TRES CONSIDERACIONES MÍSTICAS EN TORNO
AL LAVATORIO DE LOS PIES
(In Joan., XIII)
Echó agua era un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a limpiarlos con la toalla, con que estaba ceñido (Jn 13, 5)
Aquí pueden entenderse místicamente tres cosas.
1º) Por la acción de poner agua en el lebrillo se significa la efusión de su sangre sobre la tierra. Puesto que la sangre de Jesús puede llamarse agua por la virtud que tiene de lavar. De ahí que simultáneamente saliera agua y sangre de su costado para dar a entender que aquella sangre lavaba los pecados. También puede entenderse por el agua la Pasión de Cristo. Pues echó agua en un lebrillo, esto es, imprimió en las almas de los fieles, por la fe y la devoción, el recuerdo de su Pasión. Acuérdate de mi pobreza, y traspaso, del ajenjo, y de la hiel (Lam 3, 19).
2º) Por aquello que dice: y comenzó a lavar, se alude a la imperfección humana. Porque los Apóstoles, después de Cristo, eran más perfectos, y no obstante necesitaban de la ablución, porque tenían algunas manchas; para dar así a entender que aun cuando el hombre sea perfecto, necesita perfeccionarse más; y contrae algunas manchas, según aquello de los Proverbios: ¿Quién puede decir: Limpio está mi corazón, puro soy de pecado? (20, 9) Pero estas manchas las tienen en los pies solamente. Otros, al contrario, no sólo están manchados en los pies, sino totalmente. Pues se manchan totalmente con las impurezas terrenas los que yacen sobre ellas; de ahí que quienes totalmente, en cuanto al afecto y en cuanto a los sentidos, estén apegados al amor de lo terreno, sean enteramente inmundos.
Pero los que están de pie, esto es, los que con el espíritu y el deseo tienden a las cosas celestiales, sólo contraen manchas en los pies.
Pues así como el hombre que está de pie se ve obligado a tocar la tierra, al menos con los pies, del mismo modo, mientras vivimos en esta vida mortal, que necesita de las cosas terrenas para sustentación del cuerpo, contraemos algunas impurezas, al menos, por la sensualidad. Por eso el Señor mandó a los discípulos que sacudiesen el polvo de sus pies (Luc 9, 5) Pero se dijo: comenzó a lavar, porque la ablución de los afectos terrenos comienza aquí y termina en el futuro.
Así, pues, la efusión de su sangre está simbolizada por la acción de poner agua en el lebrillo; y la ablución de nuestros pecados, por la acción de haber comenzado a lavar los pies de los discípulos.
3º) Aparece también la aceptación de nuestras penas sobre sí mismo.
Pues no sólo lavó nuestras manchas, sino que tomó sobre sí las penas debidas por aquéllas. Porque nuestras penas y penitencias no serían suficientes, si no estuvieran cimentadas en los merecimientos y en la virtud de la Pasión de Cristo. Lo cual se simboliza por aquello de haber limpiado los pies de los discípulos con la toalla, es decir, con el lienzo de su cuerpo.
(In Joan., XIII)
(Tomado de Santo Tomás de Aquino)
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