Operamini cibum, qui non perit, sed qui permanet in vitam aeternam.
Estas son palabras del Hijo de Dios, Cristo Jesús, encomendadas por la
autoridad de su persona y por la grandeza de su amor, pues bajó del cielo y murió
muerte de cruz por el bien de los hombres, y para enseñarnos una vida divina
con su doctrina y obras. Obrad, dice, no el sustento y comida que perece, sino
la que dura hasta la vida eterna. A lo cual también nos animó con su ejemplo
cuando dijo (Jn., 4, 34) que su comida era hacer la voluntad de su Padre.
1. Ha de durar para
siempre. — Porque entre todos los ejercicios espirituales —que son el
sustento del alma, con que se alimenta la vida y fervor del espíritu—, el
cumplir y conformarse con la voluntad de Dios ha de durar por toda la
eternidad, y no hemos de cesar de esta dulce ocupación, en la cual están ahora
los ángeles embebidos con gran contento y honra suya, y estarán siempre, como
de ellos dice David (Ps. 102, 21), que están haciendo la voluntad del Señor.
No es lo mismo en otros ejercicios particulares de la vida
espiritual, porque la humillación, la paciencia, la mortificación, la
penitencia y otras devociones y medios para alcanzar la perfección no los habrá
en la otra vida; y aún en esta no pueden continuarse, sino que a veces, o se
han de interrumpir o mudarse. Porque no son todos estos ejercicios acomodados
de una misma manera para todos, ni para uno mismo en todos estados. Porque lo
que conviene a los principiantes no es tan a propósito para los aprovechados y
perfectos. Solo el cumplimiento de la voluntad divina es no solo conveniente a
todos, pero es necesario, y nunca se debe mudar. Tan sabroso y provechoso es
este manjar a los que le empiezan a gustar, que nunca les enfada ni embaraza.
2. Grande atajo. —
Tiene también esta excelencia, que a este ejercicio se reducen los demás, y
quien con él solo cumpliere, cumplirá con todos; será humilde, penitente,
mortificado, paciente y modesto. Todo cuanto dicen los autores espirituales, y
cuantos medios dan y caminos enseñan de la perfección, aquí vienen a parar, y
quien diese en este ejercicio de veras y con constancia, se hallaría presto muy
adelantado, porque es un grande atajo y el camino más derecho, porque es dar
luego en el punto. Y porque, como he dicho, es para todos estados, se puede
decir, el camino real, porque por él pueden ir todos, sin tener que salir de él
los principiantes, los aprovechados, los perfectos, los flacos, los fuertes,
los enfermos, los sanos. Por lo cual será gran servicio de Dios poner en práctica
este ejercicio y cobrar gran devoción con él.
Hay algunos que se aplican a varias virtudes y medios para conservarse
en espíritu y conseguir la perfección, dándose unos a la humildad para
esmerarse en ella, otros a la mortificación, otros a la penitencia, otros a la oración,
poniendo todas sus fuerzas en aprovechar en estas virtudes particulares. Yo
pienso que, aunque esto es de gran importancia, sería gran atajo, y se cumpliría
con todo, si esta cuenta particular y aplicación se pusiese desde luego en
procurar cumplir, y no hacer cosa, aun alzar los ojos, de que no se satisfaga
uno del gusto de Dios, y hacer todo lo que alcanzare ser voluntad suya. De modo
que no haya para un alma más razón, ni mayor causa, ni fuerza más violenta, ni
necesidad más urgente, que decir: ¡Dios lo quiere!, ¡este es el gusto y beneplácito
divino!, teniendo siempre delante de los ojos, para hacer o dejar de hacer
cualquier cosa, si es su gusto o disgusto de Dios, y como gustará Dios que se
haga o deje de hacer.
Este es el ejercicio más seguro y de menos embarazo; éste es
el camino más breve y libre de engaños; este es el compendio de la vida espiritual;
esta una regla universal de vida, que no tiene excepción; éste es un medio que
es fin de los demás medios y ejercicios, y el medio más eficaz para cumplir
mejor y con mayor merecimiento con todos.
3. Fuente de méritos.
— Porque este estudio de atender solo a hacer y buscar la voluntad de Dios,
fuera de ser la regla general de todas nuestras acciones, y la única razón de
acertar en ellas, y de alcanzar una prudencia divina, es la fuente más
caudalosa de merecimientos. Porque como se califique la bondad de las obras por
la excelencia del fin por que se hacen, y no haya fin más puro y alto que la
voluntad de Dios, que es el mismo Dios; viene por esta causa a relevarse todo
lo que se hiciere con este fin, y a ponerse en un grado altísimo de
merecimientos y hacerse obras de fina caridad. Y en la paciencia con que sufre
uno por amor de Dios las cosas adversas, porque Dios quiere que se sufran, no
hay menor merecimiento, pues es la fina caridad y suprema ley de amor, tener un
mismo querer y no querer; y como todas las cosas hace y padece uno porque Dios así
lo quiere, siempre está acaudalando grandes merecimientos.
4. Sus conveniencias.
— Pero antes de proponer su uso, mostraré primero cuán debido es, cuan
necesario, cuan forzoso, cuan honroso y delegable y provechoso, y de cuán
grande gloria y gusto de Dios, para con esto persuadir a todos que se den a él.
Todas estas razones de emplearnos en esta ocupación concurren juntas y nos
obligan a ello; porque ni hay cosa más obligatoria para nosotros, ni más
gloriosa, ni de mayor gusto, ni más honrosa, ni más interesada, ni de mayor
necesidad, ni más forzosa, que el cumplimiento de la voluntad divina.
Tomado del libro: Vida divina. Del padre Eusebio Nieremberg.
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