Al hombre moderno lo aquejan varios males, espirituales y materiales. Los materiales son los más visibles (guerras, hambre, muerte, enfermedad, pobreza, y un largo etcétera), pero a pesar de ser los más visibles no son los más graves, si tenemos en cuenta que el espíritu es más valioso ontológicamente hablando que la carne.
Los más graves, en una mirada católica de la vida, son los males espirituales. Y digo que en una mirada católica de la vida porque en verdad solo la espiritualidad y la cosmovisión católica de la vida enseña al hombre que lo material es pasajero, que este mundo que tanto nos fascina acaba pronto con la muerte y atrás quedarán todas las vanidades por las que suspirábamos tontamente.
De manera que no es que lo material sea malo, como dirían los maniqueos de todo tiempo, sino que es pasajero y engañoso, y la verdadera tarea del hombre es el cultivo de su alma, medio único con el cual asegurar la verdadera salud del hombre.
Desde esta perspectiva los errores del espíritu cobran una importancia tremenda, porque se convierten en los errores más dañinos y más destructivos. Y dado que eso que llamamos espíritu viene siendo a fin de cuentas el conjunto de vida formado por la inteligencia y la voluntad, en su tendencia hacia la verdad y el bien respectivamente; los errores del espíritu vienen a ser las enfermedades que puedan aquejar a la inteligencia, es decir errores. Y las enfermedades que puedan aquejar a la voluntad, es decir vicios.
Ahora bien, errores que pueden afectar a la inteligencia hay por miles, dado que todo juicio errado acerca de la realidad es de cierta forma un mal de la inteligencia que está hecha para la comprensión de lo real. Como por ejemplo si alguien se equivocara al enunciar la capital de Alemania o la fórmula química del agua. Lo que pasa es que este tipo de errores, con todo y ser errores, no son tan graves que digamos ya que sus consecuencias son pequeñas y además son fácilmente reparables, se puede salir de ese error con solo repasar nuevamente la lección y estar un poco más atento a la próxima.
Pero hay algunos errores que podríamos llamar genéricos, que ya no se refieren a alguna verdad particular, sino que dan nacimiento a toda una cascada de errores que afectan a la vida del hombre, podríamos enumerar algunos como ejemplo: nominalismo, hedonismo, relativismo, escepticismo, agnosticismo, etc.
Pues bien, entre esos errores genéricos que afectan ya no a una verdad particular y nos hacen equivocarnos acerca de dicha verdad, sino que afectan a toda la visión del hombre sobre lo real, hay uno del que poco se habla actualmente: el indiferentismo.
El indiferentismo es fruto del relativismo, es como su consecuencia natural. Al igual que el relativismo también el indiferentismo nace de una debilidad de la inteligencia, que llega a ser incapaz de captar la verdad de las cosas, la realidad, y se hace entonces incapaz de poner cada cosa en su lugar. El indiferentismo es la actitud de aquellos a quienes todo les da lo mismo, todo les parece de igual valor, toda opinión les parece valiosa, toda iglesia les parece igual de aceptable, toda creencia es para ellos igualmente buena.
Se dice entonces que miran estas cosas con 'indiferencia', es decir, no diferencian entre opiniones, iglesias, credos religiosos, posturas, corrientes, idearios, etc. Ya que todo lo meten en un mismo saco y juzgan ser todo igualmente bueno, valioso y aceptable.
A primera vista parece una actitud madura y prudente. Ya que dado que nos equivocamos tan fácilmente pareciera que lo mejor es mantener una actitud de reserva y no comprometernos con ninguna postura por sobre las demás, quedando así a salvo de equivocaciones. El punto es que se trata de una moneda de dos caras, como toda moneda, y si por un lado evitan errores, también terminan evitando aciertos. En otras palabras, el indiferente o indiferentista se aleja del error con su actitud de no pronunciarse sobre nada con firmeza, pero al mismo tiempo se aleja de la verdad, que es la vida de la inteligencia.
El indiferentismo tiene varias fuentes o causas. Por un lado a nivel filosófico proviene de una mala comprensión de lo que es la inteligencia humana. Por lo general hay detrás un empirismo radical que no reconoce la especificidad de la inteligencia y la identifican con la actividad de los sentidos y en últimas del cerebro. Y por este camino se borra de su paisaje mental toda concepción de la inteligencia como facultad de conocimiento, quedando el individuo reducido a su actividad sensorial y cerebral en procura de la adaptación al medio y la supervivencia.
Por ese camino reduccionista y materialista está claro que no queda lugar para debates acerca de la verdad de esta o aquella doctrina religiosa, moral, teológica o filosófica. Todo eso quedará dejado al libre arbitrio de cada quien, al parecer individual, al capricho de cada persona o, en últimas, a lo que el gobierno permita o prohíba con sus leyes.
Por el lado de la voluntad hay también una debilidad a la hora de seguir el verdadero bien humano. Son voluntades doblegadas por los vicios, en especial vicios de la carne. Y una personalidad esclava de los vicios se hace ciega para la comprensión de las verdades abstractas, que son precisamente las de la ética, la filosofía, la teología, la religión, etc. De manera que entonces también por ese lado la persona pierde interés por esos debates y acaba tomando el camino fácil: todo vale lo mismo, todo da lo mismo.
Ese es el indiferentismo, una enfermedad de la inteligencia, fruto del relativismo y de los vicios.
Es uno de los males del hombre actual, produce un cierto cansancio de la inteligencia. Llega uno a encontrar personas tan atrapadas ya por el indiferentismo que la misma idea de sostener una conversación sobre temas 'polémicos' les aburre, les deja indiferentes. Están dedicados a 'vivir la vida', y los debates 'vacíos' se los dejan a los que se quieran interesar en esas cosas, ellos tienen cosas más 'importantes' que hacer.
¿Cuál es el antídoto contra el indiferentismo? El amor por la verdad, el estudio de las sanas doctrinas, la defensa de la inteligencia.
Si no tomamos esto en serio tarde o temprano, por cansancio o por contagio, podríamos terminar también nosotros haciendo parte de la masa de indiferentistas.
Leonardo Rodríguez
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