Hoy el mundo amanece con la
trágica noticia del accidente aéreo que ha cobrado la vida de, hasta el
momento, 76 personas. En la aeronave viajaba el equipo brasileño de fútbol ‘Chapecoense’. Se dirigían hacia la
ciudad de Medellín en donde disputarían los primeros 90 minutos de la final de
la copa sudamericana de fútbol ante el Atlético Nacional.
Alguien me decía hace unos
momentos, a propósito de esta tragedia, ¿Por qué pasan estas cosas? Bueno,
pasan porque la vida humana sobre la tierra es breve, fugaz, pasajera e impredecible.
Hoy estamos, mañana no lo sabemos. Lo único seguro en este barro terrenal es
que moriremos, pero cuándo, cómo y dónde, no lo sabe nadie, excepto Dios.
Y es que precisamente existe una
doble mirada sobre estos acontecimientos, y en general sobre toda la vida
humana. Una es la mirada que podríamos llamar naturalista, que es una mirada
finita, intrascendente, limitada, terrena, desesperanzada. Surge del hecho de
considerar la realidad humana como contenida por completo dentro de los límites
de lo material, en el sentido más elemental de ese término. Se ve entonces la
vida como un instante suspendido entre dos nadas: la nada de donde venimos y la
nada hacia donde nos dirigimos.
Es una visión empobrecida de la realidad
humana, que no puede menos que conducir a la desesperación, y que durante el
instante fugaz en que al parecer consiste nuestro paso por la tierra, no
produce como fruto más que una existencia sin sentido, sin significado, sin
sustancia, una mera carrera contra el tiempo por ‘gozar’ lo más posible, sufrir
lo menos y llegar al sepulcro con el estómago satisfecho para no tener mucho
que lamentar. Actitud que bien resume ese antiguo adagio latino que invita a gozar
del momento presente, pues no hay otro: ¡Carpe
diem!
Afortunadamente no es esa la
única alternativa ante el espectáculo de la insuficiencia humana y de la
fugacidad de su existencia. Está la mirada del que se sabe criatura, salido de
las manos de un Creador que es no solo omnipotente y sabio, sino igualmente
padre amoroso y Dios de misericordia y perdón. Así las cosas la existencia
humana ya no es un instante fugaz suspendido entre dos nadas, sino un instante,
sí, pero salido de las manos de un Dios y que tiene en ese padre de amor y
misericordia su final, que al mismo tiempo es su verdadero comienzo. Con esto
cambia del todo el panorama, pues de naturalista que era la mirada sobre la
vida humana, sobre sus idas y venidas, se hace predominantemente sobrenatural,
se le mira “sub specie aeternitatis”,
es decir, bajo una mirada de eternidad. Por lo mismo nuestra mirada ya no es
finita, encerrada en los estrechos límites de una materialidad ciega, sorda y
muda, sino que se abre generosa y esperanzada hacia horizontes bañados de
infinitud, cuyo destino no es el vacío silencioso del sepulcro, sino la dicha
de ver cara a cara eternamente a Aquél por cuyo amor somos y somos lo que
somos, en una espiral interminable de felicidad, plenitud y gloria.
Muchos hoy optan por la primera
mirada, encuentran quizá en ella un modo de vida que les procura cierta
comodidad temporal, y ellos les basta y les sobra. Diríamos que son almas de
mirada corta, águilas que se creen gallinas, y no vuelan para no perder la
comodidad del gallinero. Son legión.
A pesar de ello, siempre han
existido, existen y existirán almas de mayor generosidad, de mirada más alta,
de alcances trascendentes, que han escuchado el llamado del Nazareno y han
decidido aceptar su invitación:
¡Duc in altum! (Lucas
5, 4)
¡Ve más allá! ¡No te quedes en la
orilla del lago, enamorado de la aparente seguridad de sus playas!
Dios nos conceda a todos aceptar esa invitación y mirar siempre más allá, hacia lo alto, lejos del alcance de la desesperación y del vacío.
Una oración por el alma de los
futbolistas fallecidos. Para Dios no hay tiempo:
Ave Maria, gratia plena, Dominus Tecum.
Benedicta Tu in mulieribus, et
benedictus
fructus ventris Tui, Iesus. Sancta Maria, Mater
Dei, ora pro nobis
peccatoribus, nunc, et in ora
mortis nostræ. Amen.
Leonardo Rodríguez V.
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