Muchas
veces se presenta lo que podríamos llamar un falso dilema: intelectualismo o
activismo social. Veamos.
Los
católicos tenemos inevitablemente el deber de conocer nuestra fe para poder ser
conscientes de sus exigencias y vivirla debidamente. Este deber de conocerla
implica en nuestra infancia el conocimiento básico de las principales verdades
de la revelación divina como requisito para el inicio de nuestra vida
sacramental. De ahí que los niños deban ir al catecismo para hacer su primera
comunión y su confirmación.
Pero
estas primeras nociones elementales de la fe se vuelven insuficientes hasta
cierto punto a medida que vamos creciendo, no que dejen de ser ciertas por
supuesto, sino que a medida que crecemos se va haciendo necesario que
profundicemos en los contenidos de la fe, con el objetivo de vivir una fe
adulta y sobre todo con el objetivo de hacer frente a los innumerables ataques
que la fe recibe de parte de sus también innumerables enemigos, que siempre los
ha habido, los hay y los habrá.
No se
quiere decir con ello que todos debamos convertirnos en doctores sobresalientes
de la teología y la filosofía católicas, lo cual en realidad corresponde en
primer lugar al clero (que lamentablemente hoy ha renunciado a esta labor para
entregarse a un activismo social vacío de esencia sobrenatural. Cuando no para
vivir lo que les queda de fe desde un irracionalismo sentimentalista de corte
protestante que anula el aspecto intelectual tan propio del catolicismo
auténtico), pero sí se quiere decir con ello que sobre todo bautizado,
dependiendo de sus circunstancias, recae el deber de dar razón de su fe cuando
sea necesario, cuando las circunstancias así lo exijan para salvaguarda de la
dignidad de la fe y defensa de su saludable efecto sobre los hombres y las
sociedades.
No
obstante vemos con preocupación cómo se ha extendido en la actualidad una
corriente anti-intelectualista dentro de la feligresía católica, pasando a
primer plano una propuesta meramente 'pastoral-social' de activismo
filantrópico. En este sentido vemos que los católicos de hoy entienden su fe
más como compromiso con causas 'sociales', sospechosamente emparentadas con
banderas de dudosa procedencia 'política'. Sin duda la intención que mueve a
este modo de entender su fe no la podemos juzgar como mala, pues solo Dios
conoce los corazones de cada quién, pero nos parece que el énfasis exclusivo en
esta 'vivencia pastoral-social' de la fe pone en riesgo el reconocimiento de
que el catolicismo también posee, ni más faltaba, un lado comprometido con la
verdad de las cosas, con la verdad sobre Dios, sobre el hombre, sobre la
sociedad, sobre el alma, sobre la eternidad, sobre el pecado, etc.
De tal
manera que se entra así en una pendiente resbaladiza al final de la cual el
católico moderno, desgajado de ese 'intelectualismo' que se abre y se abraza a
la verdad de las cosas (labor propia del intelecto y de ahí la expresión de
'intelectualismo), acaba comprometido en la práctica con un relativismo
doctrinal en el cual todo vale, todo es igual, toda religión es verdadera
(porque en el fondo ninguna lo es), todo credo religioso es positivo, etc. Y es
algo que vemos a diario y que podemos comprobar sosteniendo una conversación
con cualquier 'católico' promedio de hoy, incluso si es miembro del clero. De hecho
si es miembro del clero su convicción sobre esto último será aún más fuerte.
Y como
suele suceder la solución correcta está en un cierto punto medio entre dos
extremos: labor social, sí, pero sostenida por una férrea formación doctrinal
que impida la caída en el relativismo doctrinal y religioso, ya que si bien es
cierto que existen las catorce obras de misericordia, también es cierto que
existen los teólogos, los filósofos, los apologistas y los misioneros, y que la
iglesia siempre cuidó de lo uno y de lo otro, y fundaba universidades tantas
como hospitales y asilos, porque lo uno no impide lo otro, sino que ambos
elementos se suponen y se exigen mutuamente.
Una fe
meramente intelectual sin obras de misericordia y de amor es una fe vacía y
fría que no produce fruto. Al paso que una 'vivencia' meramente 'social y
filantrópica' de la fe sin asidero sólido en la doctrina, desemboca en un
relativismo ajeno a la verdad que es también a su manera la muerte del alma.
Lo
bello del catolicismo es su capacidad de aunar estos dos elementos en una
armoniosa sinfonía que canta, aunque limitadamente, la armonía de la propia
naturaleza de Dios, en quien se identifican la sabiduría y la bondad.
La
'vivencia' del catolicismo pide entonces el trabajo conjunto de esos dos
aspectos: misericordia y ciencia. Misericordia para hacer frente a las
necesidades de nuestro prójimo en su cuerpo, y sano cultivo de la ciencia para
hacer frente a las necesidades de nuestro prójimo en su alma. De hecho en el
conjunto de las obras de misericordia mismo queda plasmada esta armonía, las
ponemos aquí como testimonio de lo dicho:
Obras
de misericordia corporales:
1)
Visitar a los enfermos
2) Dar
de comer al hambriento
3) Dar
de beber al sediento
4) Dar
posada al peregrino
5)
Vestir al desnudo
6)
Visitar a los presos
7)
Enterrar a los difuntos
Obras
de misericordia espirituales:
1)
Enseñar al que no sabe
2) Dar
buen consejo al que lo necesita
3)
Corregir al que se equivoca
4)
Perdonar al que nos ofende
5)
Consolar al triste
6)
Sufrir con paciencia los defectos del prójimo
7)
Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.
¿Cómo
se cumplirán las tres obras de misericordia que subrayamos arriba si de
antemano no nos hemos formado adecuadamente en la fe que decimos profesar?
¿Cómo enseñar al que no sabe si nosotros no nos hemos preocupado antes por
saber? ¿Cómo dar consejo al que lo necesita si en esos momentos ni nosotros
mismos tenemos claridad sobre las exigencias de la fe? ¿Cómo corregir al que se
equivoca si, habiendo caído en el relativismo doctrinal, ni siquiera creemos
que alguien pueda estar equivocado?
Entonces
¡a practicar las obras de misericordia, pero alimentados por el pan de la sana
doctrina!
Mantengámonos
en guardia contra el peligro que significa reducir la fe al activismo 'social'
(en idioma católico hablamos de obras de misericordia por el amor de Dios), ya
que es el camino perfecto para caer en el indiferentismo religioso.
Dejo
aquí unas palabras del gran papa Gregorio XVI, en las cuales hace referencia
precisamente a ese relativismo que hoy muchos católicos profesan, son palabras
tomadas de su encíclica 'Mirari vos' del quince de agosto de 1832:
"Otra
causa que ha producido muchos de los males que afligen a la iglesia es el
indiferentismo, o sea, aquella perversa teoría extendida por doquier, merced a
los engaños de los impíos, y que enseña que puede conseguirse la vida eterna en
cualquier religión, con tal que haya rectitud y honradez en las costumbres.
Fácilmente en materia tan clara como evidente, podéis extirpar de vuestra grey
error tan execrable. Si dice el Apóstol que hay un solo Dios, una sola fe, un
solo bautismo, entiendan, por lo tanto, los que piensan que por todas partes se
va al puerto de salvación, que, según la sentencia del Salvador, están ellos
contra Cristo, pues no están con Cristo y que los que no recolectan con Cristo,
esparcen miserablemente, por lo cual es indudable que perecerán eternamente los
que no tengan fe católica y no la guardan íntegra y sin mancha".
Leonardo
Rodríguez V.
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