Cuando el papa León XIII en el año 1879 publicó su
encíclica llamada "Aeterni Patris", en la que buscaba animar un
resurgimiento de la filosofía cristiana, lo hizo movido por el peligro de que
muchas almas se vieran engañadas por las falacias de la filosofía moderna, es
decir, aquella filosofía que había nacido con René Descartes. El Papa buscaba
entonces hacer un llamado a los intelectuales católicos para que buscarán las
armas filosóficas y teológicas en el gran sistema de pensamiento de Santo Tomás
de Aquino.
El Papa creía entonces que la mejor manera de combatir
los errores del pensamiento moderno era retornar a la filosofía y a la teología
de Santo Tomás de Aquino. En los principios tomistas veía el Papa el antídoto
perfecto para curar cualquier enfermedad de la inteligencia y de la voluntad,
que pudieran estar sufriendo los hombres y la sociedad como consecuencia de
haber adoptado masivamente los falsos principios de una filosofía idealista,
racionalista y escéptica.
Por esta razón, nosotros mismos,
convencidos también de que la salud del pensamiento se encuentra en la
fidelidad a los principios enseñados por Tomás de Aquino, emprendemos ahora la
tarea de acercarnos a su sabiduría con el fin de aprender de ella y poder
analizar un fenómeno que desde los tiempos de René Descartes ha venido siendo
la característica principal o por lo menos una de las características
principales de la filosofía moderna y contemporánea. Nos referimos al
escepticismo, entendiendo por tal aquella postura filosófica que pone en duda
la existencia de una realidad independiente de la mente de los sujetos
cognoscentes, de tal manera que el conocimiento humano estaría reducido al
conocimiento de meras ideas al interior de la mente, sin poder jamás saber con
certeza si tales ideas corresponden o no a alguna realidad extra mental.
Es entonces al escepticismo a lo
que trataremos de responder haciendo uso de la sabiduría de Tomás de Aquino.
Este escepticismo, desde el punto de vista de la epistemología, puede ser
llamado también idealismo, por cuanto afirma precisamente que el conocimiento
de los seres humanos es ante todo conocimiento de ideas, y al no disponer de
otra cosa distinta a las mismas ideas, jamás se puede saber con certeza si más
allá de las ideas hay una realidad que sirva de fundamento para el
conocimiento. También es posible, desde otro punto de vista, referirse a esta
postura filosófica como racionalismo, pues en esta perspectiva se le otorga la
primacía y la exclusividad del conocimiento a la razón humana, en detrimento de
la objetividad de los sentidos como fuente de verdadero contacto con lo real.
Téngase en cuenta entonces, para mejor entendimiento
de lo que sigue, que todo lo que aquí se dirá va dirigido al escepticismo,
tanto como al idealismo y al racionalismo. Ya que como se ha visto, se trata de
tres modos diversos de aproximarse al mismo error fundamental: el error de
encerrar al sujeto en su interioridad, impidiéndole todo contacto con algo
distinto de sí mismo, condenándolo a no ver más allá de sus propias
concepciones mentales, sin posibilidad alguna de alcanzar por medio del
conocimiento el dato objetivo de la realidad.
De alguna manera es posible ya comprender que este
error más adelante va a permitir el nacimiento de la sociedad del relativismo,
puesto que si una realidad existente de forma independiente del ser humano, el
siguiente paso sería permitirle o decirle al ser humano que era él el llamado a
construir su propia "realidad".
Cuando en pleno siglo XX Jean Paul Sartre le dice a
los hombres de su generación, haciendo uso de un lenguaje un poco enredado, que
la existencia es primero que la esencia, y que la libertad es el medio por el
cual el hombre se debe construir a sí mismo; no está haciendo otra cosa
distinta a sacar las últimas consecuencias del error idealista que cortó el
vínculo que unía al hombre con la realidad, incluyendo la realidad acerca de sí
mismo.
Leonardo R.
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