecía excesiva y
recomendaban más bien una actitud ‘prudente’ y ‘sabia’ de no decidirse por
nada, de no tomar nada como absolutamente cierto, como preferible, como más
verdadero que su contrario. De manera que terminaban por lógica consecuencia
dándole el mismo valor a todas las posturas, al sí y al no.
Ellos hicieron famoso el desprecio
(que se ve aún en nuestros días) por los ‘dogmáticos’. Los dogmáticos eran,
según el escéptico, seres soberbios, prepotentes, candidatos a tiranos, que vivían
convencidos de que poseían la verdad absoluta, la verdad universal. Y del deseo
de imponerla sobre los demás era de donde nacían los conflictos entre los
individuos y las guerras entre las naciones. De manera que junto a la
irracional y tiránica postura dogmática, la postura escéptica aparecía como un
oasis de cordura y los escépticos aparecían como una elite del pensamiento poseedora
del secreto para evitar todo conflicto y toda guerra.
En nuestros días, año 2015, 423 años después
de la muerte de Montaigne, 1875 años después de la muerte de Sexto Empírico y 2285
años después de la muerte de Pirrón de Elis; estamos viviendo en una sociedad
donde la actitud escéptica ha triunfado por completo y donde, por consiguiente,
se vivencia un desprecio e incluso un ataque frontal, contra todo aquél que
afirme poseer alguna verdad. Sobre todo en terreno moral o religioso. Esos terrenos
son hoy particularmente ‘sensibles’ y toda discusión o incluso toda
conversación sobre esos temas se deben hacer en lenguaje escéptico, es decir,
opinando sin afirmar nada como verdadero. Pues se corre el riesgo de ser
tildado inmediatamente como fanático, intolerante, etc. La verdad se ha vuelto
sospechosa y más sospechoso aún el que diga que conoce alguna. Al parecer la
única verdad que sobrevive es la de que no existe la verdad.
En el siguiente apartado abordaremos
la figura de René Descartes, quien es considerado el padre de la filosofía
moderna, y particularmente del idealismo moderno. Afirmó que no conocemos la
realidad sino solo nuestras ideas y por ese camino cerró ya definitivamente el
paso del sujeto hacia lo real, consagró el escepticismo.
Leonardo R.
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