Por qué se hacen unos
católicos y otros protestantes
Con raras excepciones que siempre
se explican por una profunda ignorancia de la religión católica que se deja, y
del protestantismo que se abraza; yo afirmo que nunca un católico se ha hecho
protestante por motivos honrosos y de que él no tuviera que avergonzarse.
He conocido a algunos católicos,
de nombre, que querían hacerse protestantes. Uno de ellos era un joven amable e
inteligente, pero perdidamente enamorado de la hija de un ministro protestante,
de donde le nacía un deseo ardiente de hacerse protestante, no una convicción
desinteresada por la excelencia del protestantismo. Otro era un sacerdote que
había abandonado todas sus obligaciones y vivía en el desorden. El obispo de su
diócesis había tenido que recogerle las licencias y ahora él es cura protestante.
Otra prosélita era una joven alemana, que daba lecciones en una familia extraña,
en cuya posición se creía humillada; y como los protestantes la ofrecían una
buena colocación, con tal de que renegase de la fe católica, ella me escribía a
mí mismo lo siguiente, para hacerme saber que aceptaba la proposición.
"Cueste lo que costare, quiero
tener casa mía."
Estas no son más que unas
muestras de lo que todos los días sucede. Es tan conocido el carácter de estas
pretendidas conversiones al protestantismo, que los mismos protestantes leales
las lloran. Uno de sus escritores decía:
"El protestantismo le sirve
de albañal (conducto por el que salen las aguas sucias) al catolicismo."
Y el Deán Swift, protestante
también, añadía: "Cuando el Papa limpia su jardín, echa las malas yerbas
al nuestro."
Estas palabras se han convertido
en un adagio inglés.
"Mientras que la Iglesia
Católica, dice un diario protestante de Suiza, atrae a sí continuamente a los
protestantes más instruidos, más ilustrados y más distinguidos por su moralidad,
nuestra Iglesia reformada está reducida á tomar por reclutas a los frailes
apóstatas, lascivos y concubinarios." Ciertamente desde Lutero y Calvino,
Zwinglio, (Ecompaladio, Bucero, etc., todos los cuales fueron eclesiásticos,
suspensos por vicios, frailes apóstatas o malos sacerdotes, algunos perversos
individuos del clero católico, siguiendo la huella de aquellos, se arrojan como
por instinto, en brazos del protestantismo, donde encuentran simpatía y
protección. Ellos eran el oprobio y la hez del catolicismo; lo cual no obsta,
para que, sin transición, los protestantes los hagan ministros del puro Evangelio.
Los escuchan, los honran y los aplauden y lo que es más aún, hacen gala de su apostasía,
de modo que las sectas protestantes ostentan como un trofeo, lo que arroja la
Iglesia católica como una ignominia. En Inglaterra ha sido llevado en triunfo
el fraile apostata Achilli, lanzado de su convento y hasta de su país, por su
infame libertinaje; y otros miserables, parecidos a él, han hallado buena acogida
y lucrativos empleos entre los protestantes de Ginebra y de Paría. Guarde la
Reforma estas conquistas. Se las cedemos con mucho gusto.
Hace poco tiempo que una señora
prusiana, habiéndose hecho católica, ocho o diez años antes, era requerida con
seductores ofrecimientos por su familia, para que volviera al protestantismo.
Exhortándola un eclesiástico amigo mío a no ceder, ella le respondió con triste
franqueza: me hice católica por amor de Dios; ahora voy a hacerme protestante
por amor a mí misma. He aquí perfectamente resumida la cuestión.
Uno es pobre y quiere salir de
ese estado: otro tiene pasiones y no quiere reprimirlas: otro es orgulloso y no
quiere someterse: otro es ignorante y se deja seducir. . . .
He aquí por qué algunos se hacen
protestantes.
De muy distinta
manera muchos protestantes se hacen católicos.
Desde luego concedo, que a veces
puede suceder, que ciertos motivos humanos, induzcan a un protestante a entrar
en la comunión de la Iglesia; pero estas no son, ni pueden ser otra cosa, que
excepciones imperceptibles. Los protestantes que se hacen católicos, como hemos
visto por confesión de los mismos protestantes, son los más honrados, sabios y
virtuosos que hay en el seno del protestantismo. Este hecho es más palpable que
nunca en nuestros días.
En Inglaterra, durante los quince
o veinte últimos años, ha abjurado la herejía un número considerable de
ministros anglicanos, que eran lo más florido de las Universidades inglesas y
los maestros de las ciencias, bastando citar los nombres de Newman, Manning,
Faber y Wilberforce, para tapar la boca a toda contradicción. Cada día los
diarios ingleses publican, con despecho, nuevas conversiones ocurridas en el
clero protestante, en la nobleza, en la magistratura, o en el ejército.
Uno de los hechos más notables en
este género es la conversión del ilustre hijo de Lord Spencer, caballero inglés
de la más elevada aristocracia, el cual, hecho católico, entró en la humilde y
severa orden de los pasionistas bajo el nombre de Padre Ignacio. Cuando todavía
era protestante, excitaba a sus correligionarios de todas las sectas, a orar
por la conversión de la Inglaterra, a lo menos condicionalmente, esto es, les
decía, que pidiesen a Dios, que si la Iglesia Católica era la verdadera esposa
de Jesucristo, se dignase hacer que la Inglaterra volviese al gremio de esta
Iglesia. Convertido al catolicismo y ordenado de Sacerdote, él ha continuado
promoviendo con celo esta Cruzada de oraciones la cual ha traído sobre su
patria tantas gracias del cielo.
La Alemania ha dado también los
más ilustres ejemplos de conversiones a la fe católica, especialmente en las
familias de soberanos y príncipes. Desde el año de 1817, el Duque de Sajonia
Gotha, pariente próximo del rey de Inglaterra, volvió al seno de la Iglesia; y
por su viva piedad, llegó a ser la edificación tanto de los católicos como de
los protestantes. En 1822 tuvo lugar la conversión del Príncipe Enrique Eduardo
de Schoemburgo: en 1826 la del Conde Ingenheim, hermano del rey de Prusia: la
del Duque Federico de Mecklemburgo: la de la Condesa de Solms Bareuth: la de la
Princesa Carlota de Macklemburgo, esposa del Príncipe real de Dinamarca, etc.
etc. A estas conversiones de príncipes, debe añadirse la del hermano del actual
rey de Wurtemberg, verificada en París el año de 1851.
Pocos serán los que no hayan oído
hablar del famoso conde de Stolberg, que era uno de los hombres más eminentes
al principio de este siglo. Convertido a la religión católica por un estudio serio
de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y de las obras de controversia,
sacrificó la más brillante carrera por abrazar la verdad; y Dios le dio el
consuelo de ver seguido su ejemplo por su familia, que toda entera se hizo
también católica.
En pos del conde Stolberg y casi
en la misma época, se reconciliaron con la Iglesia muchos escritores, filósofos
y jurisconsultos alemanes de primer orden. Entre estas conversiones fue una de
las más brillantes, la del célebre literato Werner. Elevado ya en Berlín a los
empleos más altos, todo lo abandonó por hacerse católico primero, después
Sacerdote. Murió de religioso en la Orden de los Redentoristas, fundada por San
Alfonso María de Ligorio.
Refiérese de él, que convidado a
comer con algunos grandes personajes protestantes, uno de ellos, que no podía
perdonarle su separación de la pretendida reforma, le dijo delante de todos,
que él no podía nunca apreciar a un hombre que hubiera cambiado de religión.
"Yo tampoco, replicó Werner; y es por eso justamente, que siempre he despreciado
a Lutero."
El ejemplo de Werner fue imitado
por otros sabios de la misma Nación, tales como Federico Schlegel, el barón de
Eckstein, el consejero áulico Adán Muller, etc.
En Suiza, entre los protestantes
más distinguidos que se han hecho católicos, es necesario citar en primer lugar
a Carlos Luis de Haller, Patricio de Berna y miembro del soberano Consejo. Él,
como le sucedió también a la mayor parte de los que acabo de citar, tuvo el
honor de ser perseguido, privado de todo título y empleo y aún desterrado al
mismo tiempo por los protestantes, cuya tolerancia es igual donde quiera que
pueden dominar.
Esta conversión fue seguida en
ese país de la del pastor Esslingen, en Zurich: de la del Sr. Pedro de Joux, pastor
de Ginebra, y de la del célebre pastor Presidente del Consistorio protestante de
Schafhouse, el Sr. Federico Hurter, la cual tuvo una celebridad particular.
Este ministro protestante hizo su profesión de fe católica en Roma, el año de
1845, sirviéndole de padrino el gran pintor Overbeck; el cual es también un
convertido desde hace muchos años, habiendo llegado a ser en Roma un modelo de
las más admirables virtudes.
La Francia, aunque solamente hay
en ella una minoría protestante, no ha dejado de pagar su contingente de conversiones
en nuestros días. Una de las más notables ha sido la del Sr. Laval, pastor
protestante de Conde-sur-Noireau, seguida de la del Sr. Pablo Latour,
Presidente del Consistorio protestante de Mazd 'Asil .
Dos años después se verificó en
Lyon la conversión del Sr. A. Bermaz. Cuatro años había profesado este Sr. las doctrinas
de los sectarios protestantes, conocidos bajo el nombre de Momiers; y se
ocupaba en propagarlas muy activamente en la diócesis de Lyon. El abjuró sus
errores e hizo conocer, por medio de un escrito que dio a luz en Lyon, los
motivos de su vuelta al verdadero cristianismo.
En nuestros días ¡cuántos
protestantes de Francia y especialmente cuántos de sus pastores, se arrojarían
con gozo en los brazos de la Santa iglesia, si no los detuvieran los obstáculos
tan poderosos de su familia e intereses temporales!
Los consistorios protestantes
saben bien lo que se hacen, casando a los jóvenes pastores desde que salen de
la escuela. El obstáculo mayor para la conversión de un ministro protestante,
son su mujer y sus hijos; porque desde que abjura perdiendo el destino y el
sueldo, no tendría para mantener a su familia. Podría citar más de un ejemplo
en apoyo de esta observación.
La América del Norte no ha
quedado fuera de este movimiento que conduce hacia el catolicismo a las
inteligencias elevadas, rectas y religiosas. Para abreviar me contentaré con
referir la conversión del obispo protestante de la Carolina del Norte, el Dr. Yves,
hombre venerado de todos los de su secta, por su ciencia y sus virtudes. El
buscó la verdad con un corazón recto, y luego que la hubo encontrado, todo lo
abandonó por seguirla. Dejó su obispado protestante y resolvió ir a Roma, para
echarse a los pies del Sumo Pontífice. El 26 de Diciembre de 1852, hizo su
profesión de fe católica, en la capilla particular del Papa; y postrándose a
los pies de Su Santidad, le presentó el anillo y los sellos que eran las
insignias de la dignidad que tuviera entre los protestantes, como también la
cruz que usaba en las ocasiones solemnes. En este acto le dijo: "Santo
Padre he aquí las señales de mi rebelión."—En adelante serán la de vuestra
sumisión," respondió el Vicario de Jesucristo" y como tales, iréis a
depositarlas en el sepulcro de San Pedro".
Muéstrenos el protestantismo sus
conquistas para compararlas con las que ha hecho el catolicismo en estos grandes
hombres. No le pediremos hombres ilustres, hombres que por el brillo de su talento
y la nobleza de su carácter, puedan hacer contrapeso a los que acabamos de
citar y otros muchísimos que se omiten. Es evidente que el protestantismo no
los tiene, pues si los tuviera los publicaría a voz en grito. Pero muéstrenos
por lo menos, muéstrenos algunos católicos instruidos y prácticos, que hayan abandonado
a la Iglesia, estrechados por la necesidad de una creencia mejor, y que hayan
edificado a sus nuevos correligionarios con el espectáculo de una vida ejemplar
y cristiana.
Se desafía al protestantismo para
que se presenten siquiera una sola persona de esta clase.
Los apóstatas que se pasan al
protestantismo, casi siempre son individuos que esperan, por el cambio de
religión, mejorar de fortuna; o corazones ulcerados, que quieren vengarse, por
medio de un escándalo.
Los que salen de las sectas
protestantes para entrar en la Iglesia de Jesucristo, vienen a buscar, y
efectivamente encuentran en ella la fe sólida, clara y precisa, el consuelo, la
paz, la santidad y el amor.
Concluiré con un hecho de pública
notoriedad, cuya consideración ha conmovido la conciencia de muchos protestantes.
No hay sacerdote católico, por
poco extenso que sea el ejercicio de su ministerio, a quien no se haya llamado
varias veces para recibir la abjuración de protestantes moribundos; mientras
que, sería imposible citar el ejemplo de
un solo católico serio, que se haya hecho protestante en el momento de comparecer
delante del tribunal de Dios.
La ignorancia, las malas pasiones, y el olvido de
la justicia divina, arrastran las almas al protestantismo. La rectitud de
conciencia, la ciencia verdadera, el amor de la verdad y el santo temor de
Dios, atraen las almas á la Iglesia católica. Sáquese la consecuencia.
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