Hablábamos en el artículo anterior acerca de la hipertrofia actual de la imagen, en perjuicio del concepto. Una de las consecuencias de dicha hipertrofia es la inhibición de la capacidad contemplativa del hombre, dado que ahora se instala en el mundo de la mera imagen, sin tomarla como trampolín para ascender a la ciencia de lo metafísico.
En el proceso de abstracción de los conceptos, la imagen cumple su función en la medida en que nos pone en contacto directo con lo real concreto, a partir de lo cual la inteligencia puede ejercer su acto propio de conceptualización abstracta y razonamiento. Para ello se requiere que el momento de la sensibilidad sea el primero, sí, pero escalera ante todo para la abstracción conceptual, único medio que tenemos para conocer las esencias de las cosas, su realidad más íntima.
Pero en la hipertrofia de la imagen que padecemos actualmente, el momento de la sensación concreta de lo sensible no es una instancia del entero proceso de conocimiento, sino que se convierte en punto de llegada en donde el sujeto se instala, sin aspirar a un más allá de la imagen misma, de lo concreto material, de lo inmediato sensible.
De esta manera se impide la contemplación, en la medida en que se le cierra a la inteligencia la posibilidad de ver a través de la sensibilidad los valores puramente inteligibles, únicos capaces de satisfacer sus virtualidades naturales, estando ordenada a la contemplación de la verdad.
Tenemos entonces una inteligencia impedida de acceder a su alimento propio, reducida a la impotencia. Mientras que la sensibilidad ocupa el horizonte mental, tanto en la vertiente cognitiva, como en la tendencial.
Esto último significa que en lo relativo a la esfera tendencial humana, actuar voluntario, vida emocional y pasional, sentimientos, etc., la vida del hombre pasa a estar bajo el timonel de lo sensible, lo cual significa la reducción de la ética a la estética, palabras más, palabras menos. Estética entendida en su sentido etimológico, como lo percibido por los sentidos. Es entonces el triunfo de lo inmediato en el actuar humano, porque la imagen es lo inmediato, en contraposición al concepto que es lo permanente. Presenciamos entonces el triunfo de las "éticas" relativistas, es decir, éticas que son más bien estéticas del capricho individual. Es la entronización del "porque así lo quiero ahora" como criterio de actuar "voluntario". A eso se le ha llamado autonomía.
En cambio, una inteligencia que contempla lo real y accede mediante ello al reino de los valores inteligibles, es una inteligencia que puede construir una ética, fundamentada esta vez sobre los inteligibles metafísicos que develan la estructura íntima de lo real y no los dictámenes pasajeros del capricho volátil del sujeto "autónomo".
De aquí la urgencia de tomar conciencia de todo esto y recuperar la centralidad de la actitud contemplativa frente a lo real, dando al universo de la imagen el lugar que debe ocupar, evitando a toda costa su hipertrofia actual.
(Un buen comienzo sería revisar drásticamente el tiempo que dedicamos a las "redes sociales" y reemplazarlo por la lectura de buena literatura, comenzando por los clásicos, incluyendo en la dieta también a la filosofía y la teología).
Leonardo Rodríguez Velasco
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