¿la herejía es un gran pecado?
Es la herejía uno de los crímenes más grandes de que puede hacerse culpable un hijo de Dios. Es la apostasía de la Iglesia.
La fe es el cimiento de todo el edificio religioso. Ella es la primera condición de la vida cristiana. Así es que Nuestro Señor Jesucristo resume toda la religión en la fe, repitiendo en cada página de su Evangelio, que para salvarse es necesario creer en él, creer en su palabra, creer a la Iglesia. "El que crea se salvará; y el que no crea se condenará", dice San Marcos. (Cap. XVI. Ver. XVI.)
La herejía es el pecado contra la fe, es la rebelión voluntaria y obstinada contra la divina enseñanza de la Iglesia de Jesucristo. La herejía trastorna el orden establecido por Dios y separa al hombre de la gran familia católica, la cual es así en la tierra como en el cielo la familia de Dios.
Por esta razón es la herejía, por su naturaleza, un pecado mucho más grave y un mal mucho más profundo y pernicioso, que la voluptuosidad y todos los desórdenes sensuales. Estos pecados ciertamente son muy malos y separan mucho de Jesucristo; pero ellos no causan en el alma un desorden tan radical y tan peligroso como la herejía.
Júzguese por esto de la responsabilidad religiosa y de la enorme culpabilidad de esos pretendidos pastores evangélicos que van sembrando la herejía. Ellos hacen mayor mal a la sociedad que los mismos apóstoles del libertinaje.
¿Puede salvarse un protestante?
Sí, ciertamente, pero es necesario distinguir con cuidado.
"Una cosa es estar en el error y otra cosa es estar en la herejía”, decía San Agustín, cuando predicaba a su pueblo sobre la salvación de los herejes. En efecto, puede uno engañarse sin culpa, en ciertas ocasiones. El error involuntario no es un pecado sino una desgracia; y por eso dice que aun estando uno en el error, puede a veces salvarse.
Pero siendo la herejía una rebelión contra Dios y su Iglesia, ella es un pecado, es un crimen; y por esta razón se dice, que el que está en herejía NO puede salvarse.
Esto equivale a decir, que solamente la buena fe invencible, excusa a un protestante del pecado de herejía y le deja, en medio de su desgracia, la posibilidad de salvarse.
Fuera de esta buena fe el hereje está perdido, porque se separa de la verdad, que es Jesús; y de la sociedad de la verdadera Santa Iglesia católica, apostólica y romana.
¿Cuáles son los protestantes de buena fe? ¿Es posible esta buena fe invencible en un país católico, en medio de católicos y con tantas facilidades de llegar a la Iglesia?
Este es un misterio que solo Dios conoce y que Él solo juzgará. Si hemos de creer a las apariencias, puede decirse que esta buena fe se encuentra con bastante frecuencia entre los protestantes, especialmente entre los de la clase trabajadora; pues, parece que por su condición carecen de aquellos medios de instrucción, que hacen inexcusable a las clases cultas. Confieso que, aun concediendo la posibilidad absoluta de este milagro, no tengo ninguna devoción a la buena fe de los ministros protestantes y tiemblo por su suerte eterna.
Añadiré, respecto de los protestantes de buena fe, es decir respecto de aquello que pueden salvarse, una observación que debe entristecernos por su estado. Si pueden salvarse, sin embargo les será mucho más difícil conseguirlo que a nosotros los católicos, verdaderos discípulos de Jesucristo.
Para esto hay muchas razones. La primera, que la buena fe de un protestante siempre es más o menos incierta. La segunda, que el punto de partida y el principio de las virtudes cristianas, con las cuales salva uno su alma, es la fe; y el católico la tiene exacta, precisa e independiente de todos los caprichos de su imaginación, lo cual no le sucede al protestante. La tercera que, como ya hemos visto, el protestante no participa de los auxilios que la Iglesia da a sus hijos para ayudarlos a vivir de manera que ganen el cielo. Entre estos auxilios me fijaré en dos, la confesión y la comunión.
Cuando una persona ha tenido la desgracia de cometer pecado mortal, sólo puede reconciliarse con Dios, yendo a confesarse y obteniendo la absolución del sacerdote; y si esto último no puede ser materialmente, por lo menos debe tener el profundo dolor de sus pecados, que se llama contrición perfecta, la cual incluye el sincero deseo de confesarse.
Esta clase de dolor es por sí mismo bastante raro y difícil. Aunque siempre debemos desear tenerle, no es, sin embargo, indispensable en el Sacramento de la penitencia, pues basta en él un dolor ordinario, porque siendo éste un Sacramento de misericordia, Nuestro Señor se digna suplir lo que falta a los pobres penitentes.
Ahora bien, el protestante que ha cometido un pecado mortal, no tiene el recurso de la confesión. Es preciso, pues que tenga contrición perfecta, perfecto arrepentimiento y purísimo amor de Dios, sin lo cual no puede obtener la remisión de su pecado ni la eterna salvación. Tampoco puede unir a esta contrición el deseo de confesarse, porque le supongo de buena fe; y en tal caso, ignora la necesidad de este Sacramento. Luego le es mucho más difícil que a nosotros, recobrar la gracia de Dios. Si lo consigue por una gracia especial, todavía no tiene como nosotros la sagrada comunión, instituida precisamente por Nuestro Señor Jesucristo, para conservar nuestras fuerzas espirituales, preservarnos del pecado e impedir las recaídas. Nosotros los católicos, tenemos en la santísima Eucaristía una provisión de viaje, en la peregrinación de la vida. El pobre protestante está privado de ella y corre gran riesgo de desfallecer en el camino. De consiguiente, le es más difícil santificarse y salvarse; y así nosotros debemos tratar de convertirle, para ponerle en una situación infinitamente mejor respecto de la salvación de su alma, que es el único objeto de la vida de todo hombre en este mundo.
Diferencia que hay entre una conversión y una apostasía
La conversión es un deber, la apostasía es un crimen.
Cuando un protestante entra en el seno de la Iglesia, se convierte; pero cuando un católico deja la Iglesia para afiliarse a una secta protestante, apóstata. ¿Por qué esta diferencia? Voy a explicarla.
La fe católica invariablemente enseñada por la Iglesia, hace diez y ocho siglos, se compone de un número cierto de dogmas positivos, tales como la unidad de Dios, la Trinidad, la Encarnación, la presencia real, el Papado, etc. etc. Para tener un número redondo, supongamos por un momento que esos dogmas sean cincuenta. Admitiendo esta hipótesis, todos los cristianos creían, pues, cincuenta dogmas, hasta principios del siglo décimo, época en la cual no había habido más que una sola fe en la cristiandad. En el décimo siglo la Iglesia griega negó que el espíritu Santo proceda tanto del Padre como del Hijo, y negó también la supremacía del Papa, por lo que de cincuenta dogmas no le quedaron a esa Iglesia cismática más que cuarenta y ocho.
Así se ve que nosotros los católicos, creemos siempre todo lo que ha creído la Iglesia; mientras que, los cismáticos griegos, por el contrario, niegan dos verdades que nosotros creemos.
En el siglo décimo sexto las sectas protestantes llevaron las cosas más lejos, negando otros dogmas. De los cincuenta algunos de ellos negaron veinte, otros treinta, y otros apenas conservaron unos pocos. Pero pocos o muchos, los que ellos retuvieron, nosotros los católicos los conservamos con todos los otros. La Iglesia católica cree todos los dogmas verdaderos que creen los protestantes; y además está enriquecida con los que éstos han rechazado. Este punto es incontestable.
Estas sectas, de consiguiente, no son religiones, porque sólo se forman negando tal o cual dogma; y así no son más que negaciones, es decir, nada por sí mismas, pues la negación es la nada.
De esto se deduce una consecuencia, con la mayor evidencia; y es la de que el católico que entra en una secta protestante, apóstata verdaderamente, porque abandona dogmas y niega hoy lo que ayer creía. Por el contrario, un protestante que pasa a la Iglesia católica no abdica ninguna verdad, no niega nada de lo que creía si era cierto, y sí cree la verdad que negaba, lo cual es muy diferente. Este razonamiento, que no tiene réplica, es del conde de Maistre.
El Señor de Joux, pastor protestante de Ginebra y después presidente del Consistorio reformado de Nantes, decía en 1813: "Yo condenaría a un católico que se hiciera protestante, porque no es permitido al que posee lo más dejarlo por buscar lo menos; pero no podría censurar a un protestante que se hiciese católico, porque es muy permitido a quien tiene lo menos, buscar lo más". En 1825, el Señor de Joux abjuró el protestantismo y se convirtió a la fe católica.
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