(Presentamos un texto del licenciado en filosofía Néstor Martínez, uruguayo. En él, se nos explica de manera clara y detallada la forma correcta de proceder en nuestras argumentaciones cuando estamos tratando de explicar nuestras tesis o cuando queremos refutar las tesis de alguien más. El texto es un poco extenso, pero es de un gran valor si queremos aprender a argumentar de una manera correcta y precisa.)
Hemos tomado el texto de: http://infocatolica.com/blog/praeclara.php/1110210341-sobre-el-intercambio-de-argum
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"En este “post” hacemos el intento de explicar cómo es la discusión filosófica. Por lo demás, para muchos diremos cosas resabidas y arquielementales.
En toda discusión hay una tesis, es decir, una proposición que afirma o niega algo, y hay dos bandos, los partidarios y los adversarios de la tesis. Los partidarios argumentan a favor de la tesis, los adversarios, en contra.
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La tesis es una proposición, es decir, un discurso que afirma o niega algo y que por tanto puede ser verdadero o falso. Por el principio de no contradicción, no puede ser verdadera y falsa al mismo tiempo y en el mismo sentido, y por el principio de tercero excluido, no es posible que no sea ni verdadera ni falsa.
En efecto, el principio de no contradicción tiene ante todo una formulación ontológica: “Una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido”, de la que se sigue su formulación lógica: “Dos proposiciones contradictorias no pueden ser ambas verdaderas”, porque, en efecto, si son contradictorias, es que una dice que algo es, y otra dice que ese algo no es (al mismo tiempo y en el mismo sentido).
Y el principio de tercero excluido tiene una formulación ontológica: “Algo es o no es”, de la que se sigue su formulación lógica: “Dos proposiciones contradictorias no pueden ser ambas falsas”, por la misma razón.
De estos dos principios se sigue que dadas dos proposiciones contradictorias, una de ellas es verdadera y la otra falsa. Esto es lo que está supuesto en toda discusión: cuál de las dos proposiciones contradictorias es la verdadera.
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Las proposiciones pueden ser categóricas o hipotéticas. Son categóricas las que tienen sujeto y predicado, como “El hombre es mortal”, son hipotéticas las que se componen de otras proposiciones, como “Si llegamos a tiempo, vemos la película”. Para proposiciones que constan de 2 componentes, hay 16 formas posibles de proposiciones hipotéticas, algunas de las más conocidas son la condicional, que es el ejemplo que acabamos de dar, la conjuntiva: “Llueve y hace frío”, la disyuntiva: “Habrá un jefe o las cosas estarán mal ordenadas”.
Las proposiciones pueden ser evidentes o inevidentes. La evidencia es la clara manifestación de la cosa misma al sujeto. Así definida, la evidencia es necesariamente verdadera, porque la “verdad” es la “adecuación entre la inteligencia y la realidad".
Las proposiciones que son evidentes, a su vez, pueden depender para su evidencia de la inteligencia o de los sentidos. Las proposiciones cuya evidencia depende de la inteligencia, manifiestan su verdad con sólo comprender los términos que las componen, por ejemplo: “El círculo cuadrado no existe”.
Aquellas cuya evidencia depende de los sentidos, son las proposiciones “verificables”, cuya verdad se conoce por la intuición sensible inmediata. Por ejemplo: “Hoy llueve”.
Las proposiciones evidentes no se pueden demostrar ni hace falta, precisamente porque son evidentes. Sí se las puede defender mostrando que su negación implica contradicción, es decir, por el absurdo. Por ejemplo, el que niega el principio de no contradicción, parte de la base de que no es lo mismo afirmarlo que negarlo, y esto a su vez supone que “ser verdadero” no es ni puede ser lo mismo que “no ser verdadero”.
Sobre lo evidente, entonces, no se discute, salvo para defenderlo por el absurdo, como se ha dicho.
Las proposiciones evidentes pueden ser necesarias, es decir, no sólo son verdaderas, sino que no pueden ser falsas, como por ejemplo el principio de no contradicción: “una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido”, o contingentes, que pueden ser verdaderas o falsas, como “Sócrates está sentado”.
Están también las proposiciones que no pueden ser verdaderas, como las contradictorias o las que afirman algo imposible.
Las proposiciones contingentes, como “Sócrates está sentado”, sólo se pueden demostrar por la experiencia, en ese sentido, son “verificables”.
En cuanto a las proposiciones necesarias, hay que distinguir el caso de las proposiciones categóricas y el de las hipotéticas.
En el caso de las proposiciones categóricas, si son necesarias, es porque el predicado está formalmente o virtualmente contenido en el sujeto. “Formalmente” contenido en el sujeto quiere decir que el predicado es parte del significado del sujeto y que alcanza con explicar lo que el sujeto significa para que aparezca el predicado como una de sus notas. Por ejemplo: “El hombre es racional”. En ese caso la proposición es evidente.
“Virtualmente” contenido en el sujeto, quiere decir que el término en cuestión no es una nota de la comprensión del sujeto, pero se puede deducir necesariamente del mismo, mediante un razonamiento en el que se usa un tercer término que funciona como “medio”. Por ejemplo: “El hombre es mortal”. En ese caso, la proposición no es evidente, sino demostrable.
En ambos casos, la proposición es verdadera por el principio de no contradicción: el predicado ya está incluido, formal o virtualmente, en el sujeto, por lo que no se lo puede negar de ese sujeto.
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En el caso de las proposiciones hipotéticas, su verdad y su necesidad dependen de los valores de verdad de sus componentes, de un modo específico para cada una de ellas. En 14 de los 16 modos posibles (para 2 componentes) son posibles los casos falsos y los verdaderos (los otros dos casos son: “siempre verdadero” y “siempre falso”), así que ninguno de esos 14 modos posibles de proposición hipotética es necesariamente verdadero o necesariamente falso de por sí.
Pero como a su vez los componentes de una proposición hipotética pueden ser compuestos, de aquí resultan nuevas formas lógicas, algunas de las cuales sí son necesarias o contradictorias, por los solos valores de verdad de sus componentes, por ejemplo: (A ^ B) -> B (“Si se da A y se da B, entonces se da B”)
En estos casos, la verdad necesaria de estas proposiciones se demuestra atendiendo puramente a su forma, por medios puramente lógicos, por ejemplo, haciendo la tabla de sus valores de verdad, o por reducción al absurdo de su contradictoria.
Pero también puede darse el caso de que una proposición hipotética sea verdadera, no por razones formales, sino por razones materiales, por ejemplo: “Si X es hombre, X es mortal”.
En estos casos, la demostración se hace del mismo modo que en las proposiciones categóricas, es decir, deduciendo “mortal” de “hombre”, que en este caso, está virtualmente, no formalmente, contenido en él.
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Las proposiciones categóricas pueden ser universales, particulares, singulares o indefinidas, según que el sujeto se tome en toda su extensión (“Todo hombre es mortal”), en parte indeterminada de su extensión (“Algún hombre es mortal”), en parte determinada de su extensión (“Este hombre es mortal”), o que la frase no indique cómo se toma la extensión del sujeto (“El hombre es mortal”), en cuyo caso siempre será alguna de las tres anteriores, y eso deberá verse por el predicado.
A su vez las proposiciones pueden ser en materia necesaria o en materia contingente. En el primer caso, la relación entre el sujeto y el predicado es necesaria, y por tanto, son necesariamente verdaderas o necesariamente falsas, si es una relación de incompatibilidad. En el segundo caso, pueden ser verdaderas o falsas según el caso.
Ejemplo de lo primero: “El hombre es un mamífero” o “El círculo es cuadrado”. Ejemplo de lo segundo: “César cruzó el Rubicón”.
Tanto las proposiciones universales, como las particulares, o las singulares, o las indefinidas, pueden ser en materia necesaria o en materia contingente.
Las proposiciones particulares y singulares son verificables tanto si son en materia necesaria como en materia contingente. Por ejemplo: “Algún hombre es mortal”.
Las proposiciones universales son en principio al menos verificables si son en materia contingente, por ejemplo: “Todos los presentes en esta habitación son varones”. No lo son si son en materia necesaria, por ejemplo, “Todo hombre es mortal”.
La verdad de una proposición de este tipo sólo se puede demostrar por razonamiento, como se dirá enseguida.
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La demostración es el razonamiento que establece necesariamente su conclusión como verdadera. De ahí ya se sigue que no se puede demostrar lo falso.
Para que un razonamiento establezca necesariamente su conclusión como verdadera, es necesario y suficiente que las premisas sean verdaderas y la conclusión se derive lógicamente de las premisas.
La conclusión se deriva lógicamente de las premisas cuando es imposible afirmar las premisas y negar la conclusión sin contradecirse.
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El razonamiento puede ser inductivo o deductivo, y éste puede ser categórico o hipotético.
Es inductivo el razonamiento cuando va de lo particular a lo universal. Si se enumeran todos los casos particulares pertinentes, entonces es inducción completa, de lo contrario, es inducción incompleta.
En realidad, la inducción incompleta no es lógicamente válida. De “algunos” no se puede concluir “todos”. Cuando se dice que se razona por “inducción incompleta”, en realidad se está suponiendo algún principio, que hace que el razonamiento sea finalmente deductivo.
El razonamiento es deductivo cuando al menos una de las premisas es universal.
El razonamiento deductivo es categórico cuando todas las proposiciones que lo integran, premisas y conclusión, son categóricas.
Es hipotético cuando al menos una de las premisas es hipotética.
Por ejemplo:
”Todo hombre es mortal y todo griego es hombre, por tanto, todo griego es mortal”
Es categórico, mientras que
“Si todo griego es hombre, todo griego es mortal. Es así que todo griego es hombre. Por tanto, todo griego es mortal”
Es hipotético.
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De lo que se trata en el silogismo categórico es de conectar al sujeto y el predicado de la conclusión mediante un tercer término, que por eso es llamado “término medio”, y que a esos efectos no aparece en la conclusión, sino en las premisas:
“Todo A es B
Es así que todo C es A.
Por tanto, todo C es B.”
Aquí se trataba de conectar C y B, y el término medio elegido para ello fue A.
Al sujeto de la conclusión, en este caso, C, se lo llama “término menor”, porque al ser sujeto (en una proposición afirmativa) se lo afirma como incluido en la extensión del predicado, B, el cual por tanto es el “término mayor”.
A la premisa en que aparece el término mayor se la llama Premisa Mayor y se acostumbra escribirla primero que la otra, que es la que contiene el término menor y por eso se llama Premisa Menor.
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Decíamos entonces que en toda discusión hay una tesis, es decir, una proposición que afirma o niega algo, y hay dos bandos, los partidarios y los adversarios de la tesis. Los partidarios argumentan a favor de la tesis, buscando demostrarla, los adversarios, en contra, buscando refutarla.
Por eso lo primero es ponerse de acuerdo en cuál es la tesis que se discute, y para eso es necesario también definir los términos en que se formula esa proposición.
En toda discusión hay otras cosas, además, en las que se está de acuerdo por el solo hecho de discutir:
1) El principio de no contradicción, sin el cual la discusión misma no tendría sentido, porque tanto podrían ser verdaderas la tesis que se discute como su negación.
2) Por lo mismo, la falsedad del relativismo está implícita en la actitud de todo el que discute algo, incluso en la del que discute a favor del relativismo. El que participa en una discusión no acepta que la tesis que defiende o ataca pueda ser verdadera para él y no para los que discuten con él, o viceversa. Si lo aceptase, obviamente, no tendría sentido la discusión.
3) El principio de tercero excluido, que garantiza que una de las dos proposiciones contradictorias es verdadera y motiva que se busque cuál es.
4) Las leyes de la lógica en general. Son como las reglas del ajedrez para los que juegan a ese juego, con la diferencia de que las reglas del ajedrez son convencionales, las de la lógica, no.
5) La necesidad de aceptar algunas primeras verdades evidentes e indemostrables. De lo contrario, se retrocedería al infinito en el intento de demostrar una tesis cualquiera, nada sería demostrable, y por tanto, no tendría sentido discutir.
6) El principio que dice que si las premisas son verdaderas y el razonamiento es correcto, la conclusión es verdadera. Sin esto tampoco tendría sentido discutir, porque no habría forma de demostrar nada.
7) El principio general que dice que, para toda discusión filosófica, una proposición, o es evidente, o se demuestra a partir de proposiciones evidentes, o no hay porqué aceptarla.
Para las verdades basadas en el testimonio y la fe, que puede ser de orden natural, esto se entiende en el sentido de que estas verdades se basan en el hecho del testimonio, y la ciencia y veracidad del testigo, lo cual en última instancia supone verdades evidentes como por ejemplo, la existencia misma del testimonio o de los medios que lo trasmiten, y un razonamiento que permite concluir en la ciencia y veracidad del testigo, y por tanto, en la verdad de lo atestiguado.
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Esto supuesto, la discusión procede, idealmente, del modo siguiente:
1) Alguien propone una tesis. Puede ser también que se proponga una duda, pero el hecho es que la discusión va a comenzar cuando alguien opte por una de las partes de esa duda y alguien más lo contradiga. La tesis puede ser también la negación de otra tesis, o sea, la discusión puede comenzar porque alguien comienza atacando la tesis de otro.
2) Esa tesis, o es evidente, y entonces, se puede defender por el absurdo como dijimos, o no lo es, y entonces hay que demostrarla, en ambos casos hay que argumentar, y eso es lo que tiene que hacer el que propone la tesis.
3) El argumento es un razonamiento cuya conclusión es la tesis que queremos defender o demostrar. Y un “razonamiento” es una serie de proposiciones lógicamente encadenadas entre sí.
4) El adversario de la tesis puede hacer dos cosas: argumentar contra la tesis, o argumentar contra el argumento del que sostiene la tesis. En el primer caso, se trata de demostrar que la tesis en cuestión es falsa, en el segundo caso, se trata de demostrar que el otro aún no ha logrado demostrar la tesis en cuestión, lo cual no quiere decir que no sea verdadera.
5) Se argumenta contra una tesis mostrando que es contradictoria en sí misma, o que es contradictoria con otras tesis que sostiene el que la defiende, o que es contradictoria con hechos innegables, por ejemplo, demostrando la tesis contraria.
6) Se argumenta contra los argumentos, mostrando o que al menos una premisa es falsa, o que la conclusión no se deriva necesariamente de las premisas.
7) Lo que hace que una conclusión no se derive necesariamente de sus premisas es la falta contra alguna de las reglas del razonamiento deductivo.
En el caso del silogismo categórico, es decir, aquel razonamiento deductivo en que todas las premisas, y la conclusión, son categóricas, se trata de las famosas 8 reglas del silogismo.
En el caso del silogismo hipotético, se trata de que se ha empleado una forma de razonamiento que no es correcta, por ejemplo, si se razonase así: “Si llueve, hace frío. Es así que hace frío. Por tanto, llueve”.
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Por lo que tiene que ver con el silogismo categórico, es raro o no es tan común que un participante en una discusión falte contra las últimas 7 reglas. El error lógico común es el que va contra la primera regla, la que dice “Que haya tres términos”.
Y no porque alguien razone explícitamente con cuatro términos, sino porque uno de los tres términos que aparecen, se toma en dos sentidos diferentes en la misma argumentación. Por ejemplo:
“El ratón come queso. Pero el ratón es una expresión de 7 letras. Luego, una expresión de 7 letras come queso”.
Los términos aquí son “el ratón”, “algo que come queso”, y “una expresión de 7 letras”. Pero es obvio que “el ratón” aquí ha sido tomado ambas veces en sentidos diferentes.
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Por tanto, lo más común es que el que argumenta contra el argumento de otro deba hacer una de dos cosas: o bien negar una al menos de las premisas, o bien hacer una distinción entre un sentido verdadero y un sentido falso de al menos una premisa, según que uno de sus términos se tome en un sentido o en otro.
Por ejemplo, si el argumento es:
“Todo tiene causa. Pero Dios, si existe, no tiene causa. Luego, Dios no existe”.
Se puede responder negando simplemente la Mayor. No existe ningún principio que diga que “todo tiene causa”.
Pero si el argumento es:
“La causa es siempre anterior al efecto. Pero si hubiese una serie de causas simultáneas con el efecto y entre sí, ninguna de ellas sería anterior al efecto. Luego, no puede haber una serie de causas simultáneas entre sí y con su efecto”.
Se responde distinguiendo:
“Distingo la Mayor: A) Es siempre anterior al menos lógica y ontológicamente: Concedo. B) Siempre además temporalmente: Niego. Contradistingo la Menor: A) Ninguna de ellas sería temporalmente anterior al efecto: Concedo. B) Ninguna sería lógica y ontológicamente anterior al efecto: Niego. Niego por tanto la Conclusión.”
Y se explica: La anterioridad de la causa respecto del efecto es ante todo lógica y ontológica, es decir, en su concepto y en su naturaleza, porque quiere decir que el ser del efecto supone el ser de la causa, ya que depende de ella. Pero de ahí no se sigue que la causa deba ser también temporalmente anterior al efecto.
La explicación en estos casos es importante para asegurar que la distinción ofrecida no es meramente verbal.
Lo que se ha hecho con estas distinciones es lo siguiente: el término medio, para poder conectar a los extremos entre sí, debe conectarse él a cada uno de ellos. Pero eso supone que cada extremo esté “conectado” con el mismo término medio, y eso es lo que no ocurre si cada uno de ellos está relacionado con sentidos distintos de la misma palabra.
Al distinguir esos dos sentidos del término medio “anterior al efecto”, y conceder en una premisa uno de ellos, y en la otra, el otro, mostramos que si se mantiene la verdad de las premisas, no se da la conexión necesaria para afirmar la conclusión, y si se mantiene esa conexión, es sacrificando la verdad de una de las premisas. De modo que nunca se logra que las premisas sean verdaderas y el razonamiento correcto, y así, no hay razón para aceptar la conclusión.
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Pero también puede ocurrir que la distinción no sea en el término medio, sino en uno de los extremos. Por ejemplo, si el argumento es:
“Todo lo que tiene vida sensitiva es animal. Es así que el hombre tiene vida sensitiva. Luego, el hombre es animal”.
Se responde:
Distingo la Mayor: A) Animal irracional o racional: Concedo. B) Necesariamente irracional: Niego. Distingo igualmente la Conclusión.
Es decir, cuando el término ambiguo no es el término medio sino uno de los extremos, la conclusión no se rechaza sin más, sino que se distingue el sentido en que se la acepta o concede, y el sentido en que se la niega o rechaza.
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En todos estos casos, para que la discusión continúe, el adversario debe hacer una de estas cosas:
1) Probar la premisa que fue negada.
2) Probar que la distinción aportada por su contrincante no es válida, es decir, que se está queriendo distinguir dos cosas que en ese sentido no son distintas.
3) Partir de la parte de la distinción que el adversario concede, y mostrar que de ella se sigue igualmente la conclusión negativa para la tesis del otro.
Cualquiera de esas tres cosas las debe hacer mediante algún nuevo argumento.
Lo que no puede hacer, es repetir el argumento cuya premisa fue negada o distinguida, y eso es lo bueno de este método de discusión, que, idealmente al menos, permite avanzar en la misma, y por tanto, en un tiempo finito, incluso, terminarla, cuando ya no haya más nada que oponer de parte de uno de los contendientes.
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Esto quiere decir que no alcanza con amontonar datos sobre un tema cualquiera para poder demostrar algo: es necesario además poder armar con esos datos un argumento que tenga como conclusión necesaria eso que quiero demostrar. Una casa no es lo mismo que un montón de ladrillos.
Supongamos que un filósofo materialista quiere demostrar que la inteligencia o mente no es otra cosa que el cerebro. Primero se apertrecha de todos los datos científicos relevantes sobre lesiones cerebrales y consiguiente pérdida de funciones intelectuales. Pero con eso no alcanza. Es necesario además armar un argumento que tenga como conclusión:
“La inteligencia no es distinta del cerebro en funcionamiento”.
La misma conclusión nos muestra cómo ha de ser la estructura del razonamiento en cuestión: deberá haber un término medio que sirva de nexo entre “inteligencia” y “algo que no es distinto del cerebro en funcionamiento”. Obviamente, que ese término medio deberá incluir “lesiones cerebrales”.
El argumento debería ser algo así:
“Aquello que deja de funcionar por una lesión cerebral, no es distinto del cerebro. Es así que la inteligencia deja de funcionar por una lesión cerebral. Luego, la inteligencia no es distinta del cerebro”.
Sólo en el caso de que en este argumento no se pueda negar las premisas, ni se pueda negar que la conclusión se sigue de las premisas, por ejemplo, mediante alguna distinción, la conclusión habrá quedado demostrada.
En este caso, por ejemplo, el adversario de este filósofo materialista podría responderle:
“Aquello que deja de funcionar porque ha dejado de funcionar otra cosa que condiciona su funcionamiento, no tiene porqué ser realmente idéntico a esa otra cosa. Luego, nada impide que el cerebro condicione el funcionamiento de la inteligencia, siendo ambos realmente distintos entre sí”.
O sea, que respecto del argumento presentado por el materialista, su adversario podría simplemente negar la Mayor: aquello que deja de funcionar por una lesión cerebral, sí puede ser distinto del cerebro.
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Por más que una argumentación se base en datos científicos, entonces, tiene que tomar la forma de un razonamiento, y por lo general será un razonamiento deductivo, que podrá ser categórico o hipotético.
Los datos de la ciencia formarán parte de las premisas, pero todavía hay que ver si la conclusión se desprende o no de las premisas, y si en las premisas no se ha colado algo que ya no pertenece a la ciencia, sino a la ideología, y más precisamente, a la ideología filosófica.
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Lo bueno de formular claramente las tesis, y de poner los argumentos en forma de silogismos, es que nos permite hacernos una idea clara de la estructura de la discusión en cuestión. Sabemos “a priori” cuáles serán las posturas posibles ante esa supuesta conclusión:
1) La del que acepta las premisas y entiende que la conclusión se deriva correctamente de ellas, y por tanto, acepta la conclusión.
2) Las de los que no aceptan la conclusión, porque:
a. Niegan al menos una de las premisas.
i. Los que aceptan la Mayor pero niegan la Menor.
ii. Los que aceptan la Menor pero niegan la Mayor.
iii. Los que niegan ambas premisas.
b. Distinguen y contradistinguen en las premisas.
3) La de los que aceptan la conclusión en un sentido y la rechazan en otro (por lo general, la rechazan en el sentido el que la acepta el que la propone), porque distinguen los sentidos de un término en una premisa, y en la conclusión.
Esto sirve para clasificar y ordenar las distintas posturas filosóficas respecto de un tema, una vez que se ha identificado cuál es la tesis central y los argumentos en torno a los cuales se debaten.
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Algo con lo que se debe tener cuidado en filosofía, es con las consecuencias de los principios que se aceptan. Dada una proposición cualquiera, la lógica siempre puede concluir algo. Como dice Aristóteles: “Un error pequeño en los comienzos, es grande al final”.
Es bueno que el filósofo desarrolle una sensibilidad para detectar las tesis autocontradictorias. Por ejemplo, si decimos que los colores no son reales porque son sensaciones que se dan en el cerebro, estamos sentando el principio de que nada que sea una sensación dada en el cerebro, es real.
Ahora bien, ocurre que la misma existencia del cerebro la conocemos mediante las sensaciones, pues es con los ojos, por ejemplo, que vemos que dentro de los cráneos hay cerebros. Por lo cual resultaría que el cerebro no es real, porque es una sensación dada en el cerebro, el cual a la postre vendría a ser lo único real.
Nadie que no perciba inmediatamente el absurdo sangrante de la última proposición debería dedicarse a la Filosofía. En buena medida, la Filosofía es una actividad agradablemente perezosa (¿”ocio noble”?), porque mientras el prójimo se afana planeando expediciones al Trópico para recoger datos y hacer experimentos de campo, el filósofo lo contempla desde su hamaca paraguaya, limitándose a señalar las contradicciones en que incurre al hablar o escribir.
Y está en todo su derecho de hacerlo, ya que alguien lo tiene que hacer.
Volvemos a lo dicho. De nada sirven los datos si no los interpretamos bien a nivel conceptual. El cientificista (no el científico) suele hacer bien la parte difícil, y luego equivocarse en la fácil. Tanto remar para morir en la orilla. Vuelve fatigado de los mares del Sur con su valija llena de hechos, y cuando se sienta en el living de su casa a sacar una conclusión, le erra al Modus Ponens."
"En este “post” hacemos el intento de explicar cómo es la discusión filosófica. Por lo demás, para muchos diremos cosas resabidas y arquielementales.
En toda discusión hay una tesis, es decir, una proposición que afirma o niega algo, y hay dos bandos, los partidarios y los adversarios de la tesis. Los partidarios argumentan a favor de la tesis, los adversarios, en contra.
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La tesis es una proposición, es decir, un discurso que afirma o niega algo y que por tanto puede ser verdadero o falso. Por el principio de no contradicción, no puede ser verdadera y falsa al mismo tiempo y en el mismo sentido, y por el principio de tercero excluido, no es posible que no sea ni verdadera ni falsa.
En efecto, el principio de no contradicción tiene ante todo una formulación ontológica: “Una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido”, de la que se sigue su formulación lógica: “Dos proposiciones contradictorias no pueden ser ambas verdaderas”, porque, en efecto, si son contradictorias, es que una dice que algo es, y otra dice que ese algo no es (al mismo tiempo y en el mismo sentido).
Y el principio de tercero excluido tiene una formulación ontológica: “Algo es o no es”, de la que se sigue su formulación lógica: “Dos proposiciones contradictorias no pueden ser ambas falsas”, por la misma razón.
De estos dos principios se sigue que dadas dos proposiciones contradictorias, una de ellas es verdadera y la otra falsa. Esto es lo que está supuesto en toda discusión: cuál de las dos proposiciones contradictorias es la verdadera.
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Las proposiciones pueden ser categóricas o hipotéticas. Son categóricas las que tienen sujeto y predicado, como “El hombre es mortal”, son hipotéticas las que se componen de otras proposiciones, como “Si llegamos a tiempo, vemos la película”. Para proposiciones que constan de 2 componentes, hay 16 formas posibles de proposiciones hipotéticas, algunas de las más conocidas son la condicional, que es el ejemplo que acabamos de dar, la conjuntiva: “Llueve y hace frío”, la disyuntiva: “Habrá un jefe o las cosas estarán mal ordenadas”.
Las proposiciones pueden ser evidentes o inevidentes. La evidencia es la clara manifestación de la cosa misma al sujeto. Así definida, la evidencia es necesariamente verdadera, porque la “verdad” es la “adecuación entre la inteligencia y la realidad".
Las proposiciones que son evidentes, a su vez, pueden depender para su evidencia de la inteligencia o de los sentidos. Las proposiciones cuya evidencia depende de la inteligencia, manifiestan su verdad con sólo comprender los términos que las componen, por ejemplo: “El círculo cuadrado no existe”.
Aquellas cuya evidencia depende de los sentidos, son las proposiciones “verificables”, cuya verdad se conoce por la intuición sensible inmediata. Por ejemplo: “Hoy llueve”.
Las proposiciones evidentes no se pueden demostrar ni hace falta, precisamente porque son evidentes. Sí se las puede defender mostrando que su negación implica contradicción, es decir, por el absurdo. Por ejemplo, el que niega el principio de no contradicción, parte de la base de que no es lo mismo afirmarlo que negarlo, y esto a su vez supone que “ser verdadero” no es ni puede ser lo mismo que “no ser verdadero”.
Sobre lo evidente, entonces, no se discute, salvo para defenderlo por el absurdo, como se ha dicho.
Las proposiciones evidentes pueden ser necesarias, es decir, no sólo son verdaderas, sino que no pueden ser falsas, como por ejemplo el principio de no contradicción: “una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido”, o contingentes, que pueden ser verdaderas o falsas, como “Sócrates está sentado”.
Están también las proposiciones que no pueden ser verdaderas, como las contradictorias o las que afirman algo imposible.
Las proposiciones contingentes, como “Sócrates está sentado”, sólo se pueden demostrar por la experiencia, en ese sentido, son “verificables”.
En cuanto a las proposiciones necesarias, hay que distinguir el caso de las proposiciones categóricas y el de las hipotéticas.
En el caso de las proposiciones categóricas, si son necesarias, es porque el predicado está formalmente o virtualmente contenido en el sujeto. “Formalmente” contenido en el sujeto quiere decir que el predicado es parte del significado del sujeto y que alcanza con explicar lo que el sujeto significa para que aparezca el predicado como una de sus notas. Por ejemplo: “El hombre es racional”. En ese caso la proposición es evidente.
“Virtualmente” contenido en el sujeto, quiere decir que el término en cuestión no es una nota de la comprensión del sujeto, pero se puede deducir necesariamente del mismo, mediante un razonamiento en el que se usa un tercer término que funciona como “medio”. Por ejemplo: “El hombre es mortal”. En ese caso, la proposición no es evidente, sino demostrable.
En ambos casos, la proposición es verdadera por el principio de no contradicción: el predicado ya está incluido, formal o virtualmente, en el sujeto, por lo que no se lo puede negar de ese sujeto.
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En el caso de las proposiciones hipotéticas, su verdad y su necesidad dependen de los valores de verdad de sus componentes, de un modo específico para cada una de ellas. En 14 de los 16 modos posibles (para 2 componentes) son posibles los casos falsos y los verdaderos (los otros dos casos son: “siempre verdadero” y “siempre falso”), así que ninguno de esos 14 modos posibles de proposición hipotética es necesariamente verdadero o necesariamente falso de por sí.
Pero como a su vez los componentes de una proposición hipotética pueden ser compuestos, de aquí resultan nuevas formas lógicas, algunas de las cuales sí son necesarias o contradictorias, por los solos valores de verdad de sus componentes, por ejemplo: (A ^ B) -> B (“Si se da A y se da B, entonces se da B”)
En estos casos, la verdad necesaria de estas proposiciones se demuestra atendiendo puramente a su forma, por medios puramente lógicos, por ejemplo, haciendo la tabla de sus valores de verdad, o por reducción al absurdo de su contradictoria.
Pero también puede darse el caso de que una proposición hipotética sea verdadera, no por razones formales, sino por razones materiales, por ejemplo: “Si X es hombre, X es mortal”.
En estos casos, la demostración se hace del mismo modo que en las proposiciones categóricas, es decir, deduciendo “mortal” de “hombre”, que en este caso, está virtualmente, no formalmente, contenido en él.
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Las proposiciones categóricas pueden ser universales, particulares, singulares o indefinidas, según que el sujeto se tome en toda su extensión (“Todo hombre es mortal”), en parte indeterminada de su extensión (“Algún hombre es mortal”), en parte determinada de su extensión (“Este hombre es mortal”), o que la frase no indique cómo se toma la extensión del sujeto (“El hombre es mortal”), en cuyo caso siempre será alguna de las tres anteriores, y eso deberá verse por el predicado.
A su vez las proposiciones pueden ser en materia necesaria o en materia contingente. En el primer caso, la relación entre el sujeto y el predicado es necesaria, y por tanto, son necesariamente verdaderas o necesariamente falsas, si es una relación de incompatibilidad. En el segundo caso, pueden ser verdaderas o falsas según el caso.
Ejemplo de lo primero: “El hombre es un mamífero” o “El círculo es cuadrado”. Ejemplo de lo segundo: “César cruzó el Rubicón”.
Tanto las proposiciones universales, como las particulares, o las singulares, o las indefinidas, pueden ser en materia necesaria o en materia contingente.
Las proposiciones particulares y singulares son verificables tanto si son en materia necesaria como en materia contingente. Por ejemplo: “Algún hombre es mortal”.
Las proposiciones universales son en principio al menos verificables si son en materia contingente, por ejemplo: “Todos los presentes en esta habitación son varones”. No lo son si son en materia necesaria, por ejemplo, “Todo hombre es mortal”.
La verdad de una proposición de este tipo sólo se puede demostrar por razonamiento, como se dirá enseguida.
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La demostración es el razonamiento que establece necesariamente su conclusión como verdadera. De ahí ya se sigue que no se puede demostrar lo falso.
Para que un razonamiento establezca necesariamente su conclusión como verdadera, es necesario y suficiente que las premisas sean verdaderas y la conclusión se derive lógicamente de las premisas.
La conclusión se deriva lógicamente de las premisas cuando es imposible afirmar las premisas y negar la conclusión sin contradecirse.
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El razonamiento puede ser inductivo o deductivo, y éste puede ser categórico o hipotético.
Es inductivo el razonamiento cuando va de lo particular a lo universal. Si se enumeran todos los casos particulares pertinentes, entonces es inducción completa, de lo contrario, es inducción incompleta.
En realidad, la inducción incompleta no es lógicamente válida. De “algunos” no se puede concluir “todos”. Cuando se dice que se razona por “inducción incompleta”, en realidad se está suponiendo algún principio, que hace que el razonamiento sea finalmente deductivo.
El razonamiento es deductivo cuando al menos una de las premisas es universal.
El razonamiento deductivo es categórico cuando todas las proposiciones que lo integran, premisas y conclusión, son categóricas.
Es hipotético cuando al menos una de las premisas es hipotética.
Por ejemplo:
”Todo hombre es mortal y todo griego es hombre, por tanto, todo griego es mortal”
Es categórico, mientras que
“Si todo griego es hombre, todo griego es mortal. Es así que todo griego es hombre. Por tanto, todo griego es mortal”
Es hipotético.
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De lo que se trata en el silogismo categórico es de conectar al sujeto y el predicado de la conclusión mediante un tercer término, que por eso es llamado “término medio”, y que a esos efectos no aparece en la conclusión, sino en las premisas:
“Todo A es B
Es así que todo C es A.
Por tanto, todo C es B.”
Aquí se trataba de conectar C y B, y el término medio elegido para ello fue A.
Al sujeto de la conclusión, en este caso, C, se lo llama “término menor”, porque al ser sujeto (en una proposición afirmativa) se lo afirma como incluido en la extensión del predicado, B, el cual por tanto es el “término mayor”.
A la premisa en que aparece el término mayor se la llama Premisa Mayor y se acostumbra escribirla primero que la otra, que es la que contiene el término menor y por eso se llama Premisa Menor.
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Decíamos entonces que en toda discusión hay una tesis, es decir, una proposición que afirma o niega algo, y hay dos bandos, los partidarios y los adversarios de la tesis. Los partidarios argumentan a favor de la tesis, buscando demostrarla, los adversarios, en contra, buscando refutarla.
Por eso lo primero es ponerse de acuerdo en cuál es la tesis que se discute, y para eso es necesario también definir los términos en que se formula esa proposición.
En toda discusión hay otras cosas, además, en las que se está de acuerdo por el solo hecho de discutir:
1) El principio de no contradicción, sin el cual la discusión misma no tendría sentido, porque tanto podrían ser verdaderas la tesis que se discute como su negación.
2) Por lo mismo, la falsedad del relativismo está implícita en la actitud de todo el que discute algo, incluso en la del que discute a favor del relativismo. El que participa en una discusión no acepta que la tesis que defiende o ataca pueda ser verdadera para él y no para los que discuten con él, o viceversa. Si lo aceptase, obviamente, no tendría sentido la discusión.
3) El principio de tercero excluido, que garantiza que una de las dos proposiciones contradictorias es verdadera y motiva que se busque cuál es.
4) Las leyes de la lógica en general. Son como las reglas del ajedrez para los que juegan a ese juego, con la diferencia de que las reglas del ajedrez son convencionales, las de la lógica, no.
5) La necesidad de aceptar algunas primeras verdades evidentes e indemostrables. De lo contrario, se retrocedería al infinito en el intento de demostrar una tesis cualquiera, nada sería demostrable, y por tanto, no tendría sentido discutir.
6) El principio que dice que si las premisas son verdaderas y el razonamiento es correcto, la conclusión es verdadera. Sin esto tampoco tendría sentido discutir, porque no habría forma de demostrar nada.
7) El principio general que dice que, para toda discusión filosófica, una proposición, o es evidente, o se demuestra a partir de proposiciones evidentes, o no hay porqué aceptarla.
Para las verdades basadas en el testimonio y la fe, que puede ser de orden natural, esto se entiende en el sentido de que estas verdades se basan en el hecho del testimonio, y la ciencia y veracidad del testigo, lo cual en última instancia supone verdades evidentes como por ejemplo, la existencia misma del testimonio o de los medios que lo trasmiten, y un razonamiento que permite concluir en la ciencia y veracidad del testigo, y por tanto, en la verdad de lo atestiguado.
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Esto supuesto, la discusión procede, idealmente, del modo siguiente:
1) Alguien propone una tesis. Puede ser también que se proponga una duda, pero el hecho es que la discusión va a comenzar cuando alguien opte por una de las partes de esa duda y alguien más lo contradiga. La tesis puede ser también la negación de otra tesis, o sea, la discusión puede comenzar porque alguien comienza atacando la tesis de otro.
2) Esa tesis, o es evidente, y entonces, se puede defender por el absurdo como dijimos, o no lo es, y entonces hay que demostrarla, en ambos casos hay que argumentar, y eso es lo que tiene que hacer el que propone la tesis.
3) El argumento es un razonamiento cuya conclusión es la tesis que queremos defender o demostrar. Y un “razonamiento” es una serie de proposiciones lógicamente encadenadas entre sí.
4) El adversario de la tesis puede hacer dos cosas: argumentar contra la tesis, o argumentar contra el argumento del que sostiene la tesis. En el primer caso, se trata de demostrar que la tesis en cuestión es falsa, en el segundo caso, se trata de demostrar que el otro aún no ha logrado demostrar la tesis en cuestión, lo cual no quiere decir que no sea verdadera.
5) Se argumenta contra una tesis mostrando que es contradictoria en sí misma, o que es contradictoria con otras tesis que sostiene el que la defiende, o que es contradictoria con hechos innegables, por ejemplo, demostrando la tesis contraria.
6) Se argumenta contra los argumentos, mostrando o que al menos una premisa es falsa, o que la conclusión no se deriva necesariamente de las premisas.
7) Lo que hace que una conclusión no se derive necesariamente de sus premisas es la falta contra alguna de las reglas del razonamiento deductivo.
En el caso del silogismo categórico, es decir, aquel razonamiento deductivo en que todas las premisas, y la conclusión, son categóricas, se trata de las famosas 8 reglas del silogismo.
En el caso del silogismo hipotético, se trata de que se ha empleado una forma de razonamiento que no es correcta, por ejemplo, si se razonase así: “Si llueve, hace frío. Es así que hace frío. Por tanto, llueve”.
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Por lo que tiene que ver con el silogismo categórico, es raro o no es tan común que un participante en una discusión falte contra las últimas 7 reglas. El error lógico común es el que va contra la primera regla, la que dice “Que haya tres términos”.
Y no porque alguien razone explícitamente con cuatro términos, sino porque uno de los tres términos que aparecen, se toma en dos sentidos diferentes en la misma argumentación. Por ejemplo:
“El ratón come queso. Pero el ratón es una expresión de 7 letras. Luego, una expresión de 7 letras come queso”.
Los términos aquí son “el ratón”, “algo que come queso”, y “una expresión de 7 letras”. Pero es obvio que “el ratón” aquí ha sido tomado ambas veces en sentidos diferentes.
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Por tanto, lo más común es que el que argumenta contra el argumento de otro deba hacer una de dos cosas: o bien negar una al menos de las premisas, o bien hacer una distinción entre un sentido verdadero y un sentido falso de al menos una premisa, según que uno de sus términos se tome en un sentido o en otro.
Por ejemplo, si el argumento es:
“Todo tiene causa. Pero Dios, si existe, no tiene causa. Luego, Dios no existe”.
Se puede responder negando simplemente la Mayor. No existe ningún principio que diga que “todo tiene causa”.
Pero si el argumento es:
“La causa es siempre anterior al efecto. Pero si hubiese una serie de causas simultáneas con el efecto y entre sí, ninguna de ellas sería anterior al efecto. Luego, no puede haber una serie de causas simultáneas entre sí y con su efecto”.
Se responde distinguiendo:
“Distingo la Mayor: A) Es siempre anterior al menos lógica y ontológicamente: Concedo. B) Siempre además temporalmente: Niego. Contradistingo la Menor: A) Ninguna de ellas sería temporalmente anterior al efecto: Concedo. B) Ninguna sería lógica y ontológicamente anterior al efecto: Niego. Niego por tanto la Conclusión.”
Y se explica: La anterioridad de la causa respecto del efecto es ante todo lógica y ontológica, es decir, en su concepto y en su naturaleza, porque quiere decir que el ser del efecto supone el ser de la causa, ya que depende de ella. Pero de ahí no se sigue que la causa deba ser también temporalmente anterior al efecto.
La explicación en estos casos es importante para asegurar que la distinción ofrecida no es meramente verbal.
Lo que se ha hecho con estas distinciones es lo siguiente: el término medio, para poder conectar a los extremos entre sí, debe conectarse él a cada uno de ellos. Pero eso supone que cada extremo esté “conectado” con el mismo término medio, y eso es lo que no ocurre si cada uno de ellos está relacionado con sentidos distintos de la misma palabra.
Al distinguir esos dos sentidos del término medio “anterior al efecto”, y conceder en una premisa uno de ellos, y en la otra, el otro, mostramos que si se mantiene la verdad de las premisas, no se da la conexión necesaria para afirmar la conclusión, y si se mantiene esa conexión, es sacrificando la verdad de una de las premisas. De modo que nunca se logra que las premisas sean verdaderas y el razonamiento correcto, y así, no hay razón para aceptar la conclusión.
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Pero también puede ocurrir que la distinción no sea en el término medio, sino en uno de los extremos. Por ejemplo, si el argumento es:
“Todo lo que tiene vida sensitiva es animal. Es así que el hombre tiene vida sensitiva. Luego, el hombre es animal”.
Se responde:
Distingo la Mayor: A) Animal irracional o racional: Concedo. B) Necesariamente irracional: Niego. Distingo igualmente la Conclusión.
Es decir, cuando el término ambiguo no es el término medio sino uno de los extremos, la conclusión no se rechaza sin más, sino que se distingue el sentido en que se la acepta o concede, y el sentido en que se la niega o rechaza.
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En todos estos casos, para que la discusión continúe, el adversario debe hacer una de estas cosas:
1) Probar la premisa que fue negada.
2) Probar que la distinción aportada por su contrincante no es válida, es decir, que se está queriendo distinguir dos cosas que en ese sentido no son distintas.
3) Partir de la parte de la distinción que el adversario concede, y mostrar que de ella se sigue igualmente la conclusión negativa para la tesis del otro.
Cualquiera de esas tres cosas las debe hacer mediante algún nuevo argumento.
Lo que no puede hacer, es repetir el argumento cuya premisa fue negada o distinguida, y eso es lo bueno de este método de discusión, que, idealmente al menos, permite avanzar en la misma, y por tanto, en un tiempo finito, incluso, terminarla, cuando ya no haya más nada que oponer de parte de uno de los contendientes.
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Esto quiere decir que no alcanza con amontonar datos sobre un tema cualquiera para poder demostrar algo: es necesario además poder armar con esos datos un argumento que tenga como conclusión necesaria eso que quiero demostrar. Una casa no es lo mismo que un montón de ladrillos.
Supongamos que un filósofo materialista quiere demostrar que la inteligencia o mente no es otra cosa que el cerebro. Primero se apertrecha de todos los datos científicos relevantes sobre lesiones cerebrales y consiguiente pérdida de funciones intelectuales. Pero con eso no alcanza. Es necesario además armar un argumento que tenga como conclusión:
“La inteligencia no es distinta del cerebro en funcionamiento”.
La misma conclusión nos muestra cómo ha de ser la estructura del razonamiento en cuestión: deberá haber un término medio que sirva de nexo entre “inteligencia” y “algo que no es distinto del cerebro en funcionamiento”. Obviamente, que ese término medio deberá incluir “lesiones cerebrales”.
El argumento debería ser algo así:
“Aquello que deja de funcionar por una lesión cerebral, no es distinto del cerebro. Es así que la inteligencia deja de funcionar por una lesión cerebral. Luego, la inteligencia no es distinta del cerebro”.
Sólo en el caso de que en este argumento no se pueda negar las premisas, ni se pueda negar que la conclusión se sigue de las premisas, por ejemplo, mediante alguna distinción, la conclusión habrá quedado demostrada.
En este caso, por ejemplo, el adversario de este filósofo materialista podría responderle:
“Aquello que deja de funcionar porque ha dejado de funcionar otra cosa que condiciona su funcionamiento, no tiene porqué ser realmente idéntico a esa otra cosa. Luego, nada impide que el cerebro condicione el funcionamiento de la inteligencia, siendo ambos realmente distintos entre sí”.
O sea, que respecto del argumento presentado por el materialista, su adversario podría simplemente negar la Mayor: aquello que deja de funcionar por una lesión cerebral, sí puede ser distinto del cerebro.
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Por más que una argumentación se base en datos científicos, entonces, tiene que tomar la forma de un razonamiento, y por lo general será un razonamiento deductivo, que podrá ser categórico o hipotético.
Los datos de la ciencia formarán parte de las premisas, pero todavía hay que ver si la conclusión se desprende o no de las premisas, y si en las premisas no se ha colado algo que ya no pertenece a la ciencia, sino a la ideología, y más precisamente, a la ideología filosófica.
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Lo bueno de formular claramente las tesis, y de poner los argumentos en forma de silogismos, es que nos permite hacernos una idea clara de la estructura de la discusión en cuestión. Sabemos “a priori” cuáles serán las posturas posibles ante esa supuesta conclusión:
1) La del que acepta las premisas y entiende que la conclusión se deriva correctamente de ellas, y por tanto, acepta la conclusión.
2) Las de los que no aceptan la conclusión, porque:
a. Niegan al menos una de las premisas.
i. Los que aceptan la Mayor pero niegan la Menor.
ii. Los que aceptan la Menor pero niegan la Mayor.
iii. Los que niegan ambas premisas.
b. Distinguen y contradistinguen en las premisas.
3) La de los que aceptan la conclusión en un sentido y la rechazan en otro (por lo general, la rechazan en el sentido el que la acepta el que la propone), porque distinguen los sentidos de un término en una premisa, y en la conclusión.
Esto sirve para clasificar y ordenar las distintas posturas filosóficas respecto de un tema, una vez que se ha identificado cuál es la tesis central y los argumentos en torno a los cuales se debaten.
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Algo con lo que se debe tener cuidado en filosofía, es con las consecuencias de los principios que se aceptan. Dada una proposición cualquiera, la lógica siempre puede concluir algo. Como dice Aristóteles: “Un error pequeño en los comienzos, es grande al final”.
Es bueno que el filósofo desarrolle una sensibilidad para detectar las tesis autocontradictorias. Por ejemplo, si decimos que los colores no son reales porque son sensaciones que se dan en el cerebro, estamos sentando el principio de que nada que sea una sensación dada en el cerebro, es real.
Ahora bien, ocurre que la misma existencia del cerebro la conocemos mediante las sensaciones, pues es con los ojos, por ejemplo, que vemos que dentro de los cráneos hay cerebros. Por lo cual resultaría que el cerebro no es real, porque es una sensación dada en el cerebro, el cual a la postre vendría a ser lo único real.
Nadie que no perciba inmediatamente el absurdo sangrante de la última proposición debería dedicarse a la Filosofía. En buena medida, la Filosofía es una actividad agradablemente perezosa (¿”ocio noble”?), porque mientras el prójimo se afana planeando expediciones al Trópico para recoger datos y hacer experimentos de campo, el filósofo lo contempla desde su hamaca paraguaya, limitándose a señalar las contradicciones en que incurre al hablar o escribir.
Y está en todo su derecho de hacerlo, ya que alguien lo tiene que hacer.
Volvemos a lo dicho. De nada sirven los datos si no los interpretamos bien a nivel conceptual. El cientificista (no el científico) suele hacer bien la parte difícil, y luego equivocarse en la fácil. Tanto remar para morir en la orilla. Vuelve fatigado de los mares del Sur con su valija llena de hechos, y cuando se sienta en el living de su casa a sacar una conclusión, le erra al Modus Ponens."
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