Jerónimo Emiliano fue en su
juventud un gran libertino, de modo que no hubo goce mundanal que él no apurara
hasta la saciedad. Alistado en la milicia, llevó la vida alegre y disipada de
muchos que siguen la carrera de las armas; pero la Santísima Virgen, que le
amaba entrañablemente, permitió que en cierta guerra cayese prisionero, y fuera
encerrado en una cárcel tenebrosa, sin esperanza alguna de salir de ella.
La oscuridad y tristeza de la cárcel
hiciéronle volver en sí, y ver la horrible oscuridad de su alma, cargada de
tantos y tan enormes pecados, y esta consideración levantó en él tan vivos remordimientos,
que estuvo a punto de desesperar.
Abandonado de todos, sentía la
necesidad de convertirse a Dios; pero al levantar el corazón al cielo, hacíalo
sin ninguna esperanza, creyendo que el Señor no podía escuchar la voz de un
hombre cargado de tantos y tan graves pecados. Iba ya a dejarse llevar por la
fatal corriente de la desesperación, cuando se acordó de la Santísima Virgen, e
hizo memoria de los cruelísimos dolores y mortales angustias que tuvo que
sufrir su ternísimo Corazón, durante las horas en que Jesús estuvo preso en
poder de sus implacables enemigos.
El recuerdo de los dolores de María
enterneció profundamente a Jerónimo, y le movió a recurrir a la Santísima
Virgen, pidiéndole que por lo que hubo de sufrir en la vida, pasión y muerte de
Jesús, se dignara levantar en su alma la esperanza de salvarse, que tenía
perdida.
—Si junto con la resignación en
las penas que padezco, me alcanzáis un verdadero arrepentimiento de mis
pecados, y el perdón de los mismos, dolorida Madre mía —le dijo—, os prometo
sinceramente ser siempre vuestro devoto y hacer penitencia hasta la muerte.
La piadosísima Madre de Jesús no podía
hacerse sorda a las preces del hijo afligido, que ponía en Ella la esperanza
para volver a la amistad y gracia de Dios, así es que no solamente le alcanzó
una verdadera contrición de sus culpas, y la seguridad de que le habían sido
perdonadas, sino que además quiso que el nuevo convertido recibiera poco tiempo
después la libertad.
Salido de la cárcel, Jerónimo
pasó el resto de sus días llorando amargamente los excesos de su vida y haciendo
dura penitencia por ellos. Murió en el Señor, y la Iglesia lo inscribió en el catálogo
de los Santos.
Aprende a no desconfiar de Dios,
y a poner tu causa en las benditas manos de María, única esperanza de los
pecadores.
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