3) Pluralismo
Con esta
característica aludimos aquí al rechazo sistemático de la noción de ‘verdad’
única. Durante la Edad Media los escritores abordaron una multiplicidad de
temas con gran libertad, pero lo hicieron conscientes de que se movían dentro
de un marco de principios rectores provenientes de su fe religiosa. Lo anterior
no ha de ser interpretado en el sentido de que dichos principios limitaran,
asfixiaran, impidieran o reprimieran la investigación propiamente racional y
filosófica, no, de hecho en los escritos de un autor tan medieval como Tomás de
Aquino podemos encontrar una doctrina muy clara sobre la distinción entre los
niveles teológico y filosófico de la investigación, así como una defensa y
justificación de la capacidad de la razón dentro de su propia esfera. Efectivamente
no pocas veces el sistema tomista es catalogado como intelectualista y aún hoy
día sus tesis son usadas para defender los derechos de la razón frente a doctrinas
que rebajan la inteligencia al no diferenciarla esencialmente del conocimiento sensible.
De manera
que no se debe creer que la fe limitara a la razón, más bien le establecía puntos
de referencia, señales de demarcación y avisos de peligro. En lenguaje técnico
se ha dicho que la teología ejercía una función de vigilancia sobre la
filosofía, por cuanto le señalaba los peligros de ciertas doctrinas. Pero más
allá de eso la mente del filósofo quedaba en plena libertad para abordar los
problemas más arduos imaginables. Bastaría para convencernos de ello dar una
mirada a las obras que nos quedaron de aquellos tiempos, y veríamos la diversidad
de temas abordados, la variedad de soluciones en disputa y la, en ocasiones,
agresividad de ciertas disputas en torno de temas trascendentales.
La fe no
limitaba la razón. Sería como decir que las señales de tránsito limitan la
libertad de movimiento del conductor y su vehículo. En cierto sentido sí, pero
en realidad, bien miradas las cosas, sucede que las señales de tránsito le
ayudan a llegar seguro a casa, cosa de agradecer sobre todo en aquellas vías de
mayor peligrosidad. La señal de tránsito no mueve el vehículo, pero le indica a
su conductor los lugares peligrosos y la mejor manera de transitar para llegar
sano y salvo a su destino. Algo así ocurría con la fe en la mente del filósofo
medieval. La fe no le decía cómo filosofar, pero le indicaba los peligros y las
mejores rutas.
Todo lo
anterior ocurría en aquella época debido a que todos se movían dentro de un
marco mental que en términos generales podemos denominar cristiano. Dicho marco
abría un sinfín de posibilidades investigativas para la razón por cuanto
postulada de entrada la racionalidad del cosmos partiendo de la sublime
inteligencia del Creador. Incluso se defendía en aquella época la posibilidad
de una investigación racional del mismo Dios, de su existencia primero y
también de algunos aspectos (forma de hablar humana puesto que Dios es
inmensamente ‘simple’, no compuesto) de su naturaleza. Se puede decir que a los
estudiosos medievales no les faltó ni variedad de temas ni posibilidad de
profundizar en los mismos.
Lo que sí es
cierto es que creían en la verdad, es decir, creían que la inteligencia humana
podía conocer con certeza muchas cosas, desde la existencia de Dios hasta los
conocimientos más básicos de las distintas ciencias. Cuando estudiaban un tema
no lo hacían para formarse opiniones o creencias igualmente discutibles que sus
contrarias, sino con el fin de encontrar la verdad sobre dicho tema. Y creían
que muchas veces dicha verdad era efectivamente alcanzable.
La
filosofía que arranca con los autores del Renacimiento y sobre todo después de
Descartes es una filosofía en la cual el concepto de verdad comienza a sufrir
modificaciones que la van volviendo un asunto cada vez más subjetivo. Poco a
poco la verdad comienza a diluirse en opiniones, posturas, perspectivas,
corrientes, etc., todas respetables, todas defendibles, todas con argumentos a
favor y en contra, todas igual de válidas. Lo importante ya no es llegar a la
verdad sino edificar sistemas explicativos autorreferenciales, coherentes,
autónomos, racionales y libres de toda tradición religiosa. Todo filósofo desea
fundar su propio sistema, todo filósofo sueña en adelante con crear su propia
corriente, ya nadie quiere ser discípulo, todos quieren ser maestros. Ya no se
trata, como en la Edad Media, de que exista una variedad de temas, sino de que
proliferan perspectivas, abordajes, opciones de respuesta, posibilidades de
explicación, etc. Ya no hay una verdad sobre nada, sino solo distintas visiones
y propuestas, todas igualmente respetables. Todo se argumenta, todo se
defiende, todo se opina, ya no hay verdad, no se le busca, no se aspira a ella…la
verdad muere.
La única
verdad que parece quedar en pie es aquella que afirma que no hay verdad.
En ese
orden de ideas el pluralismo de la filosofía moderna no es fruto de la riqueza
de temas y de la fuerza de una razón ‘liberada’, sino más bien de la debilidad
de una razón que abandona la tarea de buscar la verdad, la realidad de las
cosas, y se limita a construir múltiples sistemas posibles.
Es como si
en hora pico quitáramos de las vías como por arte de magia todas las señales de
tránsito. Se puede decir en cierto sentido que habría más libertad de
movimiento para los conductores, pero las posibilidades de llegar sano y salvo
a casa se verían drásticamente reducidas y los accidentes estarían a la orden
del día. Igualmente en la Edad Moderna con el eclipse del contexto religioso y
teológico, la razón adquiere mayor “libertad de movimiento”, pero el precio a
pagar fue quizá demasiado alto.
Leonardo Rodríguez
V.
4) Inmanentismo
5) Liquidación de la metafísica
6) Dominio del conocimiento técnico-instrumental por sobre el filosófico-sapiencial
7) Primacía de la praxis sobre la teoría
8) Rechazo a-priori de la tradición filosófica
9) Idea de la libertad como pura auto-determinación
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