¿Qué duda hay que un esclavo
debe hacer la voluntad de su amo, y un vasallo la de su príncipe, y un hijo la
de su padre, sin salir un punto de su gusto? Pues Dios es Señor nuestro, Rey
nuestro, Padre nuestro, Esposo nuestro, y nosotros somos suyos por mil
obligaciones: porque nos compró con su sangre, porque nosotros nos hemos
entregado a Él y porque nos creó.
Porque nos hizo de nada. — Un labrador quiere tener dominio en el árbol
que planta, y en un perro que nace en su casa; y un artífice en la estatua que
hizo; ¿qué derecho tendrá Dios
en sus criaturas, pues las hizo de
nada? Porque así como dicen los filósofos que de hacer una cosa de algo a hacerla de nada va distancia infinita en el
poder y causa de aquellos efectos, así el derecho y dominio que Dios adquiere
en sus criaturas por haberlas hecho de
nada, excede infinitamente a todo otro derecho.
¿Qué derecho tendrá Dios
sobre nuestra voluntad, para que nos rindamos a su gusto, pues le tenemos esta
tan grande obligación de habernos criado de nada, y sobre esto de habernos
comprado y redimido? Claro está que es por muchos caminos grande la obligación
que tenemos a hacer su voluntad, y el derecho que Él tiene sobre la nuestra.
Con tan inmensas obligaciones y tan grande y supremo dominio que en nosotros
tiene Dios, ¿cómo queremos ser dueños de nosotros mismos y de nuestra voluntad,
y no rendirla a nuestro Dios y Señor?
Por esta causa, pues, no
tenemos título justificado para hacer en cosa alguna, por mínima que sea,
nuestro gusto. Porque conforme a justicia, y según toda ley, tanto se debe
cuanto se recibe; y pues de Dios hemos recibido todo lo que somos, hemos de emplearnos
totalmente en su servicio y estar a su voluntad.
La obligación que a Dios
tenemos es infinita, y lo infinito no tiene término, ni exceptúa nada, y no
deja lugar para que en nada seamos nuestros, sino todos de Dios; cuyo derecho
violara injustamente quien quisiere hacer algo por su gusto, y no todo, sin excepción
alguna, por el divino; ora sea acción exterior, ora movimiento interior del
alma, hasta el más mínimo pensamiento.
Por lo cual dijo san
Anselmo esta notable y verdadera sentencia: «Solo Dios debe querer con propia
voluntad todo lo que quiere. De manera que no tiene sobre si otra voluntad a
quien debe seguir. Y así, cuando un hombre quiere algo por su voluntad propia,
quita a Dios su corona; porque de la manera que solo un rey tiene derecho a
ponerse corona, así la voluntad propia solo conviene a Dios. Y como deshonraría
a su rey el que le arrebatara de la cabeza su corona, de la misma manera
desobedece y deshonra a Dios quien le quita el privilegio de la propia
voluntad, queriendo tener lo que solo Dios debe tener. Y como la propia
voluntad de Dios es el manantial y la fuente de todo bien, la propia voluntad
del hombre es el principio de todo mal.» Así habla san Anselmo.
Pero para que ponderemos
más esto, es bien volvamos a considerar de por si algunos otros títulos por los
cuales tiene Dios derecho sobre nosotros. Porque si para toda esta obligación
infinita a no hacer en nada nuestro gusto por ser nuestro gusto, y para todo
este derecho de Dios a que hagamos en todo el suyo, so pena de ser injustos, es
suficiente el título de la creación, por ser hechos de nada, con amor inmenso,
y poder infinito, y ser Dios nuestro dueño y Señor, ¿qué será por los otros títulos
fuera de este, por los cuales también es Señor nuestro?
2. Porque nos compró. — Lo primero, porque nos compró, como he dicho. Dios,
por el precio infinito que dio por nosotros, tiene semejante derecho; y este
derecho es infinito, y por el infinitamente le debemos estar sujetos y hacer su
voluntad, con lo cual se excluye totalmente el tener nosotros justicia para
hacer la nuestra en la mas mínima acción de cuerpo o alma; porque como Dios,
por este precio infinito, más compró nuestras almas que nuestros cuerpos, no
tenemos acción ni justicia para tener por nuestro gusto ni aun un movimiento
interior del corazón.
3. Por habernos entregado a Él. — Además de esto, somos de Dios por
habernos entregado a Él por el contrato que hemos hecho —aunque por otro lado
no fuéramos suyos—, como san Paulino, que, siendo libre, se entregó por esclavo
a un hombre bárbaro, obligándose a servir y hacer su voluntad en lo que le
mandase; y así, pues nosotros por propia voluntad, nos hemos dado a Dios; y
ahora mil veces ratifico yo esta entrega y la hago de nuevo, adquiere por esto
Dios nuevo derecho sobre nosotros para que hagamos su voluntad y no la nuestra.
El cual derecho también es infinito, y por él infinitamente debemos huir de
hacer nuestro gusto, y hacer solo el divino. La razon por que es infinito este
derecho es porque nos hemos entregado a Dios por deudas infinitas que le
tenemos de sus beneficios infinitos. Y como entre algunas gentes antiguas, si
llegaban a ser tan grandes las deudas, que el deudor no las pudiera satisfacer,
quedaba por esclavo de su acreedor, el cual tenía en su deudor tanto derecho
cuanto eran las deudas, de la misma manera, por no poder satisfacer a Dios
beneficios y deudas, que son infinitas, nos hemos entregado a nosotros mismos. La
obligación que de aquí nace y el derecho que por esto le hemos dado es infinito,
obligándonos todo lo posible a servirle y entregándonos a Él con infinito
derecho; por el cual en nada somos nuestros, ni tenemos justicia alguna para
hacer nuestra voluntad, sino solo la de Dios.
4. Por
el premio que nos promete. —También porque si un hombre tiene derecho en su
criado, por el salario que le promete, para servirse de él a su voluntad, de la
misma suerte adquiere Dios derecho a que hagamos la suya por el jornal y premio
tan aventajado que nos ha prometido y quiere dar. Y como un criado, tanto debe
servir más a su amo cuanto más se lo paga, de la misma manera, pues la paga y
premio que Dios nos ha de dar y ha jurado de cumplirlo, es cosa infinita en sí,
y, como dicen los teólogos, objetivamente, pues es el mismo Dios y su posesión,
y la vista clara de su naturaleza infinita, y esta posesión, por su duración
eterna, es infinita, la obligación que de aquí nace se ha de juzgar también por
infinita.
5. Por
la excelencia del Ser divino. — Pero aunque no hubiera nada de esto, que ni
Dios nos hubiera criado, ni comprado con su vida y sangre, ni nosotros entregándonos
a Él de nuestra voluntad, ni debido bien alguno; y aunque no nos hubiese de
pagar tan liberalmente nuestros servicios, solo por la autoridad y excelencia
de su Ser es Señor y Rey nuestro, y debemos estar infinitamente sujetos a Él,
sin esperar otra razón ni título fuera de este. Porque, según Aristóteles, el
dominio natural se funda en la excelencia de la naturaleza; por lo cual el
hombre es señor de los animales, y el varón manda a la mujer; y así, pues la
excelencia de Dios infinitamente excede a las demás cosas, el señorío que solo
por esto tiene es infinito, y le debemos estar también por este lado infinitamente
sujetos y rendidos a su voluntad.
6. Por
ser nuestro Padre. — Además del dominio supremo que Dios tiene en nosotros,
tiene por otros muchos títulos, fuera del de justicia, derecho para que no
hagamos en nada nuestra voluntad, sino solo la suya. Y no es poco estrecha la obligación
de la virtud de piedad o religión y la obediencia, respeto y honra que le
debemos por ser Padre nuestro, con tanta obligación y tan estrechamente, que no
hay otro padre que lo sea más que Él, participando nosotros por la gracia de su
naturaleza divina, con unión y vínculo estrechísimo. De modo que, aunque no
tuviera Dios señorío absoluto ni imperio sobre las criaturas, por este título
de ser Padre de los hombres le debemos obediencia infinita; y la obediencia, en
esto está, en hacer la voluntad ajena y no la propia; y así, pues por el
derecho de Padre le debemos tal obediencia, debemos, por consiguiente, hacer su
voluntad y no la nuestra.
Tomado del libro: Vida divina. Del padre Eusebio Nieremberg.
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