viernes, 22 de abril de 2016

La esencial malicia de los sistemas democráticos


Imagenes para representar la democracia (1)

Normalmente se nos suele decir que el sistema democrático es el mejor sistema político posible, porque solo él garantiza la "participación del pueblo en el poder"; y es que efectivamente la palabra democracia significa eso, gobierno del pueblo. Se nos vende entonces la idea de que ninguna sociedad desarrollada y moderna puede vivir con otro sistema político que no sea el democrático, tal cual se entiende y se aplica en la actualidad.

No vamos a entrar aquí en la discusión a fondo de esas afirmaciones. Nos limitaremos más bien a poner de relieve una idea central de la democracia que a veces, o casi siempre, pasa desapercibida para el gran público, y es una idea que pone a la democracia moderna en contradicción directa con la doctrina católica.

¿Cuál es esa idea central que queremos poner de relieve? la idea según la cual en la democracia las leyes SON EXPRESIÓN DE LA VOLUNTAD GENERAL. De tal forma que nada es ley si no es expresión de la AUTÓNOMA DETERMINACIÓN DEL PUEBLO, de manera directa o de manera indirecta a través de sus "representantes" elegidos por voto.

Pues bien, resulta que este principio esencial de la democracia (por lo menos en teoría, pues en la práctica los grupos dominantes hacen leyes de espaldas a los intereses de los ciudadanos), ES RADICALMENTE OPUESTO a la doctrina católica, y por tanto TOTALMENTE INACEPTABLE para el católico.

¿Por qué?

Porque el católico cree que las leyes que el hombre hace DEBEN estar siempre en dependencia de la ley de Dios, y NINGUNA ley es legítima si se opone, contradice, niega, ignora o vulnera la ley de Dios, expresada en fuentes como el decálogo o la ley natural.

Lo anterior quiere decir que una de las ideas esenciales de la democracia actual ES UNA IDEA ANTI-CATÓLICA y por tanto INACEPTABLE para el católico.

Las consecuencias de dicho principio son evidentes: decenas de leyes aprobadas en todo el mundo que contradicen, niegan e ignoran la ley de Dios, aborto, eutanasia, divorcio, uniones homosexuales, adopciones por parte de homosexuales y un largo etc. Y dichas leyes se justifican o se imponen con el mero argumento de haber sido aprobadas por los "representantes" del pueblo. Poco o nada importa que sean contrarias a la ley de Dios, pues en democracia la ley que rige no es la ley humana subordinada a la ley divina, sino aquella que es mero producto de la voluntad humana, del querer del hombre.

De hecho muchos autores se han referido a la democracia como un sistema político plagado de gnosticismo, es decir de aquella antigua doctrina que ve al hombre como un ser divino. Y si el hombre es en el fondo un dios, entonces lo más normal es que las leyes que su voluntad establezca deban ser absolutas e ilimitadas.

Desde cuando en el siglo posterior a la revolución francesa el sistema democrático moderno se fue imponiendo poco a poco en la otrora cristiandad, no faltaron nunca pensadores católicos que con gran agudeza señalaban esa malicia esencia de la democracia y resaltaban esa profunda y radical oposición entre el principio democrático y el principio católico. Incluso los papas de aquellos años se pronunciaron con su suprema autoridad sobre estos temas.

Pero hoy dichas voces han caído en el olvido y presenciamos ante nosotros el espectáculo de un mundo contruido de espaldas a Dios. 

¿Colaborar con el sistema democrático? ¿salir a votar? ¿formar partidos? dejo a mentes más autorizadas dar respuesta a esas delicadas preguntas.


Leonardo Rodríguez



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