La Iglesia es, para los que
navegamos por este mar del mundo que hierve en tempestades, faro luminoso
puesto en escollo eminente. Ella sabe lo que nos salva y lo que nos pierde,
nuestro primer origen y nuestro último fin, en que consiste la salvación y en
qué la condenación del hombre; y ella sola lo sabe; ella gobierna las almas, y
ella sola las gobierna; ella ilumina los entendimientos, y ella sola los ilumina;
ella endereza la voluntad, y ella sola la endereza; ella purifica y enciende
los afectos, y ella sola los enciende y los purifica; ella mueve los corazones,
y sola los mueve con la gracia del Espíritu Santo. En ella no cabe ni pecado,
ni error, ni flaqueza; su túnica no tiene mancha; para ella las tribulaciones
son triunfos, los huracanes y las brisas la llevan al puerto.
Todo en ella es espiritual, sobrenatural y
milagroso: es espiritual, porque su gobierno es de las inteligencias, y porque
las armas con que se defiende y con que mata son espirituales; es sobrenatural,
porque todo lo ordena a un fin sobrenatural, y porque tiene por oficio ser
santa y santificar sobrenaturalmente a los hombres; es milagrosa, porque todos los
grandes misterios se ordenan a su milagrosa institución y porque su existencia,
su duración, sus conquistas son un milagro perpetuo. El Padre envía al Hijo a
la tierra, el Hijo envía sus apóstoles al mundo y el Espíritu Santo a sus
apóstoles: de esa manera, en la plenitud como en el principio de los tiempos,
en la institución de la Iglesia como en la creación universal, intervienen a la
vez el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Doce pescadores pronuncian las
palabras que suenan misteriosamente en sus oídos y luego al punto es conturbada
la tierra; un fuego desusado arde en las venas del mundo; un torbellino saca de
quicio a las naciones, arrebata a las gentes, trastorna los imperios, confunde
las razas; el género humano suda sangre bajo la presión divina; y de toda esa
sangre, y de toda esa confusión de razas, de naciones y de gentes, y de esos
torbellinos impetuosos, y de ese fuego que circula por todas las venas de la
tierra, el mundo sale radiante y renovado, puesto a los pies de la Iglesia de
Nuestro Señor Jesucristo.
Esa mística ciudad de Dios tiene
puertas que miran a todas partes, para significar el universal llamamiento:
Unam omnium Rempublicam agnoscimus mundum, dice Tertuliano. Para ella no hay
bárbaros ni griegos, judíos ni gentiles. En ella caben el escita y el romano,
el persa y el macedonio, los que acuden del Oriente y del Occidente, los que vienen
de la banda del Septentrión y de las partes del Mediodía. Suyo es el santo
ministerio de la enseñanza y de la doctrina, suyo el imperio universal y el
universal sacerdocio; tiene por ciudadanos a reyes y emperadores; sus héroes
son los mártires y los santos. Su invencible milicia se compone de aquellos
varones fortísimos que vencieron en sí todos los apetitos de la carne y sus
locas concupiscencias. El mismo Dios preside invisiblemente en sus austeros
senados y en sus santísimos concilios. Cuando sus Pontífices hablan a la
tierra, su palabra infalible ha sido escrita ya por el mismo Dios en el cielo.
(Tomado de "Ensayo sobre el Catolicismo, el
Liberalismo y el Socialismo" de don Juan Donoso Cortés)
(Tomado de "Ensayo sobre el Catolicismo, el
Liberalismo y el Socialismo" de don Juan Donoso Cortés)
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