FILÓSOFO.—¿Qué es la Iglesia
Católica?
ECUATORIANO.—La Iglesia Católica,
obra inmortal de Dios misericordioso, es una sociedad religiosa universal,
directa e inmediatamente fundada en la tierra por Nuestro Señor Jesucristo,
Dios y Hombre verdadero.
F. — ¿Con qué fin la estableció
el Redentor del mundo?
E.—La Iglesia de por sí y por su
propia naturaleza atiende a la salvación de las almas, y procura la eterna
felicidad de los hombres en los cielos.
F.—¿ Y es ésta la única ventaja
que puede esperar el género humano de esta divina institución de Jesucristo?
E.—No por cierto; pues aun dentro
del dominio de las cosas caducas y terrenales, la Iglesia Católica procura
tantos y tan señalados bienes a los hombres y pueblos, que ni más en número, ni
mejores en calidad resultarían, si el primero y principal objeto de su
institución fuese asegurarles la prosperidad de la presente vida.
F.—¿Podríais demostrarme
proposición tan atrevida?
E.—Sin duda alguna: porque la
razón, la historia de diez y nueve siglos y la experiencia actual nos
manifiestan con toda evidencia que donde quiera que la Iglesia pone el pie,
cambia al punto el estado de las cosas ; informa las costumbres con virtudes
desconocidas, que sólo se deben a la moral evangélica; y lleva al seno de las
humanas sociedades una nueva cultura que a los pueblos que la reciben los
ennoblece y ensalza sobre los demás por la mansedumbre, equidad y gloria de las
empresas. Léanse, por ejemplo, la Historia Universal de la Iglesia de Darrás;
"El Protestantismo comparado con el Catolicismo" de Balmes, los
diarios y revistas de las misiones católicas; y no será posible poner en duda esta
afirmación de Nuestro Santísimo Padre León XIII .
F—Pero yo he oído que la Iglesia
está en completo desacuerdo con esa que llaman razón de Estado, y que por lo
mismo nada vale ella para el bienestar y esplendor que toda sociedad bien
ordenada lícita y naturalmente apetece. ¿Qué os parece de semejante queja?
E.—No es nueva esta imputación
calumniosa, sino viejísima: nació con la Iglesia; mas tanto en los primeros
días del cristianismo como hoy, ella es hija exclusiva de la ignorancia o de la
mala fe. Si bien se consideran las cosas, nunca la Iglesia se ha puesto en
desacuerdo con la razón de Estado, sino con la sinrazón de Estados idólatras,
paganos, profundamente corrompidos, descreídos, apóstatas, ateos, que llaman
bien al mal, y luz a las tinieblas.
F.—-¿Cómo os atrevéis a decir
tanto?
E.—Porque en los primeros siglos
de la Iglesia ésta fue el arma de que se sirvieron para hostilizar á los
cristianos y hacer de ellos el blanco del odio y de la malevolencia los Césares
impíos, los sacerdotes infames de los ídolos, los filósofos y literatos
corrompidos, y un vulgo necio, quienes no podían contemplar sin desesperación
cómo bamboleaba sobre pedestal carcomido la antigua Idolatría, sacudida por el trueno
de la predicación evangélica. La misma atroz calumnia levantan hoy a la Iglesia
todos los que aspiran a restablecer los errores del viejo paganismo sobre las
ruinas de la moral, de la conciencia, de la civilización cristiana. Pero hoy,
como entonces, podemos los católicos rechazar victoriosamente a los liberales y
francmasones oponiéndoles el ingenio y la pluma de San Agustín, el cual, en
varias de sus obras, y mayormente en la Cuidad de Dios, demostró con tanta
claridad la virtud y potencia de la sabiduría cristiana por lo tocante a sus
relaciones con la república que, no tanto parece haber hecho cabal apología de
la cristiandad de su tiempo, como logrado perpetuo triunfo de tan falsas acusaciones.
F.—¿Qué consecuencia deducís de
lo dicho?
E.—Infiero que, por más quejas y
acriminaciones que acumulen los enemigos de la Iglesia contra ella, los
verdaderos creyentes deben estar firmemente persuadidos de que la verdadera
norma constitutiva de la sociedad civil no puede hallarse fuera de las
doctrinas que aprueba la misma Iglesia católica. Infiero asimismo que eso que
llaman derecho nuevo, conquistas de la libertad, derechos del hombre, perfección
de un siglo adulto..., no son sino ensayos infelices, ruinosos, indignísimos de
un pueblo sinceramente católico; pues consta no haberse encontrado más
excelente modo de constituir y gobernar la sociedad civil, que el que espontáneamente
brota y es como flor de la doctrina del Evangelio.
F.-—¿ Luego será preciso estudiar
a fondo la doctrina de la Iglesia para hallar en ella la norma constitutiva de
la sociedad civil?
E.—Es evidente: hoy, en medio de
tanta corrupción de ideas y perversión de juicios, es absolutamente necesario
que todos los gobernantes y pueblos conozcan las doctrinas de la Iglesia, y las
estudien en sus fuentes más puras y autorizadas.
F—¿ Y cuáles son esas fuentes más
puras y autorizadas de que habláis?
E.—En primer término las enseñanzas
del Papa, Maestro sapientísimo y Oráculo infalible de la verdad, a quien debemos
los católicos sumisión absoluta de juicio y obediencia completa de voluntad.
F.—¿ Conocéis algún documento
pontificio
que trate especialmente de la
materia?
E—Sí , Señor: la famosa Encíclica
Immortale Dei, dirigida a la Iglesia de Dios por nuestro sapientísimo Padre el
actual Pontífice León XIII, el 1 de noviembre de 1885.
F.—¿Podríais exponer toda la
doctrina del Vicario de Jesucristo en una serie de lecciones amenizadas con el
diálogo?
E.—He leído detenidamente y
estudiado dicha Encíclica; y creo poder satisfacer a las preguntas que os
dignéis hacerme, casi con las mismas palabras de nuestro Padre Santo; sin que
esto impida añadir de propia cosecha alguna aclaración o confirmación de la
doctrina pontificia, siempre que fuere necesario.
F.—Pues bien, os aplazo para mañana.
E.—De muy buen grado.
(Tomado del "Catecismo filosófico de las doctrinas contenidas en la encíclica "Immortale Dei" del Papa León XIII". Escrito por Manuel José Proaño, ecuatoriano, el año 1891 en Quito)
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