La tolerancia es una de esas palabras que arrastran tras de sí un prestigio tan grande, que poco importa que no se sepa su significado, pues basta con el impacto emocional que provoca para garantizar el éxito de todo discurso que apele a ella para ganar adeptos. Y por otro lado basta también con acusar a nuestro contrincante de 'intolerante' para, sin necesidad de argumentar, asegurar nuestra victoria por medio del recurso a las pasiones del auditorio.
Así las cosas la 'tolerancia' viene a ser algo así como un diploma de racionalidad, de madurez, de sentido común y modernidad. Todo aquél que se proclame tolerante será visto de inmediato con buenos ojos y ganará aceptación y audiencia. Y por el contrario, todo aquél que deba cargar sobre sus espaldas con la acusación de intolerancia, deberá resignarse al aislamiento social, a la burla, al insulto, al desprecio y al ostracismo. Tal es la fuerza de la carga emocional que algunas palabras tienen hoy día.
Pero, ¿qué es la tolerancia? Para los modernos la tolerancia es la virtud suprema, la suprema garantía de cordura, madurez y racionalidad. Sin ella el hombre es poco menos que una bestia irracional, fanático, potencial psicópata y antisocial, merecedor del rechazo y la condena social.
No obstante en este asunto como en otros hemos sufrido sin percatarnos de un proceso de desplazamiento semántico, es decir, un proceso de metamorfosis del significado de una palabra, de tal manera que, dejando la palabra materialmente igual, su sentido ha sido transformado para significar lo que nunca significó.
Porque lo cierto es que la tolerancia no es ni mucho menos una virtud, algo bueno y que mejore o produzca de alguna manera un crecimiento del valor de una persona. Lo anterior porque la tolerancia es la permisión de un mal en vista de la conservación de un bien. Esto sucede cada vez que la eliminación de un mal podría producir al mismo tiempo la eliminación de un bien o su disminución considerable. Como cuando en el evangelio Jesús hablaba del dueño de la cosecha que manda dejar crecer la maleza junto con las plantas buenas, no vaya a ser que al arrancar la maleza se arranquen también algunas buenas yerbas. De manera que se reconoce que la maleza es algo malo, un mal, pero al mismo tiempo se permite que exista no en consideración a ella misma, sino en consideración y por el bienestar de las buenas semillas.
Eso es la tolerancia, no una virtud, sino un mecanismo de protección de un bien que no se quiere lastimar. En este orden de cosas el mal se reconoce como tal, las sociedades saben lo que está mal y lo condenan, PERO lo dejan subsistir en aquellos casos en los que eliminarlo afectaría un bien.
Un ejemplo sencillo de esto eran las antiguas 'casas de tolerancia' que las autoridades permitían instalarse a las afueras de los pueblos. Eran burdeles. Eran evidentemente un mal moral, y así eran vistas y reconocidas. Pero la autoridad no las reprimía sino que las regulaba y las ubicaba en un sitio específico. Obrando así a causa de que su total prohibición provocaría que dicha actividad se comenzara a realizar en la clandestinidad, lo que impediría que las autoridades mantuvieran el control.
Pero todo esto NADA tiene que ver con la tolerancia de los TOLERANTES modernos. La tolerancia moderna pretende que se llame bien al mal y mal al bien, pretende una COMPLETA TRANSFORMACIÓN DE LOS PRINCIPIOS Y DE LOS VALORES DE LA CULTURA OCCIDENTAL.
De manera que ya no se trata para los modernos de soportar un MAL con vista en la protección de un bien, sino de PROMOCIONAR, ALENTAR, FELICITAR, ANIMAR, PROTEGER, etc, conductas que son objetivamente males, obligando a todos a aceptar que el MAL no existe, y que lo importante es la glorificación de la 'libertad' individual.
Por ejemplo la conducta homosexual. Siempre han habido homosexuales, y se les toleraba, no se les perseguía a muerte ni mucho menos, AUNQUE SE RECONOCÍA QUE LA CONDUCTA HOMOSEXUAL ERA INTRÍNSECAMENTE MALA. Pero en vista de la conservación de la paz social y de la posibilidad de que dichas personas cambiaran su estilo de vida con el tiempo, SE LES TOLERABA.
Hoy los tolerantes han cambiado todo y le piden a la sociedad no solo la aceptación, en vista de algún bien, de la homosexualidad, sino que se pide, se exige y se lucha en todas partes por que la conducta homosexual sea vista como una entre tantas, todas igualmente aceptables, valiosas, buenas, etc.
La tolerancia moderna quiere llamar bien al mal y mal al bien.
Y digo que quiere llamar mal al bien porque en su afán de metamorfosis de los valores llegan al extremo de pedir (está sucediendo ya en muchas partes del mundo) la condenación de la doctrina católica por considerarla 'intolerante' y fuente de intolerancia. De manera que el bien quieren llamar mal y al mal bien.
Por eso la tolerancia moderna de la que tanto nos hablan ya nada tiene que ver con el sentido original de la palabra tolerancia, esta ha sido secuestrada por un particular movimiento ideológico que busca la transformación de la sociedad en el paraíso del nihilismo relativista y hedonista.
Somos tolerantes en el sentido clásico del término. Pero imposible serlo en el sentido moderno, porque ello implica el abandono del orden real de las cosas, donde lo que es bueno es llamado bueno y lo que es malo, malo.
Y por si fuera poco, estos amigos de la moderna tolerancia desatan una persecución desmedida contra sus críticos, contra los defensores de la familia, de la vida, de la fe, etc. Pues paradójicamente los defensores de la 'tolerancia' terminan convirtiéndose en los más intolerantes de todos, no soportan ni el más mínimo atisbo de contradicción a sus ideas y planes sobre la sociedad.
Por lo tanto tolerantes sí, pero tolerantes clásicos.
Leonardo Rodríguez
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